FURIOSA, PIXIE tiró los zapatos cuando entraron en el camarote. Apollo había actuado como un imbécil durante toda la noche y, además, la había puesto en ridículo como si fuese ella quien lo había ofendido. No era justo y la sacaba de sus casillas. ¿Cómo iba a perdonarlo? ¿Cómo iba a seguir casada con un maníaco? Menudo acuerdo, pensó.
–No voy a dormir aquí esta noche –le advirtió.
–No vas a dormir en ningún otro sitio –anunció él.
–Hay diez camarotes en este yate. ¿Qué te pasa? –gritó Pixie–. ¿Qué quieres de mí?
Apollo no sabía lo que estaba haciendo. Había perdido la cabeza y eso no le pasaba nunca. La deseaba, pensó. Por alguna razón, era como la pieza perdida de un puzle que tenía que tener a cualquier precio. El sexo había sido asombroso… tenía que ser eso. Problema resuelto, se dijo a sí mismo.
–¿Vas a contestar esta noche o tengo que esperar a mañana? –insistió ella, en jarras.
Sin saber qué hacer, Apollo empezó a desabrochar su camisa hasta que oyó unos arañazos en la puerta. Cuando abrió, Hector entró tranquilamente, pero al verlo corrió a esconderse bajo la cama.
–Eres mi mujer –dijo por fin, cerrando la puerta. Y, en su opinión, eso era todo lo que tenía que decir.
Pixie se quedó perpleja por tal respuesta.
–Pero no soy tu mujer de verdad…
–Estamos casados legalmente y estoy intentando que quedes embarazada. ¿Cómo puede ser más real? Además, esta noche me siento casado.
Los ojos grises brillaban de indignación.
–Si es así como vas a portarte cuando estás casado, no me gustaría estar contigo cuando seas soltero.
–No esperaba que me la devolvieras –admitió él abruptamente, con una sonrisa que la enfureció aún más–. Muy inteligente, koukla mou. Es lo mejor que podías hacer para que un tipo tan básico como yo se enfadase.
Pixie respiraba con dificultad.
–¿Crees que ha sido una estrategia para llamar tu atención? –exclamó, atónita.
–Ha funcionado –señaló él–. Así que supongo que ha sido algo deliberado.
–No ha sido deliberado –Pixie se inclinó para tomar un zapato y tirárselo a la cabeza–. ¿Cómo puedes ser tan arrogante?
–Mira, voy a dejarlo pasar por esta vez, pero si vuelves a dejar que otro hombre te toque, tendrás que pagar por ello.
–¿Me estás amenazando? –exclamó Pixie, tomando el otro zapato y blandiéndolo como si fuera un arma.
–¿Amenazarte? Tú eres más violenta que yo. Una vez me diste un puñetazo y ahora me estás tirando cosas –le recordó él.
Pixie tiró el segundo zapato, pero Apollo lo evitó haciendo una finta. Hector, asustado de verdad, empezó a gemir desde su escondite bajo la cama.
–Puedo permitir que hagas cosas que no he permitido hacer a otras mujeres, koukla mou, pero no puedo permitir que asustes a ese pobre perro –dijo Apollo, tomándola en brazos para sentarla sobre la cama–. Cálmate, tienes toda mi atención.
–¡Ahora no la quiero! –gritó ella, tan dolida que sus ojos se llenaron de lágrimas.
–Me temo que esto es lo que hay –murmuró él, tomando su cara entre las manos–. Te deseo.
–No –dijo Pixie, intentando apartarse.
–Tú también me deseas, pero no quieres admitirlo.
–¿Pero te oyes a ti mismo? ¿No te maravillas de lo arrogante que eres?
Apollo buscó su boca en un beso apasionado y su temperatura subió como un cohete. Ardiendo de deseo, se colocó a horcajadas sobre él y Apollo empujó sus caderas para que notase lo que le hacía. Y Pixie lo notó, vaya si lo notó. El rígido bulto bajo la cremallera del pantalón provocó un torrente entre sus piernas. Apollo tiró del top para chupar sus rosados pezones, una maniobra que la dejó sin aliento, pero intentó reaccionar.
