Capítulo 9

Aileen acabó rendida aquella noche. Después de que Evan e Iona los descubrieran, Christopher quiso hablar con su padre, no quería esperar para pedir su mano. Este se sorprendió al principio, pero los felicitó con mucho énfasis y acordaron hablar más detenidamente cuando llegaran a casa.

El resto de la velada había vivido en una especie de nube. Bailaron, rieron y compartieron miradas seductoras en las que ella lo había puesto a prueba con las enseñanzas que le había dado sobre cómo atraer a un hombre. Fue durante el vals cuando trató de seducirlo y se ganó una reprimenda.

—Cariño, si continúas así voy a tener que sacarte de aquí y buscar la primera iglesia para, después, poder consumar mis votos.

Aquella frase se le había quedado grabada en el alma y no le dejaba dormir.

Al llegar a casa creyó que podría compartir un rato a solas con Christopher, pero tía Gwen, quien parecía emocionada con los acontecimiento, la acompañó a su alcoba, mientras sus hermanos, su prometido y su padre se encerraron en el gabinete de este. Supuso que para hablar sobre el acuerdo de matrimonio.

Trató de pensar en cosas agradables para atraer el sueño, pero en lo único que pensaba era en las tardes que habían compartido en la habitación del tercer piso. Notó que su cuerpo se agitaba al pensar en su prometido y una flama le recorría el cuerpo. Paseó sus manos desde sus pechos hasta sus muslos, y al rozar algunas zonas de su cuerpo notaba que un relámpago la atravesaba.

Consciente de cómo se sentía se levantó con una idea clara en su mente. Se miró al espejo, el cabello le caía por los hombros y se colocó una bata sobre el camisón que le llegaba hasta los pies. Cogió una de las velas que tenía sobre su mesita, apagó las otras y salió de su habitación.

La casa estaba en silencio, calculó que serían las tres de la madrugada. Recorrió dos corredores hasta llegar a la habitación de Christopher. Esperaba no asustarlo. Llamó con los nudillos varias veces a la puerta, al momento esta se abrió. Él la recibió con una sonrisa pícara y la hizo pasar.

—¿Ocurre algo? —preguntó casi preocupado.

—Necesitaba verte.

Ella observó la estancia, él estaba en camisa de dormir y la cama estaba abierta, pero no parecía dormir, sino que había una palmatoria sobre el escritorio y tuvo la impresión de que escribía algunas cartas. Él respondió a su pregunta no formulada.

—Le escribo a mi familia. Les digo que una joven me ha pedido matrimonio y no he podido negarme, he caído a sus pies irremediablemente.

—He sido impulsiva —se justificó—. Debí esperar a que tú me lo pidieras.

—Cariño, no me siento menos hombre porque hayas tomado la iniciativa. Yo deseo casarme contigo y si pudiera lo haría esta misma noche.

—Yo también lo haría. ¿Cuándo te vas? —preguntó pesarosa.

Christopher cogió la vela que sostenía y la depositó sobre la mesa, luego la tomó con ambas manos de la cara y rozó sus labios con los suyos. Ella se abandonó a aquel beso.

—No me voy sin ti.

—¿Por qué?

—Porque te quiero. He hablado con tu padre y nos casaremos en dos días. Es una suerte que la iglesia escocesa permita celebrar un matrimonio con premura, sin necesidad de amonestaciones o de una licencia especial —señaló él—. ¿Serás capaz de vivir en Londres? Allí tengo mi trabajo.

—Mi hogar estará donde estés tú.

Él la abrazó y volvió a besarla.

—Tengo un piso de soltero, pero buscaremos una casa que te guste en Mayfair y la compraré para ti. Podemos venir de visita cuando quieras… pero dime, ¿qué te preocupa para que vengas a mi alcoba a estas horas?

—Nada, pensaba en ti. —Se humedeció los labios, se sentía descarada con él. Christopher había empezado a mirarla de otro modo, quizás al darse cuenta de la prenda que vestía—. Es que… nunca me contaste qué pasaba entre un hombre y una mujer en la intimidad.

—No quería que aprendieras esa lección y menos para otro.

Aileen necesitó explicarle que se sentía muy atraída por él desde que se conocieron, pero que no sabía que era amor hasta que presintió que lo perdía. No soportaba que se marchara y no verlo más.

Christopher le dedicó una sonrisa muy tierna y le retiró un mechón de cabello del cuello, lo colocó detrás de su oreja y le besó bajo el lóbulo, provocándole unas cosquillas que notó en lo más profundo de su vientre, luego subió por su mandíbula hasta apoderarse de su boca. Ella no podía resistirse a la atracción que él ejercía sobre ella, pero no quería parecer una descarada. Aunque sabía que él no se asustaría porque mostrara su deseo. Así que respondió al beso con ansia, con ardor. Abrió su camisa y besó su torso masculino, donde el vello era abundante.

