¿Cómo era el coche?
No lo sé. Un coche viejo. ¿Qué más da?
Si un hombre se pasa tres días seguidos dentro de su coche delante de la casa, deberías ser capaz de describirlo.
Un coche americano.
Y dale.
Un coche más bien cuadrado, con el capó largo. Alargado, estilo carroza.
¿Un Ford?
Puede ser.
Bueno, entonces no debía de ser un Cadillac.
No. Parecía de latón. Un coche viejo, de un rojo descolorido. Tenía manchas de óxido grandes y redondas en el guardabarros y la puerta. Y en su interior estaban todas sus cosas. Parecía tener allí todas sus pertenencias.
En fin, ¿y qué quieres que haga yo? ¿Quieres que me quede en casa y no vaya a trabajar?
No, no pasa nada.
Si no pasa nada, ¿por qué lo has mencionado?
No tenía que habértelo dicho.
¿Te ha mirado?
Por favor…
¿Lo ha hecho?
Al darme la vuelta, ha arrancado y se ha ido.
¿Qué quieres decir? O sea que antes de darte la vuelta…
He sentido su mirada. Estaba arrancando las malas hierbas.
¿Estabas agachada?
Ya estamos otra vez.
¿Sabes que un bicho raro está delante de nuestra casa todas las mañanas y tú sales al jardín y te agachas?
Vale, fin de la conversación. Tengo cosas que hacer.
También yo podría aparcar junto a la acera y verte arrancar las malas hierbas. Los dos, él y yo. Es algo digno de ver, desde luego. Verte ahí agachada en pantalón corto.
Contigo es imposible hablar de nada.
Era un Ford Falcon. Has dicho que era cuadrado, anguloso, como aplanado. Un Falcon. Lo fabricaron en los años sesenta. Cambio manual de tres velocidades incorporado a la columna de dirección. Sólo noventa caballos.
Vale, estupendo, sabes todo de coches.
Oye, señorita jardinera, conocer el coche de un hombre es conocerlo a él. No es un conocimiento inútil.
Muy bien.
Ese tío es un inmigrante de Tijuana.
Pero ¿qué dices?
¿Quién si no iba a tener una tartana de hace cuarenta años? Anda buscando trabajo. Anda buscando algo que robar. Anda buscando algo de la señora de las piernas blancas que se agacha en su jardín.
Estás mal de la cabeza, te crees que sabes todo…
Mañana por la mañana no iré a trabajar.
Los inmigrantes no tienen el pelo canoso y largo, ni bajan la ventanilla para que yo les vea la cara sonrosada y los ojos claros.
¡Vaya, vaya! Ahora sí vamos por buen camino.
Como no se marche de aquí, voy a tomar nota de su matrícula. La policía lo identificará y comprobará si lo conocen de algo…
¿Va a llamar a la policía?
Sí.
¿Por qué?
¿Y por qué no, si usted no se marcha? Váyase a aparcar a otro sitio. Le doy una oportunidad.
¿Qué delito he cometido?
No se haga el tonto. Para empezar, no me gusta ver un montón de chatarra delante de mi casa.
Lo siento, es el único coche que tengo.
Ya me hago cargo de que si conduce un trasto así es porque no le queda más remedio. Y con todas esas bolsas y maletas… ¿Es que vende algo que lleva en el maletero?
No. Son mis cosas. No me gustaría desprenderme de nada.
Se lo digo porque en este barrio nadie necesita nada de lo que pueda llevar en la parte trasera de su coche.
Bueno, lamento que hayamos empezado con mal pie.
Pues sí, así ha sido. No soy muy amable cuando un pervertido decide acosar a mi mujer.
Vaya, me temo que ha llegado usted a una conclusión equivocada.
¿Ah, sí?
Yo no pretendía molestar a nadie, pero debería haberme dado cuenta de que aparcando delante de su casa llamaría la atención.
En eso no se equivoca.
Si algo acecho, es la propia casa.
¿Cómo?
Yo vivía aquí. Llevo tres días intentando armarme de valor para llamar a su puerta y presentarme.
¡Ah!, veo que la cocina está muy cambiada. Con todo empotrado y escondido. Nuestro fregadero era un mueble independiente, de porcelana blanca con patas de piano. Aquí había una alacena donde mi madre guardaba los alimentos básicos. Se desplegaba una repisa con un cedazo para cribar la harina. Eso me tenía muy impresionado.
