A principios del mes de abril de 1945, el Ministerio de Prisioneros de Guerra, Deportados y Refugiados es el encargado de organizar el retorno de varios cientos de miles de hombres y mujeres a territorio francés. Se requisan grandes edificios parisinos. Para acogerlos, se habilitan la Gare d’Orsay, el cuartel de Reuilly, la piscina Molitor, las grandes salas de cine, como el Rex o el Gaumont Palace. Y el Velódromo de Invierno. (Ya no existe hoy en día. El «Vel d’Hiv» fue destruido en 1959. El año anterior, albergó un centro de retención de franceses musulmanes de Argelia, por orden del prefecto Maurice Papon).
Inicialmente, el Lutetia no forma parte de los edificios incautados por el ministerio. Pero enseguida se dan cuenta de que hay que planificarlo todo de nuevo. El general De Gaulle decide entonces que el hotel debe abrir las puertas de sus trescientas cincuenta habitaciones a los deportados. Se trata de organizar una acogida sanitaria con médicos, estructurar espacios en el interior del hotel para crear enfermerías con material suficiente.
De Gaulle pone a su disposición taxis para que vayan a buscar a las enfermeras cuando acaban su servicio, y conducirlas al Lutetia. Los estudiantes de Medicina irán a echar una mano, así como las asistentas sociales. La Cruz Roja está presente, con otras organizaciones, como los Boy Scouts, cuya misión consistirá en transmitir mensajes, recorriendo todo el día los gigantescos pasillos del palacio, supervisados por las auxiliares femeninas del Ejército de Tierra.
El establecimiento tendrá que distribuir comidas regularmente, a cualquier hora del día y de la noche, no solo para los recién llegados, sino también para el personal sanitario y supervisor. Seiscientas personas van a trabajar en la acogida de los deportados. Las cocinas del Lutetia prepararán hasta cinco mil servicios de comida al día, lo que supone toda una organización de abastecimiento y de almacenamiento de las vituallas. Los embargos procedentes del mercado negro contribuirán a aprovisionar las bodegas del Lutetia. Todos los días, la policía repartirá los alimentos confiscados al contrabando. Pero también ropa y calzado. Las camionetas harán idas y venidas a diario entre los almacenes de decomisos y el hotel.
También hay que coordinar la acogida de las familias, que enseguida acudirán a presentarse en masa ante las puertas giratorias del palacio con la esperanza de encontrar a un hijo, a un marido, a una esposa, un padre o unos abuelos. La idea es establecer un sistema de fichas que se expondrán en el hall del hotel. Todas las familias afectadas depositarán una hoja acartonada con fotografías de sus familiares desaparecidos, y la información que pueda permitir su identificación, así como sus datos.
A lo largo del boulevard Raspail se recuperan los paneles de las elecciones municipales que han de celebrarse a partir del 29 de abril de 1945. Dos docenas de paneles, hechos de tablones de madera clavados entre sí. Se instalan en el hall del Lutetia, hasta la gran escalinata. Poco a poco se irán cubriendo de decenas de miles de fichas, escritas a mano, con fotografías e informaciones necesarias para reunir a las familias.
También es preciso abrir y acondicionar unas oficinas de acogida y selección.
El Ministerio de Prisioneros de Guerra estima que las formalidades de acogida durarán entre una y dos horas, lo que se tarde en establecer las listas administrativas, dar ciertos cuidados en la enfermería, bonos de avituallamiento y de transporte para que quienes vienen de Alemania puedan volver a sus casas en tren, o en metro en el caso de los parisinos. Los recién llegados recibirán un carnet de deportados, así como un poco de dinero.
El 26 de abril está todo listo. El día de la apertura del hotel, Jeanine va a echar una mano porque los organizadores necesitan ayuda.
Pero las cosas no suceden como las había previsto el ministerio. Los que regresan lo hacen en un estado indescriptible. El sistema de acogida no está preparado para eso. Nadie había imaginado nada semejante.
—¿Cómo ha ido todo? —pregunta Myriam cuando vuelve Jeanine a la rue de Vaugirard, tras la primera jornada.
—Bueno —explica Jeanine—, no estábamos preparados para algo así.
—Así ¿cómo? —pregunta Myriam—. Podría ir contigo.
—Espera a que se arreglen las cosas...
Los días siguientes, Myriam insiste.
—No es el momento. Hemos tenido dos muertos de tifus el primer día. Una limpiadora y un boy scout que se ocupaba del guardarropa.
—No me acercaré a la gente.
—Nada más entrar en el hotel, te rocían con un polvo. Pasan a todo el mundo por DDT. No creo que sea bueno para tu leche.
—No pasaré, me quedaré fuera.
—¿Sabes?, todos los días leen las listas de los que regresan en la radio. Para ti sería mejor quedarte aquí escuchándolas antes que ir a meterte ahí, en medio de la muchedumbre.
—Quiero poner una ficha en la entrada del hotel.
—Entonces dame las fotos y los datos, yo la rellenaré por ti.
Myriam mira fijamente a Jeanine.
—Por una vez serás tú la que me escuche. Mañana iré al Lutetia. Y nadie podrá impedírmelo.