Al amanecer del 15 de julio, Jacques y Noémie salen de la cárcel de Évreux acompañados por otras catorce personas. Jacques es el más joven. El grupo es trasladado a la sede de la 3.ª legión de la gendarmería, en Ruan, donde se reúne a todos los judíos detenidos en el departamento del Eure durante la redada que había tenido lugar el 13 de julio.
Al día siguiente por la tarde, el 16 de julio de 1942, los padres Rabinovitch se enteran de que ha habido detenciones masivas en París esa misma mañana. A partir de las cuatro de la madrugada han sacado de la cama a familias enteras, obligadas a salir de inmediato con una maleta nada más, so pena de ser apaleados. Los arrestos no pasan desapercibidos. La Dirección General de Inteligencia en París señala en un informe: «Aunque la población francesa sea, en su conjunto y de manera general, bastante antisemita, juzga con severidad estas medidas, que califica de inhumanas».
—Se llevan incluso a mujeres jóvenes con sus hijos, me lo ha contado mi hermana, que es portera en París —le dice una vecina del pueblo a Emma—. La policía ha ido con cerrajeros, y cuando la gente se niega a abrir fuerzan la entrada.
—Y luego —añade el marido— van a ver al portero del edificio para decirle que cierre el gas de los pisos porque no van a volver en una temporada...
—Se han llevado a las familias al Velódromo de Invierno, según parece. ¿Conocen el sitio?
El Velódromo, sí, Emma se acuerda perfectamente de ese estadio, en la rue Nélaton, en el distrito 15, donde se celebran las competiciones de ciclismo, de hockey sobre hielo y los combates de boxeo. Cuando Jacques era pequeño, un año su padre lo llevó al Patín de Oro, una carrera de patines de ruedas.
«Pero ¿qué historia es esa?», se dice Ephraïm, lleno de miedo.
Emma y Ephraïm vuelven al ayuntamiento para intentar enterarse mejor. El señor Brians, el alcalde de Les Forges, se enfada ante esa pareja de extranjeros, envueltos en dignidad, que se pasan el tiempo merodeando por los pasillos del ayuntamiento.
—Hemos oído decir que han reagrupado a los judíos en París. Querríamos ir a ver si nuestros hijos se encuentran entre ellos —dice Ephraïm al alcalde.
—En tal caso, necesitaríamos una autorización especial de desplazamiento —añade Emma.
—Vayan a la prefectura —contesta el alcalde cerrando la puerta de su despacho con llave.
El alcalde se toma una copita de coñac para reponerse. Pide a su secretaria que, en adelante, le evite todo contacto con esa gente. La joven tiene un bonito nombre: Rose Madeleine.