13. Berlín

Cuando regresamos a Berlín, después de un viaje aburrido y pesado que nunca se acababa (una cosa es ir, y la otra, volver; eso pasa siempre), lo primero que hice fue ir a ver a mi tía Jasmin. Llegamos tarde y ayudamos a nuestros padres a descargar el coche y subir las maletas al piso. Mi madre, viendo que eran más de la nueve de la noche, opinaba que era mejor dejar la visita para la mañana siguiente.

—Yo te acompañaré, que llevo un montón de cosas para los tíos.

—Es que me gustaría pasar a saludar a la tía Jasmin —objeté.

—Déjale ir —me apoyó mi padre—. Sea la hora que sea, no hay mucho que hacer en esa jaula donde la tienen encerrada. Le podríamos haber traído unos huesos de cordero para roer.

—¡Ay, hombre, no seas bruto! ¡Ni que fuera una bestia!

—Es que lo es —se lamentó mi padre, moviendo la cabeza.

Saludé a mi tío y a mi prima, y también a su prometido, el taxista simpático.

—Seguro que el viaje se te ha hecho pesado porque tu padre conduce muy despacio. ¡El día que vayamos nosotros, nos presentamos allá en un periquete! —aseguró Kemir—. ¡He aprendido a conducir muy bien yendo en taxi día y noche!

Mi tía, pobre mujer, continuaba enjaulada. Suerte que era de buen conformar.

—Sí, chico, qué quieres que haga. Resignación. Las horas pasan muy lentamente, aquí encerrada y sin poder moverme. Pero estoy contenta de que vosotros hayáis tenido un buen viaje y una feliz estancia con los parientes.

—No les hemos contado nada de tu… situación.

—Bien hecho. Que no sufran. Nadie puede arreglarlo. Daría lo que fuera por ser una mujer como antes, y poder tomar el metro e ir de compras, y cocinar, y visitar a la familia en Estambul… Pero la vida va como va. Y ahora me toca pasar este trago.

—Me gustaría contarte una cosa, tía Jasmin. Es que me ha pasado algo muy curioso…

Sentado en un taburete delante del agujero enrejado que daba a la habitación de mi tía, sin nadie más cerca, le expliqué el encuentro con aquellos zumbados del grupo del alfabeto. Le dije que ellos conocían su nuevo estado como bestia monstruosa. Mi tía se sorprendió tanto como yo.

—¿Cómo demonios se han enterado? ¡Nadie me ha visto en este estado! ¡Solo la familia! ¿Y quién es esa gente?

Sin entretenerme en los detalles, la puse al día de mis peripecias turcas y le revelé la posible existencia del malvado Gran K.

—Según ellos, el Gran K es el responsable de tu desgracia. Y por eso he estado pensando que, si la cosa ha ido como ellos aseguran, el tal Gran K es la única persona capacitada para devolverte a tu estado natural. Si supiéramos quién es, y dónde se aloja en Berlín, yo me encargaría de pedirle un antídoto contra el hechizo.

—Eso que propones es muy peligroso, hijo. Si lo que me has contado es verdad, ese hombre busca tu perdición. No permitiré que lo busques ni que te acerques a él, ¿me oyes?

—Quería saber, tía —me mantuve firme en mis propósitos—, si el último día de tu existencia como mujer hablaste con algún desconocido que pudiera ser el Gran K. Alguien que te hubiera tocado, o que te hubiera dicho algo, y que ese contacto hubiera sido la causa del hechizo.

Mi tía refunfuñó dentro de la jaula. Se puso a cuatro patas y comenzó a dar vueltas por el espacio, preocupada.

—No me gustan estas cosas… No me gustan nada. Esto no tiene buena pinta… Nunca me perdonaría que te pasara alguna desgracia por mi culpa…

—No tiene que pasarme nada, tía…

—Ese individuo, si existe, es tu contrincante, hijo mío. Ese tipo busca tu ruina como ha hecho con tantas otras personas, según me has contado. Conmigo, sin ir más lejos —mi tía daba vueltas agobiada—. ¡Ni pensarlo!

—Tía, si no hacemos nada, el Gran K conseguirá sus propósitos, uno de los cuales es quitarme de la circulación y, a lo mejor, convertirme en un animalucho o algo peor, sí, pero también destruir el mundo entero. ¡No puedo quedarme de brazos cruzados! ¡No pienso esperar a que un día me atrape saliendo del colegio sin hacer nada para evitarlo!

—Tendríamos que hablar con mi marido y con tus padres… Quizá tendríamos que hablar incluso con la policía…

—¿Ah, sí? ¿Para decirles qué? ¿Que te has convertido en una pantera y que buscamos a un brujo sin escrúpulos que pretende liquidarme y convertirme en un loro porque en mi espalda hay una mancha en forma de letra? ¿Piensas de verdad que se lo van a tragar?

Mi tía se detuvo y se tumbó cerca del agujero a través del cual nos comunicábamos.

—No —admitió—. Si lo contamos así, seguro que no nos harán ni caso.

—Pues así es como es. No se me ocurre otra manera de contarlo.

Mi tía Jasmin parecía que estaba pensando. Se frotó el morro con la garra de la pata derecha, como un perro, y soltó un resoplido.

—No puedo permitir que te enfrentes a esto tu solo, con ese hombre. Si queremos hacerlo bien, tenemos que contar con un ejército, con un comando de acción. Solo tienes trece años, cariño, y yo no puedo salir de casa… Tendríamos que encontrar un grupo de gente dispuesta a apoyarte. Gente que no hiciera demasiadas preguntas…

—Mi hermana y mi padre…

—No —me interrumpió mi tía—. Nadie de la familia. ¿Cómo quieres hacerle entender a tu padre que te dispones a participar en una batalla tan especial? ¿De verdad piensas que te permitiría participar en eso? No, no, cariño, tendríamos que contar con… especialistas.

—¿Especialistas?

Mi tía movió la cabeza. Me pidió que acercara la oreja a la reja para hacerme confidencias.

—Especialistas quiere decir personas especiales. ¿Especialistas cómo?, te debes de preguntar. Bueno, pues especiales en los siguientes términos: que estén un poco locos; que sean un poco adultos, mayores de edad, al menos; que sean fantasiosos, porque para creerse esta historia del Gran K se tiene que ser un poco fantasioso, ¿no te parece?; que no tengan obligaciones diarias, o sea, que dispongan de tiempo y que no tengan que fichar en ninguna fábrica; que tengan o puedan disponer de un medio de transporte por si hay que escapar a todo correr o huir a vete a saber dónde, lejos de aquí —mi tía tuvo que hacer una pausa—. Gente de esa clase, para lo que nos interesa, serían especialistas.

Me quedé cavilando. ¿De dónde demonios iba a sacar yo a un grupo de especialistas como los que había descrito mi tía?

—A quien yo busco es al Gran K, tía. Eso es lo primordial. Antes de intentar organizar una patrulla de especialistas, necesito saber si contamos con alguna pista para empezar a buscarlo.

Mi tía movió la cabeza y se frotó el morro otra vez.

—La pista la tenemos, cariño. Recuerdo perfectamente qué me pasó el día antes de convertirme en un monstruo. Recuerdo perfectamente con quién hablé.

—¡El Gran K…! ¡Sabes quién es el Gran K…! —exclamé con los ojos muy abiertos.

—Bueno…, al menos se me ocurre por dónde podemos empezar.