1. Según las estadísticas, las cartas anónimas proceden siempre de un círculo cercano. En primer lugar, de los miembros de la familia, luego de los amigos, los vecinos y finalmente los compañeros de trabajo. (= Círculo cercano a los Rabinovitch).
2. Siempre según las estadísticas, los vecinos están relacionados a menudo con los sucesos. En la zona de París y alrededores, por ejemplo, más de un asesinato de cada tres se debe a altercados entre vecinos. (= Vecinos de los Rabinovitch).
3. Una célebre grafóloga, Suzanne Schmitt, afirma: «La experiencia nos dice que las personas que escriben cartas anónimas son muy a menudo discretas. Escribir una carta anónima es una forma de expresar lo que no pueden decir oralmente». (= Personalidad discreta).
4. Los correos anónimos están escritos, en la mayoría de los casos, en letras mayúsculas con el fin de borrar todo posible rastro. El autor escribe con la mano izquierda si es diestro y a la inversa, para así modificar su letra. «Pero incluso con la mano izquierda las particularidades sobresalen», matiza Suzanne Schmitt. (= El autor de la postal anónima no ha escrito con mayúsculas. ¿Letra modificada? ¿O, al contrario, quería que lo reconocieran?).
Leí a Lélia las anotaciones que había hecho en la libreta. Me escuchó, con la mirada perdida, como cuando está muy concentrada. Tracé tres columnas en la página: vecinos, amigos, familia. De repente, esas tres palabras, perdidas en la página en blanco, me parecieron irrisorias. Y sin embargo, eran nuestras únicas balizas —como esas que sirven a los navegantes para orientarse—, una roca, un campanario o una torre. Íbamos a agarrarnos a ellas.
—De acuerdo, te escucho —dijo Lélia encendiéndose un cigarrillo cortado por la mitad con unas tijeras, un invento suyo para fumar menos.
—Partamos de los amigos de Myriam y Noémie. ¿A quién conocías tú?
—Solo se me ocurre una persona: Colette Grés.
—Sí, me acuerdo, me hablaste de ella. ¿Sabes si seguía viva en 2003?
—Sí. Murió en 2005. Fui a su entierro. Tras la guerra, Colette trabajó de enfermera en los quirófanos del hospital Pitié-Salpêtrière. Era una gran mujer. Siempre se sintió muy cercana a mi madre. Colette se ocupó mucho de mí siendo yo pequeña, cuando Myriam rehízo su vida. Vivía en el número 21 de la rue Hautefeuille. Yo dormía en la torrecilla, en el segundo piso.
—¿Crees que podría ser la autora de la postal?
—¡En absoluto! No me la imagino mandándome una tarjeta anónima.
—¿Era tímida?
—Tímida no. No diría tímida. Discreta sí. Una mujer más bien reservada.
—¿No se le iba un poco la cabeza, quizá?
—Nunca. Incluso me escribió una carta muy sensata, un año o dos antes de morir... Pero el problema es... ¿Dónde estará esa carta? ¿Sabes?, encuentro, archivo..., pero en realidad no clasifico. Lo tengo todo desordenado... No puedo decirte dónde tengo las cosas exactamente...
Mi madre y yo levantamos la vista hacia la biblioteca repleta de archivadores. ¿Dónde podría estar guardada esa carta, entre los cientos de páginas plastificadas de esas decenas de archivadores? Tardaríamos horas en encontrarla. Teníamos que abrirlo todo, mirarlo todo, las cajas de cartón, las carpetas anotadas que contenían documentos administrativos facsimilados, fotocopias de viejas fotografías. Mientras nos poníamos las dos a buscar como si estuviéramos excavando en la arena le conté a Lélia mis últimas reflexiones.
—He hecho averiguaciones acerca de los editores de la postal, «La Cigogne» SODALFA, se puede leer la dirección en letras diminutas, en medio de la tarjeta, con el nombre del fotógrafo, Zona industrial BP 28, 95380 Louvres. Me dije que quizá pudieran ayudarme a encontrar la fecha en que fue tomada la foto. Pero esa pista no ha dado ningún resultado.
