Ephraïm sigue de cerca la ascensión de Léon Blum. Los adversarios políticos, así como la prensa de derechas, se explayan. Se trata a Blum de «vil lacayo de los banqueros de Londres», «amigo de Rothschild y otros banqueros a todas luces judíos». «Es un hombre digno de ser fusilado —escribe Charles Maurras—, pero por la espalda». Este artículo tiene consecuencias.
El 13 de febrero de 1936, Léon Blum es agredido en el Boulevard Saint-Germain por miembros de la Action Française y de los Camelots du Roi que, al reconocerlo, lo hieren en la nuca y en la pierna. Lo amenazan de muerte.
En Dijon, se saquean escaparates y varios comerciantes reciben la misma semana esta carta anónima: «Tú perteneces a una RAZA que quiere arruinar a Francia y hacer la REVOLUCIÓN en nuestro país, que no es el tuyo, puesto que eres judío y los judíos no tienen patria».
Unos meses después, Ephraïm se hace con el panfleto de Louis-Ferdinand Céline, Bagatelas para una masacre. Quiere entender lo que leen los franceses: se han vendido más de setenta y cinco mil ejemplares en apenas unas semanas.
Con el libro en la mano, se instala en un café. Y como un auténtico parisino, pide una copa de vino de Burdeos —él, que nunca bebe alcohol—. Empieza la lectura. «Un judío está compuesto de 85 por ciento de desfachatez y de 15 por ciento de vacío. [...] Los judíos, ellos, no se avergüenzan de su raza judía, al contrario, ¡Dios los libre! Su religión, su labia, su razón de ser, su tiranía, todo el arsenal de los fantásticos privilegios judíos...». Ephraïm hace una pausa con un nudo en la garganta, termina su copa de vino y pide otra. «No recuerdo qué judío torpe (he olvidado su nombre, pero era un nombre judío) se esforzó, durante cinco o seis números de una publicación supuestamente médica (en realidad, una mierda judía), en cagarse en mis obras y mis “ordinarieces” en nombre de la psiquiatría». Ephraïm se enciende pensando en la cantidad de gente que compra esa logorrea delirante. Sale a la calle tambaleándose, nauseabundo. Sube a pie por el boulevard Saint-Michel, bordea con dificultad las verjas del Jardin du Luxembourg. Y mientras lo hace, recuerda ese pasaje de la Biblia que lo aterrorizaba de niño:
«Y Dios dijo a Abraham: “Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no es suya, donde serán esclavizados y oprimidos cuatrocientos años”».