–No pienso dirigirte la palabra –murmuró, consternada.
–¿Desde cuándo es necesario hablar? –replicó él, metiendo una mano bajo su falda para rasgar las bragas y acariciar con dedos expertos el sitio que lo esperaba impaciente.
–Apollo… –murmuró, impotente y culpándolo por ello.
–Te deseo más de lo que he deseado nunca a una mujer –dijo con voz ronca.
Ah, la combinación de su irresistible sonrisa y esas maravillosa palabras dejó a Pixie mareada y, como por voluntad propia, sus brazos se enredaron alrededor de su cuello.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué seguía deseándolo? ¿Qué había sido de su enfado?
Cuando miró esos preciosos ojos verdes su corazón dio un vuelco, pero se dijo a sí misma que no podía estar enamorándose de él. No, ella era demasiado sensata. No era el tipo de mujer que haría eso sabiendo que, al final, Apollo le rompería el corazón. Solo era deseo; un deseo salvaje, loco. Y le afectaba más porque era la primera vez para ella.
Apollo la acarició entre las piernas, anulando sus defensas y excitándola hasta que lo único que deseaba, lo único que necesitaba, era llegar al final. La empujó suavemente hacia tras para quitarle la falda y se lanzó sobre ella sin desnudarse siquiera.
–No puedo esperar –murmuró–. Tengo que tenerte ahora mismo.
Se enterró en ella sin ceremonias, pero su duro miembro era todo lo que su cuerpo necesitaba en ese momento. Un grito de placer escapó de sus labios, seguido de un suspiro de satisfacción cuando empezó a moverse. Apollo cambió de postura para hacerlo desde otro ángulo y Pixie gimió de gozo, sorprendida, pero deseando aquello como no había deseado nada en toda su vida. El poder que tenía sobre ella la abrumaba, pero no quería pensar en eso. El clímax la envolvió como una avalancha, apartando cualquier otro pensamiento, cualquier otra sensación. Después, tirada sobre el torso de Apollo decidió que tal vez no se movería nunca.
Pero unos segundos después, él la tumbó sobre el colchón y se arrodilló sobre ella para quitarse la ropa con gestos frenéticos.
–Espero que no estés cansada. Creo que podría seguir durante toda la noche.
Habían hecho las paces. Apollo se decía a sí mismo que ese había sido su objetivo, pero necesitaba hundirse en ella una vez más. Sencillamente, había algo en Pixie que actuaba como un afrodisíaco. No iba a pensar en ello. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Para qué? El sexo no necesitaba ser diseccionado. Sencillamente, era así.
Besó a Pixie y ella no necesitó más invitación. De hecho, fue ella quien inició el encuentro en aquella ocasión.
«A las mujeres les gusta que las abracen», le había dicho Vito, como si fuera un gran secreto conocido solo por unos pocos. A él no le gustaba abrazar, pero podría aprender a fingir… particularmente si eso animaba el sexo, pensó con una sonrisa de lobo.
«Sé amable», le había dicho Holly, sin muchas esperanzas de que le hiciera caso.
Cuando se trataba de estrategia Apollo siempre había creído ser astuto, pero se había equivocado al pensar que Pixie tendría un ataque de celos en la discoteca. Y se había sentido ofendido cuando no fue así, pero no volvería a cometer ese error. No, la escucharía, la observaría y aprendería hasta que su matrimonio fuese más civilizado y los dos consiguieran lo que querían de ese acuerdo. Eso era lo más razonable.