—Una pena —dijo Lélia.
—El matasellos es el de la oficina central de correos, en el Louvre. He investigado.
—Pero esa oficina del Louvre ha cerrado, ¿no?
—Sí, he mirado en internet. En 2003 era la única oficina abierta todos los días del año, incluidos domingos y festivos. Toda la noche. El matasellos es del 4 de enero de 2003: lo he verificado, era sábado.
—¿Y? —preguntó Lélia mientras seguía rebuscando.
—Y entonces podemos afirmar con certeza que el autor de la postal fue a la oficina central del Louvre entre la noche del viernes al sábado, desde las doce y un minuto de la noche, y la del sábado al domingo, hasta las doce menos un minuto, «a excepción de la franja horaria entre las 6.00 y las 7.30 de la mañana, reservada a operaciones informáticas de mantenimiento y copias de seguridad».
—¿Y qué puedes concluir de ello?
—He mirado en internet qué tiempo hacía ese día. Te cito el parte meteorológico: «Ocho centímetros de nieve en las calles del distrito 12 en París, lo nunca visto desde el 13 de enero de 1999 en la capital. A las 11.30 la lluvia se transforma en nieve, primero granulada, luego en forma de copos. La visibilidad es prácticamente nula».
—Ah, sí, ahora lo recuerdo, nevó mucho aquel fin de semana...
—Hay que tener mucha necesidad para salir a echar una postal en medio de una tempestad de nieve, ¿no te parece?
Nos quedamos unos segundos intentando imaginarnos por qué el autor de la tarjeta decidió ese día desafiar una intemperie capaz de bloquear toda visibilidad.
—¡Aquí está! —acabó por exclamar mi madre enarbolando un papel—. ¡Es la carta de Colette Grés!
Lélia me tendió un sobre donde aparecía la dirección de mi madre, pero a nombre de Myriam. Exactamente igual que en la postal. Por el contrario, la letra no tenía nada que ver. La misiva estaba escrita en un papel de cartas azul cielo, de grano, y muy grueso. Mi madre la leyó rápidamente, luego me la dio sin hacer comentarios. La noté alterada.
31 de julio de 2002
Mi querida Lélia:
¡Por fin una sorpresa muy agradable para mí! ¡No me has olvidado! Has hecho bien reconstruyendo el destino de tu familia Rabinovitch, tu madre estaba demasiado traumatizada por la pérdida de No y Jacques y de sus padres. Aquello fue demasiado duro para ella. Siempre quise mucho a Noémie, me mandaba unas cartas preciosas, habría sido una gran escritora.
Sentí remordimientos porque yo tenía una cabaña allí, junto a La Picotière, pero los soldados pasaban siempre muy cerca. ¡Quién sabe! ¡Justo por delante de la carretera! Iban a buscar conejos y huevos, supongo que a la granja de al lado.
He estado guardando tu carta mucho tiempo, te llamaré en septiembre... si me voy. Perdóname.
Te mando un afectuoso abrazo, Lélia.
COLETTE
—¿Por qué te pone Colette «no me has olvidado»?
—Muy sencillo: en 2002 yo estaba metida en mis investigaciones, así que se me ocurrió escribirle para que me hablara de la guerra y de sus recuerdos.
—¿Recuerdas en qué mes le escribiste?
—Yo diría que en febrero o marzo de 2002.
—Le mandas una carta en marzo... y ella espera al mes de julio para contestarte..., cuatro meses..., y estamos hablando de una señora mayor... que tiene todo el tiempo del mundo para escribirte... ¿Sabes?, ahora que caigo, julio es un mes especial para los Rabinovitch... En la carta alude al arresto de los chicos. Como si algo le hubiera removido los recuerdos...
—Pero eso no explica por qué Colette querría enviarme, seis meses después, una postal anónima...
