Aileen había recordado más veces de las que deseaba el momento compartido con Trevelyan. Era un buen maestro y ella una aprendiz que estaba deseando poder poner a prueba sus enseñanzas. Durante la mañana había temido encontrárselo por la casa, creía que iba a morir de vergüenza, pero cuando lo vio en la terraza con sus hermanos haciendo bromas, tan solo le dedicó una mirada cordial. Se sintió tan ignorada que le molestó.
Se levantó y Trevelyan lo hizo también, Evan y Anderson la miraron extrañados.
—Voy a casa de Iona, sois muy aburridos.
—Podrías haberla invitado —sugirió Evan.
—Si te interesa, invítala tú —respondió sarcástica.
—¿A mí? ¿Por qué iba a interesarme?
Le dedicó una mueca de burla, quizá su hermano pensaba que no se había dado cuenta de la atracción que le despertaba su amiga.
Subió a su habitación a por su bolsito y sus guantes, pero encontró a su tía por las escaleras y esta insistió en acompañarla.
La casa de su amiga no estaba lejos, pero era un paseo demasiado largo para hacerlo a pie, así que cogieron el cabriolé, que a su tía le encantaba conducir.
Al llegar a casa de los Bell, había un carruaje en la puerta.
—Llegamos a tiempo para tomar el té —dijo sarcástica tía Gwen. Por suerte ella había enviado un recado a Iona aquella misma mañana de que iría a visitarla. No era muy oportuno presentarse en una casa, por muy amiga que esta fuera, sin avisar con antelación. Aunque ella e Iona no solían ser tan protocolarias la una con la otra, pensó que era de educación avisar de que iría a visitarla. Quizás motivada en el hecho de que Evan y su amigo podían acompañarla, pero no se había atrevido a preguntarles si querían ir con ella.
El mayordomo las llevó a la sala de visitas y, curiosa, la tía Gwen sonsacó al criado por el camino.
—Me suena el carruaje, ¿no estará lady Russell por aquí?
—No, señora, pertenece al señor Culpepper.
Ella dio un respingo, ¿qué hacía allí? Su tía, más sabia que ella, la tomó del brazo y siguió su conversación sin mirarla siquiera.
—Cierto, de Culpepper. Te lo he dicho, Aileen, ¿o no? Son tan parecidos los carruajes, que era de uno o de la otra.
Al entrar en la sala de visitas, Ulrich y el señor Bell se levantaron con educación y las saludaron con un gesto de la cabeza, Iona fue rápido a su encuentro y al saludarla, susurró llena de culpa.
—Te juro que no sabía que iba a venir.
Tía Gwen era perfecta para aquellas situaciones tensas.
—Amigo Culpepper, lo hacía en casa, dolorido por la picadura de la abeja y sin querer ver a nadie. Déjeme ver… —Sin reparo, tras los saludos, su tía observó la hinchazón de la oreja y luego añadió—: Ve, no se muere de esta.
Iona les ofreció una taza de té y durante unos minutos la conversación fue sobre temas muy triviales: las rosas del jardín de los Mackay, la fiesta que se celebraría en Bell House, el inicio del verano que estaba a la vuelta de la esquina... Aileen no sabía ni qué decir, encontrar allí a Culpepper la había turbado. Iona estaba tensa, la conocía lo suficiente como para saber que se sentía incómoda, como si la hubieran pillado en una falta. La curiosidad de tía Gwen, o el descaro, destapó aquella incógnita.
—¿Y qué hace por aquí?
—Pues… quería hablar con el señor Bell sobre unos negocios. Resulta que tengo terrenos cerca de los suyos, allá por Lochore Meadows.
Culpepper y el padre de Iona ocuparon gran parte de la conversación, pero para su sorpresa, cuando terminaron de exponer los pormenores de las minas que tenían los Bell y las ideas de Culpepper sobre sus tierras: la construcción de unas casas para gente humilde, este se levantó y anunció que tenía que marcharse. Salió despidiéndose de forma cortés, pero a juicio de Aileen muy austera.
Con la complicidad de Iona se escabulló de la sala y antes de que él entrara en su carruaje, lo interceptó.
—Ulrich! —lo llamó.
—Señorita Mackay…
Él la tomó de las manos y le besó el dorso.
—Oh, no esperaba encontrarla, pero verla ha sido como un soplo de aire fresco.
—¿Entonces por qué se va tan pronto?
—Tengo algunas obligaciones que no puedo desatender.
Ella aceptó aquella excusa, parecía tener prisa, pero así y todo lo retuvo un poco más.
—¿Cómo se encuentra, le duele? —Aileen miró su oreja, le hubiera gustado tocarla, pero no se atrevió. En el fondo pensaba que tendría peor aspecto, pero aquello no lo dijo.