Mientras estaba reflexionando con lo que a él le parecía perfecta coherencia, Pixie se sentía tan irracional como un montón de semillas que el viento llevaba aquí y allá. No tenía guía ni soportes para los sentimientos que la asaltaban cuando Apollo, con aparente naturalidad, la envolvió en sus brazos. La hacía sentir segura, como si le importase de verdad. La hacía sentir especial y, aunque el sentido común le decía que ella no era nada comparada con las modelos con las que Apollo solía salir, era feliz por primera vez en mucho tiempo. Era feliz de verdad y decidió que no iba a malgastar energía preocupándose o criticándose a sí misma. Apollo tenía razón en una cosa: lo deseaba. Al menos en ese sentido su matrimonio funcionaba…
Pero cuando Apollo deslizó una mano grande y poderosa por su espalda, Pixie dejó de pensar.
Apollo había dejado un reguero de galletitas por el suelo y Hector, que estaba convirtiéndose en experto en seguir rastros, salió de su camita y fue disfrutando del festín hasta el escritorio mientras él fingía ignorar sus progresos. Cada semana, el pequeño terrier se atrevía a acercarse un poco más a un hombre que lo aterrorizaba, aunque Apollo no se lo tomaba como algo personal. Hector tenía miedo de los hombres, pero era más confiado con las mujeres. Se había hecho amigo de Pixie en la consulta del veterinario donde estaban atendiendo sus heridas y Pixie, que era amiga de una de las enfermeras, se había encariñado con el perrillo de inmediato.
Al menos Hector era más previsible que ella, tuvo que admitir. Pixie no confiaba en nada de lo que él dijera. Parecía convencida de que no podía ser más que un mujeriego, como si tuviese un defecto genético que lo incapacitaba para cualquier otro propósito. Y eso lo volvía loco. Nunca había conocido a una mujer tan obstinada. En la cama eran perfectos el uno para el otro. Pixie era tan apasionada como él, pero fuera del dormitorio sus esfuerzos por hacerla cambiar de opinión sobre él eran infructuosos.
Apollo tiró un juguete en dirección a Hector. Esperaba que el animal saliera corriendo, pero el terrier lo sorprendió lanzándose con aparente alegría sobre el juguete para golpearlo con sus patitas, encantado al escuchar los pitidos.
Pixie sacó un pie fuera de la cama y se sentó lentamente para evitar las náuseas que la habían afectado en varias ocasiones durante la última semana. Pero en cuanto se puso en pie tuvo que ir corriendo al cuarto de baño. Después de darse una ducha se vistió y, por suerte, su estómago parecía asentado.
¿Estaba embarazada? Si era así, sería de muy poco tiempo y dudaba que las náuseas apareciesen tan pronto. Aunque le había parecido increíble que tanto sexo no hubiera llevado directamente a un embarazo. Apollo hablaba en serio al decir que «le gustaba el sexo y le gustaba a menudo».
Tenía un retraso de varios días, pero no quería hacerse ilusiones y, por supuesto, no le contaría nada a Apollo. De hecho, aunque el embarazo se confirmase no querría contárselo enseguida. ¿Y por qué?
Sería mejor no pensar en ello, decidió, mientras se ponía un pantalón corto y una camiseta. Seguía sin acudir al salón de belleza del yate porque siempre le había gustado arreglarse el pelo ella misma, pero sí usaba otros servicios, pensó, mirando sus brillantes uñas y sus perfectamente depiladas cejas. La verdad era que estaba acostumbrándose poco a poco al estilo de vida de Apollo.
Le asustaba reconocer que estaba acostumbrándose a llevar vestidos de diseño y joyas caras. Apollo decía que tenía que hacer el papel y ella aceptaba porque sabía que tenía razón. Nadie se tomaría en serio su matrimonio si tenía aspecto de pobretona. Pero aun así, a veces sentía que estaba perdiendo una parte esencial de sí misma: su independencia.
Por supuesto, todo cambiaría si estaba embarazada, pensó. Apollo reclamaría su antigua vida y volvería a ser el mujeriego más famoso de Europa. Después de todo, una vez conseguido el embarazo no habría razón para quedarse con ella. No habría razones para que compartiesen cama… sería el final de su supuesto matrimonio.
