Capítulo 4

Simona salió de la oficina de Collins y, consciente de los ojos que se habían posado en ella, se inclinó sobre su escritorio y revolvió entre los papeles para dar con la carpeta que le había solicitado. Cuando volvió a erguirse y giró, se topó con el cuerpo de Peter casi pegado al suyo.

—Señor White —lo nombró, y le sonrió seductora—, llega usted justo a tiempo. Estaba por llamarlo.

—Ah, ¿sí? —Apoyó las manos en el borde y la encerró con sus brazos a cada costado.

—No para lo que cree —lo atajó, y elevó las carpetas entre las manos cuando adivinó la intención de él de besarla.

Peter soltó una carcajada, sonrió de lado y se alejó apenas.

—No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?

—Dejaría de ser un desafío para ti en ese caso, ¿o no?

—Buen punto. —Volvió a inclinarse sobre ella—. ¿Son los informes del caso? —Bajó la vista, pero no precisamente a los papeles que ella sostenía.

Simona se mordió el labio inferior y tan solo asintió, el roce sobre sus senos al tomar Peter la carpeta le generó un escalofrío que no esperaba. Sabía que lo había hecho adrede, que algo así no tardaría en suceder; así y todo, se sorprendió.

—Permíteme, yo los llevo —le dijo a pocos centímetros de sus labios.

Ella creyó que la besaría, pero se equivocó y pronto sintió el vacío que le dejó el cuerpo de Peter al alejarse. Tardó unos minutos en reaccionar, no debía tener esas sensaciones, no con él, que era casi como un enemigo, mucho menos cuando también las tenía junto a Izan. Tomó una honda respiración y, algo más calmada, regresó a la oficina de Norman.

—Simona —la mencionó este en cuanto la vio—, necesito acordar una reunión con…

—Espera un momento, Collins —lo interrumpió Peter, que no perdió la oportunidad para echarle una mirada a la secretaria reclinada sobre el escritorio—. A Lipton puedes persuadirlo, no así con Katz, es un hueso duro de roer. Te aconsejo que tengas algo más antes de hablar con ellos. Yo te seguiré ayudando, sabes que puedes contar con ello.

—¡Por favor, Peter! —Norman se reclinó en su sillón y se pasó las manos por el cabello—. Acabas de leer los informes, tú mismo te asombraste de la meticulosidad del trabajo.

—Claro que sí, pero no es suficiente. Toma mi propuesta, no vas a conseguir una mejor.

Norman resopló.

—Está bien. Acepto —acordó, y dirigió la vista hacia Simona—, puedo valerme unos días sin ella.

—¿Perdón? —dijo la aludida al sentirse identificada, y clavó sus ojos café en los azules de Peter, que le sonreía con suficiencia, antes de llevarlos a los celestes de Norman—. ¿Prescindir de mí? Explícate —le pidió con la confianza que se había generado entre ambos en los años que llevaba trabajando a su lado.

—Sabes que eres la mejor, Mona, y necesito de todos tus conocimientos para cerrar este caso. Tú tienes inteligencia. Él —señaló a White—, la información para lograrlo. Serán solo unos días.

Simona apretó los dientes. Podía jugar con Peter White en su territorio, hacerlo en el de él era cambiar los tantos.

—Bien —se puso Peter de pie para evitar que ella pudiera negarse—, en vista de que todo ha quedado claro, me retiro entonces. Un placer hacer negocios contigo, colega. Nos vemos mañana, señorita Lee. —La miró vencedor y se retiró.

Simona esperó que la puerta se cerrara tras él para encarar al abogado.

—¿Por qué? —le preguntó.

—Por qué, ¿qué?

—Norman, no te hagas el tonto conmigo. Conoces bien quién es él, ¿por qué me entregas así al lobo? ¿Sabes lo que implicará trabajar codo a codo con White?

—Lo sé, corazón, pero no te lo pediría si no fuera importante.

—¿Qué hay con Parker? ¿Está de acuerdo con esta locura?

—Bueno… él… supe persuadirlo. —Le sonrió con picardía—. Y no es una locura. Esperamos mucho por esto, es nuestra oportunidad para seguir creciendo.

Simona cerró los ojos un instante y suspiró.

—Está bien. Que conste que lo hago por ustedes y porque sé cuánto han luchado por llegar donde están.

Norman la abrazó, un gesto muy propio de él cuando estaban solos, pues cuidaba mucho las formas en público; si bien no era un secreto su homosexualidad, le gustaba mantener el porte de hombre serio frente a los demás.

***

Camino al gimnasio, Simona rogó por que el ejercicio y la lectura la distrajeran, pues su mente no había dejado de pensar en Peter, en su jugada y en lo avances que uno podría hacer hacia el otro en ese juego de seducción que había nacido entre ellos. Quería darle una lección, que bebiera de su propio veneno, pero ya no estaba tan segura. Nunca lo había estado a decir verdad. Chelsea le había abierto un camino nuevo para conocer su cuerpo, para darle y darse lo mejor. No bastaba con tener una buena figura, una cara bonita. «También hay que cuidar el interior», le había dicho, y Simona lo protegía, pues la coraza que había levantado alrededor de su corazón era fiel prueba de ello. Pero los acontecimientos que habían empezado a darse en su vida trastocaban todo por cuanto venía luchando.

La adolescencia le había dejado un sabor amargo, quizás por ser un poco ingenua en aquel entonces, quizás por soñar con cuentos de hada. Su primera vez no había sido como esperaba, aunque tampoco podía decir que estuvo mal; Sam, el único novio que tuvo, fue cariñoso y por demás condescendiente. Y luego ya no quiso saber nada más, se consoló con las novelas eróticas que leía a escondidas en un principio, y que luego pasaron a ser parte de sus tesoros más preciados.

