ES ESO Nassau? –gritó Xanthe con la esperanza de que el rubor de su rostro no fuera tan brillante como las luces que veía al fondo de la bahía, que debían de pertenecer a la capital de las Bahamas.
Un caleidoscopio de rojos y naranjas pintaba un cielo en el que el sol se estaba ocultando tras las siluetas de unas palmeras y unas coloridas cabañas en la playa.
Había pasado el día durmiendo. Se sentía ágil, descansada y rejuvenecida. Desgraciadamente, le preocupaba el recuerdo de retazos de conversación antes del amanecer, cuando Dane había ido a buscarla a cubierta.
¿En serio le había suplicado que le provocara un orgasmo?
Sí, eso había hecho.
Y también había confesado que había sido el único hombre con el que se había acostado.
¿Cómo iba a salir airosa de eso y con la dignidad intacta? Sobre todo, teniendo en cuenta que todavía podía sentir las caricias de la lengua de él en el clítoris.
Dane dejó lo que estaba haciendo con la jarcia de la embarcación y se acercó a ella con paso seguro.
–Sí, el puerto deportivo está en la isla Paraíso. Pero vamos a quedarnos aquí anclados hasta mañana. Es demasiado peligroso entrar en el puerto cuando ya ha anochecido.
Su rubor se tornó radioactivo al mirarle a los ojos.
–¿Has dormido bien?
–Sí… gracias –como un leño, durante doce horas seguidas.
En ese momento, le asaltó el recuerdo de Dane lavándole la cabeza y secándola con la toalla.
–De nada –respondió él–. Y gracias por haberte encargado de la navegación mientras yo descansaba.
Le temblaron las piernas y se le hizo un nudo en la garganta al pensar en el mimo con que él la había tratado.
¿Por qué se estaba engañando a sí misma? Ya no se trataba solo de sexo; al menos, en lo que a ella concernía. Un profundo temor se apoderó de ella. Se estaba enamorando de Dane otra vez y no parecía capaz de evitarlo.
Dane paseó la mirada por el rubor que ahora le quemaba el rostro.
–¿Te pasa algo? –preguntó él.
Xanthe se aclaró la garganta. Perder terreno nunca había sido la respuesta con Dane, lo sabía. Mostrarse tímida o avergonzada sería equivalente a un suicidio.
Dane la había dejado sintiéndose frágil, vulnerable y asustada. Por supuesto, no lo había hecho intencionadamente ya que el amor no entraba en sus planes. Debía darle la vuelta a la situación, hacerle creer que el sexo era lo único que compartían. De lo contrario, Dane se daría cuenta de lo mucho que había significado para ella lo ocurrido la noche anterior.
–Sí. Y tiene que ver con tu altruismo sexual.
Dane arqueó las cejas.
–¿Y cómo es que eso es un problema? –respondió él con evidente sarcasmo.
Le había enfadado. Bien.
–No es un problema exactamente, pero habría preferido que no hubiera ocurrido. No necesitaba que me provocaras un orgasmo solo por darte pena.
–¿Por darme… pena? –a Dane se le atragantaron aquellas palabras–. ¿Por qué demonios dices eso?
–No era mi intención que te apiadaras de mí. Cuando dije que quería hacer el amor contigo, me refería a darnos placer mutuamente.
Dane no comprendía a qué venía eso. Le había dado a Xanthe lo único que era capaz de darle sin complicar más las cosas. ¿Y ahora Xanthe le decía que no había querido eso?
–Estabas agotada y apenas te tenías en pie –le espetó él–. Habías pasado horas haciendo mi trabajo mientras yo dormía. Necesitabas dormir.
–¿Y por eso decidiste ayudarme a que me durmiera? –dijo ella con las mejillas encarnadas–. Bien, muchas gracias. La próxima vez que padezca de insomnio te llamaré.
–Eres una desagradecida.
Le sobrecogió una profunda cólera. Había deseado que Xanthe se disolviera en sus brazos, que gimiera de placer y susurrara su nombre una y otra vez. Pero la había visto agotada y sensible. Y le había golpeado el corazón al decirle que había sido el único hombre en su vida.
Por fin, al asimilar que había sido el único con el que se había acostado, había sentido una profunda emoción y, al mismo tiempo, terror; Orgullo, sentido de la posesión y miedo de necesitarla demasiado. Todo ello le había hecho revivir los terrores de la niñez. Por eso se había contenido, por eso le había dado a Xanthe lo que ella necesitaba sin querer privándose de lo que también él quería.