—Ven.

Christopher la llevó hasta los pies de la cama e hizo que se sentara.

—Quiero que nuestra noche de bodas sea especial, por eso no quiero precipitarme —le dijo con la voz entrecortada. La bata se le había abierto y mostraba la silueta de sus pechos.

—Yo, Aileen Mackay, me caso contigo —susurró ella sin apartar los ojos de él.

—Yo, Christopher Trevelyan, me caso contigo, Aileen, hija de Sean Mackay —musitó él antes de rozar sus labios con los de ella.

—Entonces, esta noche puede ser nuestra noche de bodas —afirmó Aileen con tensión en la voz—. Así seré tu mujer y tú mi marido.

—Ya estamos casados —rio él y rodeó su dedo anular con el índice, dibujando un aro en él.

Christopher volvió a besarla y sin darse cuenta la tumbó hacia atrás en la cama.

—Te quiero, Aileen, muero de amor por ti y voy a amarte desde esta noche hasta el día en que me muera.

No hubo más palabras, sintió cómo las manos masculinas cobraban vida sobre su cuerpo y le quitaban el camisón. Luego se apoderó con la boca de sus senos y los gozó por turnos, a la vez que su mano acariciaba la parte interna de los muslos. Tembló cuando sintió que se acercaba al vértice de sus piernas.

—Tranquila, cariño. Dime qué quieres

—Quiero tocarte, ¿puedo?

Él sonrió, pícaro, se deshizo de su camisa de dormir y tomó su mano. La bajó hasta su zona íntima, para que lo acariciara. Aileen jamás había tocado una piel tan aterciopelada. Se ruborizó al instante.

Christopher tomó el control de la situación y rozó su cuerpo con sus labios, luego se le puso encima y con los ojos clavados en los de ella se introdujo en su interior. Aileen no necesitó que él la aleccionara y, aunque su cuerpo respondió tímido y torpe al principio, pronto aprendió a responder a cada envite y a cada caricia. Suspiró y gozó de todo el placer que él le daba y cuando cayó vencido sobre el colchón supo que él ya era su marido y ella su mujer. Una mancha roja sobre su bata que había quedado bajo sus cuerpos era la muestra de que ya no era inocente.

Quedaron abrazados y casi al despuntar el alba él la avisó de que tenía que regresar a su cuarto, antes de que los criados pudieran verla por el pasillo.

—Podremos repetir mañana.

Él le guiñó el ojo y ella le mordió el labio, descarada, antes de salir a hurtadillas de la habitación.

***

Christopher entró en la sala de desayuno, Evan y Aileen ya estaban sentados a la mesa. Se acercó a su prometida y le besó la mejilla, en un susurro le preguntó si había descansado bien.

—Perfectamente —sonrió ella.

—¿Te apetece salir a montar? —inquirió Evan—. Podemos llegarnos a Bell House.

—¿Puedo acompañaros? —preguntó ella.

—Si quieres. —Evan lo miró en busca de su aprobación y él sonrió como respuesta.

Ella se levantó con prisa y salió a cambiarse de vestido, se cruzó con tía Gwen, que le dijo que la modista vendría a media mañana para arreglar su vestido de novia. Aileen había asegurado que quería casarse con el que había lucido su madre.

Esperaron a Aileen en las cuadras. El mozo ya tenía preparado su caballo cuando ella apareció, le puso un tocón para que se subiera a la yegua, pero Christopher quiso ayudarla él mismo a subir a la silla. Se dio cuenta de que era igual que la que llevaba él y ella dijo que siempre que podía montaba a horcajadas.

—Es bueno saberlo —musitó él en su oído.

Los Mackay eran muy competitivos y Aileen hizo honor al apellido. En el instante en que salieron a la explanada, aún cerca de la mansión, los hermanos parecieron competir uno contra otro. Él los seguía a buen ritmo. Sabía que Rage podía darles alcance en cuanto se lo propusiera, pero dejó a los Mackay hacer su propia carrera. De repente en el aire se escuchó un disparo y luego otro.

—¡Aileen! —gritó y azuzó a Rage para que galopara como el viento.

Otro disparo.

Desde la distancia vio que ella encogía la cabeza, y se pegaba a la yegua, Evan hizo lo mismo. No vio caer a ninguno, pero el corazón se le salía por la boca hasta que llegó hasta ellos. Descabalgó de un salto.