Yo habría conservado una cosa así. Esto lo reformaron los otros, los que vivieron aquí antes. Tengo mis propias ideas sobre eso de andar cambiando cosas.
Ustedes debieron de comprar la casa a las personas a quienes yo se la vendí. ¿Cuánto tiempo llevan aquí?
Veamos. Yo cuento por las edades de los niños. Nos mudamos aquí poco después de nacer el mayor. De eso hará unos doce años.
¿Y cuántos hijos tiene?
Tres. Los tres varones. A veces me habría gustado tener una niña.
¿Están en el colegio?
Sí.
Yo tengo una hija. Una hija adulta.
¿Le apetece un té?
Sí, gracias. Muy amable. Las mujeres suelen ser más amables en el trato. Espero que su marido no se lo tome a mal.
En absoluto.
Si quiere que le sea sincero, me resulta inquietante estar aquí. Es como ver doble. El barrio sigue más o menos igual, pero ahora los árboles son más viejos y más altos. Las casas… bueno, continúan aquí, en su mayoría, aunque ya no lucen ese orgullo de antaño.
Es un barrio muy asentado.
Sí, pero, entiéndame, duele ver pasar el tiempo.
Sí.
Mis padres se divorciaron cuando yo era pequeño. Yo me quedé con mi madre. Ella murió en el dormitorio principal.
Ah.
Perdone, a veces no tengo mucho tacto. Cuando mi madre murió, me casé y me vine a vivir aquí con mi mujer. Nunca he vivido en ningún otro sitio demasiado tiempo. Y, desde luego, nunca he vuelto a tener una casa en propiedad, así que esta casa… y, por favor, no me interprete mal… Ésta es la casa en la que he seguido viviendo. Mentalmente, quiero decir. He rondado por estas habitaciones desde la infancia. Al final reflejaban quién era yo como lo haría un espejo. No me refiero simplemente a que los muebles mostraran la personalidad de nuestra familia, los gustos, no me refiero a eso. Era como si las paredes, la escalera, las habitaciones, las dimensiones, la disposición fueran yo en igual medida que lo era yo mismo. ¿Cree que eso tiene sentido? Allí donde miraba, me veía a mí. En cierto modo, veía mis propias medidas. ¿Usted experimenta lo mismo?
No estoy segura. Su mujer…
Ah, eso no duró mucho. Ella no estaba a gusto en las afueras. Se sentía aislada de todo. Yo me iba a trabajar y ella se quedaba aquí. No teníamos muchos amigos en el vecindario.
Sí, aquí la gente va a la suya. Los niños tienen amigos del colegio, pero nosotros apenas conocemos a nadie.
El té me está sentando bien, porque esto es para mí una experiencia vertiginosa. Es como si yo estuviera compartimentado, dimensionado conforme a estas habitaciones, como si fuera el espacio contenido por estas paredes, los pasillos, las rutas fijas para ir de un lado a otro, de una habitación a otra, todo iluminado de manera previsible según las horas del día y las distintas estaciones. Es todo e inconfundiblemente… yo.
Creo que si uno vive en un sitio tiempo suficiente…
Cuando la gente habla de una casa encantada, se refiere a que hay fantasmas rondando por ella, pero no se trata de eso ni mucho menos. Cuando decimos que una casa está encantada… intento explicar… es por la sensación que tienes de que se parece a ti, de que tu alma se ha convertido en arquitectura y la casa, con todos sus materiales, se ha adueñado de ti con una fuerza cercana al encantamiento. Como si tú, en realidad, fueras el fantasma. Y mientras yo la miro a usted, una mujer joven, amable y encantadora, una parte de mí no dice que éste no es mi lugar, lo cual es cierto, sino que éste no es su lugar. Lo siento, acabo de decir una atrocidad. Es sólo que…
Es sólo que la vida duele.
¿Ha vuelto? ¿Ha venido aquí otra vez?
Sí. Me ha parecido triste, verlo ahí sentado, así que lo he invitado a entrar.
¡¿Cómo?!
No era lo que tú pensabas, ¿verdad? ¿Entonces, por qué no?
Ya. ¿Por qué no ibas a invitarlo después de haberle dicho yo que si volvía a aparecer por aquí llamaría a la policía?