—Bien, bien, no es la primera abeja que me pica, les tengo un poco de manía, pero así es la naturaleza… cruel.
Ella sonrió ante su comentario. Quiso aplicar algo de la lección con Trevelyan y lo miró a los ojos, sin disimulo, con un pequeño aleteo de sus pestañas, los labios ligeramente fruncidos, con lo que creyó que era una sonrisa provocativa y no dijo nada. Se mantuvo callada unos segundos, a la espera. Para su sorpresa él pareció titubear.
—No sea mala, estamos en público.
Se sintió victoriosa, la lección con Trevelyan había dado resultado, pero necesitaba aprender más, quería enloquecerlo tanto que el hecho de estar en público lo obligara a buscar un escondite para poder besarla.
—He de marcharme, tengo que hacer otros recados —anunció él.
—¿Vendrá a visitarme? —preguntó ella impaciente.
—Intentaré hacerlo —Culpepper le sonrió—, aunque debe disculparme si no lo consigo. Es cierto que estoy ocupado estos días… pero resérveme un vals para el baile de los Bell.
Ella lo miró con el ceño fruncido como si fuera una niña, faltaban tantos días…
—No se enfade, no puedo desatender mis negocios. Pero iré a la velada musical en casa de lady Russell.
—Oh, entonces nos veremos allí —contesto animada—. Asistiré con mis hermanos, Iona y el señor Trevelyan.
—Ah, el señor Trevelyan… Ese hombre tiene suerte, no necesita trabajar siendo nieto de un duque.
Se sintió en la obligación de defenderlo.
—Es abogado, y tengo entendido que ha seguido trabajando, incluso estando aquí.
—Me apena, pero tengo que dejarla. —Le dedicó una mirada intensa y añadió—: Intentaré verla antes del baile de los Bell.
Ella sonrió y se apartó un poco para que él entrara en su coche.
Iona se le acercó con una sonrisa cómplice y le sugirió dar un paseo, pero ella no quería demorarse en llegar a casa, se acercaba su cita con Trevelyan, aunque no tenía una excusa para marcharse y, además, su tía parecía no tener prisa. Con su amiga el tiempo siempre volaba, así que se centró en ella y compartieron confidencias: ella le habló de Culpepper, aunque quisiera haberle confesado que se había besado con Trevelyan. Sin embargo, decidió que ese secreto era solo de ellos dos. Iona volvió a suspirar por Evan.
—Jamás se dará cuenta de que existo —se rio su amiga de sí misma.
Aileen quiso animarla y, sin desvelar la fuente de su saber, le dio algunos consejos sobre seducción a su amiga.
Al entrar en el patio de su casa, cerca del establo, vio de lejos a Trevelyan con su caballo. Tía Gwen dejó el cabriolé en mitad de la plaza y ambas bajaron del pequeño carruaje. Caminaron hacia la mansión, pero ella, nerviosa porque había faltado a su cita, necesitó justificarse. Había olvidado a propósito su bolso en el asiento del cabriolé y con la excusa de ir a recogerlo, regresó a los establos. Al entrar parecían vacíos, no vio al amigo de su hermano, el coche estaba estacionado en su sitio y se acercó a recoger sus pertenencias, luego curioseó por el recinto, quizá Trevelyan ya se había marchado.
Sin embargo, como si de una aparición se tratara, este se le presentó al lado y tiró de su brazo hasta meterla en una de las cuadras, donde estaba su caballo. Aileen se asustó, pero no supo si era por estar tan cerca del hombre o del corcel negro.
—Tranquila, no le hará nada.
Trevelyan estaba muy cerca de ella, casi de un modo indecente, pero Aileen no se amedrentó ni dio un paso atrás para poner distancia.
—¿Por qué no ha venido? —inquirió él con tono exigente—. No me gusta que jueguen conmigo. Si no es capaz de continuar, dígamelo ahora y no me haga perder el tiempo
Trevelyan parecía enfadado y ella quiso informarle del éxito de su encuentro con Ulrich.
—Me entretuve en casa de Iona, no podía irme sin más; además, estaba allí el señor Culpepper y… y creo que he podido atraerlo.
Él la miró, escéptico, pareció pensar unos segundos y luego preguntó:
—¿Qué quiere decir?
—Lo miré con fijeza como me enseñó… —rio—. Creo que lo puse nervioso.
—Y él, ¿qué hizo?
—Bueno, estábamos frente a la casa, junto a su carruaje, dijo… —No pensaba decirle lo que le había dicho; aquello de que verla era un soplo de aire fresco. Porque en aquel instante se dio cuenta de que no había conseguido tanto como alardeaba. El propio Trevelyan la ponía más nerviosa que Culpepper—. Dijo que le reservara el vals en el baile de los Bell.