Pero ahora Xanthe le estaba diciendo que lo que le había dado no era suficiente.
–¿Desagradecida? –le espetó ella–. ¿Es que no lo entiendes? No quiero estarte agradecida, no quiero ser motivo de tu compasión. Quiero ser tu igual, tanto en la cama como fuera de la cama.
Dane la agarró por los brazos y tiró de ella hacia sí.
–¿Quieres participar esta vez? No tengo ningún problema con eso.
Xanthe hundió los dedos en sus cabellos y le acercó la cara a la suya, sus bocas se encontraban a un suspiro de distancia. El deseo hacía que el verde musgo de sus ojos se hubiera tornado en un ardiente esmeralda.
–Estupendo, yo tampoco –respondió ella antes de besarle.
Fue un beso salvaje y loco. La pasión les consumía a ambos cuando él la levantó en sus brazos.
No podía hacerla suya, pero se aseguraría de que Xanthe jamás pudiera olvidarle.
Por fin desnudos, la piel de él cálida y firme contra la suya, Dane le cubrió el sexo con una mano y le acarició con los dedos el centro del placer. Ella dio un respingo en la cama, las caricias de Dane le encendían la carne; sabía cómo tocarla, cómo llevarla a la cima del placer. Los labios de él capturaron uno de sus pezones y se lo chupó.
Xanthe gimió al alcanzar el clímax, pero no fue suficiente.
–Te necesito dentro –suplicó ella, desesperada por olvidar el doloroso vacío que llevaba atormentándola tanto tiempo.
Dane se incorporó, la agarró por las caderas y se colocó para penetrarla. Pero, justo cuando iba a hacerlo, se detuvo. Después, bajó la cabeza, apoyó la frente en la suya y lanzó un juramento.
–No tengo preservativos. No he venido preparado porque se suponía que iba a viajar solo.
Se miraron a los ojos y vio reflejada su brutal excitación en las azules profundidades de los de él.
–No te preocupes, no voy a quedarme embarazada.
–¿Estás tomando la píldora?
La suposición de Dane abrió viejas heridas. Contuvo las ganas de decirle la verdad, de contarle lo mucho que le había costado su amor.
«No se lo digas, no puedes hacerlo».
–Sí –mintió Xanthe.
Dane lanzó un gruñido de alivio y la besó. Después, la penetró.
Xanthe arqueó la espalda, la sensación de plenitud fue sobrecogedora. Él comenzó a moverse dentro de ella a un ritmo devastador.
–Vamos, Red, quiero verte alcanzar un orgasmo otra vez. Vamos, hazlo por mí.
El tono posesivo de Dane, la desesperación que oyó en sus palabras, le asustó. En el pasado, se había entregado a él por entero, no podía volver a hacerlo.
–No puedo.
–Sí, claro que puedes.
Dane le acarició el clítoris con el pulgar, hinchándoselo. Y las perfectas caricias volvieron a llevarla al borde del orgasmo con vertiginosa rapidez. La euforia disipó sus miedos. Se miraron a los ojos y la intensidad que vio en los de él le llegó al alma.
Xanthe se agarró a los hombros de Dane y, al sentir la tensión de sus músculos, una profunda emoción la envolvió.
Los espasmos de placer la sacudieron al alcanzar el clímax y, al instante, oyó gritar a Dane al vaciarse dentro de ella.
Cuando recuperó el ritmo normal de la respiración, la gloriosa sensación de satisfacción fue sustituida por una emoción que no quería sentir.
Dane, aún dentro de ella, se incorporó, apoyándose en un codo, y le acarició la frente.
–¿Te pasa algo? –preguntó él.
Dane le pasó la mano por la mejilla y ella apartó el rostro, el tierno gesto amenazaba con hacerla llorar.
Para Dane, aquello era solo sexo. Siempre había sido así.
–No, nada en absoluto. Deja que vaya a lavarme.
Dane salió de su cuerpo sin protestar. Pero, cuando ella fue a levantarse de la cama, Dane le agarró una muñeca, impidiéndoselo.
–Xan, no.
–¿No, qué? –preguntó Xanthe volviendo la cabeza.
–No huyas.
Dane la obligó a tumbarse otra vez y le rodeó los hombros con un brazo. Después, volvió a acariciarle las mejillas.
