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Todos los hombres de edades comprendidas entre los veinte y los veintidós años tienen que personarse en el ayuntamiento para una revisión médica y presentar su documentación. Después de ser censados, deberán esperar a que los convoquen. El Servicio de Trabajo Obligatorio es, como su nombre indica, obligatorio. Dura dos años. 

«Al trabajar en Alemania, serás el Embajador de la calidad francesa». 

«Al trabajar por Europa, proteges a tu familia y tu hogar». 

«Se acabaron los malos tiempos, papá gana dinero en Alemania». 

El gobierno de Vichy hace creer a los franceses que a esos jóvenes adultos enviados a Alemania se les va a dar la oportunidad de adquirir nuevas competencias. Se tendrán en cuenta las cualificaciones profesionales de cada uno. Y, de hecho, partirán cerca de seiscientos mil jóvenes. Pero no todos. Muchos se niegan a obedecer. 

Por todas partes se organizan registros y controles policiales para detener a los «insumisos» y a los «refractarios». Se amenaza con represalias a las familias. Las multas, para todo aquel que ayude a un joven a escapar del STO, ascienden hasta cien mil francos. 

Los jóvenes que se niegan a ir a Alemania no tienen más remedio que entrar en la clandestinidad. Encontrarán refugio en el campo, escondiéndose en las granjas. Muchos se suman al maquis. Quizá unos cuarenta mil se convierten en soldados en la sombra. 

René Char se encarga, desde su cuartel general de Céreste, de recuperar a los refractarios de la zona de Durance; organiza su alojamiento, pone a prueba sus aptitudes y la solidez de sus convicciones. Coordina sus huestes. Jean Sidoine va a hablarle de su primo. Un hombre dulce, un literato, pero de fiar. Convienen en que lo esconderán en casa de la joven judía de la meseta de Les Claparèdes. 

Es él, Yves Bouveris. Lo busco a él.