Aileen entró en el salón del desayuno con la esperanza de encontrar algún momento para hablar con Christopher, pero él pareció evitarla. Apenas le dio tiempo a verlo en la mesa, se mostraba muy interesado en conversar con Evan y Anderson. En realidad, los tres estaban muy raros. Nada más verla se callaron y levantaron el vuelo. Si no los conociera se habría ofendido. Con seguridad hablaban de mujeres y sus hermanos aún creían que sus oídos eran demasiado tiernos para escuchar algunas cosas.
A la hora de comer no aparecieron, ni ellos ni su padre, y según le avisó el mayordomo, este había enviado aviso de que regresaría para la hora de marcharse a casa de los Bell. Comió a solas con su tía, que le quitó importancia al asunto.
—Estarán liados con algún tema del banco.
—Supongo —se limitó a decir, no tenía muchas ganas de conversar, pero su tía sí.
—Querida, quizá esta noche el señor Culpepper quiere hablarte, pero no debes quedarte sola con él, bajo ningún concepto —le advirtió—, podría arruinar tu reputación. Y ante todo hay que hacer las cosas bien, que pida tu mano.
—¿Piensa que va a pedirme matrimonio o a arruinarme?
—No lo tomes a broma, la reputación de una joven se rompe más fácil que un cristal.
—No bromeo, tía, ¿cree que me pedirá matrimonio?
—¿Te gustaría? No puedo negar que es atractivo y tiene buenos modales, su madre es una señora respetada, aunque muy exigente, pero… Será cosa mía, niña, pero yo creo que estaba más interesado cuando estábamos en Bath. Pienso que el señor Trevelyan es mucho mejor partido.
—¡Tía! Es el amigo de Evan.
—¿Y qué? Su familia es una de las mejores de Londres y él es muy apuesto, quizá demasiado para un hombre soltero. Yo no lo descartaría. Además, se marcha en breve, y tengo entendido que se casará al llegar a Londres; me temo que con la primera que le presenten. Así que, ¿qué mejor esposa que la hermana de su mejor amigo?
—Creí que el señor Culpepper te gustaba para mí.
—Y me gustaba, pero puestos a elegir, me gusta más Trevelyan. —Para su consternación, su tía soltó una carcajada—. Discúlpame, sé que te he animado con el señor Culpepper, pero es que te lo tenía que decir.
Ella la miró con cara de asombro, tratando de acallar las emociones que le brincaban en el pecho. Las palabras: «se marcha» y «se casará» todavía retumbaban en sus oídos.
—Me gustaría casarme por amor —afirmó.
—No sé en qué mundo vivís los jóvenes de hoy en día… —se quejó su tía y Aileen no entendió su salida de tono—. ¿Pero tú tienes ojos en la cara?
—¿Qué quieres decir?
—Querida, si he de decírtelo yo, estás muy ciega.
Decidió descansar antes de arreglarse para la fiesta de los Bell. Al subir las escaleras vio de reojo un equipaje amontonado en el vestíbulo y preguntó a uno de los lacayos a quién pertenecía. La respuesta la trastocó.
—Son las cosas del señor Trevelyan, se marchará mañana, pero ha pedido que se envíen sus baúles a York.
De repente creyó que el aire le faltaba. Christopher se marchaba y no se lo había dicho. Desorientada, bajó los cuatro peldaños que había subido, necesitaba salir al jardín. Sentía una opresión en el pecho que solo la brisa que corría podría aligerar.
No entendía a su loco corazón, Trevelyan ni siquiera le gustaba.
«Christopher».
Sin embargo, saber que se marchaba la turbaba. Quizá aquella emoción se debía a las tardes que habían compartido. Tardes de besos y caricias y también de pequeñas confesiones en las que cada uno intentaba llenar los silencios, sin mostrarse demasiado. Así supo el motivo real por el que había ido a Edimburgo; en cierto modo escapaba de una mujer casada que se había obsesionado con él. Que eligiera refugiarse en su casa le alegró, porque lo había conocido.
