Epílogo

 

A LOS DIECISÉIS meses, Sofía Metraxis era una fuerza de la naturaleza. Aquella mañana corrió hacia su hermano, Tobías, le quitó el camión con el que estaba jugando y se negó obstinadamente a devolvérselo.

–Eso no ha estado bien –la regañó Pixie, tomando a un lloroso Tobías en brazos.

–Te gusta ser la jefa, ¿eh? –bromeó Apollo mientras buscaba otro juguete para el niño.

–Qué granuja es –dijo Pixie, riendo.

–Y mandona. Me pregunto de quién lo habrá heredado –bromeó Apollo–. Es increíble lo diferentes que son.

Y lo eran. Tobías era más callado, sensato y metódico. Sofía era toda energía y necesitaba menos horas de sueño. Los dos niños habían transformado las vidas de sus padres, que pasaban más tiempo disfrutando de la playa en Nexos que en su cómoda casa de Londres. Además, la familia había aumentado también en la representación canina porque Hector y su pequeña sombra griega, otro terrier llamado Sausage, no los dejaban ni a sol ni a sombra.

Pixie había pasado todo el embarazo en Londres, bien atendida por un ginecólogo. Por suerte, los mellizos nacieron tras una cesárea programada y ni ellos ni Pixie habían tenido ningún problema. Solo entonces le contó que su madre había muerto al dar a luz y era por eso por lo que había estado tan preocupado.

El hijo de su hermano había nacido en verano y Patrick y su familia vivían en Escocia, donde Apollo había encontrado un buen trabajo para él. Además, Patrick seguía acudiendo a las reuniones de Jugadores Anónimos.

Apollo tomó la mano de Pixie para salir del salón, dejando a los niños al cuidado de su niñera.

–Tengo un regalo para ti.

–¿Ahora? Pero mañana es el día de Navidad –protestó ella.

–Todos los días me parecen el día de Navidad estando contigo, agapi mou –susurró él–. Además, Vito y Holly llegarán en un par de horas y quiero dártelo antes.

–Dios mío, ¿tan tarde es? –exclamó Pixie, nerviosa–. Tengo que…

–No tienes que hacer nada –la interrumpió Apollo–. La casa parece una feria navideña, los regalos están envueltos y todo el mundo sabe lo que tiene que hacer.

Pixie miró el iluminado y precioso árbol navideño en la entrada y tuvo que esbozar una sonrisa. Tenía razón, todo estaba preparado. Se había convertido en una tradición que las dos familias pasaran juntas las fiestas navideñas y aquel año ellos serían los anfitriones porque Holly estaba embarazada de su tercer hijo y necesitaba descansar. Y, aunque no competían para ver quién organizaba las mejores navidades, las expectativas añadían cierto estrés a los preparativos. En cualquier caso, la casa estaba preciosa.

Pixie había descubierto que se le daba bien la decoración y había transformado la villa de Nexos, pintando las paredes en tonos suaves, reemplazando los muebles y dando algún toque de color aquí y allá.

–¿Nos vamos a la cama? –susurró. La llegada de los invitados, aunque fueran sus mejores amigos, imponía ciertas restricciones a lo que podían y no podían hacer, de modo que debían aprovechar.

–Ah, por eso es por lo que quiero estar casado contigo para siempre –declaró Apollo, riendo, mientras la tomaba entre sus brazos–. Piensas como yo…

A veces era un ingenuo, se dijo Pixie. No era que pensasen igual, sencillamente no podía resistirse a su atractivo marido. Aquel día iba vestido de manera informal, con unos vaqueros gastados y un jersey, pero su aspecto viril seguía dejándola sin aliento. La hacía tan feliz. En la cama y fuera de la cama, como marido, como padre. Apollo era todo lo que había soñado en un hombre y dos años de matrimonio habían aumentado la atracción que había entre ellos. Su paciencia con Hector, por ejemplo, le había enseñado mucho sobre el hombre con el que se había casado. En el fondo, Apollo era bueno, amable y cariñoso.

Él puso un diamante «eternidad» en su dedo y Pixie tuvo que sonreír. Sus manos brillaban con una plétora de anillos y elegía cuál iba a ponerse cada mañana. Le gustaba comprarle joyas y Pixie sabía que era porque pensaba en ella continuamente. Sus viajes al extranjero eran breves y siempre que podía los llevaba a todos en el yate, donde podía trabajar rodeado de su familia.

–Es precioso –murmuró, sus ojos de color plata llenos de amor y comprensión porque había entendido que tener su propia familia era lo más importante para él. Crear su propia familia había sido como volver a nacer y le había permitido convertirse en el hombre que podría haber sido desde siempre si no hubiera sufrido a manos de sus madrastras.

–Tú eres la joya de la corona –dijo él, buscando su boca en un beso hambriento y exigente que la hizo sentir escalofríos–. ¿Crees que Vito y Holly están dispuestos a formar un equipo de fútbol?

–No me sorprendería –respondió ella–. Pero tendrán que pasar un par de años antes de que yo quiera tener otro hijo. Los mellizos son agotadores.

–Casi tan agotadores y exigentes como su padre –dijo Apollo, empujando desvergonzadamente su mano para colocarla donde quería.

Pixie miró esos ojos verdes rodeados de negras pestañas.

–Te quiero, cariño.

–Y es una suerte porque voy a retenerte a mi lado para siempre –dijo él con voz ronca.

Más tarde, cuando llegaron los invitados y la casa estaba llena de niños emocionados e igualmente emocionados perros, los adultos se sentaron para tomar una copa y Pixie se arrellanó cómodamente bajo el protector brazo de Apollo, admirando el iluminado árbol navideño y sintiéndose sinceramente agradecida por el final feliz que había encontrado con el hombre de sus sueños.