—¿Qué demonios está pasando aquí?
Steven Mathers tenía la cara arrebatada cuando irrumpió en el despacho del director Kolby.
Kolby levantó las dos manos.
—Cálmate, Steven. Te he llamado en cuanto han llegado.
La mirada de Steven Mathers cayó sobre su hijo, sentado en el rincón opuesto del despacho con la cabeza baja y sujeta entre las manos.
—¿Qué quieren de mi hijo?
Clair hizo un gesto hacia una silla vacía delante del escritorio grande de roble.
—¿Por qué no se sienta, señor Mathers?
Aquello sólo pareció enfurecerlo más.
—Lo que voy a hacer es sacar a mi hijo de aquí, encerrarlo en nuestro apartamento y enviar a tres abogados al despacho de su jefe para que tengan una charla. Eso es lo que voy a hacer.
Clair respiró hondo, cogió aire y lo soltó.
—Su hijo podría estar implicado en el secuestro y posible asesinato de Emory Connors-Talbot.
Mathers frunció el ceño.
—¿Talbot? ¿El de la inmobiliaria?
Nash asintió.
—Su hijo está saliendo con la hija de Talbot.
—Salir con ella dista mucho de secuestrarla, detective.
—Por favor, señor Mathers, tome asiento —le volvió a pedir Clair.
Mathers aceptó esta vez, y dejó caer el maletín a su lado.
—¿Qué nos puede contar de Jacob Kittner? —le preguntó ella.
—¿Del hermano de mi mujer?
Clair asintió.
—No he hablado con él desde la muerte de Amelia, mi mujer, hace algo más de cinco años.
—¿Y su hijo? ¿Cuándo fue la última vez que habló con el señor Kittner?
—Tampoco ha tenido ningún contacto con él. No hablamos con la familia de mi mujer —afirmó Mathers.
Los tres miraron a Tyler, en el rincón; aún tenía la cara hundida entre las manos.
—¿Verdad que sí, Tyler? —dijo Mathers.
Cuando Tyler levantó la cara, tenía los ojos rojos e hinchados.
—Todo es culpa mía. No creí que nadie fuera a sufrir ningún daño.
Mathers se levantó y se acercó a su hijo.
—¿De qué estás hablando?
—El tío Jake me contó que Emory no sufriría daño alguno.
Clair y Nash se miraron y volvieron a centrarse en Tyler.
—¿El tío Jake? ¿Desde cuándo tienes tú relación de ninguna clase con ese individuo?
Tyler suspiró.
—Mamá y yo lo veíamos constantemente. No te lo decíamos porque no tenías pinta de llevarte bien con él, y mamá no quería discutir. Cuando el tío me contó que se estaba muriendo, empecé a ayudarle con las cosas de la casa, bobadas después de clase, nada más.
—¿Se estaba muriendo?
Clair levantó la vista hacia el director, que observaba desde detrás de su mesa.
—Señor Kolby, ¿podría usted disculparnos unos minutos, por favor?
Kolby frunció el entrecejo, preparado para protestar, pero se lo pensó mejor.
—Estaré justo al otro lado de la puerta si necesitan algo.
Una vez fuera el director, Clair volvió a centrar su atención en Mathers.
—Su cuñado tenía un cáncer de estómago avanzado. Lo más probable es que hubiera muerto en cuestión de semanas.
Mathers estaba haciendo un gesto negativo con la cabeza.
—Espere un momento, ¿qué quiere decir con ese «hubiera»? ¿Qué ha ocurrido?
Nash se pasó la mano por el pelo.
—Ayer por la mañana, unos minutos después de las seis, un autobús de la empresa municipal de transportes atropelló y mató a Jacob Kittner cuando se dirigía a un buzón de correos en la esquina de la Cincuenta y cinco con Woodlawn. Creemos que iba a enviar por correo una cajita blanca. Esa caja contenía una oreja humana..., la oreja de Emory. Su cuñado era el Cuarto Mono.
Mathers se quedó pálido y se movió incómodo en la silla.
—¿Jake? Imposible.
Nash asintió.
—Secuestró a Emory, y la chica sigue por ahí, en alguna parte, sin comida, ni agua, ni nadie que se ocupe de ella... No le queda mucho tiempo. Su hijo podría ser la única persona que queda viva y sabe dónde encontrarla.
Mathers tenía ahora un aspecto peor que el de su hijo, con la cara pálida y la respiración poco profunda.
—Tyler, ¿es cierto eso?
Tyler cogió aire.
—El tío no es el Cuarto Mono. No es lo que ustedes creen.
Clair cruzó la habitación y se arrodilló a su lado.
—Entiendo lo que sentías por él, pero hizo unas cosas terribles. De todas formas, ahora mismo nos tenemos que centrar en Emory, y si tú sabes adónde se la llevó, tienes que decírnoslo.
—Él no es el Cuarto Mono —repitió Tyler.
Mathers se levantó y fue hacia su hijo.
—¿Qué estás intentando decir?
—Que el tío Jake sólo estaba tratando de ayudarnos a nosotros.
—Ayudaros a vosotros, ¿cómo? —le preguntó Clair.
