A finales del mes de agosto, Ephraïm y Emma Rabinovitch reciben la visita de Joseph Debord. A la vuelta de sus vacaciones se ha enterado de que los hijos Rabinovitch fueron detenidos a principios del verano.
—Puedo ayudarles a llegar a España —les dice.
—Preferimos esperar a que vuelvan nuestros hijos —contesta Ephraïm mientras acompaña al marido de la maestra hasta la puerta de entrada.
Ephraïm vuelve al interior de la casa. Pone la mesa, coloca los cubiertos y los platos de los chicos. Como hace todos los días desde su arresto.
El jueves 8 de octubre de 1942, a las cuatro de la tarde, los Rabinovitch oyen unos golpes muy fuertes en la puerta principal. Llevan mucho tiempo esperando este momento. Abren con actitud tranquila a los dos gendarmes franceses que han ido a buscarlos. Se ha lanzado una nueva operación general contra los judíos apátridas.
—Tengo el nombre de los gendarmes —me dijo Lélia—. ¿Quieres que te los diga?
Me lo pensé y le dije a mi madre que prefería no saberlo.
Emma y Ephraïm están listos, tienen hechas las maletas, han ordenado la casa, han cubierto los muebles con unas sábanas para protegerlos del polvo. Emma ha clasificado los papeles de Noémie. Ha guardado en un cajón los cuadernos de su hija. CUADERNOS DE NOÉMIE, ha escrito en el sobre.
Los Rabinovitch no oponen resistencia; sienten, saben que van a reunirse con sus hijos. Se rinden a los gendarmes; esa es la palabra: se rinden.
Ephraïm lleva puesto un elegante sombrero gris. Emma, su traje de chaqueta azul marino, cómodo, un abrigo con el cuello de piel, un par de zapatos rojos de tacón bajo para poder andar cómodamente. En el bolso lleva un lápiz, un portaminas, una navaja de bolsillo, una lima de uñas, unos guantes negros, un monedero y una cartilla de racionamiento. Y todo su dinero.
Portan una maleta para los dos, con casi nada, solo algunas cosillas que les gustarán a los chicos cuando se encuentren con ellos. Emma ha cogido para Jacques su juego de tabas y para Noémie un cuaderno nuevo de papel muy bonito. Les harán ilusión. Ephraïm y Emma franquean el umbral de la puerta de la casa de Les Forges entre los dos gendarmes.
No vuelven la cabeza.
El coche los lleva a la gendarmería de Conches, donde serán encarcelados durante dos días antes de su traslado a Gaillon, una pequeña población del departamento del Eure. El lugar de internamiento administrativo es un castillo del Renacimiento, en la ladera de una colina que domina la ciudad. Fue transformado en prisión en tiempos de Napoleón. Desde septiembre de 1941 está reservado a los comunistas, a los delincuentes y a las personas que se dedican al «tráfico ilícito de alimentos», es decir, al mercado negro. Algunos judíos pasan por ahí, antes de ser transferidos a Drancy.
Las formalidades del encarcelamiento se llevan a cabo en las oficinas de la gendarmería. Ephraïm tiene la ficha 165 y Emma, la 166. Están en posesión, respectivamente, de 3.390 francos y 3.650 francos.
En la ficha de Ephraïm aparece especificado que tiene los ojos «azul pizarra».
Unos días después, Ephraïm y Emma salen de Gaillon. Llegan al campo de Drancy el 16 de octubre de 1942, donde les quitan todo el dinero que llevan encima. Ese día, el registro de los nuevos ingresados reporta un beneficio de 141.880 francos a la Caja de Depósitos y Consignas.
En Drancy, la organización es distinta de la de Pithiviers. Los internos no están distribuidos por barracones, sino en escaleras. El ritmo de la vida lo marcan distintos pitidos de silbato que hay que saber reconocer. Tres largos, tres cortos: llamada a los jefes de escalera para una entrega de nuevos internos. Tres largos: cierre de ventanas. Dos largos: faenas de cocina, pelar patatas. Cuatro largos: faenas de cocina, pan y verduras. Uno largo: llamada y fin de llamada. Dos largos, dos cortos: faenas generales.
La noche del 2 de noviembre los llamados son unos mil. Entre ellos, Emma y Ephraïm. Los reúnen en el interior de un espacio alambrado del patio donde van a dar las escaleras 1 a 4. Esas escaleras están reservadas para las partidas inminentes.
Los internos de las «escaleras de salida» están separados del resto del campo y no tienen derecho a mezclarse con los demás. Emma es asignada a la escalera 2, habitación 7, 3.er piso, puerta 280. Antes de marchar, un último cacheo. Hace frío, las mujeres deben presentarse descalzas y sin ropa interior. Son las últimas consignas para evitar almacenamientos a la llegada.
Más tarde, Ephraïm y Emma son trasladados en autobuses hasta la estación de Le Bourget. Como sus hijos, pasan una noche esperando en el tren antes de la partida del convoy, que sale el 4 de noviembre a las 8.55 h.
