Capítulo VIII


La aventura de los molinos de viento

E

n esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento. Cuando los vio don Quijote dijo a Sancho:

—¡Qué suerte tenemos, Sancho! Mira allí hay cuarenta gigantes. Pelearé con ellos y los mataré. Ganaremos mucho dinero. Que matar gigantes está bien pagado.

—¿Qué gigantes?— dijo Sancho Panza.

—Aquellos— respondió don Quijote—. ¿No los ves con esos brazos tan largos?

—Mi señor, aquello no son gigantes— dijo Sancho—. Son molinos de viento, y lo que parecen brazos son sus aspas.

—Sancho, no sabes nada de aventuras. Si tienes miedo apártate a un lado y reza. ¡Que yo lucharé contra ellos!— dijo don Quijote.

Y diciendo esto, se volvió hacia los molinos. Sancho gritaba que no eran molinos, pero don Quijote no le oía. Mientras se acercaba gritaba:

—No huyáis cobardes, un solo caballero es el que os ataca.

Comenzó a hacer viento y las aspas se movieron.

—¡Aunque mováis los brazos me las vais a pagar!— gritaba don Quijote.

Atacó al primer molino y le dio con la lanza en el aspa, pero el viento giró el aspa y partió la lanza. Don Quijote y Rocinante volaron por los aires y cayeron al suelo dando un gran porrazo. Llegó Sancho corriendo y vio que su señor no podía moverse.

—¿No le dije señor que eran molinos?— dijo Sancho.

—Calla, amigo Sancho— respondió don Quijote—. El mago Frestón que robó mis libros ha convertido en molinos a los gigantes.

Sancho le ayudó a levantarse y a subir a Rocinante. Hablando de la aventura pasada llegaron al camino de Puerto Lápice. Pensaba el caballero que allí encontraría muchas aventuras. Era la hora de comer y don Quijote no tenía hambre. Dio permiso a Sancho para comer. Sancho sacó su comida de la alforja y mientras comía no pensaba en su isla.

Aquella noche durmieron entre unos árboles. Con la rama de uno de ellos hizo don Quijote una lanza. Toda la noche pasó don Quijote pensando en Dulcinea. Había leído en los libros que muchos caballeros no dormían pensando en sus señoras. Sancho con el estómago lleno durmió toda la noche.


P

or la mañana temprano venían por el camino dos frailes y detrás de ellos venía un carruaje con cuatro o cinco hombres a caballo y dos mozos de mulas.

Don Quijote al verlos dijo a Sancho:

—O yo me equivoco, o esta va a ser otra aventura. Porque aquellos hombres son brujos que llevan secuestrada a alguna princesa. Tenemos que liberarla.

—Esto va a ser peor que lo de los molinos— dijo Sancho. — Señor aquellos son frailes y el carruaje será de algún viajero.

—Ya te he dicho, Sancho— respondió don Quijote— que no sabes nada de aventuras. Lo que te he dicho es verdad y lo verás.

Se puso don Quijote en medio del camino y dijo:

— ¡Brujos y demonios! Soltad ahora mismo a las princesas. Soltadlas o moriréis.

Pararon los frailes y se quedaron sorprendidos. Le respondieron:

—No somos brujos ni demonios. Somos frailes. Además no sabemos nada de princesas secuestradas.

—¿Qué? Os conozco bien. ¡Canallas!— gritó don Quijote.

Y sin esperar más picó a Rocinante y atacó al primer fraile. El fraile se tiró al suelo para evitar el ataque. El otro fraile echó a correr.

Sancho llegó hasta el fraile caído y comenzó a quitarle la ropa. Llegaron dos criados de los frailes y preguntaron porque le quitaba la ropa.

—Tengo derecho al botín que dejó mi amo—dijo Sancho.

Los dos criados comenzaron a golpear a Sancho. Sancho quedó tirado en el suelo, sin sentido. El fraile se levantó y huyó a esconderse.

Mientras, don Quijote se acercó al carruaje y dijo a la señora:

—Señora, sois libre. Mi nombre es don Quijote de la Mancha, caballero andante. Mi señora se llama Dulcinea del Toboso. Para pagar el favor que os he hecho, iréis a presentaros a mi señora a su casa.

Mientras don Quijote decía esto un criado que montaba una mula lo oyó. Al ver que don Quijote quería que fueran al Toboso dijo en voz muy alta:

— ¡Caballero si no nos dejas seguir nuestro camino te mato aquí mismo!

—Si fueras caballero y no lo eres, te castigaría por tu atrevimiento— dijo don Quijote muy tranquilo.

—¿Qué no soy caballero? Saca la espada y verás si soy caballero o no— gritó el criado.

— ¡Ahora mismo!— gritó don Quijote.

Sacó su espada don Quijote y atacó al criado con fuerza. El criado que era experto en la lucha dio a don Quijote una cuchillada en el hombro.

Don Quijote que sintió el dolor en su hombro dijo:

— ¡Oh mi señora Dulcinea, ayudadme!

Don Quijote volvió a atacar. El criado le esperaba cubierto con una almohada que cogió del carruaje. Mientras, la señora y sus criadas rezaban para que ninguno de los dos hombres muriera.