Epílogo

Dos semanas después.

Christopher estaba sentado junto a sus primos en el jardín de Flowerday Hill, la finca de su primo Henry, en York. Este acurrucaba en sus brazos a su pequeño heredero: Reginal Thomas Trevelyan, conde de Redington, bajo la atenta mirada de su bisabuelo, el duque de Gilberston.

En el otro extremo de la mesa, las risas de las damas Trevelyan llegaron hasta ellos.

—Hay que organizar alguna boda la próxima temporada —comentó el duque. Todos soltaron una carcajada al ver que miraba con tesón en dirección de Alexander, George y Derek.

—Abuelo, métase con las chicas —observó Alexander señalando a sus primas: Helena y Sarah—, que ahí las tiene sin casarse y parece que ni ganas tienen.

—Eso cambiará en breve, ya verás. Pero volviendo a vosotros, quiero que os caséis.

—¡Qué afición les ha tomado a los casorios! —exclamó Alexander con énfasis y todos rieron.

—Hace nada que se ha casado Sebastian. Que Christopher y Aileen repitan su boda —propuso Derek, buscando la complicidad de los primos—. ¿Quién dice que lo han hecho? Yo no lo vi.

—Te aseguro que sí lo hice —se defendió orgulloso—. Con un balazo en el brazo, en una gran iglesia y con una escocesa que me tiene loco. Y te aseguro que cuando estás enamorado estás deseando hacerlo.

—Dejad de poner excusas —señaló Henry, sin levantar la mirada de su hijo—. No duele.

Las risas de las mujeres volvieron a llegar hasta ellos e interrumpieron sus chanzas.

—¿De qué os reís? —preguntó George.

—Georgia, Evelyn, Violet y Aileen nos cuentan cómo conocieron a su irresistible Trevelyan particular —bromeó Helena.

—¿Pero eso no son secretos de alcoba? —se quejó Jared con sorna.

—No, eso es parte de nuestra historia familiar —aseguró Sarah—. Creo que cada uno ha dado con la horma de su zapato.

Christopher miró a Aileen y le guiñó un ojo. Ella se humedeció los labios, tentándolo, y quiso levantarse y comérsela a besos. Estaban bajo una gran carpa que los protegía del sol de la mañana, pero, así y todo, los cabellos rojizos de su esposa, recogidos en un moño bajo, brillaban de un modo que lo tenía hipnotizado. Queriendo provocarla dijo en alto:

—A mí me confundieron con un mozo de cuadras. —Aileen le sacó la lengua, divertida.

—Pues a mí me enviaron a un… local social —confesó Jared entre risas, al darse cuenta de que Maggie, la hija de Violet y su primer esposo, lo miraba con atención. Decir prostíbulo no era la mejor palabra para nombrar delante de una niña, ni siquiera de unas damas.

—Yo lancé un cuadro al aire y acabó encima de mi querida esposa —observó Sebastian. Violet y Sebastian se habían casado tan solo unas semanas antes que él.

—Mi cochero casi atropella a Georgia —afirmó Henry—, pero en mi defensa diré que no tuve ninguna culpa de eso… Ni de que ella acabara con su trasero en un charco.

Derek miró a Alexander y bromeó.

—¿Y con esos comienzos las enamoraron? Creo que el mérito es de ellas.

Christopher pensó en qué momento se enamoró de Aileen y no tuvo duda. Había perdido el corazón por completo, y caído a sus pies, la noche en la que ella lo sorprendió con un beso. Un beso que iba destinado a otro, pero fue él quien lo gozó y quien, al final, se quedó con la chica.

Volvió a mirarla y se levantó para acercarse a su lado, quizá podía invitarla a dar un paseo y robarle un beso.

***

Aileen se sentía tremendamente feliz rodeada de la familia de Christopher. Había mucha complicidad entre los primos y primas, pero el duque, quien al principio le había parecido muy serio y su presencia la había intimidado, había resultado ser el que más le gustaba.

Aunque todos eran adorables. Los varones, eran unos pícaros irresistibles, como pronto aprendió que las primas, y por lo visto medio Londres, llamaban a los chicos. Y las chicas la habían acogido tan bien que ya las sentía como a unas hermanas. Luego estaban las tías y los tíos. Jamás pensó que unas damas tan distinguidas pudieran ser tan cercanas y afectuosas y que en el instante en que la conocieron le abrieran los brazos con cariño.

Temía que reprocharan a Christopher haberse casado sin que ningún Trevelyan tuviera tiempo de ir a la boda; pero, aunque bromearon por las prisas, en ningún momento la hicieron sentir una forastera. Era una familia extraordinaria y eso la había ayudado a no echar tanto de menos a la suya.

Christopher se le acercó y se colocó a su espalda, se inclinó para susurrarle al oído.

—¿Estás bien?

—Estupendamente, ¿y tú?

