La ventura de don Quijote y los rebaños
alió Sancho de la posada mareado y dolorido, tenía la cara blanca como la pared y parecía que iba a morir.
Don Quijote al verlo así le dijo:
—Amigo Sancho, no tengo duda, este castillo está encantado. Porque los que te lanzaban por el aire eran fantasmas.
—No eran fantasmas señor, eran hombres— respondió Sancho—. Estoy herido y mareado, creo que deberíamos volver a casa. Las aventuras que buscamos solo nos traen desventuras, señor.
—¡Qué poco sabes, Sancho! —respondió don Quijote—. Calla y ten paciencia. Verás como pronto ganaremos una batalla.
—Así debe ser— respondió Sancho—. Pero desde que somos caballeros andantes sólo hemos ganado palos y heridas.
Hablando estaban estas cosas cuando don Quijote vio una gran polvareda que venía hacia ellos, se volvió a Sancho y le dijo:
—¡Oh Sancho! Es nuestro día de suerte. ¿Ves esa polvareda? Pues es un ejército que viene hacia nosotros.
—Son dos, mi señor— dijo Sancho—, que desde el otro lado viene otra.
Vio don Quijote que era verdad, y pensó que eran dos ejércitos que iban a luchar. En realidad la polvareda la levantaban dos grandes rebaños de ovejas que venían por el camino.
— Señor, ¿Que hacemos?— preguntó Sancho.
— ¿Pues qué vamos a hacer?, Sancho— respondió don Quijote— ayudar al menos numeroso. Tienes que saber que él que viene de frente es el emperador Alifanfarón, señor de la isla Trapabona. Y que el otro es su enemigo, el rey Pentapolén del Arremangado Brazo.
—Y ¿por qué pelean señor?— preguntó Sancho.
—Porque Alifanfarón quiere casarse por la fuerza con la hija de Pentapolén. Y ni la hija quiere casarse, ni el padre quiere que se case.
—¡Pues yo lucharé por Pentapolén!— gritó Sancho.
—Haces bien, Sancho— dijo don Quijote—, porque para entrar en batalla no hace falta ser caballero. Pero antes amigo, veamos que caballeros trae cada ejército.
Subieron don Quijote y Sancho a una pequeña loma. Desde allí don Quijote fue describiendo que caballeros venían y como eran sus escudos y armas. Pero Sancho no podía ver nada. Y dijo:
—Señor, yo no veo a ningún caballero. ¿Estarán los ejércitos encantados como en la posada?
—¿Cómo dices eso?— respondió don Quijote—. ¿No oyes a los caballos y los tambores?
—Sólo oigo balidos de ovejas— respondió Sancho.
—El miedo que tienes— dijo don Quijote— te hace, Sancho que no oigas nada. Apártate a un lado y déjame solo, que yo solo puedo ganar esta batalla.
Y diciendo esto se lanzó con Rocinante hacia el rebaño. Sancho que vio las ovejas comenzó a gritar:
—¡Señor don Quijote! ¡Pare que no son caballeros! ¡Pare que son ovejas!
Entró don Quijote en medio del rebaño y comenzó a golpear a las ovejas con la lanza. Los pastores que venían con las ovejas gritaban para que parara. Como don Quijote no hacía caso empezaron a tirarle piedras.
Una gran piedra le golpeó las costillas y estuvo a punto de caer al suelo. Sacó don Quijote el bálsamo para beber un poco, pero otra piedra le dio en la mano. La piedra rompió la botella del bálsamo y le arrancó a don Quijote cuatro dientes de la boca.
Cayó don Quijote al suelo. Los pastores creyeron que estaba muerto. Recogieron las ovejas muertas y muy rápido se fueron.
Corrió Sancho hasta donde estaba don Quijote y lo encontró tirado y con la boca llena de sangre. Entonces dijo:
—Señor, le dije que eran rebaños de ovejas.
—Fue Frestón, ha transformado a los ejércitos en ovejas—dijo don Quijote—. Sube a la loma y verás como otra vez son hombres. Pero antes ayúdame y mira cuantos dientes me faltan. Creo que no me ha quedado ninguno en la boca.
Miró Sancho la boca de su amo y vio que estaba herido. Fue hacia el asno a buscar en las alforjas alguna medicina para curar a don Quijote. Y no las encontró, se dio cuenta que se las habían robado. En ese momento decidió dejar de ser escudero y volver a casa.
Don Quijote se levantó y vio que su escudero estaba pensativo y triste, le dijo:
—No te preocupes Sancho, que todo lo malo ha pasado ya. A partir de hoy solo nos ocurrirán cosas buenas.
—Pues esta mañana me mantearon y ahora me faltan las alforjas— respondió Sancho.
—¿Qué te faltan las alforjas, Sancho?— dijo don Quijote.
—Sí que me faltan— respondió Sancho.
—Entonces, ¿hoy no tenemos nada para comer?— preguntó don Quijote. —No te preocupes, Sancho. Sube a tu asno y ven conmigo. Dios nos ayudará.
—Así lo haré. Y ahora busquemos un sitio para pasar la noche— dijo Sancho.