—Pues ¡a mí me encaja perfectamente! En su carta te escribe: «Sentí remordimientos porque yo tenía una cabaña allí, junto a La Picotière». Es una palabra fuerte, remordimientos, no se emplea a la ligera. Hay algo que la obsesiona desde la detención, profundamente... Julio de 2002..., julio de 1942... Lo desconcertante es que habla como si fuera ayer: los soldados, los conejos... En el fondo, te cuenta que podría haber escondido a los chicos en esa cabaña... Como si te debiera una explicación. Una forma de decirte: habría podido esconder a Jacques y a Noémie en mi casa, quizá, pero puede que los hubieran descubierto igual..., así que no me guardes rencor.
—Eso es cierto. Se diría que se siente obligada a rendirme cuentas. Da la impresión de que se justifica por algo.
De repente, todo se aclaró en mi cabeza. Todo se volvió diáfano. Todo encajaba a la perfección.
—Dame un cigarrillo, mamá.
—¿Has vuelto a fumar?
—Bueno, no pasa nada, además es solo una mitad... Yo veo las cosas así. Después de la guerra, Colette se siente culpable. No aborda nunca el tema con Myriam, pero no se olvida del arresto de Jacques y Noémie. Sesenta años después de los hechos recibe tu carta. Y piensa que es una manera de interrogarla sobre su responsabilidad durante la guerra. Perturbada, sorprendida, te responde con esta carta donde, con medias palabras, evoca su sentimiento de culpa, sus «remordimientos», como ella dice. Tiene ochenta y cinco años, sabe que va a morir y no quiere irse al otro barrio con ese arrepentimiento. Entonces envía la postal para liberarse de alguna manera de ese peso.
—Tiene su lógica, pero me cuesta creerlo...
—Todo cuadra, mamá. Todavía vivía en 2003, conoció íntimamente a la familia Rabinovitch. Tenía tu dirección a mano..., puesto que le habías enviado una carta unos meses antes. ¿Qué más quieres?
—Entonces ¿esa postal sería una confesión? —se preguntó mi madre, que seguía sin estar convencida de mis argumentos.
—Exactamente. ¡Con un lapsus revelador! Puesto que te la manda a ti, pero a nombre de Myriam. Su objetivo inconsciente era revelárselo todo a Myriam, desde siempre. Dices que Colette se ocupó mucho de ti, y eso es que se sentía en deuda con su amiga, ¿no crees? Esa postal es, en cierta manera, lo que Jodorowsky denominaría «un acto psicomágico».
—No sé qué es eso...
—Jodorowsky dice, te lo cito: «Encontramos en el árbol (genealógico) lugares traumatizados, no digeridos, que buscan indefinidamente un alivio. Desde esos lugares se lanzan flechas hacia las generaciones futuras. Lo que no haya podido resolverse deberá repetirse y alcanzar a otro, una diana situada una o varias generaciones más allá». Tú eres la diana de la generación siguiente... Mamá, ¿Colette vivía cerca de la oficina de correos del Louvre?
—En absoluto. Vivía en el distrito 6, ya te lo he dicho, en la rue Hautefeuille... No me imagino a Colette, con ochenta y cinco años, poniendo un pie fuera en pleno temporal de nieve. Podría haberse roto los huesos en cada esquina de cada calle... hasta llegar a la oficina del Louvre, un sábado. No tiene ni pies ni cabeza.
—Habría podido pedirle a alguien que se la echara..., a una persona que trabajara en su casa, por ejemplo..., y que viviera cerca del Louvre.
—La letra de la postal y la de la carta no tienen nada que ver.
—¿Y qué? ¡Pudo falsificarla!...
Me quedé callada unos segundos. Todo se explicaba, todo era deducible con precisión y, sin embargo... Sin embargo, me fiaba de la intuición de mi madre: ella pensaba que no era Colette.
—Vale, mamá, te entiendo. Pero, a pesar de todo, quiero comparar ambas letras... Para quedarme tranquila.