Y allí estaba, esa era la triste verdad: estaba locamente enamorada de su marido, que no era un marido de verdad. Había descubierto muchas cosas sobre Apollo en esas seis semanas. Por ejemplo, que no era el mujeriego que describían las revistas o las páginas de cotilleos de internet. Siempre se había preguntado cómo era posible que Apollo y un hombre tan serio como Vito fuesen amigos cuando a primera vista no tenían nada en común. Y en temperamento, vida familiar y comportamiento era muy diferentes, pero no tanto como había imaginado.
Por ejemplo, Apollo apoyaba muchas causas benéficas, sobre todo una organización no gubernamental que ayudaba a niños maltratados y un santuario para perros abandonados que había abierto en Atenas. En la isla de Nexos también tenía un albergue para animales que habían sufrido maltrato y Pixie estaba deseando visitarlo y, con un poco de suerte, recibir consejos profesionales para lidiar con los miedos de Hector. Todas esas facetas desconocidas habían erradicado su antigua hostilidad hacia Apollo.
Desde esa noche en la discoteca, cuando los dos perdieron los nervios, la relación entre ellos había cambiado y desde entonces no se habían separado ni un momento. Pixie esbozó una sonrisa. No creía que Apollo pudiera pasar una sola noche sin sexo. O que pudiese ella. La pasión abrasadora que había entre ellos la emocionada casi tanto como la asustaba. Naturalmente, seguían peleándose de vez en cuando, pero su relación parecía tan normal que debía hacer un esfuerzo para recordar que su matrimonio no era un matrimonio de verdad sino un acuerdo con el objetivo de quedar embarazada. Y que tenía una fecha de caducidad.
Su hermano, con el que hablaba a menudo por teléfono, había admitido por fin que sufría una adicción al juego, pero estaba acudiendo a las reuniones de Jugadores Anónimos todas las semanas, de modo que tenía una preocupación menos.
Se había enfadado con Apollo cuando le echó en cara sus problemas sin consultar con ella, pero había cambiado de opinión. No le habían gustado sus métodos, pero sabía que lo había hecho con buena intención. Después de todo, si no fuera por la intervención de Apollo, ella ni siquiera sabría que su hermano seguía apostando. Además, gracias a su apoyo Patrick tenía muchas más posibilidades de superar su adicción y vivir una vida feliz.
En realidad, ni siquiera debería ser una sorpresa que se hubiera enamorado de él, pensó. Apollo era su primer amante, su primer todo. Y era un hombre con un gran carisma cuando quería, pero no podía caer en la trampa. Apollo estaba haciendo un papel para su beneficio y en beneficio propio. ¿La creía tan tonta que no sabía eso?
Se mostraba atento y simpático, pero todo era mentira. El estrés y la angustia de una mala relación podrían evitar que quedase embarazada y una pelea la alejaría de su cama, por eso era tan amable. Como cuando subió a la cubierta superior del yate para lanzarse al agua desde allí y Apollo se puso histérico. No, su preocupación por lo que podría haberle pasado no podía ser sincera.
Si se hubiera matado al tirarse de la cubierta sería inconveniente para él, pero con sus recursos y su atractivo le habría resultado muy fácil remplazarla, pensó, poniéndose melodramática.
Y tampoco debía dar importancia a las excursiones que habían hecho para nadar, merendar en playas solitarias o explorar preciosos pueblecitos costeros. Apollo disfrutaba mostrándole la belleza de su país y había descubierto que conocía bien la mitología griega. De hecho, lo sabía todo sobre las ruinas griegas o romanas de la zona.
Pixie jugaba nerviosamente con el colgante de oro y diamantes que llevaba al cuello. Apollo se lo había regalado una semana después de la escena en la discoteca y ella había tenido que disimular una tonta emoción. Su marido era un hombre cambiante, voluble, apasionado y en muchos sentidos un misterio y una contradicción constante. Era un multimillonario con todos los lujos a su alcance y, sin embargo, disfrutaba merendando en una playa con una botella de vino del lugar, pan casero, una simple ensalada y queso local.
