Continúa la narración de la desgracia de nuestro caballero
on Quijote no podía moverse y empezó a acordarse de su señora Dulcinea.
Quiso la suerte que al rato pasara por allí un campesino vecino suyo. Al ver al hombre en el suelo, se acercó a él y le preguntó quién era. Don Quijote empezó a hablar de sus aventuras. Su vecino le quitó el casco y le limpió la cara, le reconoció y le dijo:
—Señor Quijano, ¿Quién le ha hecho esto?
Don Quijote no reconoció a su vecino y seguía contando sus aventuras. Éste le levantó y subió a su burro. Luego recogió todas sus armas, a Rocinante y se dirigió a su pueblo.
Llegaron al pueblo al atardecer, pero el campesino esperó hasta la noche. No quería que nadie viera a don Alonso en tan mal estado. Entraron al pueblo y fueron a casa de don Quijote.
Don Alonso llevaba tres días desaparecido y todos estaban muy preocupados. Estaban en la casa el ama, la sobrina, y dos amigos de don Alonso. El cura y el barbero.
—Señores— dijo don Quijote—. Vengo herido. Déjenme en mi cama y llamen a la bruja Urganda para que me cure.
— ¿Qué bruja Urganda? — preguntó el ama—. Mi señor se ha vuelto loco. Hace tres días que no aparece. ¡Malditos libros!
Le llevaron a la cama y vieron que no tenía ninguna herida.
—Estoy molido— dijo don Quijote—. Me caí de Rocinante mientras luchaba con unos gigantes.
—¿Gigantes? ¡Mañana quemaremos esos malditos libros!— dijo el cura.
Hicieron a don Quijote mil preguntas pero no respondió a ninguna. Pidió comida y que le dejasen dormir.