Pasan los meses, abril, mayo, junio. El desembarco ha tenido lugar, seguido del levantamiento de París. Vicente mira el vientre de Myriam, prominencia monstruosa, y se pregunta qué puede salir de ahí. ¿Una niña? Sí, él espera que sea niña. A través de la ventana, los futuros padres oyen los ruidos lejanos de los combates en París, extraños, como fuegos artificiales.
El 25 de agosto de 1944, después de las tormentas se apodera del cielo parisino una masa de aire frío. Vicente camina hacia la Place de l’Hôtel de Ville para asistir al discurso del general De Gaulle. Pero al ver el gentío cambia de opinión. Le asustan las aglomeraciones, aunque estén del lado bueno. Prefiere ir a dar una vuelta por Chez Léa.
Por primera vez, los franceses van a ver la silueta del general de quien solo conocen la voz a través de la BBC, esa inmensa estatua de mármol blanco que saca una cabeza a toda la asamblea apiñada a su alrededor.
Myriam sigue sin noticias de sus padres, sin noticias de su hermano y de su hermana. Pero continúa teniendo fe, esperanza. Repite incansablemente a Jeanine, en medio del cansancio de las últimas semanas: «Al volver de Alemania, el mejor regalo será cuando descubran al bebé».
Cuatro meses después, el 21 de diciembre de 1944, día del solsticio de invierno, nace mi madre, Lélia, hija de Myriam Rabinovitch y Vicente Picabia. Nace en el número 6 de la rue de Vaugirard. Ese día, Jeanine le tiene la mano cogida a Myriam. Sabe lo que significa traer al mundo a un niño lejos de los suyos, en un país sumido en el caos. Ella tuvo un hijo, Patrick, en Inglaterra.
Un año antes, cuando Jeanine vio la frontera española a lo lejos, la Nochebuena de 1943, se juró que si salía viva haría un niño. Caminó en la dirección que le mostró el pasador; luego sus recuerdos eran confusos.
Se despertó en España, en una cárcel de mujeres, para ser aseada, fichada, interrogada por las autoridades españolas, a la vez a salvo y presa. De ahí, gracias a sus contactos en la Cruz Roja, la trasladaron a Barcelona. Y de Barcelona pudo viajar a Inglaterra para incorporarse a las Fuerzas Francesas Libres.
Al llegar a Londres se enteró de que el abad Alesch, ese abad de pelo cano y mirada reconfortante, era en realidad un agente del servicio de información del Estado Mayor alemán, remunerado con doce mil francos al mes por su trabajo de agente doble. De día era sacerdote resistente; de noche vivía en la rue Spontini, en el distrito 16 de París, con sus dos amantes, a las que mantenía gracias al dinero que recibía de la colaboración. Su trabajo consistía en animar a los jóvenes a entrar en la Resistencia para luego denunciarlos y así obtener primas.
Jeanine se enteró entonces de la muerte de la mayoría de los miembros de la red, incluido Jacques Legrand, su alter ego, deportado a Mauthausen tras la traición del abad.
En Londres conoció a una bretona, Lucienne Cloarec, una joven de Morlaix que había visto cómo los alemanes fusilaban a su hermano. Lucienne decidió unirse al general De Gaulle. Se embarcó, la única mujer en medio de diecisiete hombres, en un pequeño velero llamado Le Jean. La travesía duró veinte horas. Maurice Schumann, impresionado por la joven, hizo que interviniera en su emisión de la BBC nada más llegar.
El general De Gaulle decidió que Lucienne Cloarec y Jeanine Picabia serían las dos primeras mujeres condecoradas de la Resistencia, por decreto del 12 de mayo de 1943.
Poco tiempo después, Jeanine se quedó embarazada. Lo había prometido.
De vuelta en París, Jeanine y su hijo Patrick se instalan en el Lutetia. El hotel, recuperado por las Fuerzas Francesas Libres tras estar ocupado por los alemanes, acoge, en un primer momento, a personalidades importantes de la Resistencia. Jeanine encuentra ahí unas semanas de reposo con su recién nacido. La habitación está ubicada en una de las torrecillas redondas de techo cónico. Al gato de Jeanine le encanta estar en el alféizar de la ventana de ojo de buey. A la joven le parece tan lujosa su habitación que propone a su hermano Vicente hacerse cargo de la pequeña Lélia.
Intuye que la pareja no se entiende bien desde que nació la niña.