Caminó sin rumbo y acabó en las cuadras. Recordó que en aquel patio lo había visto la primera vez, no hacía tanto. Entró en el establo y sus pies la llevaron hasta el cubículo de Rage. Entró y se le acercó, acarició su hocico. El caballo piafó al sentirla, y ella supo que la reconocía.
—¿Así que tu amo ha decidido marcharse?
Apoyó su frente en la del animal.
—Creo que lo echaré de menos.
Percibió la presencia de alguien y, sobresaltada, se separó del caballo y miró hacia la entrada.
—Eso sí que no lo esperaba —murmuró Christopher. Estaba apoyado con el hombro en el quicio de la puerta y los brazos cruzados por encima de su torso. Su actitud era arrogante, así y todo, inquirió con interrogación—: ¿Ha decidido odiarme, pero visita a mi caballo?
—Parece más noble que usted.
Él se rio y ella lo maldijo porque aquella risa se le clavaba en lo más profundo de su ser. Pero no se acobardó y lo enfrentó.
—No he decidido odiarlo, es solo que no me gusta que jueguen conmigo o me confundan y yo creo que es al revés, parece que es usted quien me odia. Ni siquiera me ha informado de que se va —le reprochó—. He visto su equipaje preparado. Escapa como un ladrón. ¿No pensaba decírmelo?
—Supongo que en algún momento se enteraría. Creí que no quería saber de mí. Pero se lo digo ahora: me marcho mañana. Lamento si la he molestado.
—¡Cuánta consideración! Claro, solo soy la hermana de su amigo. Pero no sea tan creído, no me ha molestado. Además, me ha ayudado… ¿Quizá debo darle las gracias?
Él se llevó la mano al corazón.
—¡Uy! Eso ha dolido —bromeó. Luego entró en la estancia y se colocó al otro lado del caballo—. Quiero que sepa que para mí no es solo la hermana de mi amigo… Me importa mucho y me dolería que me diera las gracias por unos besos… Quizá no se lo he dicho con palabras, pero la llevo en el corazón. Si usted quisiera yo… yo removería cielo y tierra por usted.
—No siga, yo… yo me casaré con Ulrich y usted… —Se le hizo un nudo en la garganta al decirle aquello y lo peor es que le dolió. Tenía que salir de allí—. No sé… ¿por qué escapa hacia un futuro que otros decidirán sin siquiera opinar?
Él se encogió de hombros.
—Escapar suena hasta romántico si lo hiciera con usted, pero ya ve, nuestros caminos se separan y no porque sea de mi agrado. ¿Qué más le da con quién me case? —murmuró Christopher con una voz ronca, pero serena. Ella evitó su mirada—. Va a recibir su ansiada proposición, el señor Culpepper pedirá su mano. No deseo quedarme aquí para verlo.
Aileen se obligó a observarlo por encima de la cabeza de Rage. Él se movió y llegó hasta ella, se puso tan cerca que pudo oler su aroma a sándalo y madera. Sus ojos azules, estaban tan fríos como el acero.
—Me gustaría besarla por última vez.
—No creo que debamos.
—Para usted será solo un beso, lo olvidará pronto, yo lo guardaré como un tesoro.
Ella dio un paso hacia él y él la tomó por la cintura y la besó. No fue un beso intenso, sino lento, como si así se aprendiera todos los rincones de su boca. Estaba lleno de tanta ternura que la conmovió y le removió el alma. Necesitó aferrarse a él, porque, aunque ella no lo confesara, también atesoraría, no solo aquel beso, sino todos los que habían compartido.
La dulce caricia se extinguió sin que Aileen deseara que acabase, pero era una despedida y las despedidas llegan a su fin. Él apoyó la frente en la de ella y pudo notar su respiración agitada.
—He de irme —musitó ella.
Se alejó unos pasos y antes de salir del cubículo se giró para contemplarlo. Él parecía tener los hombros caídos, como si cargara con todo el peso del mundo, pero la miró con una sonrisa.