—¿No intentó besarla?
—No, fue educado… Esto, he de irme.
Intentó salir de la pequeña cuadra, el caballo se movió y piafó como si se quejara de la compañía. Sin esperarlo, él la agarró y al segundo siguiente se vio encerrada entre los musculosos brazos masculinos que apoyaban las manos en la pared.
—No vuelva a dejarme a la espera. Si quiere dejarlo, dígalo ahora y no la molestaré más, pero no soy un juguete de usar y tirar —murmuró molesto.
—Ya le he dicho que lo siento… pero no, no quiero dejarlo. Sus consejos me han ayudado y he conseguido poner al señor Culpepper al menos nervioso —confesó—. Aunque no sé qué hacía en casa de Iona, dijo hablar de negocios, pero ella parecía nerviosa … ¿Cree que puede estar interesado en ella?
—Por la cordura de Evan, mejor que no —bromeó él.
—Usted también se ha dado cuenta.
Él sonrió, pero la conversación murió allí.
Lo que hizo Trevelyan la descolocó y la mantuvo en alerta. Olisqueó su cuello y no pudo decir que le molestara, cuando escuchó qué le susurraba.
—Cuando un hombre quiere algo de una mujer y esta se le insinúa, no lo desaprovecha.
—Iona tiene una renta mucho más alta de la que yo tendré jamás.
Él la miró con fijeza.
—¿Acaso duda de su valía? —preguntó con extrañeza—. Si piensa que el interés de ese hombre está mediatizado por el dinero, olvídelo. Yo jamás tendría en cuenta algo tan indecoroso si la dama ocupara mi corazón. Y puedo afirmar que no soy el único hombre sobre la tierra que puede decir algo así.
Trevelyan tenía el poder de inquietarla, no solo con sus palabras, sino por cómo la miraba. Aileen se tocó el pelo, con vacilación, un mechón se había escapado del moño y sobresalía del sombrerito, lo retorció en su dedo índice, como si eso le diera calma. El señor Trevelyan sí sabía seducir, al menos jugaba a aquel juego mejor que ella.
Sin esperarlo la besó y ella se sintió embrujada porque él ni siquiera la tocaba y ella se moría porque lo hiciera. Un gemido se escapó de su garganta, imaginó que era Culpepper quien estaba allí con ella y se deleitó con aquella imagen. Sin embargo, parecía que el caballo había percibido aquel pensamiento lascivo, porque relinchó y se movió agitado y ella se aferró al cuello de Trevelyan como si necesitara que la protegiera.
—Tranquilo, Rage, tranquilo. —Trevelyan ni siquiera se giró hacia el corcel, solo con la voz lo calmó. Luego le sonrió, rozó su nariz con la suya y la miró a los ojos—. ¿Está bien?
—Sí, sí.
Él puso distancia con ella y le dijo con voz autoritaria.
—Entonces piense en lo que hablamos y no falte mañana a la cita o no seguiré con este juego. —Con un gesto estiró el brazo y le cedió el paso, invitándola a marcharse.
Por unos segundos no supo cómo reaccionar, se sentía alterada y no sabía si era por la orden que acababa de recibir o era una respuesta normal a lo que acababa de suceder.
Salió de allí sulfurada y cuando lo miró por encima del hombro pudo apreciar que él la observaba apoyado con una mano en la pared de la pequeña cuadra y la otra en su cintura y, para colmo, se sonreía ufano.
***
Aileen estaba acostada. Ni Evan ni el señor Trevelyan habían cenado en casa, Anderson le dijo que habían salido con Thompson-Bell. Escuchar aquello la molestó y no supo por qué.
Pensó que si él estuviera en la casa podrían haber conversado de forma discreta sobre el asunto que los unía. Le hubiera gustado hacerlo, pero se quedó con las ganas. Tras jugar una partida de ajedrez con su padre se retiró a su habitación y decidió leer un poco antes de dormirse, pero lo que había vivido en la sala del tercer piso se le aparecía en la mente a cada rato, impidiendo que se concentrara en la lectura. Jamás pensó que ella sería capaz de jugar a algo indecente.
Además, si pensaba en la escena del establo se estremecía. Sin querer comparaba el encuentro con Culpepper con el de Trevelyan. Eran tan distintos. Sin duda este conocía mejor que Ulrich el arte de la seducción y de la lujuria. Su pretendiente la respetaba mucho y eso era importante en un hombre, pero ella quería un poco más de emoción.
A su mente acudieron las palabras que Trevelyan le había susurrado y las sintió como si estuvieran grabadas a fuego:
«Cuando un hombre quiere algo de una mujer y esta se le insinúa, no lo desaprovecha».
Repasó casi todo lo que le había dicho y se detuvo en el consejo sobre lo que debía comprobar.