Había descubierto que le gustaban los perros, pero no tenía ninguno desde la infancia y parecía disfrutar intentando ganarse la confianza de Hector, un chucho de naturaleza desconfiada…
La puerta se abrió y Pixie se levantó al ver a su perro detrás de Apollo. Hector no se acercaba jamás a él, pero solía seguirlo a cierta distancia.
Con un pantalón cargo y una camisa negra medio desabrochada, Apollo la miró con una sonrisa de reprobación.
–¿Por qué te has levantado tan tarde? No has desayunado conmigo –se quejó.
–Tal vez me estás agotando –bromeó ella.
Sus ojos verdes brillaban como joyas.
–¿Soy demasiado exigente? –le preguntó, con el ceño fruncido.
Pixie se puso colorada.
–No más que yo –murmuró, recordando que lo había despertado en medio de la noche para buscar el placer que solo él podía darle.
Apollo le pasó un brazo por los hombros.
–Me gusta que seas sincera –le confesó con voz ronca.
–No, lo que te gusta es ser mi único objeto de deseo –lo corrigió ella, apoyándose en su costado como si estuviera programada para hacerlo.
Él inclinó la oscura cabeza para reclamar su boca con un ansia que despertó un incendio entre sus piernas. Era tan débil con él, pensó. Se negaba a sí misma el deseo de abrazarlo porque no quería que supiera lo que sentía por él, pero eso se convertiría en una barrera en la relación. ¿No le había prometido no pegarse a él? ¿No le había dicho que no tenía intención de enamorarse de él? De verdad había pensado que era imposible.
Cuando Apollo la aplastó contra su torso con fuerza, Pixie supo que podría hacer lo que quisiera con ella porque no podía resistirse. Ya no tenía defensas contra él.
Pero se quedó desconcertada cuando un segundo después la apartó en un extraño gesto de contención.
–No –dijo con voz ronca–. He venido para llevarte arriba. Quiero que veas la isla desde cubierta cuando lleguemos al puerto.
Y Pixie entendió por qué se había apartado, aunque era doloroso. En realidad, siempre había sabido que, al contrario que ella, Apollo podía resistirse a sus encantos. Eso hería su amor propio y su corazón, pero era una realidad y debería aprender a vivir con ella. Después de todo, si estaba embarazada su futuro como pareja podría contarse en días más que meses.
Además, la isla de Nexos, el hogar de los Metraxis durante generaciones, era muy importante para Apollo y una de las razones por las que se había casado con ella. Sin una esposa y un hijo, no podría asegurarse la propiedad de la isla.
Pixie estaba sobre la cubierta del Circe, con el brillante cielo azul sobre su cabeza, el sol iluminando la isla en la que Apollo había crecido. Él le pasó un brazo por la cintura y Pixie se apoyó en su costado para mirar la playa de arena blanca a un lado de la isla y el acantilado al otro. Entre la playa y el acantilado había un pueblo de casitas blancas, con una iglesia de cúpula redonda que parecía dar la bienvenida.
–Es preciosa –murmuró.
–Yo no veía Nexos como mi hogar hasta que me di cuenta de que podría perderla –dijo Apollo, pensativo–. Si hubiera confiado más en mi padre, tal vez no habría impuesto esa cláusula en su testamento.
–Pero ahora da igual –razonó Pixie, intentando consolarlo al notar su tono apenado–. Tal vez tu padre sabía qué cebo poner en el anzuelo.
Apollo soltó una carcajada.
–Dudo que se le hubiera ocurrido poner un cebo de metro y medio y que, además, es peluquera. Con mucho talento, debo admitir, koukla mou –se apresuró a añadir Apollo, temiendo haber herido sus sentimientos. No quería que interpretase el recordatorio de sus humildes orígenes como un insulto–. Como cebo has demostrado ser tan eficaz como un torpedo en la línea de flotación.
¿Así era como la veía, como algo destructivo? ¿Por qué? ¿Porque le había confiado la historia con su perversa madrastra o porque le había mostrado su lado más vulnerable? No lo entendía. Contándole todo eso había demostrado ser alguien digno de ser amado, pensó, entristecida.