—También, pero me preguntaba si te apetecía dar un paseo por la finca. Puedo sacar a Rage, si quieres montar un rato, tal vez alguno de los primos se apunte.

—Me gustaría más caminar.

Él fue a retirarle la silla de forma muy caballerosa cuando Alexander soltó con humor:

—¿Qué habláis ahí, con tanto secretismo? Un respeto, por favor, que hay niños delante.

Todos rieron.

Desde que habían llegado a Flowerday Hill, Christopher había sido objeto de bromas y burlas por parte de todos y cada uno de sus primos. Y él las aguantaba estoico, decía que era el precio que pagaba por no haber contado con ninguno como padrino. No había inquina, solo el placer de fastidiarlo.

—Trataba de convencer a mi esposa para salir a dar un paseo, no os veo muy animados a vosotros —aclaró Christopher, sonrió a su mujer y luego provocó a sus primos—. Creo que Maggie tiene más ganas que vosotros de levantarse de la mesa.

La niña sonrió e hizo un gesto con la mano de que tenía bastante, lo que generó un revuelo de risas, sobre todo cuando la niña se sumó.

—Si no puedo jugar con el primito todavía, yo puedo acompañarlos. ¿Puedo, mamá?

Los chicos amagaron la risa.

—Yo también me apunto, vamos, Maggie. Vamos a enseñarle el sitio más bonito del mundo —señaló Sebastian solidarizándose con la niña, a quien consideraba su propia hija. Se levantó y le tendió la mano a la vez que cruzaba una mirada divertida con Christopher—. Venga, chicos, demos un paseo a pie, que Christopher tiene ganas de caminar.

Ninguno se movió del sitio, hasta que él les dijo.

—Vamos, estáis deseando venir.

No todos decidieron acompañarlos, pero así y todo formaron un pequeño grupo: Sarah, Helena, Alexander, Sebastian, Violet y Maggie. Sebastian los dirigía hacia el lago que había en la finca. Christopher retuvo a Aileen y los otros siguieron adelante, sin darse cuenta de que quedaban rezagados.

—¿Feliz? —preguntó Christopher tomándola de la mano y besándosela.

—Mucho. Todos son estupendos.

—En Londres tendremos más intimidad, estoy deseando llegar. Mi padre y el abuelo me han hablado de una casa que creo que nos gustará. Vamos a ser muy felices y cuando Evan e Iona regresen de su viaje de novios los invitaremos.

Ella sonrió. El mismo día en que ellos se habían casado, Evan pidió matrimonio a Iona. Su amiga hizo sufrir un poquito a su hermano y tardó un largo minuto en darle el sí, lo que provocó las risas de todos los que presenciaron el momento. Se habían ido de viaje a París.

—¿Te arrepientes de no haber tenido un viaje de novios más largo?

—Te dije que mi hogar estaría donde estuvieras tú —respondió ella emocionada y con la vista en sus ojos—. Hemos pasado diez días solos, en la casa que nos prestó tía Gwen. Yo solo te necesito a ti para ser feliz, me es igual el lugar.

Él besó la punta de su nariz y tiró de su mano, Aileen tuvo que aligerar el paso para seguirlo. Al instante se habían salido del sendero y estaban en un claro del bosque por otro camino.

—¿A dónde me llevas?

—Quiero enseñarte un lugar secreto.

Caminaron durante unos minutos hasta encontrarse ante una pequeña casa. Él la miró, pícaro.

—¿No pensarás…?

—Por supuesto que lo he pensado. Anoche cuando llegué al dormitorio ya estabas dormida y esta mañana…

—Cariño, la culpa es tuya —le reprochó traviesa—. Te entretuviste demasiado con tus primos.

—Por eso. Aquí no va a encontrarnos nadie.

Christopher la hizo entrar y le pareció que todo estaba demasiado en orden para ser una casita en el bosque desatendida. Se echó a reír.

—¿Quién ha preparado esto?

—Aunque no te lo creas, mi primo Henry es un hombre muy comprensivo y sabe que estamos recién casados y necesitamos intimidad.

Allí iban a tenerla, era una casita muy confortable. Un refugio con pocos muebles, pero los justos y necesarios.

—¿Esto está en la finca de tu primo?

—Por supuesto. Dicen que el abuelo de Henry lo mandó construir para reunirse aquí con sus amantes. Así que tiene todo lo necesario para pasar un buen rato.

—Pero es de día…

—Así podré mirarte a la cara con la luz del sol entrando por la ventana y decirte cuánto te quiero.

Christopher había dado unos pasos y estaba pegado a ella, cogiéndola por la cintura y atrayéndola hasta sus labios. La tentó con un beso, y ella se dejó tentar. Coqueta, se colgó de su cuello y con los ojos clavados en los de él, le susurró muy bajito.

—Y yo te repetiré lo mismo, una y otra vez, mientras me llevas al cielo.

FIN