—Yo también pensaba en usted —confesó Aileen.
—¿Cómo…?
—Cuando… pensaba en usted.
Sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas y no fue capaz de explicar que todas aquellas veces que él la había besado, ella solo podía pensar en él. Se volvió y quiso abandonar el lugar, pero él la frenó al cogerla por sorpresa de la muñeca.
—No puede decirme eso y marcharse. ¿Acaso no se da cuenta de que la amo? La amo tanto que me duelen el alma y el cuerpo.
Aileen respondió nerviosa, no esperaba aquella declaración: tan simple y tan dura.
—Lamento si le he dado a entender otra cosa, pero… pero es con Ulrich con quien deseo casarme.
—¡Váyase! —espetó al soltarla.
Jamás se había sentido tan mal consigo misma como en aquel instante. Aligeró el paso hasta llegar a su habitación, donde se derrumbó en la cama y escondió el rostro en la almohada.
No se entendía, ella estaba enamorada de Culpepper, pero si eso era así, ¿por qué le dolía tanto no haber acabado entre los brazos de Trevelyan? La mente tenía extrañas formas de enviar remordimientos al corazón por las conductas inadecuadas.
***
Aileen entró en casa de los Bell y encontró a Iona con su padre, recibiendo a los invitados. Junto a ellos estaban Megan Thompson y su hijo, Jeremy Thompson-Bell. Era una escena que ella nunca había visto. Daban la imagen de una familia unida y los rencores olvidados.
Iona pidió permiso a su padre para poder ir con ella y este se lo concedió.
—Tengo que hablar contigo —le susurró su amiga al oído. Aligeraron el paso y entraron en una sala cerca del salón—. El señor Culpepper no ha venido todavía. ¿Estás nerviosa?
—Un poco.
—Yo he de decirte algo. Voy a marcharme a Londres una temporada.
—¿A Londres?
—Sí, con tía Megan.
—¿Por qué?
—Cuando te cases voy a sentirme muy sola, quizás allí conozca a alguien.
—Pero Evan…
—Evan jamás se me declarará y yo no puedo pasarme la vida esperando.
—Te entiendo. Pero júrame que seremos amigas siempre.
—Eso no lo dudes.
Durante un momento compartieron confidencias, como cuando eran niñas y se tenían la una a la otra. Ahora eran adultas y tenían que aceptar que sus vidas iban a ser otras cuando se casaran.
—El señor Trevelyan también se marcha —informó.
—Lo sé, estuvo en casa la otra tarde. Vino a despedirse de papá.
—Nos hemos besado —confesó sin proponérselo.
—¡Cómo!
Aileen soltó una carcajada. La exclamación de su amiga y la expresión de su rostro la hicieron reír. Iona miró hacia todos lados, como si tuviera que asegurarse de que nadie las escuchaba y la instó a seguir.
—Haz el favor de empezar a contarme eso, porque estoy deduciendo que esas tardes en las que esperaba que nos viéramos, tú estaban deleitándose con esos labios tan carnosos que tiene ese hombre.
—Quise que me enseñara a besar, para poder atraer a Culpepper.
—¿Y también te has besado con él? —Su amiga no daba crédito—. Aileen Mackay, no te reconozco.
Ella le contó cómo habían sido las cosas.
—Al final se enfadó conmigo y no ha vuelto a hablarme.
—¿Por qué se enfadó contigo?
La miró y luego bajó la vista hasta el suelo.
—Me dijo que me amaba.
—¡Aileen! Seguro que fuiste tan sincera que le dijiste que tú querías casarte con el señor Culpepper.
—Sí —sollozó—, pero ahora no sé…
—¿Acaso no ves que tú también lo amas?
Aileen pensó en su tía, le había dicho algo parecido. Su amiga la abrazó como si supiera que necesitaba que la abrazaran.
—¿Por qué os escondéis aquí? —las interrumpió Evan.
