—¿Por qué detienen a los hijos Rabinovitch y no a los padres?
—Sí, parece extraño, porque tenemos en mente esas imágenes donde se ve a familias enteras detenidas juntas: padres, abuelos, hijos... Pero hay varios tipos de arrestos. El proyecto del Tercer Reich, el exterminio de millones de personas, era tan vasto que tuvieron que proceder por etapas durante varios años. En un primer momento hemos visto cómo la promulgación de las ordenanzas pretendía neutralizar a los judíos para impedirles que actuaran. ¿Has entendido la maniobra?
—Sí, separar a los judíos de la población francesa, alejarlos físicamente, hacerlos invisibles.
—Hasta en el metro, donde ya no tenían derecho a subirse en los mismos vagones que los franceses...
—Pero no todo el mundo permanecerá indiferente. Me acuerdo de esta frase de Simone Veil: «En ningún otro país hubo una reacción de solidaridad comparable a la que tuvo lugar aquí».
—Tenía razón. La proporción de los judíos salvados de la deportación durante la Segunda Guerra Mundial en Francia fue elevada en comparación con los demás países ocupados por los nazis. Pero volviendo a tu pregunta, no, en efecto, los judíos al principio no eran deportados en familia. Los primeros deportados, los de 1941, eran únicamente hombres en la flor de la vida. La mayoría, polacos. A aquello se le llamó la «razia de la tarjeta verde». Porque los hombres a los que se llevaban recibían una citación en forma de tarjeta de color verde.
»Primero escogen a los hombres enérgicos, para dar credibilidad a la idea de que se trata de mano de obra que se envía para trabajar. A los jóvenes padres de familia, los estudiantes, los obreros fornidos, etcétera. Ephraïm, que tiene más de cincuenta años, no entra en esa franja. Esto permite eliminar en primer lugar a los hombres fuertes. A los que pueden combatir, a los que saben servirse de un arma. ¿Ves?, cuando decías que no entendías por qué la gente soportó aquello, como muertos en vida, y que esa idea te resultaba insoportable... Pues bien, aquellos hombres, los “tarjetas verdes”, no se dejaron atrapar así como así. Para empezar, casi la mitad de ellos no acudió a la convocatoria. Luego se resistieron. Muchos se escaparon —o intentaron escaparse— de los campos franceses de tránsito donde estaban encerrados. He leído relatos de evasiones, de peleas terribles con los vigilantes de los campos. De los tres mil setecientos tarjetas verdes detenidos, casi ochocientos consiguieron escapar, aunque la mayoría fueron detenidos de nuevo.
»Todo eso está calculado para hacer creer a la gente que se trata “solo” de encarcelar a los judíos y llevarlos a trabajar a algún lugar en Francia. No de matarlos. Grosso modo, se les asocia a prisioneros de guerra. Y luego, poco a poco, se detendrá también a los jóvenes, como Jacques y Noémie; más tarde, a los de otras nacionalidades, y así, progresivamente, a todo el mundo: los jóvenes, los viejos, los hombres, las mujeres, los extranjeros, los no extranjeros..., hasta los niños. Insisto en esta cuestión de los niños; sin duda sabrás que los alemanes querían deportar a los hijos después de los padres. Por su parte, el gobierno de Vichy quería deshacerse de los niños judíos lo antes posible. La Administración francesa comunicó a la Administración alemana “el deseo de ver que los convoyes con destino al Reich incluyen igualmente a los niños”. Está escrito con letras de molde.
»Los alemanes, según parece, inventaron un nombre en clave, Viento Primaveral, para designar la operación que proyectaba acelerar el proceso de deportación de los judíos de Europa del oeste. La idea original consistía en detener a todo el mundo el mismo día, en Ámsterdam, en Bruselas y en París.
—¡El mismo día! Ahí se ve la megalomanía del sueño antisemita: ¡detener a todos los judíos de Europa a la vez, a la misma hora!
—Pero el plan resulta más complicado de llevar a cabo. El 7 de julio de 1942 se organiza un encuentro en París entre representantes de ambos países. Los alemanes exponen su proyecto. A los franceses les corresponde ejecutarlo. La operación prevé, entre otras cosas, la partida de cuatro convoyes de tren por semana, cada uno debiendo transportar a mil judíos. Lo que supone dieciséis mil al mes enviados hacia el este con el fin de obtener, en un trimestre, un primer contingente de cuarenta mil judíos deportados de Francia. Digo bien, un primer contingente. Porque el objetivo fijado para el año 1942 es deportar a cien mil judíos del territorio francés. Y no es más que el principio. Está todo claro, nítido y preciso.
»El día después de la reunión, los comandantes de la gendarmería de diferentes departamentos franceses reciben las órdenes siguientes. Te leo la nota tal como se escribió: “Todos los judíos entre dieciocho y cuarenta y cinco años de edad, ambos inclusive, de los dos sexos, de nacionalidad polaca, checoslovaca, rusa, alemana y anteriormente austriaca, griega, yugoslava, noruega, holandesa, belga, luxemburguesa, y apátridas, deberán ser detenidos de inmediato y transferidos al campo de tránsito de Pithiviers. No se arrestará a los judíos que a simple vista sean reconocidos como lisiados, ni a los judíos nacidos de matrimonios mixtos. Las detenciones se ejecutarán, en su totalidad, el 13 de julio a las 20 h. Los judíos arrestados deberán ser trasladados al campo de tránsito hasta el 15 de julio a las 20 h, plazo límite”.
—El 13 de julio es el día de la detención de los hijos Rabinovitch. Noémie tiene diecinueve años, ella entra dentro de los criterios. Pero ¿Jacques? Solo tiene dieciséis años y medio (y dieciocho años son dieciocho años), y la Administración suele respetar las reglas.
—Desde luego. Llevas razón. No deberían haberse llevado a Jacques. Pero el Estado francés tiene un problema. En algunos departamentos, el número de judíos disponibles para la deportación no alcanza los objetivos de rentabilidad exigidos por los alemanes. ¿Te acuerdas de lo que acabo de decirte? Mil judíos por convoy, cuatro convoyes por semana, etcétera. Se da, pues, la orden oficiosa de que el límite de edad de detención de los judíos se amplíe por debajo hasta los dieciséis años. Creo que por eso Jacques aparece en la lista.
—¿Y Myriam? ¿Qué habría sucedido si se hubiera presentado ante los alemanes esa noche?
—Se la habrían llevado con su hermano y su hermana, para alcanzar...
—... los objetivos de rentabilidad.
—Pero aquella noche no estaba en la lista porque acababa de casarse. Es el fino hilo del azar del que pende cada una de nuestras vidas.