«Piense en su enamorado y observe su cuerpo».
No entendía qué tenía que observar, pero dejó el libro en la mesilla, apagó la vela y se tumbó. Buscó entre sus recuerdos escenas con el señor Culpepper. Lo evocó atento con ella, cuando coincidieron en el balneario. Habían bailado todas las noches y él se había mostrado más que cordial. Luego estaba la carta que le había escrito y las veces que se habían visto, incluso el insulso beso que habían compartido. Pero tenía que reconocer que, desde que se habían visto de nuevo, su conducta hacia ella era distinta, como más distante y variable. Sin embargo, aquella tarde, otra vez, parecía estar interesado… se sentía tan confundida con él.
Se reprochó que quizá lo había intimidado al mostrar las ganas que tenía de que la besara. Trevelyan le había dicho que debía dejar al caballero tomar la iniciativa, para no parecer muy descarada. Aunque tampoco le había dicho que no debía hacerlo, solo que esperara el momento.
—Ay, Ulrich… —suspiró en voz alta y se preguntó qué estaría haciendo.
Aileen pensó en él y lo imaginó en una escena similar a la que había compartido con el señor Trevelyan. Rememoró cómo este la había encendido solo con el roce de sus labios en la piel, trató de imaginar lo mismo, pero con el señor Culpepper. Con una atención vigilante observó su cuerpo, pero no sentía nada de nada. Solo un suave aleteo en su corazón cuando visualizaba a Ulrich acercándose y mirándola con fijeza a los ojos como si no hubiera nadie más alrededor. Luego, por alguna razón mezquina, su cerebro le trajo a la mente la escena del rosal cuando él no cesaba de estornudar y para colmo hacía aspavientos ridículos al tratar de espantar a la abeja que al final le acabó picando. Aquello había sido el colmo de la mala suerte.
Pasó sus manos desde su pecho hasta los muslos y nada, no encontró ninguna emoción que la agitara por dentro. Se concentró más en su pretendiente, quizá si lo imaginaba sin las chaquetas que solía llevar y lo visualizaba como había visto a Trevelyan la primera vez, en mangas de camisa…
Sí, eso sí funcionaba, pensó. Se mordió los labios y tragó saliva. Aquella sí que era una imagen que la ponía nerviosa. Colocó una mano sobre su pecho izquierdo, encima del corazón, y este se aceleró más al pensar en el beso que habían compartido la primera vez, cuando ella pensaba que era otro. Le gustaría repetir aquel beso y aprender bien, estaba segura de que si ella aprendía a besar así sería más deseable a ojos de Ulrich.
Se esforzó en pensar en su pretendiente, pero su mente traicionera solo le mostraba escenas con Trevelyan, casi pudo sentir sus labios rozarle la piel, se llevó la mano debajo del lóbulo.
—Sí, eso me ha gustado…
Al cabo de unos minutos en su pensamiento no había rastro de Culpepper y se vislumbró sentada en aquel sofá junto a Trevelyan y era ella la que le besaba el cuello y buscaba sus labios.
—¡Ay, Dios…!
Había empezado a sentir que su cuerpo reaccionaba a aquellas ideas descabelladas y un ligero cosquilleo se instalaba en su estómago. Continuó con la agradable ensoñación; sería su mayor secreto, se juró como una penitencia. Tenía que experimentar y se dijo que si podía sentir aquello, pensando en el irresistible e inalcanzable señor Trevelyan, podría sentirlo con su enamorado. Se dejó llevar y con más osadía que pudor volvió a pasear las manos por su pecho y lo encontró más hinchado, luego rozó con la yema de los dedos su vientre y su crispada mente ideó que eran los de Trevelyan.
«Estás loca, ese hombre ni te gusta… es solo… solo…».
«Uf».
El calor se había dispersado por su cuerpo y el cosquilleo del estómago había bajado hasta un lugar innombrable.
«Ay, Dios… Esto debe ser pecado…».
Se incorporó de golpe al sentir un calambre atravesarle el cuerpo.
«¡Dios mío!».
—Esto es… No… No puede ser. La mente te engaña, Aileen —se censuró molesta, como si se lo dijera a alguien.
Si aquello lo había experimentado solo con su imaginación, estar con la persona amada debería ser una locura.
Sin poder encontrarse una explicación mejor aceptó que en su cabeza se aparecía Trevelyan porque él la había provocado para enseñarla a seducir, pero tenía que conseguir aquellas sensaciones pensando en Culpepper. Se enfadó consigo misma al no conseguirlas y le dio rabia saber que podría estar algunos días sin verlo; temía que eso enfriara el interés de él hacia ella.
Se acurrucó sobre sí misma y cerró los ojos. Quizá era mejor dormir que seguir con aquellas ideas descabelladas.