Se separaron al instante y Aileen se enjugó una lagrimilla que se le escapaba del ojo izquierdo.
—¿Y tú, por qué eres tan cotilla? —respondió Iona con otra pregunta.
—¿Se puede saber qué os pasa?
Ella miró a su amiga y luego a su hermano.
—Iona se marcha a Londres.
—¿Cómo…?
Las amigas se tomaron del brazo para salir de aquel lugar, Evan pareció necesitar unos segundos para recuperarse del golpe, pero Aileen intuyó que su amiga no se había dado cuenta.
—Vamos —lo apremió—, salgamos al salón.
Al llegar junto a su familia, vio a Christopher hablar con Anderson y Jeremy, muy animados. El primo de Iona explicaba un negocio en el que se había embarcado con el señor Culpepper y a Aileen le gustó saber que el proyecto de Ulrich por fin podría llevarse a cabo. Quería escuchar más, pero un joven se acercó y le pidió el baile que se iniciaba. Ella aceptó y cuando salía hacia la zona de baile oyó a sus espaldas que Christopher sacaba a bailar a su amiga.
Durante más de una hora estuvo bailando con distintos jóvenes, pero ninguno era Culpepper, este todavía no había acudido a la fiesta. Christopher tampoco le había solicitado ningún baile y eso la mortificaba, sobre todo porque había bailado con su amiga, nada menos que en dos ocasiones. Una extraña angustia se instaló en su pecho. Hasta que vio aparecer a Ulrich.
Había ido con Evan, Iona y Trevelyan a la zona de refrigerios y conversaban sobre la inminente marcha de Christopher cuando Ulrich se le acercó.
—Querida señorita Mackay, tiene que disculpar mi retraso —dijo él con amabilidad después de saludar a todo el grupo—. He tenido un pequeño percance con el carruaje y no he podido llegar antes. ¿Le apetece dar un paseo conmigo por el salón?
Ella miró a su hermano y este le dio permiso. Estarían a la vista de todo el mundo.
Empezó a caminar con Ulrich y por el rabillo del ojo vio a Christopher despedirse de Evan y los demás. No pudo evitar seguirlo con la mirada hasta que desapareció por las grandes puertas del salón. Ulrich le hablaba en confianza sobre las negociaciones que estaba llevando a cabo, y ella perdió el hilo de lo que le decía, hasta que algo llamó su atención.
—Por fin he concretado mi negocio y puedo centrarme en lo que mi corazón ansía. Quiero que sepa que, si bien no puedo casarme de momento, sí quiero pedir su mano. ¿Querría ser mi esposa?
Ella se detuvo sorprendida por la pregunta y lo miró con incredulidad.
—Ulrich…
—Ya veo que la he sorprendido, pero no como esperaba.
Se apartaron del gentío del salón y se refugiaron en una zona de columnas donde había más intimidad, a la vista de todos.
—No soy un hombre romántico, sí práctico. Y sé que este no es el lugar adecuado para hacerle esta pregunta, pero me marcho mañana a Londres. He de hablar con mi abogado por el negocio que quiero emprender y preparar el viaje de mi madre y de mi tía para que vengan a Edimburgo, ella querrá participar en los preparativos de la boda.
Ulrich se arrodilló frente a ella y sacó un anillo del bolsillo de su chaleco y repitió su pregunta:
—¿Querrá ser mi esposa?
Aileen lo observó con sorpresa, se habían ganado las miradas de la gente que había a su alrededor y notó que el ruido se ensordecía. Era lo que siempre había soñado, sin embargo…
—Yo… —Sintió de repente que no podía casarse con aquel hombre. Había deseado tanto escuchar aquella pregunta que cuando llegaba no le causaba ninguna emoción—. No puedo casarme con usted.
—¿Cómo…? —preguntó, incrédulo, levantándose de un salto. Sin duda no esperaba aquella respuesta. La miró suspicaz y añadió—: ¿Es porque no la besé?
