A principios de los años treinta, Jean Giono, el escritor de Manosque, el futuro autor de El húsar en el tejado, publicó una novela corta que tuvo mucho éxito. Y provocó un movimiento que se llamó «el retorno a la tierra». Como el héroe del libro, los jóvenes de las ciudades deseaban vivir en plena naturaleza, instalarse en los pueblos provenzales para restaurar viejas granjas abandonadas. Esa generación ya no quería angostos apartamentos en las grandes ciudades a las que habían emigrado sus abuelos en el momento de la Revolución Industrial. 

Los chicos y las chicas que frecuentaban los albergues de juventud soñaban con ideales; junto al fuego, anarquistas, pacifistas y comunistas conversaban acaloradamente, al son de las guitarras. Más tarde, durante la noche, sus bocas se unían, olvidando los desacuerdos, y un mismo deseo se erigía en medio de la oscuridad entre los cuerpos reconciliados. 

Y después llegó la guerra. 

Algunos rehusaron incorporarse al ejército y acabaron en la cárcel. Otros fueron enviados al frente, donde murieron. Se dejó de oír la guitarra junto al fuego. Todos los albergues cerraron las puertas. 

El mariscal Pétain se apropió de ese movimiento, con la idea de que «la tierra no miente». En 1940, tras el armisticio, autorizó la reapertura de los albergues de juventud. Los temas de los espectáculos que se organizaban durante las veladas tenían que recibir la aprobación de la Administración, al igual que las listas de las canciones que sonaban junto al fuego. Y los albergues dejarían de ser mixtos. 

François Morenas, uno de los fundadores del movimiento en favor de los albergues de juventud, se negó a plegarse a las reglas de Vichy. Forzado a cerrar su albergue de Le Regain, que había denominado así en homenaje a Giono, se retiró a un antiguo priorato en ruinas, Clermont d’Apt. Este albergue juvenil ya no lo era oficialmente, pero en la región se sabía que siempre habría una comida y una cama donde pasar la noche para quien lo solicitara. Esos albergues prohibidos, esos espacios disidentes, siguieron existiendo clandestinamente para convertirse en refugios de jóvenes marginales, pacifistas, resistentes, comunistas, judíos y pronto insumisos del STO, el Servicio de Trabajo Obligatorio.