Capítulo 10

Amanda se asomó a una de las ventanas del local y confirmó lo que mostraban los carteles publicitarios. La banda de Jerry estaba actuando y, desde donde se encontraba, podía ver a Gerard que, como si le fuera la vida en ello, tocaba la guitarra, cantaba y se movía por el escenario. Al verlo, no pudo evitar sentir que algo se rompía en su interior. Después de la ruptura con Carlos, diez años atrás, no había vuelto a encontrar un hombre que le hiciera sentir lo que había experimentado en esos días. No había tenido muchas relaciones, pero casi siempre con hombres que no se habían entregado a ella con sinceridad y generosidad. Se había querido convencer de que con él podía ser distinto, y ahora había descubierto la cara oculta que nadie desea hallar en una relación.

—¡Joder! Qué mala suerte tengo.

—Eso no es mala suerte. Se llama hijo de puta integral.

Amanda se giró hacia su amiga y se sentó en la peana de la ventana donde Gerard no podía verla. Quería romper con él, pero no se había atrevido a ir sola, por lo que le había pedido a Belinda que la acompañara, pero no porque le diera miedo sino porque sabía que podía ser la perfecta compañía una vez acabada la relación.

—No sé. Creo que el amor no está hecho para mí.

—Eso es una gilipollez. Mírame. Soy el vivo ejemplo de mujer soltera y sin compromiso que pasa las noches de los sábados bailando salsa, tomando mojitos y curioseando en aplicaciones de esas de ligar.

Sonrió ante la sinceridad de Belinda y supo que tenía razón, aunque no había sido capaz de verlo hasta ese momento. Ningún hombre merecía que una mujer llorara por él o se lamentara por no encontrar al príncipe azul, cuando no existía ni de ese color ni de ningún otro.

—Esas aplicaciones son una mierda. Nos hacen creer que existe el hombre perfecto y lo único que hay son mentirosos.

—¿Y qué le vas a decir? —preguntó Belinda cambiando de tema.

—No lo sé. Supongo que la verdad. Espero que él me pague con la misma moneda y me diga por qué me ha mentido y por qué tiene esa doble personalidad.

—¿Y por qué no le preguntaste en el aula?

Amanda meditó la respuesta y recordó cómo se había sentido al ver el tatuaje en el brazo de Jesús.

—Creo que, de haber entrado en el aula, le habría dicho de todo, pero no le habría preguntado el porqué. Necesitaba serenarme, respirar y coger fuerzas.

—Por mi experiencia, los tíos están como una cabra. Si te sirve de algo.

Amanda intentó sonreír, pero se sentía tan abatida que cualquier muestra de humor no dejaba de ser para ella una simple anécdota. Sabía que solo era una relación de una semana y que no se había enamorado como para sentir que el mundo se hundía bajo sus pies, pero estaba dolida y necesitaba dar por finalizado un capítulo de su vida del que no se arrepentía.

Miró de nuevo hacia el interior del bar y comprobó que el grupo de Gerard se despedía de los pocos asistentes al concierto. Entraron y se quedaron junto a la puerta mientras los miembros de la banda recogían sus instrumentos. Él, tras colocar la guitarra en el soporte, elevó su cabeza en dirección al público y la vio. Como si los sentimientos de ella no tuvieran nada que ver con su comportamiento, sonrió y la saludó con la mano. Bajó del escenario e intentó acercarse, pero un par de personas que habían escuchado al grupo lo detuvieron para charlar con él.

—Ya viene. —Belinda la miró y vio la palidez en su rostro—. ¿Estás bien?

—No. Estoy nerviosa y no sé si quiero hablar con él con este nudo en la garganta.

—Pues tenemos un plan B para solucionar lo del nudo.

—¿Y cuál es?

Belinda sonrió de nuevo como una niña traviesa, cogió la mano de su amiga, tiró de ella y la sacó del Fly. Se dejó arrastrar hasta la boca de metro más cercana. Así se detuvo y miró hacia el local donde Gerard acababa de asomarse y observaba calle arriba y abajo con el ceño fruncido.

—¡Agáchate!

