—Las patatas, por favor —le pedí a nadie en particular.
Madre había regresado a casa hacía unas dos horas, y se había puesto con la cena de inmediato. Padre entró y se sentó a la mesa sin decirle un simple hola. Me acarició la cabeza con un «¿Qué tal va mi hombrecito?», pero pude notar que era forzado.
Había tensión en el ambiente, se podía cortar con un cuchillo.
Al ver que las patatas no llegaban a mi plato, alargué el brazo hasta la otra punta de la mesa, cogí la fuente y me serví una generosa ración. Ni madre ni padre me dijeron nada por saltarme las verduras aquella noche: dejé el brécol para los adultos y me serví una loncha extra de carne.
El tintineo inconstante de los tenedores contra la loza parecía tan fuerte que estaba seguro de que nuestros vecinos lo habrían oído de no estar el uno muerto y la otra encadenada en el sótano.
Cogí la leche, la bebí con rapidez y me pasé el dorso de la mano por la barbilla.
—Hoy ha venido un hombre. Estaba buscando a los Carter. Al principio he pensado que podría ser un poli, pero ahora no estoy tan seguro.
Padre levantó los ojos de su comida y miró a madre. Cuando se cruzaron sus miradas, él se volvió hacia mí. Estaba comiendo brécol, y se le había quedado un trozo entre las dos paletas.
—No deberías llamarlo «poli». Deberías referirte a él como «agente de policía». Llamarlo poli es una falta de respeto.
—Sí, padre.
—¿Te ha dicho él que era agente de policía?
Había meditado largo y tendido sobre aquello un rato antes.
—Llevaba una placa, pero no, señor, no lo era. Aunque actuaba como si lo fuera. Al principio, en realidad, luego no tanto.
—¿A qué te refieres?
Reproduje la conversación lo mejor que fui capaz de recordar.
—¿Un Plymouth Duster? —preguntó madre cuando hube terminado—. ¿Estás seguro?
—Sí, señora. El padre de mi amigo Bo Ridley tiene uno exactamente igual, salvo que el suyo es amarillo. Reconocería ese coche en cualquier parte.
Padre se volvió hacia ella.
—¿Te dice algo eso? ¿Lo conoces?
Madre vaciló durante el más breve de los instantes, y después negó con la cabeza.
—No.
Se levantó y empezó a recoger los platos.
Padre y yo nos miramos el uno al otro. Él también lo había visto.
Madre no estaba diciendo la verdad.