Entró al gimnasio con la esperanza de que sus pensamientos se quedaran junto al frío del exterior, y así fue, solo que dentro la recibieron otros, u otro más precisamente, ya que fue inevitable que su vista se posara en la amplia espalda de Izan. Meneó la cabeza y se dirigió hacia las caminadoras, necesitaba centrarse en la lectura de inmediato y olvidarse del mundo por completo, al menos, por un buen rato.

—Niégalo —le susurró al oído, sus dedos acercándose vertiginosamente a su centro de placer—, atrévete y te demostraré que mientes.

Sophia reprimió el gemido que pugnaba por salir de su boca. No podía claudicar, no otra vez, pero su cuerpo la traicionaba, y Jason lo sabía y se aprovechaba a la vez. Intentó alejarse, apartar esa mano inquisidora que la estaba quemando, que encendía cada fibra de su ser a tal punto que su mente dejaba de pensar, de actuar, pero no pudo.

—Jason…, por favor —susurró, y no supo si la súplica la había dicho para que se detuviera o para que continuara.

—Niégalo —repitió él, sabedor del efecto que tenía sobre ella—. No es necesario que llegue a tu vulva para saber que estás total y completamente mojada, cariño, puedo sentirla a tan solo unos centímetros, incluso olerla.

—Por favor… —volvió ella a decir, y sí gimió esa vez cuando la palma de Jason cubrió su pubis, su boca le rozó el cuello y el aliento le quemó la piel con sus palabras.

Simona estaba por dar vuelta la página cuando el tono de voz que oyó le erizó la piel más de lo que ya la tenía. «Mierda», pensó, e, instintivamente, se mordió el labio inferior y a punto estuvo de trastabillar y perder la concentración de sus constantes pasos al notar la presencia de Izan a unos metros de ella. Maldijo en silencio. No podía tener esas sensaciones, muchos menos las quería, pero en el último tiempo, desde que Chelsea le había suplicado que se asociara en el mismo gimnasio al que ella asistía, le resultaba imposible. El magnetismo que Izan generaba en su cuerpo la hacía vibrar aun sin siquiera tocarla. Y si bien le gustaba el efecto que ella también lograba en el sexo masculino, las emociones nada coherentes que la asaltaban estaban trastocando su mundo. Porque tenía que ser sincera: deseaba a Izan, ansiaba llevarlo al límite y desatar la pasión que, sabía, los uniría cuando fuera el momento, pero lo que había comenzado a sentir, algo a lo que no iba ponerle nombre, la descolocaba.

Marcó la página y cerró el libro a la vez que daba una honda respiración, continuar con la lectura, así como con el ejercicio, era en vano. Detuvo la caminadora y, al darse vuelta, se topó con los profundos ojos de Izan, que parecían desnudarla con la mirada. Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral, pero no le dio el gusto de verse vulnerable ante él, por lo que cuadró los hombros, levantó una ceja y, seductora, le preguntó.

—¿Necesitas algo?

«Tu cuerpo debajo del mío», quiso responder Izan, pero se guardó las palabras.

—Eso mismo iba a preguntarte yo, ya que he notado que acabaste antes tu rutina.

—¡Vaya! ¡Qué observador! —Simona bajó de la caminadora y, al él no retroceder para darle espacio, quedó casi pegada a su cuerpo—. Pero no tengo por qué darte explicaciones. Pago para usar los aparatos y yo manejo mis tiempos, y por hoy decidí que ha sido suficiente ejercicio para mí. Buenas tardes —dijo, y pasó por su lado.

A Izan le hirvió la sangre, pero no precisamente de rabia. Esa mujer lo enloquecía de una forma que no podía explicar. Porque Simona, así como uno la veía —sencilla, inocente y tímida— no encajaba con esas cualidades. Para él, ella tenía un aura arrebatadora, una atracción a la que no podía resistirse, y observarla se había convertido en su pasatiempo favorito. Adoraba verla perderse en la lectura tanto como ser él quien le produjera esos breves estremecimientos que notaba en su cuerpo cuando llegaba a una de esas escenas que podría encender la libido de hasta el más puritano hombre o mujer en la tierra.

—Suerte que hoy no andas en malla —se burló Logan, que lo golpeó en el hombro para hacerlo reaccionar—, o tu erección sería mucho más evidente.

—¡Mierda! —se quejó Izan, que trató de calmar su excitación con una honda respiración—. Me puede, esa mujer me puede —gimió.

—Y no lo dudo, pero procura ser claro con el resto de las féminas que sí posan los ojos en ti.

Izan frunció el ceño y desvió la vista hacia Logan.

—¿A qué te refieres? —indagó.

—A Tania, por supuesto. No eres tan ingenuo como para saber qué es lo que pretende.

—Tania… —la nombró Izan a la vez que negaba con la cabeza—. Me dejé llevar la otra noche, lo sé.

—Y no te culpo, yo también lo hubiera hecho, amigo, pero te conozco. Le echaste el ojo a Simona, y no precisamente para tener un par de revolcones y nada más. Por eso, me atrevo a darte un consejo: aclara los tantos con Tania. —Lo palmeó en el hombro y continuó con su trabajo.

Logan tenía razón, si quería llegar a primera base con Simona y ganar el juego por completo, tendría que hablar con Tania y dejarle en claro que ya no podrían seguir acostándose. Ardua tarea, pues sabía que no iba a ser nada fácil, pero debía hacerlo.