Al salir por la puerta principal del hospital, Porter vio en la acera a una joven que se bajaba de un taxi. Con dos dedos metidos entre los labios, soltó un silbido lo bastante fuerte como para sobresaltar al señor mayor que tenía a su derecha. Forzó una sonrisa, le saludó con un gesto de la barbilla y renqueó hasta el taxi.
Cuando se dejó caer en el asiento de atrás, el taxista contuvo una risita.
—¿Se está fugando o qué?
Porter cerró la puerta e hizo un gesto de dolor cuando el movimiento le tiró de los puntos.
—¿Qué?
—Que lleva ropa de hospital, y no tiene muy buen aspecto para ser del personal sanitario.
—No, nada de eso. Uno de mis compañeros de trabajo me ha apuñalado en la pierna con un cuchillo de cocina y después me ha dado por muerto en mi propia casa. Como no encontraba mi ropa, he cogido esto.
—Muy gracioso —sonrió el hombre—. ¿Adónde vamos?
—A un sitio que se llama Antigüedades y Colecciones El Tiempo Perdido, en la calle Belmont —le contestó Porter.
—¿Y el número?
Porter se dio cuenta de que no tenía la dirección exacta. Se llevó la mano al móvil y volvió a recordar que Bishop lo había machacado.
—No lo sé. Me han dicho que está en Belmont.
El taxista puso los ojos en blanco, cogió su móvil y tecleó en la pantalla.
—316 de Belmont Oeste. Parece que está justo enfrente de los apartamentos Belmont Edge.
—Suena bien. —Porter miró por la ventanilla, al tráfico cada vez más denso de la hora punta—. Si le dijera que soy policía, ¿cree usted que serviría para que llegásemos más rápido?
El taxista incorporó el coche al tráfico con suavidad y le miró por el retrovisor.
—Déjeme ver su placa.
Porter fue a llevarse la mano al bolsillo de atrás y se acordó de que llevaba un pantalón de hospital.
—La tengo en...
—¿En los pantalones con el cuchillo clavado?
—Eso.
—Veré qué puedo hacer.
Porter sacó el diario y continuó por donde lo había dejado.