—¿Estáis bien?

—Sí-sí —respondieron los hermanos al unísono.

Aileen se le abrazó angustiada.

—Los disparos han salido de aquel roble —señaló Evan.

No podía ser desde otro lugar, la pradera tenía un único árbol, y no se veía a nadie en la explanada, pero a unos cuantos metros se espesaba el bosque que había entre Bell House y la mansión de los Mackay. Hacia él, un jinete se daba a la fuga.

Al estar todavía cerca de la mansión, el sonido del arma se había escuchado desde ella y varios mozos, unos a caballo y otros a la carrera, se acercaban hasta ellos. Evan les hizo un gesto para que lo siguieran. Christopher se separó un poco de Aileen y vio que tenía sangre en la pechera de su vestido.

—¡Estás herida!

—No, no, no soy yo. —Ella se tocó el pecho y luego horrorizada lo miró—. ¡Eres tú, tu brazo!

Christopher se miró cerca del hombro y vio que su chaqueta tenía un buen agujero, se la quitó de inmediato, la camisa también estaba ensangrentada. Ella la rompió y vio que la bala lo había rozado.

—¿Quién ha podido dispararnos? —preguntó él con rabia mirando hacia todos lados—. Evan es un insensato, quien sea puede dispararle a él.

—No sé, pero volvamos a casa, hay que curarte.

Sonó otro disparo y se les encogió el corazón.

***

Aileen revisaba el brazo vendado de su prometido y este le sonreía con cariño. Se había montado un buen revuelo con los disparos por la mañana. Por suerte, Christopher solo tenía un rasguño, aunque ella había pedido que avisaran al médico, que le había vendado el brazo y puesto un buen ungüento. Y aunque al enfriarse la herida solo le había quedado una ligera molestia, ella necesitaba revisarlo cada poco rato.

El tirador había tenido peor suerte.

Los mozos de su casa, junto con los de Bell House, que salieron con perros al escuchar el primer disparo y dieron rápido con su rastro, lo habían rodeado y este, aunque se defendió con otro balazo, acabó cayendo del caballo.

Solo un loco podía haber atentado contra alguien en aquella tierras, la escapatoria era muy difícil. El médico también había tenido que atenderlo. Evan le había propinado una paliza al maldito tirador, que no era otro que Ulrich Culpepper.

Cuando Evan lo llevó a la casa, cogido del brazo como un vil maleante, Aileen no pudo reprimir la ira y lo abofeteó delante de todo el mundo.

—¡¿Por qué?! —le gritó.

—No podía quedarme de brazos cruzados. Él se metió en medio de nuestro compromiso.

—¡¿Qué compromiso?!

Anderson y su padre se lo habían llevado a las autoridades, antes de que ella le arañara la cara. El muy tonto iba a pagar aquella rabieta con su paso por la cárcel, embarrando su apellido por querer matar a Christopher.

Tía Gwen había tratado de animarla y habían pasado gran parte del día con los arreglos del vestido y los preparativos de una pequeña recepción, para los amigos más íntimos, después de la boda.

Cuando creía que Christopher descansaba en su alcoba y ella estaba en la suya con su doncella eligiendo qué ropas iba a llevarse de viaje y qué le enviarían más tarde a Londres, alguien dejó pasar por debajo de la puerta una pequeña nota. Se sorprendió al ver deslizarse el papelito por el suelo. Abrió la puerta con prisa, pero no encontró a nadie. Leyó la nota con curiosidad:

Te espero en el tercer piso.

Miró la hora en el reloj de su tocador y puso una excusa a la sirvienta para salir de la habitación. Era el momento en que tiempo atrás había tenido su encuentro clandestino. Al llegar al lugar de su cita encontró a Christopher sentando en el sofá con una botella de champán y dos copas.

Se sentó a su lado y se abrazó a su pecho.

—¿Estás bien?

—Sí, un poco aburrido.

—Ah, ¿y por eso me has citado, porque es nuestra hora de los besos?

—¿Nuestra hora de los besos? —rio.

—¿Cómo le llamabas tú a nuestro encuentro?

—No le había puesto nombre, pero era mi hora más feliz del día.

Tomaron el champán y se besaron como si fuera la primera vez, con el deseo en todas las fibras de su piel, pero sobre todo conversaron y construyeron planes de futuro. Aileen sirvió otras copas, se sentó de nuevo, encogió las piernas y se acurrucó junto aquel hombre que la había conquistado a base de besos, pero también sin exigirle nada, seduciéndola a la vez que le enseñaba cómo se podía querer a un hombre.