–Dime, ¿por qué no ha habido otro hombre en tu vida?
–Ojalá no te lo hubiera dicho –contestó Xanthe con un suspiro–. Olvídalo.
–No –le susurró él junto a su cabello–. Si te sirve de consuelo, te diré que tampoco ha habido nadie importante en mi vida.
Xanthe se negó a albergar falsas esperanzas.
–Supongo que los dos hemos estado demasiado ocupados.
–Supongo que sí –respondió él–. Dime, ¿a qué se debe esa cicatriz que tienes debajo del ombligo?
Xanthe se quedó inmóvil, incapaz de pronunciar palabra, incapaz de contener las lágrimas.
–¿Por el aborto?
Ella asintió.
A Dane le latió el corazón con fuerza. Notó la tensión de Xanthe en todo su cuerpo. Sabía que abortar debía de haber sido terrible para ella y no había sido su intención sacar el tema. Pero la pregunta se le había escapado y necesitaba ofrecerle consuelo de una forma u otra. Y, por primera vez, la ira que sentía hacia su padre no era nada comparada con lo enfadado que estaba consigo mismo.
Era él quien un día diez años atrás había salido furioso de la habitación del motel y no se había puesto en contacto con Xanthe durante varios días.
–¿No quieres hablar de ello? –preguntó Dane en un ronco susurro.
Xanthe se aclaró la garganta y contestó:
–Tengo una cicatriz porque tuvieron que operarme. Estaba sangrando mucho y…
Dane la abrazó con ternura.
–Lo siento, Red. No debí insistir en que te casaras conmigo, no debí llevarte a ese maldito motel. Era una pocilga. No te habría pasado nada si hubieras estado en casa de tu padre…
Xanthe escapó de su abrazo y le selló los labios con un dedo.
–¡No sigas! –exclamó Xanthe con las lágrimas resbalándole por las mejillas–. Eso no es verdad. Me habría pasado de cualquier modo. Yo solo quería estar contigo.
–De todos modos, tu padre tenía razón respecto a mí –dijo él.
–¿A qué te refieres?
–Una vez me dijo que yo era una rata de muelle. Y yo era justo eso.
Había hecho un gran esfuerzo por pronunciar esas palabras e intentó sentir alivio al haber reconocido la verdad por fin. Una verdad que había querido ocultar a Xanthe todos esos años atrás.
–Me crie en un remolque en un lugar que distaba poco de ser un basurero. Mi padre era un alcohólico que disfrutaba pegándome. Como escape y para librarme de las palizas que me daba, solía refugiarme en el puerto deportivo. Lo hice hasta que tuve la edad y la fuerza para devolverle los golpes.
Aunque revelar la verdad de quién era y de dónde venía jamás podría remediar las equivocaciones que había cometido, al menos serviría para demostrar a Xanthe lo mucho que lo sentía y lo arrepentido que estaba del daño que le había causado.
Xanthe agarró con fuerza la sábana que le cubría los pechos mientras intentaba asimilar lo que Dane le había contado. Por fin sabía que era el padre de Dane quien le había causado todas esas cicatrices en la espalda.
¿Cómo podía haber estado tan equivocada? ¿Cómo había podido creer que el hecho de que Dane se hubiera negado a hablar de sí mismo se debía a su arrogancia, orgullo e indiferencia?
–Siento que tu padre te tratara así, Dane –dijo ella con profundo sentimiento–. Y mi padre te llamó rata de muelle porque era un esnob.
–Tu padre te quería, Xan, y quería protegerte.
–Te equivocas, Dane. Mi padre no me quería, me consideraba propiedad suya, nada más. Yo era una de sus inversiones, la hija que iba a casarse con el hombre que él eligiera y en quien él pudiera delegar el mando de la empresa –contestó ella con amargura–. El motivo por el que mi padre te odiaba era porque yo me había enamorado de ti, de un hombre que no quería nada de él, de un hombre que no quería ni un céntimo de su fortuna.
Dane le cubrió una mejilla con la mano.
–Supongo que no hemos tenido suerte con nuestros padres.
Xanthe lanzó una carcajada acompañada de más lágrimas.
–Íbamos a tener un niño, Dane. Era niño –dijo ella, decidida a hablar del pasado porque no tenían futuro.
–¿En serio?
–Sí.
–Me alegro de que me lo hayas dicho, Red. Y, por favor, no llores. Ya ha pasado.