Don Quijote de la Mancha
n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo.
No era rico, pero tampoco pobre. Tenía cincuenta años y se llamaba Alonso Quijano. Era un hombre fuerte pero muy delgado. Madrugaba mucho y era muy aficionado a la caza. Vivía nuestro hidalgo con una vieja ama de llaves, una joven sobrina y un criado que servía para todo. Don Alonso era también muy aficionado a los libros de caballerías. Le gustaban tanto los libros que olvidó la administración de sus bienes. Pasaba los días y las noches leyendo sin parar. Así, de dormir poco, de no comer y de tanto leer, se volvió loco.
Su cabeza se llenó con todo lo que leía en los libros. Pensaba que los caballeros de sus libros eran reales y que existían.
Un día don Alonso mientras leía tuvo la idea más extraña del mundo. Quiso convertirse en caballero andante y salir a buscar aventuras y arreglar injusticias.
Bajó al corral y encontró una armadura vieja que fue de su bisabuelo. Luego trajo a su caballo que era tan viejo, feo y flaco como él. En ese momento se dio cuenta que tenía que buscar un nombre para su caballo. Todos los caballeros andantes tenían nombres famosos así como sus caballos. Cuatro días estuvo buscando y buscando hasta que lo encontró. Lo llamó Rocinante.
Después busco un nombre para si mismo. Ocho días después lo encontró. Decidió llamarse don Quijote. Recordó que todos los caballeros andantes añadían a su nombre el nombre de su patria. Así que se puso por nombre don Quijote de la Mancha.
Había leído que todos caballeros andantes estaban enamorados de una dama. En un pueblo cercano vivía una joven de la que estuvo enamorado. Se llamaba Aldonza Lorenzo. El decidió que ella sería su dama y que su nombre sería Dulcinea del Toboso.