Ante la orden, Amanda obedeció y se parapetó detrás de un coche aparcado junto a unos contenedores. Se asomaron con mucho cuidado y vieron que él sacaba el teléfono del bolsillo de su chaqueta y pulsaba un botón. Un móvil comenzó a sonar al mismo tiempo donde ellas se habían parapetado.

—Es él. ¿Qué hago?

Belinda se adelantó a cualquier movimiento, cogió el teléfono móvil, apretó uno de los botones laterales y lo apagó.

—¿¡Qué haces!?

—Darte el tiempo que necesitas para ordenar tus ideas y tener claro cómo vas a afrontar esta situación.

La respuesta fue tan clara y directa que no se vio capaz de replicar, por lo que guardó su teléfono en el bolsillo y se incorporó al ver que él volvía a entrar en el bar. Dio un par de pasos en dirección contraria al local y se paró junto a la boca de metro.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Necesitamos lo que cualquier mujer necesitaría en un momento como este.

—¿Qué es?

—Unos buenos bailes y una ronda de chupitos.

Amanda sonrió y asintió conforme. No le apetecía demasiado ir a ningún local, pero tampoco se encontraba entre sus planes más golosos la posibilidad de regresar a su apartamento en ese preciso instante. Recorrieron una de las callejuelas que conducían al centro de la ciudad hasta que Belinda se detuvo delante de una fachada pintada de color negro.

—Es aquí.

—¿Qué es aquí?

—El mejor local de la ciudad.

Se miraron, sonrieron al unísono y entraron con decisión. En cuanto abrieron una segunda puerta, la música las invadió de tal manera que ambas comenzaron a moverse ligeramente sin ser conscientes de ello. El pub era mucho más grande de lo que parecía desde el exterior y, al contrario de lo que ocurría en el bar donde había actuado Gerard, estaba hasta la bandera.

—¿¡Te gusta!?

—¿¡Es un local de salsa!?

Asintió y, con su amiga detrás, se puso en marcha en cuanto vio una mesa que acababa de quedarse libre. Les costó llegar hasta ella porque no querían molestar a las personas que bailaban en la pista al ritmo de una canción de Marc Anthony y por el lateral debían ir sorteando mesas y banquetas. Una vez sentadas, Belinda levantó la mano y llamó a un camarero, que no tardó en hallarse delante de ellas con una bandeja en la mano y la sonrisa de quien sabe que le va una posible propina en ello.

—¿Qué desean estas bellas señoritas?

El acento con las eses arrastradas del camarero no dejaba ningún lugar a duda respecto a su país de procedencia, y a Belinda le encantaban los argentinos, por lo que comenzó a aletear sus pestañas ante la divertida mirada de su compañera de correrías.

—Guapo, queremos unos chupitos de tequila.

En cuanto el camarero se hubo marchado con la comanda, Amanda se acercó y le puso la mano en la rodilla para llamar su atención.

—¿Tequila? Va a ser demasiado.

—Hoy nada lo es. Necesitas olvidarte del capullo ese y de su alter ego filosófico.

—Qué graciosa eres —ironizó.

—Es que lo tuyo es de juzgado de guardia. Si bastante malo es encontrar a un hombre desequilibrado, peor es darse de bruces con uno con doble personalidad. Es un dos por uno.

Pensó en replicar, pero no tenía nada que añadir a una afirmación que tenía todo de verdad. Había sido una semana muy intensa y ahora tenía que hablar con un hombre con dos personalidades con el que había empezado algo que casi había terminado antes de comenzar. Y, por si ello fuera poco, estaba la presencia de Carlos, que le había demostrado en el pabellón de deportes que podía ser un tipo peligroso.

—Le he dado vueltas a dejar el trabajo, pero me niego a hacerlo. No quiero huir de los problemas.

—No quiero que vuelvas a pensar en ello. Lorena está muy contenta contigo y no puedes dejarnos colgados ahora. Además, yo quedaría como el culo.

—Eso es verdad. Tengo que aprender a ser más fuerte.

—¡Que les den!

—¿Y qué hago con Jesús? —preguntó Amanda que comprendía la preocupación de su amiga—. No puedo verlo en el insti y hacer como que nada ha pasado.

—La verdad es que todo esto es muy raro. Jesús lleva mucho tiempo con Melanie y me extraña que ella no sepa nada de su doble personalidad. Yo qué sé. Me gustaría ayudarte, pero esto me supera.

