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Anne, querida: 

 

Siento mucho lo que ha pasado. Olvidémoslo. 

No me reconcilié con mi madre. Sin duda era algo imposible. Pero quizá podríamos haber hecho una parte del camino juntas si hubiera aceptado decirme por qué me abandonó durante varios años. Que no tuvo más remedio que hacerlo. 

Pienso que se calló porque tenía mala conciencia por seguir, ella, con vida. Y por sus largas ausencias, durante las que a mí me llevaban de un lado para otro. Si me hubiera explicado por qué, lo habría entendido. Pero tuve que comprenderlo por mí misma, y para entonces ya era demasiado tarde, ella se había ido para siempre. 

Todo esto plantea cuestiones esenciales..., y yo misma me pierdo porque tengo la impresión, de algún modo, de estar traicionando a mi madre. 

 

 

Querida mamá: 

 

Myriam pensaba que la guerra era cosa suya. No entendía por qué tenía que contártela. Así que es lógico que, al ayudarme en mis pesquisas, tengas la impresión de estar traicionándola. 

Myriam te impone su silencio hasta después de desaparecer. 

Pero, mamá, no olvides que sus silencios te han hecho sufrir. Y no solo sus silencios: la sensación de que ella te excluía de una historia que no te concernía. 

Entiendo que puedan trastornarte mis investigaciones. Sobre todo en lo relativo a tu padre, a la vida en la meseta, a la irrupción de Yves en la pareja que formaban tus padres. 

Aun así, mamá, ese relato es también el mío. Y a veces, igual que te hizo Myriam, me miras como si fuera una extranjera en el país de tu historia. Tú naciste en un mundo de silencio, es normal que tus hijos estén sedientos de palabras. 

 

 

Querida Anne: 

 

Llámame cuando leas este e-mail y contestaré a tu pregunta de ayer. La que me enfadó. 

Te contaré, concretamente, no cuándo volvió a formarse ese trío —eso es algo que no sé—, pero sí cuándo se vieron Myriam, Yves y mi padre por última vez.