Emma y Ephraïm se encuentran en el puerto de Haifa, en el mismo lugar donde desembarcaron hace cinco años. Tienen un hijo más y algunas canas. Emma ha engordado de pecho y de caderas, Ephraïm se ha quedado flaco como un fideo. Han envejecido y su ropa está desgastada. Qué más da, esa partida les da la sensación de tener de nuevo veinte años. 

Ephraïm embarca para Marsella, desde donde se dirigirá a París. Y Emma, a Constanza, en dirección a Polonia. 

La familia de Emma se maravilla ante Itzhaak, el niño al que no conocían. Maurice, su abuelo, le enseña a andar en la magnífica escalinata de piedra esculpida por donde asciende la hiedra. Emma decide que, en adelante, llamarán a Itzhaak «Jacques». 

—Suena chic y francés. 

 

—Debes saber que todos los personajes de esta historia tienen varios nombres y distintas ortografías. Me hizo falta bastante tiempo para entender, a través de las cartas que leía, que Ephraïm, Fédia, Fedenka, Fiodor y Théodore eran... ¡una única persona! Escúchame bien, tardé diez años en darme cuenta de que Borya no era una prima Rabinovitch, sino que Borya era... ¡Borís! Bueno, no te preocupes, voy a hacer una lista con las equivalencias, para que puedas aclararte. ¿Sabes?, a lo largo de los siglos, a los judíos de Rusia se les han pegado algunas características del alma eslava. Ese gusto por los cambios de nombre... y, por supuesto, la negativa a renunciar al amor. El alma eslava. 

 

Aquel verano, el verano de 1929, los Wolf reciben la visita de un hermano de Ephraïm, el tío Borís. Llega de Checoslovaquia para pasar unos días en Polonia con sus sobrinas y su cuñada. Él también había tenido que huir de los bolcheviques. 

De joven, el tío Borís fue un auténtico boevik, un militante. A los catorce años creó en su instituto un kruski, un círculo político. Convertido en jefe de la Organización Militar del PSR, del 12.º ejército, y en vicepresidente del Comité ejecutivo de los Sóviets del Frente Norte, fue diputado por el sóviet de los campesinos, elegido miembro de la Asamblea constituyente, designado por el PSR

 

—Pero, de pronto, tras entregar veinticinco años de su vida a la Revolución, después de conocer la embriaguez de las grandes asambleas políticas..., lo dejó todo. De un día para otro. Para hacerse campesino. 

 

Para Myriam y Noémie, el tío Borís es el eterno tío Borís. Con sus extraños sombreros de paja y su cráneo ya liso como un huevo. Se ha convertido en granjero, naturalista, agrónomo y coleccionista de mariposas. Sus viajes le permiten profundizar sus conocimientos acerca de las plantas. A este tío chejoviano lo quiere todo el mundo. Las niñas dan largos paseos con él por el bosque, descubren el nombre latino de las flores y las propiedades de las setas. Aprenden a imitar el sonido de una trompeta con una hoja doblada entre los dedos. Hay que elegirla ancha y firme para que resuene bien. 

 

—Mira estas fotos —me dijo Lélia—, son de ese verano. Myriam, Noémie y sus primas llevan vestidos de algodón cortados por el mismo patrón, manga corta, tela de flores y, por encima, un delantal blanco. 

—Me recuerdan a los que nos confeccionaba Myriam cuando éramos pequeñas. 

—Sí, os ponía esos vestidos folclóricos para que posarais exactamente como en estas fotos, en fila, de la más mayor a la más pequeña. 

—Quizá Myriam pensara en Polonia al vernos. Me acuerdo de que a veces tenía la mirada perdida.