—No, no es por eso, es porque amo a otro hombre y… —Se dio cuenta de que no necesitaba darle explicaciones—. Disculpe…
Aileen se dirigió con prisa hacia las grandes puertas por las que había salido Christopher. Tenía que detenerlo. Tenía que confesarle que lo amaba.
***
Christopher salió del salón y buscó refugio en una de las salas que había adyacentes a la zona de baile. Encontró una que daba al jardín y en la que se gozaba de bastante tranquilidad. Y por suerte estaba vacía.
La sola idea de pensar que Aileen estaba aceptando al señor Culpepper lo enfurecía y prefería no tener a nadie a su alrededor.
Tenía que haberse ido aquella misma mañana, aún no entendía por qué aceptó quedarse hasta después del baile de los Bell, cuando sabía qué iba a ocurrir. Sus amigos habían hablado bastante sobre la inminente propuesta de Culpepper.
Pensó en sus primos, los echaba mucho de menos y en aquel instante se sentía muy solo. Él siempre había sido un hombre que controlaba sus emociones, y estas lo tenían agitado desde hacía días. El amor enloquecía a los hombres y él se había dejado llevar por todo lo que Aileen le provocaba. Había sido tan esclavo de aquellos sentimientos que no pensó en el precio que iba a tener que pagar cuando se alejara de ella. Recordar cómo se abandonaba a sus besos, lo bien que sus cuerpos se acoplaban en un abrazo, era una tortura. Y ahora toda aquella dulzura iba a ser de otro hombre, el que ella había escogido y él tendría que recomponer los trozos rotos de su corazón y empezar de cero.
Volvería a casa y allí dejaría que el destino le procurara una esposa. Su madre iba a estar encantada de seleccionar a la más adecuada. Él solo esperaba que algún día dejara de dolerle el alma.
Recordó con amargura una de las noches que había salido con Evan al club. Estaba abatido porque todo había acabado entre Aileen y él y había decidido regresar a casa.
—Pareces fastidiado —le había dicho su amigo mientras subían al carruaje; al acomodarse lo miró con interrogación—: ¿Me equivoco?
—No, disculpa si he dado esa impresión —mintió y como si tuviera que excusarse añadió—: He escrito a mi madre, le he dicho que me busque una esposa.
—¿Pero…? —Evan pareció alterarse y tomó aire para continuar—: ¿Es que no has conocido a nadie que te agrade lo suficiente como para dar ese paso?
Quiso decirle que ese era el problema, la había conocido, pero era inalcanzable. Dibujó su mejor sonrisa y mintió a su amigo.
—Parece que no.
—No te creo.
Evan puso cara de desagrado.
—Voy a volver a casa —confesó—. En unos días mi familia estará en Flowerday Hill, en casa de Henry, en York; me detendré allí. Todos quieren estar presentes cuando nazca su hijo. Luego regresaré a Londres a cumplir mi deber.
Evan lo había mirado con fijeza y él se había sentido un miserable por mentirle.
—Creo que no te atreves a dar el paso que deseas —aseveró Evan.
—Lo dices por experiencia —se mofó.
De niños habían jurado hablarse siempre con la verdad y acababa de romper su palabra. Al menos él sabía quién ocupaba el corazón de su amigo, pero era un cobarde al no ser capaz de decirle quién habitaba en el suyo. Las pequeñas lamparillas de aceite que tenía la cabina del coche en las esquinas les daba una visión en penumbra, pero pudo ver la expresión de Evan: su amigo no se tragaba el cuento y lo sorprendió con lo que le soltó:
—No te vayas sin luchar por Aileen. —Él lo miró, asombrado al descubrir que Evan conocía su secreto—. Aunque creas que sí, no disimulas muy bien, amigo.
Asintió con la cabeza dándole efecto de verdad a aquellas palabras, luego aseveró:
—Yo también seré sincero, contigo —sonrió ante el gesto del otro, que lo invitaba a hablar—. Vas a perderla, y te aseguro que lo lamentarás si no te decides de una puñetera vez por la señorita Bell. Esa mujer no va a esperarte toda la vida.