Ambas se recostaron en el respaldo del sillón y cruzaron los brazos por delante del pecho al mismo tiempo. Esperaron a que el camarero trajera las bebidas y, una vez tuvieron los chupitos, alzaron sus manos y brindaron.

—Por nosotras y porque no nos jodan más los hombres.

—Y hablando de joder… ¿Qué tal con el padre de Julio?

—Pues no sabría qué decirte. Me ha llamado un par de veces para quedar, pero le he dado largas.

—¿Por qué? ¿Por lo de su ex?

Belinda puso los ojos en blanco. Intentó ordenar sus ideas antes de responder porque ni ella misma tenía claro lo que opinaba de Arturo, su nueva conquista y padre de Julio.

—No sé. La verdad es que me pone bastante. Es serio, estirado y algo callado y, aunque parezca extraño, todo eso me mola.

—Y yo que pensaba que te gustaban los yogurines cachitas —comentó Amanda con cierta ironía.

—Yo también lo pensaba. Pero me gusta que me hable de cosas de inversiones, de la bolsa y de su trabajo. Lo que no me gusta es lo de su ex. Eso es otro cantar. Hay que ser gilipollas para divorciarse, quedar con otra y hablar de ella.

—Los hombres son así de básicos.

—Y a mí me gusta que lo sean. Pero con Arturo es distinto. Veo posibilidades.

Amanda sonrió.

—¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes?

—Porque se te va la fuerza por la boca. Yo siempre he sido la sosa y tú la lanzada, pero parece que las cosas van cambiando. O eso, o es que somos más fachada que otra cosa.

—Puede ser. Yo creo que ni tú eres tan sosa ni yo soy una salidorra. Creo que miro mucho, admiro mucho más y, después, me voy a casa más sola que la una.

—Pues igual que yo, pero con la cabeza alta y sabiendo que nosotras somos las que decidimos.

Ahora fue Belinda la que sonrió.

—¿Y ahora por qué sonríes tú?

—Porque tu frase parece sacada de un anuncio.

—Ya te vale.

Como si el destino hubiera decidido reírse de ellas, la gente que bailaba en la pista de baile se abrió formando un pasillo y se encontraron de frente con el propio Arturo que, sentado al otro lado de zona de baile, discutía con una joven morena y de pelo largo que movía las manos de forma frenética y parecía algo bebida. Él, sin percatarse de la presencia de las dos profesoras, se puso en pie, agarró el brazo de la chica con fuerza y la arrastró fuera del local sin que nadie se atreviera a mover un pelo para detenerlo. Amanda se volvió hacia su amiga y vio que tenía los ojos muy abiertos y que no podía apartar la mirada de la puerta del local por donde había desaparecido el hombre del que habían estado hablando poco antes con una jovencita a la que parecía maltratar.

—¿Estás bien?

—No lo estoy. Lo de que hable de su ex en una cita está fuera de lugar, pero no tiene nada que ver con encontrármelo en un local con una tía que no debía de tener más de veinte años. Y encima, ¿has visto cómo la trataba?

—Pues lo mismo te has salvado de una buena.

—Puede ser.

Belinda apuró su copa de un solo trago y se puso en pie con decisión, al tiempo que su compañera hacía lo mismo y cogía la chaqueta para marcharse de allí.

—¿Qué haces?

—Nos vamos a casa, ¿no?

—Ni de coña. La noche es joven y ningún capullo me va a amargar. ¡A bailar salsa!

Amanda sonrió al ver cómo su amiga se acercaba a un chico y se movía delante de él como una culebra en mitad del campo. Al encontrarse con una mujer contonearse de aquella manera a pocos centímetros, puso cara de circunstancias, se dio la vuelta y regresó junto a sus colegas. A la profesora de Matemáticas le dio igual encontrarse sola, cerró los ojos y se dejó llevar por la música.

Decidieron que la noche les pertenecía y que fuera de aquel lugar quedaban las preocupaciones, los disgustos y las personas que podían dañarlas. Ya regresarían al presente con sus problemas y con un mundo con el que luchar y en el que disfrutar de la misma manera. Pero, en aquel momento, solo existían ellas dos.