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—Mamá, he hablado con Clara, he visto al director, he hecho todo lo que me pediste. Ahora debes cumplir tu promesa. 

—Muy bien. Pregúntame e intentaré contestarte. 

—¿Por qué no indagaste? 

—Voy a explicártelo —respondió Lélia—. Espera, voy a buscar mi paquete de cigarrillos. 

Lélia desapareció en su despacho y volvió a la cocina unos minutos después, encendiéndose uno. 

—La comisión Mattéoli, ¿te suena de algo? —me preguntó—. En enero de 2003..., yo estaba metida hasta el fondo... Fue... fue muy extraño recibir esa postal en aquel preciso momento. Lo sentí como una amenaza. 

No entendí inmediatamente la relación entre la comisión y la amenaza que mi madre había sentido como tal. Fruncí el ceño y Lélia comprendió que me hacían falta ciertas aclaraciones. 

—Para que te hagas a la idea, como siempre, hemos de volver atrás. 

—No tengo ninguna prisa, mamá... 

 

—Después de la guerra, Myriam quiso presentar un informe oficial por cada uno de los miembros de la familia. 

—¿Qué informe oficial? 

—¡De actas de defunción! 

—Sí..., claro, claro. 

—Fue muy complicado. Casi dos años de papeleo constante para que Myriam pudiera finalmente presentar un informe. Y ojo, en ese momento, la administración francesa no habla oficialmente de «muertos en campo de concentración» ni de «deportados»..., se habla de «no retornados». ¿Sabes qué significa eso? ¿Simbólicamente? 

—Por supuesto. El Estado francés dice a los judíos: «Vuestras familias no han sido asesinadas por nuestra culpa. Simplemente, no... han retornado». 

—¿Te imaginas qué hipocresía? 

—Sobre todo imagino el dolor de esas familias que no pudieron hacer su duelo. No hubo adioses, no ha habido una tumba donde ir a orar. Y para colmo, la Administración se sirve de un vocabulario sibilino. 

—El primer informe que Myriam consiguió obtener sobre su familia lleva fecha del 15 de diciembre de 1947. Está firmado por ella y por el alcalde de Les Forges el 16 de diciembre de 1947. 

—¿El mismo alcalde que firmaba las cartas para la partida de sus parientes? ¿Brians? 

—El mismo, tuvo que tratar directamente con él. 

—Esa fue la voluntad de De Gaulle: reconciliar a los franceses, mantener la infraestructura administrativa con las personas que solo «habían cumplido con su deber», reconstruir una nación sin dividirla... Pero eso debió de ser, sin duda alguna, difícil de aceptar para Myriam. 

—Habrá que esperar un año, hasta el 26 de octubre de 1948, para que se reconozca oficialmente a Ephraïm, Emma, Noémie y Jacques como «desaparecidos». Myriam acusa la recepción de esas actas el 15 de noviembre de 1948. Empieza una nueva etapa para ella: deben certificarse oficialmente las defunciones. Solo un juicio de un tribunal civil puede reemplazar la ausencia de los cuerpos. 

—¿Como para los marineros desaparecidos en el mar? 

—Exactamente. Se dictó sentencia el 15 de julio de 1949, siete años después de las muertes. Y, agárrate, en los certificados de defunción facilitados por la Administración francesa, los lugares oficiales de los fallecimientos son Drancy para Ephraïm y Emma; y Pithiviers para Jacques y Noémie. 

—¿La Administración francesa no reconoce que murieron en Auschwitz? 

—No. Pasaron de «no retornados» a «desaparecidos», y luego a «muertos en suelo francés». La fecha que se mantuvo oficialmente es la de las partidas de Francia de los convoyes de deportación. 

—No me lo puedo creer... 

—Sin embargo, una carta del Ministerio de los Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra al fiscal del tribunal de primera instancia pedía que como lugar de las muertes constara Auschwitz. El tribunal no lo dispuso así. Pero esto no es todo: se negaban a decir que los judíos habían sido deportados por cuestiones raciales. Argumentaban que había sido por razones políticas. Las asociaciones de Antiguos Deportados conseguirán, solo en 1996, el reconocimiento de «muerte en deportación», así como la rectificación de los certificados de defunción. 

