Querida mamá:
Avanzo mucho en mis pesquisas.
He leído las memorias de Jean Sidoine, te enteras de un montón de cosas.
Habla de Yves, de Myriam y de Vicente.
Reproduce incluso una fotografía donde se ve a tus padres ordeñando una oveja. Myriam sostiene en brazos un corderito mientras Vicente está agachado junto a las ubres de la madre. Parecen felices.
También he empezado a leer el libro de memorias de la hija de Marcelle Sidoine, que cuenta su infancia en Céreste durante la guerra con René Char. Creo que sigue viva.
¿Te acuerdas de ella? Se llama Mireille. Tenía unos diez años por entonces.
También tengo que hablarte de otro descubrimiento que he hecho. En una de sus notas, Myriam hace alusión a un tal François Morenas, un padre alberguista.
Ese señor ha escrito varios libros donde cuenta sus recuerdos. Habla en varias ocasiones de Myriam.
Un día, cuando te apetezca, te fotocopiaré esos pasajes, si quieres. Uno me ha emocionado especialmente, en la página 126 de Clermont des lapins: crónica de un albergue de juventud en la región de Apt, 1940-1945. Dice así: «A la meseta, en Les Bories, llegó un día Myriam. En esa casa solitaria donde acaba de ahorcarse un hombre, esa mujer vive sola. Viene a menudo a visitarme para buscar compañía. Ha venido a organizar una red de resistencia y alquila Fourcadure por la electricidad, y va allí por la noche para escuchar la radio de Londres a escondidas».
Encontrarme con la silueta de Myriam en ese libro me ha afectado mucho, mamá.
Y he pensado en ti. En cuando descubriste a Noémie, por casualidad, durante tu investigación, en el libro de la doctora Adélaïde Hautval. Mamá, sé que es difícil para ti saber que estoy metida hasta el fondo en esta historia, la de tus padres. Tú nunca indagaste acerca de lo que sucedió en la meseta de Les Claparèdes, el año anterior a tu nacimiento.
Y adivino por qué. Por supuesto.
Mamaíta mía, soy tu hija. Tú me enseñaste a investigar, a contrastar informaciones, a sacar todo lo posible del más insignificante trozo de papel. En cierto modo, estoy llevando hasta sus últimas consecuencias el trabajo que me enseñaste, y que no hago sino perpetuar.
De ti he heredado esta fuerza que me empuja a reconstruir el pasado.
Querida Anne:
Mi madre nunca hablaba de esa época.
Salvo una vez.
Me dijo: «Esos momentos fueron quizá los más felices de mi vida. Que lo sepas».
Esta mañana he recibido, no te lo vas a creer, una carta del ayuntamiento de Les Forges.
¿Te acuerdas de la secretaria? Creo que ha encontrado documentos para nosotras. Aún no he abierto el sobre. Pero recuérdamelo la próxima vez que vengas a casa con Clara.