Tyler levantó la mirada hacia su padre y volvió a bajarla al suelo.
—Mi padre ha tenido problemas de dinero. Le afectó una reducción de plantilla en la oficina, y desde entonces lo ha pasado muy mal para cubrir los gastos, así que tiró de mi fondo para la universidad.
—¿Y cómo sabes tú que...?
Clair levantó la mano. Tyler prosiguió.
—Con mis notas, tengo una buena oportunidad de entrar en una de las ocho mejores universidades del país, pero no me va tan bien como para conseguir una beca por rendimiento. Papá todavía gana mucho como para optar a una ayuda por ingresos, así que tendremos que pagarlo a tocateja. Los créditos de estudios no lo cubren todo. El tío Jake me dijo que la única forma de conseguirlo era que le dejase ayudarme. Cuando descubrió que tenía un cáncer, intentó hacerse un seguro de vida, pero se lo denegaron en cuanto supieron de su diagnóstico. Entonces me contó que había otra forma.
»Hace un mes o así, un hombre se acercó a él y le dijo que podría ganar un montón de dinero si le ayudaba con algo. Le contó que no era nada ilegal..., bueno, no demasiado ilegal. Le explicó que sabía que estaba enfermo y que no le quedaba mucho tiempo. Era una forma no sólo de ayudarme a mí, sino también a mucha más gente. Sin embargo, dijo que el tío Jake no lo podía hacer solo y que yo tendría que ayudarle.
Mathers se estaba volviendo a poner rojo.
—¿Qué te obligó a hacer ese malnacido?
—Señor Mathers, por favor —repuso Clair.
Tyler suspiró.
—No me obligó a hacer nada, papá. Nada que yo no quisiera hacer, al menos. Dijo que tenía que intimar con Emory Connors, quizá incluso salir con ella un par de veces. Está buena, así que pensé, ¿por qué no? Salimos un par de veces, y entonces la llevé al baile de bienvenida... —Los ojos se le iban hacia los de Clair—. Al principio sólo quería ver si era capaz de conseguir que saliese conmigo, pero cuando empecé a conocerla, me gustó de verdad. Nos divertíamos muchísimo. Podía hablar con ella, ¿sabe? Y es tan inteligente. Hasta me ayudó con algunas de mis clases. Las cosas iban bien. Fue entonces cuando el tío Jake me pidió que cogiese los zapatos.
—¿Los zapatos del señor Talbot? —le preguntó Clair.
—Sí. El jueves pasado estábamos juntos, viendo una película, y el señor Talbot se pasó por allí unos veinte minutos. Tenía la ropa cubierta de polvo, pero no contó por qué. Dijo que tenía que darse una ducha rápida y cambiarse, y después se marchó. Dejó la ropa sucia en el cuarto de invitados para la asistenta. Unos veinte minutos después de que él se marchase, recibí una llamada del tío Jake. Me dijo que tenía que llevarle los zapatos del señor Talbot. No me contó por qué, sólo que aquel hombre le había dicho que los cogiese. No tengo ni idea de cómo sabía siquiera que el señor Talbot había venido, y no digamos ya que había dejado allí la ropa. Me dejó bastante alucinado. Pensé que tendría cámaras en la casa. Cuando Em se levantó para ir al cuarto de baño, me guardé los zapatos en la mochila. Los llevé a casa del tío Jake al día siguiente. No me contó para qué los quería aquel hombre, sólo que le había hecho una transferencia de una cantidad suficiente de dinero para cubrir mi matrícula más que de sobra. ¡Por un par de zapatos! No me lo podía creer. Pensamos que el hombre volvería a retirar el dinero, pero no lo hizo. Al día siguiente, el tío Jake recibió un libro de cálculo, se lo enviaba aquel hombre. Me explicó que tenía que dejarlo en el apartamento de Em. Me pareció raro, pero pensé, ¿por qué no? Si un tío raro quiere pagar cientos de miles de dólares por unos zapatos y por...
—¿Cuánto? —soltó Mathers de sopetón.
Tyler se volvió hacia su padre.
—El tío Jake dijo que al principio le dio cincuenta mil, cuando aceptó ayudarle, después otros doscientos cincuenta mil cuando recibió los zapatos...
Mathers se volvió hacia los detectives.
—No creo que debamos decir nada más hasta que llegue mi abogado.
Clair puso los ojos en blanco.
—Tyler, ¿dónde está Emory?
—No lo sé.
—Detective, ¿es que no me ha oído? —espetó Mathers.
—¿Qué aspecto tenía el hombre?
Tyler se encogió de hombros.
—Nunca lo vi. No creo que el tío Jake lo viera tampoco. Sólo hablaba con él por teléfono.
—¡Tenemos nuestros derechos, detective!
—Denos un minuto, por favor. —Clair agarró a Nash del hombro y lo sacó de aquel despacho atestado, al pasillo—. ¿Tú te tragas todo esto?
—Yo ya no sé qué creer. En este caso nada tiene sentido.
Vibró el móvil de Clair. Miró la pantalla y leyó el mensaje de texto:
¡LLÁMAME! – KLOZ