—¿Y qué pasa con las imágenes de las liberaciones de los campos de concentración? ¿Y con los testimonios? Los recogidos por Primo Levi... 

—¿Sabes?, hubo cierta toma de conciencia justo después de la guerra, en el momento de la liberación de los campos y el retorno de los deportados. Pero luego, poco a poco, en la sociedad francesa se barrió todo y se escondió debajo de la alfombra. Nadie quería oír ya hablar de todo aquello, ¿te das cuenta? Nadie. Ni las víctimas, ni los colaboracionistas. Solo unos pocos levantaron la voz. Pero habrá que esperar a los Klarsfeld, en los años ochenta, y a Claude Lanzmann, más o menos en la misma época, para decir: «No debemos olvidar». Ellos hacen ese trabajo. Un trabajo inmenso, la obra de toda una vida. Pero, sin ellos, el silencio habría sido total, ¿entiendes? 

—Me cuesta hacerme a la idea, porque he crecido en la época en que, precisamente gracias a los Klarsfeld y a Lanzmann, se hablaba mucho de ello. No era consciente de las décadas de silencio que los precedieron. 

—Volviendo a la comisión Mattéoli... ¿Sabes qué es? 

—Sí, claro. «La misión de estudio del expolio de los judíos de Francia». 

 

Alain Juppé, entonces primer ministro, definió el perfil de la misión en un discurso de marzo de 1997: 

Con el fin de ilustrar plenamente a los poderes públicos y a nuestros conciudadanos acerca de este aspecto doloroso de nuestra historia, deseo confiarles la misión de estudiar las condiciones en las que bienes, muebles e inmuebles, pertenecientes a judíos de Francia, fueron confiscados o, de manera general, adquiridos mediante fraude, violencia o robo, tanto por el ocupante como por las autoridades de Vichy, entre 1940 y 1944. En particular es mi deseo que intenten evaluar la amplitud de las expoliaciones que pudieron operarse así y que indiquen qué categoría de personas, físicas o morales, pudieron sacar provecho de ello. Precisarán igualmente qué destino fue reservado a dichos bienes desde el final de la guerra hasta nuestros días. 

 

—Seguidamente, por medio de una instancia, se encargó examinar las solicitudes individuales formuladas por las víctimas de la legislación antisemita establecida durante la Ocupación (o por sus derechohabientes). Si se podía probar que habían expoliado bienes pertenecientes a la familia de uno, a partir de 1940, el Estado francés debería indemnizarle, sin plazo de prescripción. 

—Si recuerdo bien, se trataba esencialmente de cuadros y obras de arte, ¿no? 

—¡No! ¡Se trataba de todos los bienes! Pisos, sociedades, coches, muebles e incluso del dinero que el Estado había recuperado en los distintos campos de tránsito. La comisión para la indemnización de las víctimas de expoliaciones fruto de las legislaciones antisemitas en vigor durante la Ocupación debía garantizar un seguimiento del tratamiento de las solicitudes. Y aportar una reparación. 

—¿Y qué sucedió en realidad? 

—Lo conseguí, pero... no fue fácil. ¿Cómo demostrar que mi familia había muerto en el campo de Auschwitz? Sobre todo cuando el Estado francés había declarado que murieron en Francia. Estaba escrito en las actas de defunción del ayuntamiento del distrito 14. ¿Y cómo demostrar que sus bienes también habían sido expoliados? ¡El propio Estado francés había ordenado la desaparición de todo rastro! No era yo la única, claro está..., eran muchos los descendientes que, como yo, tenían las manos atadas... 

—¿Cómo te las arreglaste? 

—Investigué. Gracias a un artículo publicado en Le Monde en el año 2000. Un periodista facilitaba todas las direcciones adonde había que escribir si se quería presentar un dosier a la comisión. «Si quieren documentos, escriban aquí, aquí y aquí, digan que es para la comisión Mattéoli». Así pudimos tener acceso a los archivos franceses. 

