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—¿Nunca te has preguntado por tus orígenes? 

—No. Por extraño que parezca, jamás. Me parezco tanto a Vicente que no hay duda posible. Soy su vivo retrato. Pero una noche, para fastidiar a Yves y a Myriam, les hice esa pregunta. 

—¿Qué pregunta? 

—¡Que de quién era hija! ¿Cuál va a ser? 

—¿Por qué? 

—¿A ti qué te parece? Para hacer hablar a mi madre... Myriam nunca decía nada. Nunca contaba nada. Yo estaba harta, ¿entiendes? Harta. Quería que me hablara de mi padre. Así que le busqué las cosquillas. Para forzarla a que hablara tenía que ser contundente. Estábamos en Céreste, en las vacaciones de verano. Provoqué a mi madre y a Yves al principio de la velada. A Yves le sentó fatal. Fue una noche terrible entre nosotros, tormentosa. 

—¿Se sentía responsable de la muerte de tu padre? 

—Pobre, hoy espero que no, pero igual en aquella época sí tenía ese sentimiento. Fuera como fuese, al día siguiente hice las maletas, con tu padre, que estaba conmigo, y volvimos a París. 

—¿Nosotras ya habíamos nacido? 

—Sí, sí, me fui con vosotras... Y tres días después recibí una carta. 

—¿Esa fue la confesión que querías obtener? 

—Exacto. En aquella época yo no sabía nada sobre mi padre, ni sobre la vida de Myriam durante la guerra. Ella no hablaba jamás del tema. Tenía tanta ansia por conocer fechas, lugares, palabras, nombres... Con mi pregunta la obligué a darme esa información. 

—¿Me la enseñas? 

—Sí, la tengo guardada en mis archivos, voy a buscarla.