Tendrías que haberlo invitado tú mismo cuando te dijo que había vivido en esta casa.
¿Por qué ha de ser eso una credencial? Todo el mundo ha vivido en algún sitio. ¿Tú querrías revivir tu pasado glorioso? No lo creo. Y ésta no es la primera vez.
No empieces, por favor.
El marido dice blanco, la mujer dice negro. Así son las cosas. De ese modo, el mundo sabrá lo que ella piensa de su marido.
¿Por qué siempre sales con eso? No somos la misma persona. Yo tengo mis propias opiniones.
¡Y tanto!
Eh, chicos, ¿se está cociendo una pelea?
Cierra la puerta de tu habitación, hijo. Esto no va contigo.
Cada vez que otro hombre entra en la casa, pierdes los papeles. Un fontanero, alguien que viene a tomar las medidas para poner las persianas. El hombre que toma la lectura del gas.
Ah, pero ¿tu hombre es un hombre? A mí me pareció un mariposón. Lleva el pelo blanco recogido en una coleta. Y esas manos tan minúsculas… ¿Qué tiene que decir la defensora de los maricas?
Tiene un título universitario y es poeta.
Dios mío, tendría que haberlo sabido.
Ha dejado su trabajo de profesor para viajar por el país. Su libro está en la mesa del comedor. Nos ha dejado el ejemplar firmado.
Un trovador errante en su Ford Falcon.
¡Mira que eres odioso!
Las discusiones son un sustituto del sexo.
Hacía tiempo.
Esto es mejor.
Sí.
No sé por qué me altero tanto.
Es sólo un defecto masculino normal y corriente.
¿Entonces, somos todos así? Gracias.
Sí, sois un género imperfecto.
Lamento lo que he dicho.
He estado pensando… ahora que los tres se pasan todo el día en el colegio, debería buscar trabajo.
¿En qué?
O tal vez estudiar alguna carrera. Convertirme en una persona útil.
¿Y eso a qué viene?
Los tiempos cambian. Los chicos me necesitan cada vez menos. Tienen sus amigos, sus actividades. Yo me turno con las otras madres para llevar a los niños al colegio. Ellos llegan a casa y se encierran en sus habitaciones con sus juegos. Tú vuelves tarde del trabajo. Paso mucho tiempo sola en esta casa.
Deberíamos ir más al teatro. Una noche en la ciudad. O a la ópera, que a ti te gusta. Estoy dispuesto a ir a la ópera siempre y cuando no sea el puto Richard Wagner.
No es eso lo que estoy diciendo.
Oye, la que eligió la vida en un barrio residencial de las afueras fuiste tú. Yo trabajo para pagar la hipoteca, el colegio de los tres niños, los plazos de los dos coches.
No estoy echándote la culpa. ¿Podríamos encender la luz un momento?
¿Qué pasa?
No hay luna. A oscuras, esto parece una tumba.
Estoy francamente abochornado.
¿Qué hacía usted allí a las tres de la madrugada?
Dormir. Sólo eso. No molestaba a nadie.
Ya, bueno, de un tiempo a esta parte la policía anda muy quisquillosa con eso de que la gente duerma en el coche.
Antes allí había un campo de deporte. De pequeño, yo jugaba ahí al softball.
Pues ahora hay unas galerías comerciales.
¿No les importa que haya dado su nombre?
En absoluto. Me gusta que se me conozca como cómplice. ¿Por qué no tomó una habitación en el hotel Marriott de la zona?
Quería ahorrar. Hace buen tiempo y me dije ¿por qué no?
Bueno. Sí, sin duda es bueno.
¿La policía tiene la costumbre de andar por ahí incautando coches? Porque si se piensan que soy un narcotraficante o algo así sólo van a encontrar libros, mi ordenador, maletas, ropa y material de acampada además de unos cuantos recuerdos que sólo significan algo para mí. Es muy molesto eso de que unos desconocidos anden hurgando entre mis cosas. Si me hubiera alojado en un hotel, ya estaría en la carretera. Lamento mucho abusar de su hospitalidad.
Bueno, para eso están los vecinos.
Eso tiene gracia. Agradezco el sentido del humor en una situación así.
Me alegro.
