Capítulo 9

 

BUENO, ESTO ha sido… –a Xanthe, aplastada contra el colchón aunque con la sensación de estar flotando, le costaba respirar. Sus dolores y penas se habían disipado con aquellos dos gloriosos orgasmos.

Pero la estupidez de lo que habían hecho la hizo sentirse confusa.

Dane se separó de ella con una sonrisa sensual dibujada en un semblante demasiado hermoso, arrogante y encantador.

–Formidable –dijo él.

–Yo iba a decir loco.

Dane lanzó una carcajada y se sentó en el borde de la cama para desatarse las botas. Después, se sacó los pantalones por los pies.

–Y yo diría inevitable –Dane se quitó la camisa y la tiró al suelo, junto a los pantalones–. Queríamos hacer esto desde que nos hemos visto –añadió Dane mientras se sacaba la camiseta por la cabeza.

A Xanthe se le secó la garganta al ver las anchas espaldas de Dane, bronceadas y marcadas por cicatrices a la altura de las costillas. ¿Cómo se había hecho esas cicatrices? Decidió no pensar en ello, no quería seguir por ese camino.

Dane tenía sus secretos, siempre había sido así, y no eran asunto suyo.

Dane se levantó y cruzó la estancia gloriosamente desnudo, con andares lánguidos y arrogantes. Ella clavó los ojos en esas nalgas musculosas y perfectas. Al instante, su cuerpo volvió a cobrar vida.

Se tapó con la sábana, demasiado consciente de su propia desnudez.

–¿Adónde vas? –preguntó ella.

Dane volvió la cabeza al tiempo que abría la puerta del cuarto de baño.

–A darme una ducha.

–No recuerdo haberte invitado a que te quedes –Xanthe se tapó hasta la barbilla.

Dane se apoyó en la puerta, ocultando, afortunadamente, el impresionante miembro.

–Voy a darme una ducha y luego vamos a hablar.

–No quiero hablar, lo único que quiero es dormir –protestó ella.

Aunque también quería olvidar la capacidad de Dane para provocarle increíbles orgasmos. Ahora que el semental había escapado del establo, no quería que la actuación se repitiera.

–Dormirás cuando acabemos de hablar –contestó él.

–Pero…

Dane entró en el baño y cerró la puerta.

–No quiero que te quedes aquí –concluyó ella en un susurro en el momento en que oyó el chorro de la ducha.

Ese hombre era incorregible. Era dominante, autoritario e imposible. Ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, todo. Dane había averiguado la verdad, se habían acostado juntos, ella había tenido dos orgasmos y ya está. Punto final.

De encontrarse en plenas facultades físicas y mentales, agarraría el teléfono y pediría a la gerencia del hotel que echara a Dane de allí inmediatamente. Aunque reconocía que podía ser problemático explicar por qué quería que echaran al hombre que había pagado la habitación. Pero, desgraciadamente, no estaba en plenas facultades físicas ni mentales.

Se levantó de la cama trabajosamente. El sexo la había dejado agotada. Tenía ganas de dormir durante un mes.

Pero ahora ya no le quedaba más remedio que limitar los daños.

Agarró unos cojines del sofá y los tiró en medio de la cama, para evitar problemas cuando él saliera de la ducha. Y por si a ella se le ocurría hacer más tonterías…

Se agachó y agarró la camiseta de Dane que estaba en el suelo, el único camisón que encontró, y se la puso; la bata de satén no la había protegido, la camiseta era su única defensa. Le llegaba a medio muslo y las mangas le tapaban las manos. Perfecto.

No, no tan perfecto, aquella ropa olía a él, a una mezcla de detergente y hombre.

Volvió a la cama e hizo un esfuerzo por ignorar el sensual olor mientras se preparaba para permanecer despierta unos minutos más antes de despedir a Dane.

Se acurrucó en la cama apoyando la espalda en los cojines y vio las luces al otro lado del río Hudson a través de los ventanales de la habitación.

Los latidos de su corazón se hicieron más lentos, los párpados se le cerraron… En un momento tuvo la sensación de que unos fuertes brazos la rodeaban, prometiendo cuidar de ella.

Durante el resto de su vida.

 

 

Dane, en calzoncillos, estaba acabando de comerse una hamburguesa que había pedido que le llevaran a la habitación. A unos metros de él, Xanthe dormía.

¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué no se había marchado?

Al salir del cuarto de baño había encontrado a Xanthe profundamente dormida. Al principio, había pensado que estaba haciéndose la dormida para evitar hablar con él y darle explicaciones de por qué le había mentido respecto a lo del embarazo. ¿Por qué demonios no le había dicho que había tenido un aborto natural? En vez de esperar a que él lo adivinara.

Pero después de diez minutos de observarla, su delgado cuerpo en posición fetal y apenas moviéndose, había reconocido que no solo no estaba fingiendo, sino que, probablemente, Xanthe no se despertaría hasta la mañana siguiente.

Por lo tanto, él no tenía motivo alguno para quedarse. No eran una pareja.

Pero al ir a vestirse, no había encontrado su camiseta. Después de pasar diez minutos buscándola, había visto una manga azul asomando entre la ropa de la cama. Se había acercado, había levantado la sábana y había localizado la camiseta, y los recuerdos habían vuelto a asaltarle:

Xanthe con el bañador mojado en la cubierta de un velero poniéndose la vieja sudadera del chándal de él para resguardarse del frío después de haber hecho el amor en el agua. Él agarrando una de sus camisas de trabajo y tirándosela mientras ella corría hasta el cuarto de baño del motel con el vientre abultado por el embarazo. Y un montón de recuerdos más, algunos eróticos, otros dolorosos.

Había vuelto a asaltarle ese deseo de protegerla y le había impedido marcharse.

Lo había estropeado todo diez años atrás. Xanthe tenía razón, él no había estado a su lado cuando ella más le había necesitado. Pero ya no podía hacer nada, excepto pedirle disculpas. Unas disculpas que ella había rechazado.

Pero sabía muy bien qué estrategia había utilizado Xanthe para distraerle: el sexo. Había recurrido a la química que existía entre los dos para evitar hablar con él.

Se había dado cuenta de ello en la ducha y se había enfurecido, pero ahora se había tranquilizado y había reconocido lo irónico de la situación. Al fin y al cabo, era él quien había utilizado siempre el sexo con el fin de distraerla cuando ella, diez años atrás, le había hecho preguntas sobre las cicatrices de su espalda.

Dejó un pequeño trozo de hamburguesa en el plato, cubrió los restos de la comida con la tapadera de metal y sacó el carrito de la comida de la habitación.

Se sintió incómodo al volver a la suite. Debía marcharse. Xanthe podía quedarse con su camiseta, él tenía cientos de camisetas parecidas. No sabía qué demonios estaba haciendo ahí.

Pero al aproximarse a la cama para agarrar su camisa, que estaba en el suelo, y terminar de vestirse, oyó un quedo sollozo y unos gemidos.

Destapó con cuidado el rostro de ella, fresco e inocente sin maquillaje, igual que el de la chica que recordaba. Entonces, la vio fruncir el ceño, apretar los labios y cerrar una mano, que tenía al lado de la cabeza, en un puño. El rápido movimiento de los párpados sugirió que Xanthe estaba teniendo una pesadilla. Al instante, la vio lanzar otro ahogado gemido.

El corazón le golpeó las costillas. Debía marcharse. Pero en vez de dirigirse a la puerta, se tumbó al lado de ella y le puso una mano en la cabeza para apartarle de la frente un mechón de pelo.

–Shh, Red, tranquila. Sigue durmiendo.

Xanthe le apartó la mano y su respiración se aceleró.

–Por favor, Dane, contesta al teléfono… Por favor, Dane…

Los roncos gemidos le llegaron al alma. Se sintió culpable. Xanthe, despierta, se había mostrado fuerte y resistente. Pero ahora, dormida, era otra cosa.

No, no podía marcharse. Todavía no.

Se puso los vaqueros, aunque se dejó el botón superior abierto y después, al levantar la ropa de la cama, vio un montón de cojines debajo.

Sonrió. ¿De qué iba a protegerla esa muralla de cojines? ¿De la libido de él o de la suya?

Agarró los cojines y volvió a ponerlos en el sofá. Después, se acostó al lado de Xanthe y la rodeó con los brazos, con las nalgas de ella pegadas a su entrepierna, ignorando la súbita punzada de deseo.

Poco a poco, se fue relajando al lado de Xanthe y se durmió.