El final de la batalla de don Quijote y el criado
eguían don Quijote y el criado con las espadas levantadas.
El primero en atacar fue el criado. Golpeó con mucha fuerza. Le dio en el hombro a don Quijote y le cortó una oreja.
Don Quijote estaba como loco. Con las dos manos golpeó al criado en la almohada que usaba como escudo con todas sus fuerzas. El criado comenzó a sangrar por la nariz, por la boca y por las orejas. Se asustó la mula y tiró al pobre hombre al suelo.
Don Quijote bajó de Rocinante y fue hacia él con la espada en la mano. Y poniendo la punta de la espada delante de sus ojos gritó:
—¡O te rindes o te corto la cabeza!—
Las mujeres desde el carruaje pedían a don Quijote que le perdonase la vida.
Don Quijote les dijo:
—Señoras, le perdonaré la vida. Si este caballero se rinde y va a visitar a mi señora Dulcinea.
—Señor don Quijote de la Mancha— dijo la señora desde el carruaje—. Mi criado hará lo que usted le mande.
—Entonces no le haré más daño— dijo don Quijote.
Sancho Panza que estaba atento a la batalla, rogaba a Dios que ganase don Quijote una isla para hacerle gobernador. Acabada la batalla, fue Sancho a buscar a don Quijote. Se puso de rodillas y dijo:
—Señor, deme ya el gobierno de la isla que ha ganado en esta batalla.
—Amigo Sancho— respondió don Quijote—, esta aventura no es de ganar islas, ni reinos. En esta aventura no he ganado otra cosa que un hombro herido y una oreja partida. Ten paciencia, habrá otras aventuras, en las que ganaré un reino para ti.
Sancho lo agradeció y ayudó a don Quijote a subir a Rocinante. Subió él a su asno y siguió a su señor.
Pasó don Quijote junto al carruaje sin despedirse y entró en un bosque cercano. Sancho caminaba detrás mientras decía:
—Señor don Quijote, será mejor que busquemos una iglesia. Porque el criado está muy mal herido y puede morir. Si muere nos prenderán e iremos a la cárcel.
—¡Calla!— respondió don Quijote—. ¿Dónde has leído tú que un caballero andante haya ido a la cárcel?
—La verdad señor, es que nunca leí nada— dijo Sancho—. Pues no sé leer ni escribir. Lo que me preocupa es su oreja, pues la tiene muy mal herida.
—No te preocupes amigo Sancho— dijo don Quijote—. Que cuando encontremos un castillo o posada haré Bálsamo de Fierabrás y me curaré.
—¿Y qué es eso, mi señor?— preguntó Sancho.
—Es un ungüento milagroso que cura todas las heridas, tengo la receta en la cabeza. Con solo una gota puedes curar y hasta revivir a un moribundo— respondió don Quijote.
—Pues señor, si usted me da esa receta, yo renuncio al gobierno de la isla que me prometió— dijo Sancho.
Y diciendo estas y otras cosas don Quijote empezó a tener hambre y pregunto:
—Amigo Sancho, ¿traes algo de comer?
—Señor, solo pan, queso y cebollas. Esto no es comida para un caballero— respondió Sancho.
—Ay, querido amigo, los caballeros andantes comemos cualquier cosa o podemos estar sin comer más de un mes.
Al ser ya muy tarde y al no encontrar posada o castillo donde alojarse deciden acercarse a las chozas de unos cabreros.