Pero sólo seríamos vecinos si el tiempo hubiese implosionado. De hecho, si el tiempo implosionara, seríamos más que vecinos. Viviríamos juntos, el pasado y el presente se desplazarían en sus mutuos espacios.
Como en una pensión.
Por decirlo de algún modo, sí, como en una especie de pensión.
Así que lo tienes allí. ¿Y qué hace? ¿Le echa los tejos a tu mujer?
No, eso no. No van por ahí los tiros. Estoy casi seguro.
¿Y entonces cuál es el problema?
Se presenta en plan poeta remilgado, cargado de puñetas, no anda muy fino de la cabeza, conduce una tartana, sostiene que ha dejado su empleo en la docencia pero deben de haberlo despedido. Y en medio de todo eso, notas que esconde algo.
Sí, ya conozco a gente así.
Sus dificultades actúan en su favor. Consigue lo que quiere.
¿Y qué quiere de vosotros?
No sabría decirte. Es raro. ¿La casa? Es como si yo hubiese dejado de pagar la hipoteca y él fuese el banquero que viene a recuperar la posesión.
¿Y por qué lo has hecho entrar en tu casa? Podría esperar en un Starbucks mientras le registran el coche.
Él llama por teléfono. Y, cuando cuelgo, ella se queda mirándome. Y de pronto tengo la necesidad de demostrarle algo. ¿Te das cuenta de lo que está pasando? Ya no puedo ser yo mismo, no puedo ir y decir a ese tío ¡Eh, yo no te conozco de nada! ¿A quién coño le importa si viviste o no en esta casa? Ya te devolverán el puñetero coche y podrás marcharte. Pero no, se las ingenia para que yo tenga que demostrarle algo a mi propia mujer: que soy capaz de un acto de caridad.
Yo creo que sí eres capaz.
Así que ahora viene a ser una especie de nuevo pariente nuestro. Esto incide en la fisura de nuestro matrimonio. Ella es ingenua por principio, perdona todo a todo el mundo. Siempre disculpa a la gente, encuentra justificaciones para las cagadas que hacen. Una dependienta le da mal el cambio y ella supone que se ha equivocado porque estaba distraída.
Bueno, un rasgo encantador.
Ya lo sé, ya lo sé. Su filosofía es que, si confías en el prójimo, él se hará digno de confianza. Me saca de quicio.
Entonces le devolverán el coche y se irá.
No, conociéndola, seguro que no. Lo llevará ella a recoger el coche. Habrá pasado el día y le dirá que se quede a cenar. Y luego insistirá en que no hay que dejarlo conducir por la noche. Y yo me quedaré mirándola, allí sentado, y accederé. Y ella lo acompañará a la habitación de invitados. Te apuesto lo que quieras.
Te noto un poco tenso. Tómate otra.
En fin, ¿por qué no?
Con la edad, te das cuenta de cuánto hay de inventado. No sólo lo que es invisible sino lo que es visible en todas partes.
No sé si lo entiendo.
Bueno, todavía es usted joven.
Gracias. Ojalá me sintiera joven.
No me refiero a la imagen que uno tiene de sí mismo, ni de hasta qué punto la vida puede ser casi igual un día tras otro. No, me refiero a la simple infelicidad.
¿Soy simplemente infeliz?
No estoy en situación de juzgar, pero digamos que la señora parece propensa a la melancolía.
Vaya por Dios, ¿tan evidente es?
Pero en todo caso, independientemente de cuál sea nuestro estado de ánimo, la vida parece una actividad intensa durante la mayor parte de nuestra vida: mantenerse ocupado, competir intelectual, física y emocionalmente, buscar justicia, exigir amor, perfeccionar nuestras instituciones. Todas las formas de supervivencia. Todo aquello a lo que nos dedicamos para hacer historia, el archivo de nuestra inventiva. Como si no hubiera contexto.
¿Y acaso lo hay?
Sí. Una enorme… ¿cómo llamarlo?… indiferencia que lentamente se adueña de ti con la edad, que se vuelve más insistente con la edad. Eso es lo que intento explicar. Me temo que no estoy haciéndolo muy bien.
No, es muy interesante, de verdad.
Me vuelvo muy locuaz con una sola copa de jerez.
¿Un poco más?
Gracias, pero intento explicar el distanciamiento que te sobreviene con los años. Para unos antes, para otros después, pero llega siempre, inevitablemente.
