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Las semanas siguientes, Myriam presenta a su novio a su hermana y a Colette delante de un chocolate caliente en la pastelería vienesa de la rue de l’École-de-Médecine. Colette lo encuentra fascinante. Noémie es más reservada, siente la aventura de su hermana como un abandono. 

—Ve con cuidado. No te eches a los brazos del primero que pasa —le aconseja—. Te recuerdo que Pétain quiere prohibir el divorcio. 

Myriam adivina indicios de celos tras esos consejos llenos de buenas intenciones. No se da por enterada. 

También Vicente presenta a su novia a sus amigos. Son extraños y maleducados, comen mermelada con hachís, toman copas, o glasses, como dicen ellos, odian a los burgueses, llevan el pelo largo y engominado y chaquetas de fuelle, y solo se mueven por los tres montes: Montmartre, Montparnasse y Villa Montmorency, donde ciertas noches, en la Avenue des Sycomores, Vicente ha dormido en casa de André Gide. 

Myriam les parece demasiado seria. 

—Es anodina, mediocre. Rosie era burguesa, pero por lo menos era bonita. 

Entonces, Vicente contesta con esta frase que le dijera un día su padre frente a una puesta de sol: 

—Desconfía de lo bonito. Busca lo bello. 

—Pero ¿qué belleza le encuentras? 

Vicente se queda mirando a sus amigos haciendo énfasis en ambas palabras: 

—Es judía. 

Myriam es su grito de guerra. Es su fragmento negro de belleza. Con ella fastidia al universo entero. A los alemanes, a los burgueses y a Olga Molar. 

 

Noémie, que siempre había sido una alumna brillante, empieza a estudiar de manera inconsistente. Su profesor de alemán escribe en la libreta de notas, al final del primer trimestre: «Alumna desconcertante. Lo hace o muy bien o muy mal». 

Acaba el bachillerato y empieza a ir a clases de literatura a la Sorbona como oyente libre; y así coincide con su hermana. Está dispuesta a esperarla durante horas, delante de las puertas del anfiteatro Richelieu, solo para poder volver en metro con Myriam, como hacían antes al salir del colegio. 

—Me agobia —dice Myriam a su madre. 

—Pero es tu hermana y tienes suerte de tenerla —contesta Emma con un nudo en la garganta. 

Myriam se da cuenta de que ha metido la pata. Sabe que su madre no tiene noticias de sus padres ni de sus hermanas desde hace semanas. Las cartas enviadas a Polonia se quedan sin respuesta. 

 

Una mañana, en Lodz, los padres de Emma se despiertan presos. Les han clausurado el barrio con unas vallas de madera recubiertas de alambre de espino. Las patrullas de policía regular impiden la huida de la gente. Imposible entrar, imposible salir. Las tiendas están desabastecidas. Los gérmenes y los microbios se extienden. Semana tras semana, el gueto se convierte en una tumba a cielo abierto. Cada día, decenas de personas mueren allí de hambre o enfermedad. Los cuerpos se amontonan en carretas con las que nadie sabe qué hacer. Se propagan olores infectos. Los alemanes no entran a causa de las epidemias. Esperan. Es el principio del exterminio por muerte «natural». 

Por eso Emma ya no tiene noticias de sus padres, ni de Olga, Fania, Maria o Viktor, su hermano pequeño. 

 

Noémie se matricula en un curso de formación acelerada para docentes que le permitirá obtener un diploma en el mes de julio si no se posponen los exámenes. Y así, ganarse la vida a la vez que sigue escribiendo. 

 

—Mira esta carta. Se ve que, a pesar de la prohibición a los judíos de escribir libros, ella no abandona su proyecto. 

 

Sorbona, 9.00 h, esperando al profe

 

Querida mamá, querido papá, querido Jacquot: 

 

Hace tres semanas tuve una especie de «shock sentimental». Y desde entonces he escrito con mucha facilidad bastantes poemillas en prosa. 

De todo lo que llevo escrito son, con toda seguridad, los más publicables, en el sentido de que son maduros y tienen alma. Los mandé a la señorita Lenoir y ayer me pidió que fuera a verla para que habláramos de ello. Le han gustado. Incluso hubo ciertos momentos en que me decía qué cosas le gustaban más, yo estaba avergonzada... En fin, que está embalada. 

 

Biblioteca de la Sorbona, 3.20 h

 

Los ha pasado a máquina y se los ha enviado a alguien que pueda emitir un juicio más imparcial, porque dice que tiene miedo de ser demasiado severa o no lo suficiente. Ciertamente, ayer fue un gran día para mí. 

No sé exactamente cómo decir las cosas, pero ayer sentí con mucha intensidad que más adelante, no más adelante como se dice un día, sino dentro de dos o tres años, puede que antes, puede que algo más tarde, escribiré y publicaré. 

Os contaría cosas más precisas aún. Pero no puedo. Es demasiado complicado y, de momento, también doloroso. El caso es que es a causa de una persona. Que no está mal. A la que quiero mucho. 

Os mando un fuerte abrazo y espero a Jacquot el viernes que viene. Estaré en la estación. 

Un beso,  

NO 

 

Esta carta, sin datar, se escribió antes de junio de 1941. En esa fecha, Myriam y Noémie se enteran de que ahora un numerus clausus limita la matrícula de estudiantes judíos en la universidad. Tienen que renunciar a la Sorbona. 

Numerus clausus. La expresión les choca. La oían en boca de su madre, que no pudo estudiar Física como soñaba. Esas palabras latinas evocaban un periodo remoto, Rusia, el siglo XIX... Nunca habrían imaginado que un día pudieran concernirles. 

En París se cometen atentados contra soldados alemanes. A modo de represalia, se fusila a rehenes. Y se cierran teatros, restaurantes y cines por cierto tiempo. Las chicas sienten que no pueden hacer nada. 

Unos días después, Ephraïm se entera de que los alemanes han entrado en Riga. La gran sinagoga coral adonde tanto le gustaba ir a su mujer ha sido incendiada por los nacionalistas. Han encerrado a la gente en su interior y la han quemado viva. 

Ephraïm no cuenta nada a Emma. Del mismo modo en que Emma oculta a Ephraïm que ya no recibe correo de Polonia. Cada uno protege al otro. 

Deben presentarse en la prefectura para firmar los registros. Ephraïm, que ha oído hablar de las partidas hacia Alemania, hace preguntas al agente de la Administración. 

—Pero ¿qué hacen exactamente en Alemania? 

El agente tiende a Ephraïm un folleto donde se ve a un obrero mirando hacia el este. En letras de imprenta puede leerse: SI QUIERES GANAR MÁS, VEN A TRABAJAR A ALEMANIA. INFORMACIÓN: OFICINA DE COLOCACIÓN ALEMANA O FELDKOMMANDATUR O KREISKOMMANDATUR». 

—¿Por qué no? —dice Ephraïm a Emma—. ¿Quizá trabajar unos meses, en nombre de Francia, podría acelerar nuestra nacionalización? Eso sería una prueba de nuestros esfuerzos y sobre todo de nuestra buena voluntad. 

En los pasillos, los Rabinovitch se cruzan con Joseph Debord, el marido de la maestra de Les Forges, que es empleado en la prefectura. 

—¿Qué opina usted? —pregunta Ephraïm mostrándole el folleto. 

Joseph Debord mira de reojo a izquierda y derecha; luego, sin decir nada, coge el folleto de las manos de Ephraïm y lo rompe en dos. Los Rabinovitch lo ven alejarse en silencio por el pasillo.