—Está visto que somos un par de tontos.
Sonrió al evocar aquella conversación. Era cierto, en los asuntos del corazón eran muy tontos.
De pronto escuchó su nombre, alguien lo llamaba. Reconoció la voz y se levantó de un salto del sillón en el que se había sentado. Su corazón casi se le paralizó al ver a Aileen entrar en la habitación.
—Por fin le encuentro.
—¿Qué ocurre?
Ella se le echó en los brazos y apoyó la cara en su torso. La abrazó por instinto.
—No he podido, no he podido aceptar al señor Culpepper porque no lo quiero.
—¿No?
Ella negó con la cabeza.
—Es a usted a quien amo.
Christopher creyó que el suelo que había bajo sus pies se abría y que podía caer de un momento a otro.
Con dos dedos levantó la barbilla femenina y la miró a los ojos. Ella se puso de puntillas y sin esperar ninguna palabra aplastó su boca contra la suya. Acarició sus labios y se perdió en un beso profundo y largo, tan dulce y apasionado que le tembló lo más profundo del alma. Se separó un instante para ser consciente de que era ella quien lo besaba, quien se pegaba a su cuerpo, y vio sus ojos nublados por las lágrimas.
—Béseme otra vez, por favor, no deje de besarme.
—La besaré hasta el día que me muera —respondió. Ella sonrió y escondió de nuevo la cara en su pecho, él volvió a obligarla a que lo mirara—. Pero necesito escucharla de nuevo.
—Lo amo, lo amo tanto que se me parte el corazón al saber que va a marcharse sin mí.
—No pienso irme a ningún lado. Espero que sea cierto esto que dice, porque no consentiré que nadie me separe de usted.
—Entonces ¿quiere casarse conmigo? —preguntó ella con un gesto inquieto por saber la respuesta.
—Ay, mi damita impaciente, por supuesto que voy a casarme contigo —la tuteó él a la vez que la cogía por la cintura y la elevaba hasta sus labios, para saborearlos a placer y olvidando por completo que estaban en una fiesta y que cualquiera podría entrar en la sala y descubrirlos.
—¿Qué pasa aquí? —los sorprendió Evan.
Christopher se obligó a dejar a Aileen en el suelo y miró a su amigo con reparo. Estaba acompañado de Iona.
—El señor Trevelyan acaba de pedirme que me case con él —respondió Aileen, emocionada.
Su amiga avanzó unos pasos y dijo por ella:
—Y tú has aceptado, según podemos ver.
Aileen asintió como si fuera una niña y Christopher miró a su amigo.
—Ha sido todo muy rápido, por supuesto, hablaré con tu padre en un momento.
—No sé si abrazarte o propinarte un derechazo, pero… —señaló Evan con cara seria, parecía no gustarle la escena, luego sonrió—. ¡Qué demonios! Dame un abrazo. No pierdo un amigo, gano un hermano.
Los amigos compartieron un momento lleno de afecto sincero.
—No creas que te vas a marchar mañana —advirtió Evan con sorna.
Aileen miró a Christopher a los ojos y le dedicó una mueca traviesa.
—Vamos, a papá le va a encantar esta noticia.
—Una pregunta. ¿Qué hacías los dos solos por aquí? —quiso saber Aileen.
—Te seguí al ver que dejabas plantado al señor Culpepper —respondió Iona, que explicó que este se había marchado con prisas de la fiesta.
—Yo la seguí a ella —observó Evan con humor.
—Ah, está muy claro —replicó Aileen—. Buscabais un lugar tranquilo.
Los cuatro se echaron a reír y Christopher tendió la mano a su amada. Esta la tomó y abandonaron aquella sala en la que había entrado con el corazón roto y el alma hecha pedazos, pero salía sin cicatrices. Un solo beso lo había curado. Tener a Aileen entre sus brazos y escuchar como ella le confesaba su amor lo había convertido en el hombre más feliz de Escocia.