¿Y a usted? ¿Le llega ahora?
Sí. Se trata de una especie de desgaste, supongo. Como si la vida estuviese cada vez más raída y la luz se filtrase a través de ella. El distanciamiento empieza en momentos concretos, en nimios y penetrantes juicios que te formas y al instante apartas de tu cabeza. A pesar de quedar fascinado por ellos, te echas atrás. Porque es el sentimiento más auténtico que puede tener una persona y, por tanto, vuelve una y otra vez, traspasando nuestras defensas, hasta que finalmente se asienta en nosotros como una luz fría, muy fría. Quizá debería dejar de hablar así. Hablar de eso es casi como negarlo.
No, le agradezco su franqueza. ¿Eso tiene algo que ver con la razón por la que ha vuelto aquí? ¿Para ver el lugar dónde vivía?
Es usted muy perspicaz.
¿Ese distanciamiento no será el término que usted usa para referirse a la depresión?
Entiendo por qué lo dice. Usted me ve como la imagen de un fracaso colosal: viviendo en la carretera en un coche que se cae a pedazos, un poeta desconocido, un pensador de tercera. Y quizá yo sea todo eso, pero no estoy deprimido. No es un problema clínico de lo que hablo: se trata de una nítida percepción de la realidad. Permítame explicárselo así: así debe de sentirse, supongo, un inválido crónico o alguien a las puertas de la muerte, donde el distanciamiento ejerce una función protectora, una manera de mitigar la sensación de pérdida, el pesar, donde el deseo de vivir ya no tiene importancia. Pero restemos esas circunstancias y ahí estoy yo, sano, autosuficiente; quizá no sea el hombre más impresionante del mundo, pero sí soy alguien que ha conseguido cuidar de sí mismo bastante bien y vivir en libertad haciendo lo que quiere hacer y sin mucho que lamentar, pero el distanciamiento está ahí, la verdad se ha posado sobre mí y me siento realmente liberado porque ahora me encuentro fuera, en el contexto, donde ya no puedo creer en la vida.
¿Por qué iba a venir alguien a Nueva Jersey a morir?
¿Cómo dice?
Y la casa no tiene nada de especial, en eso estará de acuerdo conmigo. El habitual estilo colonial, con revestimiento de vinilo blanco, garaje de una sola plaza, los canalones atascados por la porquería acumulada en no sé cuántos otoños. De hecho, tenía la intención de resolver eso.
Por favor, caballero. Nosotros preguntamos, usted contesta y nos marchamos. ¿Puede decirnos algo más sobre el difunto?
En fin, verá, lo he conocido como cadáver en el pasillo. Ah, no acaban de creérselo. ¿Y cómo van a creérselo viendo a mi esposa llorar como si fuera un pariente cercano?
Está diciéndonos, pues, que…
Cuesta tragárselo, ¿verdad? Ni siquiera es un antiguo novio suyo, ni siquiera eso.
No tienes corazón.
No, si es una experiencia interesante eso de que un absoluto desconocido, en ropa interior, se caiga muerto de camino al cuarto de baño. ¡Y ver cómo lo sacan por la puerta en una bolsa para cadáveres! No me lo perdería por nada del mundo. También es bueno para los niños, una experiencia vital antes de ir al colegio. Su primer suicidio.
Caballero, ese hombre ha muerto de un infarto de miocardio agudo.
¿Y eso quién lo dice?
Lo han examinado los auxiliares médicos de la ambulancia.
Bueno, ése es su trabajo y ésa es su opinión.
Es más que una opinión, caballero. Ven cosas como ésta todos los días. Ni siquiera han intentado resucitarlo.
No, se quitó la vida él mismo, eso seguro, con lo ladino que era. Por eso vino aquí, tenía todo planeado.
¿Por qué te comportas así? Vino aquí… fue como…
¿Como qué?
Un peregrinaje.
Sí, ya. Vino aquí a jodernos la vida, a eso vino. Vino aquí a levantar la pata y marcar el territorio como un perro. ¿Y eso en qué situación nos deja? Viviendo en la casa de un muerto. Yo creía que mi casa era mi fortaleza.
No sabía que tuvieras tal vínculo de lealtad con tu casa.
En fin, señores, ya nos vamos.