Ephraïm cierra los ojos. Algunas imágenes. Las manos de su madre cuando era un niño olían bien, a crema. La luz en los árboles alrededor de la dacha de sus padres. En una comida familiar, un vestido blanco de su prima que le oprimía el pecho como dos palomas encerradas en una jaula de encaje. El vidrio quebrado bajo su pie el día de su boda. El sabor del caviar que le hizo rico. Su alegría al ver a las dos niñas jugando entre los naranjos de sus padres. La risa de Nachman en el jardín, con su hijo Jacques. El bigote de su hermano Borís, concentrado en la contemplación de su colección de mariposas. La patente que registró a nombre de Eugène Rivoche y, en el camino de vuelta a casa, la sensación de que, por fin, su vida iba a comenzar de verdad.
Ephraïm mira a Emma. Su rostro es un paisaje que él ha recorrido muchas veces... Coge los pies de su mujer, sus pies helados a causa del frío en el vagón de ganado. Y los calienta con las manos y soplando.
Emma y Ephraïm fueron gaseados nada más llegar a Auschwitz, la noche del 6 al 7 de noviembre, por su edad, cincuenta y cincuenta y dos años.
«Orgulloso como un castaño frondoso, que muestra sus frutos al caminante».
Todas las semanas, el señor Brians, alcalde de Les Forges, debe enviar una lista a la prefectura del Eure. Una lista titulada: «Judíos existentes a día de hoy en la población».
Ese día, el alcalde escribe, aplicándose, con esa caligrafía suya tan bonita, bien trazada, y la satisfacción del trabajo bien hecho: «Ninguno».
—Eso es todo, hija mía. Así se acaban las vidas de Ephraïm, Emma, Jacques y Noémie. Myriam nunca contó nada, en toda su vida. Jamás la oí pronunciar el nombre de sus padres ni de su hermano y su hermana. Todo lo que sé lo he reconstruido gracias a los archivos, leyendo libros, y también porque encontré notas entre los papeles de mi madre después de su muerte. Esta, por ejemplo, la escribió en la época del juicio de Klaus Barbie. Toma, léela.
El caso Barbie
Sea cual sea la forma del juicio, los recuerdos se despiertan, y todo lo que guardo en alguna parte de mi memoria surge, poco a poco, ordenada o desordenadamente, con algunas lagunas y muchos [ilegible]. «Recuerdos» es mucho decir: no, son momentos de la vida en que man hat es erlebt —lo has vivido, está en ti, está como impregnado, una marca, quizá—, pero no tengo ganas de vivir con esos recuerdos, porque no extraigo ninguna experiencia de ellos. Toda descripción es banal. Conseguíamos seguir viviendo, sin esperar, a menudo impotentes y sin embargo activos ante la magnitud del cataclismo. Quien sobrevive a un accidente de avión ¿puede saber de dónde le vino la suerte? Si hubiera llegado unos minutos antes, o después, ¿habría ocupado el asiento bueno? No es ningún héroe: solo ha tenido suerte, eso es todo.
Los grandes golpes de suerte que me salvaron
1) En el transcurso de una verificación de identidad en el tren que me llevaba a París después del éxodo.
2) Tras el toque de queda en la esquina de la rue des Feuillantines con la rue Gay-Lussac.
3) En mi detención en la Rhumerie Martiniquaise.
4) En el mercado de la rue Mouffetard.
5) En el cruce de la línea de demarcación en Tournus en el maletero del coche con Jean Arp.
6) Con los dos gendarmes en la meseta de Buoux.
7) En las citas en Filles du Calvaire al final de la guerra, cuando entré en la Resistencia.
Las situaciones más banales: 1, 4, 6;
las más cómicas: 2;
una suerte insólita: 3;
arriesgada: 5;
aceptada, riesgo calculado: 7.
Ya fueran estas situaciones banales, arriesgadas, cómicas, insólitas o aceptadas, el caso es que la suerte jugó a mi favor. Siempre intenté conservar la esperanza y la mayor sangre fría posible. Recordar es rápido. Redactar es otra cosa. Lo dejo aquí por hoy.
—Los personajes son sombras —concluyó Lélia mientras abría la ventana al caer la noche para encender el último cigarrillo del paquete—. Nadie podrá contar ya cómo fueron ellos en vida. Myriam se llevó a la tumba la mayoría de sus secretos. Pero pronto tendremos que retomar la historia en el momento en que se detiene para Myriam. Y redactar. Vamos, ven, vamos a dar una vuelta hasta el estanco, así nos da un poco el aire.
Mientras esperaba a Lélia en el coche aparcado en doble fila, en el cruce de La Vache Noire, donde el estanco permanecía abierto hasta las ocho de la tarde, oí un ligero ruido, luego sentí un líquido correr entre mis muslos. Un chorrito de agua tibia que no conseguí retener salió de mi cuerpo.