—¿Antes no podíais acceder a los archivos? 

—En teoría, los archivos no estaban «prohibidos» al público..., pero la Administración lo ponía muy difícil y, sobre todo, no lo difundía. No era como hoy, con internet. No sabíamos a quién dirigirnos, dónde, cómo... Aquel artículo me cambió la vida. 

—¿Escribiste? 

—Escribí a las direcciones que venían en Le Monde, y recibí respuestas bastante rápidas. Concerté dos citas. Una en los archivos nacionales y otra en los de la prefectura de policía. Luego recibí documentos fotocopiados de los archivos del Loiret y de los del Eure. Gracias a todos esos documentos pude obtener las fichas de entrada y salida de los campos..., y preparar el informe que probaba que fueron deportados. 

—Quedaban por determinar los bienes robados. 

—Sí, eso fue complicado. Conseguí encontrar las fichas de la SIRE, la sociedad de Ephraïm, que probaban que su sociedad había sido expoliada por la Compañía General de Aguas en el momento de la arianización de las empresas. También incluí fotografías de familia que encontré en Les Forges, gracias a las que pude demostrar que tenían un coche, un piano..., y que todo aquello había desaparecido. 

—Así que presentaste el dosier... 

—Sí, en el año 2000. Era el dosier número 3.816. Me convocaron para una entrevista oral que debía celebrarse..., agárrate bien: a principios de enero de 2003. 

—En el momento de la postal... 

—Sí, por eso me sentí incómoda con esa historia. 

—Lo entiendo. Como si alguien te amenazara para desestabilizarte en tus gestiones. ¿Y qué sucedió con la comisión? 

—Me encontré delante de una especie de tribunal, algo parecido a cuando leí la tesis. Frente a mí estaba el presidente de la comisión, y también representantes del Estado, mi ponente... Demasiada gente... Me presenté brevemente. Me preguntaron si quería intervenir, si tenía alguna pregunta. Contesté que no. Y luego el ponente me dijo que nunca había visto un dosier tan bien presentado. 

—Conociéndote, no me extraña, mamá. 

—Unas semanas después recibí un documento que me indicaba la suma de dinero que iba a darme el Estado. Una suma... simbólica. 

—¿Qué sentiste? 

—¿Sabes?, para mí no era una cuestión de dinero. En el fondo, lo que me importaba era que la República francesa reconociera que mis abuelos habían sido deportados de Francia. Era mi único fin. De alguna manera... quería existir en Francia... a través de ese reconocimiento oficial. 

—Pero ¿crees que la postal tenía algo que ver con la gente que se ocupaba de la comisión? 

—Es lo que pensé entonces. Pero hoy creo que todo fue pura coincidencia... 

—Pareces muy segura de ti misma. 

—Sí. Lo he pensado mucho. Durante semanas y semanas. ¿Quién, de la comisión, podría haberme enviado algo así? ¿Y por qué? ¿Para intimidarme? ¿Para que no me presentara ante la comisión? Y luego, a fuerza de releer los nombres, los informes, tuve una revelación. Unos meses después... 

Lélia se levantó para ir a buscar un cenicero. Me quedé contemplándola en silencio mientras salía y luego volvía. 

—¿Te acuerdas de cuando te dije que los rusos tenían varios nombres? —me preguntó Lélia. 

—Sí, como en las novelas rusas..., «acaba uno por perderse»... 

—Pues bien, ellos también utilizaban diferentes ortografías. «Ephraïm» se escribía también «Efraïm». En el correo administrativo escribía su nombre con una f. Pero en el correo personal, lo escribía con ph

—¿Adónde quieres ir a parar? 

—Un día caí en la cuenta de que en los informes que presenté ante la comisión había escrito Efraïm con f. Y no con ph, como en la postal. 

—Así que dedujiste que la postal no tenía nada que ver con la comisión... 

—... y que venía forzosamente de una persona muy cercana a la familia.