¡No sentía ese vínculo! Para mí no era más que un lugar donde aparcar a mi mujer y a los niños, pero, por Dios, lo pagué con mi trabajo. He hecho todo lo que en teoría tenía que hacer: te he dado una casa, en un barrio seguro aunque aburrido, tres hijos, una vida razonablemente cómoda. ¡Para hacerte feliz! ¿Y acaso tú lo has sido alguna vez? ¿Qué iba a llevarte a invitar a tu casa a ese deseo de muerte andante, si no tus insatisfacciones?
En fin, señores, como he dicho, ya nos vamos. Quizá tengamos alguna que otra pregunta más tarde.
¿Qué van a hacer con ese puñetero Ford Falcon aparcado en mi camino de acceso?
Ya hemos registrado el coche. Hemos hecho el inventario del contenido. Tenemos su documentación. El pariente más cercano.
Dijo que tenía una hija.
Sí, señora, ya hemos tomado nota.
¡Pero el coche!
Ya no nos interesa el coche. Ha pasado a formar parte del patrimonio del difunto. La hija decidirá cómo disponer de él. Entre tanto, les ruego que lo dejen donde está. Ésta es una zona más segura que el centro. La llave está en el contacto.
¡Dios mío!
Caballero, existen procedimientos para situaciones como ésta. Nos atenemos a los procedimientos. El forense verificará la causa de la muerte, se presentará el certificado de defunción en el registro municipal, se trasladará el cadáver al depósito, en espera de las instrucciones del pariente más cercano, la hija.
Agente, quiero escribirle a la hija.
En cuanto nosotros nos pongamos en contacto con ella, señora. No veo ninguna razón para que no le escriba. Ya tendrán noticias nuestras.
Gracias.
Ah, agente, otra cosa…
¿Caballero?
Dele la buena noticia. Papá ha vuelto a casa.
Por fin estoy de acuerdo contigo.
¿Sí?
No podemos seguir viviendo aquí. Paso por el pasillo y me arrimo a la pared como si él estuviera en el suelo, mirando. Es espeluznante. Me siento desposeída. Soy una persona desplazada.
No es el mejor momento para vender, cariño. ¿Y qué me dices del colegio de los niños? Justo en medio del curso.
Eres tú quien dijo que nunca podríamos quitarnos esto de la cabeza.
Lo sé, lo sé.
Los niños se niegan a subir. El cuarto de juegos es su dormitorio. Y el piso de abajo es muy húmedo.
De acuerdo. Vale. Quizá debamos plantearnos alquilar algo. Quizá un subarriendo en algún sitio hasta que pongamos las cosas en orden. Ya veremos. ¿Quieres otra?
Media.
Lo siento mucho. No te lo echo en cara. Me dejo llevar por la excitación del momento.
No, supongo que tenía que haberlo sabido. Por cómo hablaba. Pero era interesante. Sus ideas… lo poco habitual que era oír una conversación filosófica. Que alguien se mostrara a sí mismo hasta ese punto. Aun pensando que era una persona deprimida, me fascinó la novedad de que alguien hablara así como si fuera lo más natural del mundo.
¿Sabes? Es realmente curioso…
¿Qué?
Ella es igual que él, la hija. Una vividora.
Sí, me pareció raro.
Yo no llamaría a eso pariente cercana, ¿no te parece?
No precisamente.
Me da igual. ¿Sabes? Descubrí… cuando los de Goodwill se llevaron sus cosas… descubrí que el coche vacío estaba limpio por dentro. La tapicería no está mal. Y eché un vistazo al motor. Necesita un cambio de aceite y la correa del ventilador está un poco deshilachada. Di una vuelta a la manzana con él y vibra un poco por la calle. Tal vez haya que cambiar los amortiguadores.
Te gusta el coche, ¿eh?
Bueno, con una buena capa de pintura, tal vez algún que otro detalle… La gente colecciona cosas así, Ford Falcons, ¿sabes?
El coche era su casa.
No, cariño. Ésta era su casa. Eso sólo es un coche.
Nuestro coche.
Eso parece. Deberíamos enmarcar la carta de la hija. O enterrarla en el jardín junto con las cenizas.
¡Ah!, pero ella quería que las desparramáramos.
¿Desparramar? ¿Has dicho desparramar?
¿Esparcir?
¿Por qué no desperdigar?
Sembrar.
Vale, sembrar. Me quedo con sembrar.