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Vicente descubrió una anfetamina más reciente que la bencedrina, más recreativa también, llamada Maxiton. Caramelo puro. Un excelente estimulante del sistema nervioso, pero sin temblores ni vértigos, sin ese cansancio tras los ojos. El Maxiton procuraba a Vicente un estado de gracia durante el que, de repente, la vida le parecía muy sencilla. 

Las anfetaminas son conocidas por anular todo impulso vital, pero esta vez sucedió lo contrario, y Lélia fue concebida en la euforia de una noche sin fin. Eso era precisamente lo que fascinaba a Vicente de las drogas. La sorpresa. Las reacciones inesperadas. Las experiencias químicas entre un cuerpo vivo y unas sustancias también vivas, la infinidad de estados que resultan de ellas, según la hora y el día, el contexto y las dosis, la temperatura ambiente y el alimento ingurgitado. Podía estar hablando durante horas enteras, con la precisión de un químico. En ese terreno, Vicente era un erudito, conocía sectores enteros de química, botánica, anatomía y psicología; habría podido pasar sin problema los exámenes más difíciles si hubieran existido unas oposiciones a toxicólogo. 

Vicente sabía que moriría joven, que no podía seguir llevando esa vida mucho tiempo más. Sus padres le habían dado al nacer un nombre que no le gustaba, Lorenzo. Así que Lorenzo se rebautizó Vicente, escogiendo el nombre de un tío fallecido a una edad temprana, en un accidente en una fábrica. Tras respirar vapores de un producto corrosivo que perforó sus pulmones, ese tío murió en medio de unos dolores espantosos debido a una hemorragia interna. Era padre de una niñita de tres años. Vicente se suicidó poco antes del cumpleaños de Lélia, que iba a cumplir esa edad. 

 

—Vicente murió de sobredosis, en la acera, justo debajo de la casa de su madre. Lo encontró la portera. 

—Y llamó a la policía... 

—Exactamente. Y la policía consignó el hecho en una libreta que encontré. Es una vieja libreta de papel amarillento, de rayas. Las páginas estaban constituidas por cinco columnas para rellenar. «Números, Fechas y dirección, Estado civil, Resumen del caso». En la página de mi padre aparecen, sobre todo, robos. En medio está su muerte. Todos los casos están escritos con la misma pluma, y con tinta negra. Salvo el de Vicente. ¿Por qué? El policía utilizó tinta azul cielo, muy clara, casi borrada por el tiempo. Escribió: «Investigación del fallecimiento del señor Picabia Laurent Vincent». Extraña fórmula. Afrancesó los nombres, Lorenzo se convirtió en Laurent y Vicente en Vincent. 

—Ese policía debía de pertenecer a la vieja escuela, porque lo de «señor» ya no se pone. 

—«Acaecido el 14 de diciembre hacia la 1.00 de la madrugada en su cama», escribe. Esta información es falsa, lo sé. Vicente murió en la calle; de hecho, por eso interviene la policía y lo investiga. También lo confirmará el registro del Instituto Anatómico Forense que he podido consultar. 

—¿Por qué miente el policía? 

—Lo que sucedió fue que la portera llamó a la policía al ver un cadáver en la calle. Y luego, al reconocer a Vicente, llamó a Gabriële para decirle que su hijo estaba muerto. Gabriële pidió que no dejaran a su hijo tirado en la acera y que lo subieran a su cama..., de ahí la confusión. A continuación, el policía plantea una serie de preguntas: «¿Estupefacientes? ¿Abuso de alcohol? ¿Alcohol tóxico? En el Instituto Anatómico Forense. 1.er informe pericial del doctor Frizac». Así supe que hubo un informe de un médico forense. 

»Me enteré de tres cosas de mi padre. Que la causa primera de su muerte era el suicidio. Que su cadáver se encontró en la puerta de la casa de Gabriële. Y que, en el mes de diciembre de 1947, en plena noche, solo llevaba puestas unas sandalias.