Estimada señora:
Como quedamos por teléfono, las escasas palabras examinadas no son suficientes para hacer una afirmación completa al ciento por ciento; no obstante, puedo afirmar que esas palabras no parecen proceder del mismo autor que el de la carta manuscrita. Quedo a su entera disposición para cualquier otra información que pudiera desear.
Cordialmente,
JÉSUS F.
Criminólogo, experto en caligrafía y documentos
Jésus y mi madre estaban de acuerdo en un punto: Colette no era la autora de la postal anónima.
Me sentí muy decepcionada. Y también cansada.
Retomé mi vida cotidiana, poniendo tierra de por medio. Acostaba a Clara en su camita y le leía historias de Momo, el cocodrilo enojado, y luego, ya tumbada en mi cama, cerraba los ojos. Los vecinos de arriba tocaban el piano, la música que venía del techo me envolvía. Una noche tuve la sensación de que las notas musicales caían en mi dormitorio como una lluvia fina.
Los días siguientes me sentí abatida. No tenía ganas de nada. Estaba siempre aterida de frío y solo el chorro de una ducha bien caliente me devolvía a la vida. No almorcé con Georges. Estaba agotada. Lo único que me apetecía hacer era ir a la filmoteca a comprar películas de Renoir para ver al tío Emmanuel. Encontré Escurrir el bulto y La noche de la encrucijada. No les quedaba La cerillera. El seudónimo Manuel Raaby apareció en los créditos y pensé que era a la vez irreal y muy triste. Luego sentí un irresistible deseo de dormir, como si estuviera bajo los efectos de un somnífero, así que me puse el jersey bajo la cabeza y pensé en Emmanuel, se me ocurrió incluso llamar a Lélia para preguntarle la fecha exacta y las circunstancias de su muerte. Pero no tuve valor.
Me despertó el timbre de la puerta.
Georges surgió en la sombra con una botella de vino y un ramo de flores en las manos.
—Ya que no quieres salir de casa..., tenía que hacer algo; si no, ibas a acabar echándome demasiado de menos —dijo entre risas.
Pedí a Georges que pasara, sin hacer ruido para no despertar a Clara que dormía. Fuimos a la cocina a descorchar la botella de vino.
—¿Has recibido por fin la respuesta de Jésus? —me preguntó.
—Sí, y no es Colette. Me he desanimado. Me he dicho: «¿Para qué todo esto?»
—No te desanimes. Tienes que llegar hasta el final.
—Pensaba, al contrario, que ibas a animarme a tirar la toalla.
—No. Tienes que perseverar. Mantén la confianza.
—Nunca lo lograré. Voy a perder horas y horas para nada.
—Estoy seguro de que quedan más cosas por descubrir.
—¿Qué quieres decir?
—No sé..., vuelve a empezar donde lo dejaste. Ya verás hasta dónde te conduce.
Abrí mi libreta y se la enseñé a Georges.
—Aquí lo dejé.
La página contenía tres columnas. Familia. Amigos. Vecinos.
—La familia..., no quedaba nadie. Los amigos..., Colette era la primera y la última. Solo faltan los vecinos.