Estimado Franck Falque:
Creo que mi madre y yo hemos encontrado a la autora de la postal. Se llamaría Colette Grés, era una amiga de mi abuela que conoció mucho a los hijos Rabinovitch. Murió en 2005. ¿Podría ayudarme a saber más?
Franck Falque contestó como de costumbre un minuto después:
Debería escribir a Jésus, el criminólogo de la tarjeta que le di.
Hacía tiempo que tendría que haberlo hecho.
Estimado señor:
Aconsejada por Franck Falque, le envío una foto de la postal anónima que recibió mi madre en 2003. ¿Podría decirme qué le parece? ¿Podría deducir un perfil psicológico del autor? ¿Su edad? ¿Su sexo? ¿O cualquier otra información que pudiera ayudarnos a identificarlo? Le pongo en un archivo adjunto la foto de ambas caras de la tarjeta. Agradeciéndole de antemano la atención que preste a mi solicitud, reciba un cordial saludo,
ANNE
Estimada señora:
Por desgracia las palabras de la postal no me bastan para efectuar un perfil psicológico por grafología. Solo puedo decirle que la letra no parece espontánea. Pero nada más.
Saludos cordiales,
JÉSUS
Estimado señor:
Entiendo que se muestre usted reticente a concluir un análisis a partir de una pequeña cantidad de palabras, porque la pertinencia de su trabajo podría peligrar. A pesar de ello, ¿no podría facilitarme algún elemento?
Aceptaría esos resultados a sabiendas de que hay que «cogerlos con pinzas».
Se lo agradecería infinitamente.
Cordialmente,
ANNE
Estimada señora:
Aquí le transmito, pues, los siguientes elementos que, como dice usted, hay que «coger con pinzas».
1. La A de Emma no es nada común. Diría, incluso, que no es en absoluto frecuente. Es una forma de trazar la A que traduce la intención de disfrazar la letra. O la falta de costumbre de escribir de la persona en cuestión.
2. Lo que es bastante desconcertante es que la letra de los nombres de la izquierda de la postal parece modificada, mientras que la de la derecha parece «sincera» —es el término que usamos nosotros para designar una letra espontánea, no modificada—. La cuestión es averiguar si se trata de la misma persona quien ha escrito a la derecha y a la izquierda. Tengo la impresión de que sí. Pero no puedo asegurarlo.
3. Las cifras de la dirección no aportan elementos. Lo cierto es que para nosotros las cifras nunca son muy concluyentes porque solo poseemos 10 cifras, del 0 al 9, mientras que disponemos de 26 letras. Las cifras nunca están muy personalizadas, aprendemos a trazarlas en la escuela, todos de la misma manera. Luego evolucionan muy poco a lo largo de nuestra vida. Nunca son un elemento interesante en nuestro trabajo. Ahí, en su postal, aparte de los 3, especialmente angulosos, los demás números son vulgares. (Las mayúsculas plantean exactamente el mismo problema). Esto es todo lo que puedo observar.
No puedo decirle más.
Cordialmente,
JÉSUS
Estimado señor:
Tengo algo más que pedirle. Sospecho de alguien, de quien poseo una carta manuscrita.
¿Podría comparar la letra de la postal y la de una carta manuscrita de dos páginas?
Cordialmente,
ANNE
Estimada señora:
Sí, claro que es posible. Con una única condición: la carta debe ser de la misma época que el envío de la postal. La letra cambia cada cinco años.
Cordialmente,
JÉSUS
Estimado señor:
La carta se envió en julio de 2002 y la postal en enero de 2003; hay seis meses de diferencia.
Cordialmente,
ANNE
Estimada señora:
Envíemela y veré qué puedo hacer, si es posible establecer coincidencias gráficas entre la postal y la carta.
Cordialmente,
JESÚS
Estimado señor:
Le adjunto el archivo con la famosa carta manuscrita, fechada en julio de 2002. ¿Cree que podría ser el mismo autor que el de la postal?
Cordialmente,
ANNE