Lélia me tendió el sobre que había recibido, enviado desde el ayuntamiento de Les Forges. En su interior, un correo que iba dirigido a ella.
—¿Puedo? —le pregunté.
—Sí, léelo —me contestó enseguida Lélia.
Me puse a leer el mensaje, escrito en una gran tarjeta en cartulina bristol blanco, con una letra muy bonita, aplicada.
Estimada señora:
Tras su paso por el ayuntamiento de Les Forges, busqué en los archivos la carta que le mencioné: la solicitud para que los nombres de los cuatro miembros de la familia Rabinovitch deportados a Auschwitz se inscribieran en el monumento a los muertos de Les Forges.
No encontré nada en los archivos del ayuntamiento.
Sin embargo, he encontrado este sobre que podría interesarle. Estaba en el ayuntamiento, guardado en una carpeta. No lo he abierto, se lo envío tal cual.
Reciba un cordial saludo,
JOSYANE
Lélia me señaló, encima de su escritorio, un sobre cerrado donde podía leerse la inscripción: CUADERNOS DE NOÉMIE.
Supe inmediatamente de qué se trataba. Nadie había tocado aquello desde 1942.
—Anne, estoy demasiado emocionada para abrirlo.
—¿Quieres que lo haga yo?
Lélia dijo que sí con la cabeza. Inspiré profundamente y mis manos temblaron al abrir el sobre. Algo recorrió la habitación, un soplo eléctrico que ambas percibimos. Saqué dos cuadernos, enteramente ennegrecidos por la letra de Noémie. Las páginas estaban llenas, sin dejar una sola línea en blanco. Abrí el primer cuaderno, que comenzaba con una fecha, subrayada.
Comencé a leérselo a mi madre en voz alta.
4 de septiembre de 1939
Es el cumpleaños de mamá. Hace veinticinco años, en el otro cuaderno, «el penúltimo», era el cumpleaños del tío Vitek. Vivimos en Les Forges. Hemos transformado nuestra casa de vacaciones en residencia permanente. Me ha costado dos días hacerme a la idea de que estábamos en guerra. Cómo reconocerla si al mirar ahí afuera el cielo es puro. Hay árboles. Hierba. Flores. Sin embargo, ya han empezado a caer, segadas aviesamente, las bellas vidas humanas. Pero la moral es alta. Tenemos que soportarlo y lo soportaremos. Para nosotros, incluso, el cambio es pintoresco. Palabra cínica pero verdadera. Nuestra vida física no se ha visto modificada, nuestros gestos siguen siendo los mismos. Sin embargo, todo es diferente a nuestro alrededor. Nuestra vida también se ha visto desequilibrada. Se necesita tiempo para adaptarse. Para modificarse. Lo importante es salir de esta metamorfosis fuerte y valiente. Hoy Londres ha sido bombardeada durante dos horas. Un navío de pasajeros ha naufragado. Los tiempos bárbaros de la civilización. Relámpagos siniestros e iluminación del cielo en dirección de París. Nosotros salimos para verlos con la misma idea. Vamos asumiendo, debido a ello, que estamos en guerra. Pesadillas nocturnas. Cuando me despierto, lo primero que recuerdo es que estamos combatiendo. Que los hombres mueren en el campo, que las mujeres y los niños caen en las calles bombardeadas de las ciudades.
5
Esperamos cinco horas, Lemain. Sin noticias de nada ni nadie. Parece que, se dice que. No hay carta de la condesa. Hitler está loco. ¡Ha propuesto a sir Nevile Meyrick Henderson un reparto «equitativo» de Europa entre Alemania e Inglaterra! Y se veía, además, en sus palabras, que se contenía. Los ingleses bombardean Alemania (¿?). Lanzan panfletos. Los músicos do-re-mi-fa-sol trombón de Myriam. Leemos a Pierre Legrand. Quizá pronto podamos ir a Rusia a conocer a todos nuestros parientes. Facilitamos realmente la labor de los que vengan después. Ciento cincuenta aniversarios de la Revolución, la guerra liberadora de los pueblos está teniendo lugar. Esperemos que sea breve. Me doy cuenta de que, mientras dure la lucha, no tenemos derecho a pensar en las consecuencias de la guerra en la vida propia y en las ajenas (Myriam y su pesimismo).
6
Tiempo espléndido. Tricotar. Carta. Armario, quizá. Cinco horas, Lemain.
9
A veces no merece la pena escribir. Hoy, mal día. Esta mañana, conversación polaca. Todos nos damos cuenta de la inutilidad de ciertos argumentos, pero los exponemos para convencernos a nosotros mismos. Los Dan están en París, van a venir aquí la semana próxima. ¡Y pensar que, mientras charlamos fríamente sobre si es útil o no pasar un examen de filosofía, sobre nuestra vida en Les Forges, hay personas que mueren! ¿Viven todos los nuestros, en Lodz? Pesadilla espantosa. Sí, muy mal día.
Al oírme evocar a las personas de Lodz, Lélia me pide que me detenga. Era mucho para ella. La sentía emocionada y perturbada.
—¿Hasta dónde llega? —me preguntó.
Entonces abrí el segundo cuaderno, también todo cubierto de notas. Pero entendí enseguida que no era la continuación del diario de Noémie.
—Mamá... —dije—, es...
Al mismo tiempo que hablaba con Lélia, recorría con la mirada las páginas.
—... el principio de una novela...
—Léemelo —me pidió Lélia.
Pasé las páginas, el cuaderno contenía a la vez notas, planes de capítulos, fragmentos redactados. Estaba todo mezclado. Yo reconocía perfectamente el recorrido mental del novelista que tantea, busca, necesita anotar las ideas y contar ciertos pasajes que le vienen a la cabeza, en desorden.
Y luego leí algo que me detuvo. Me costaba creerlo. Cerré el cuaderno, incapaz de hablar.
—¿Qué sucede? —me preguntó Lélia.
No conseguía contestarle.
—Mamá..., ¿nunca abriste este sobre? ¿Estás segura?
—Jamás. ¿Por qué?
No pude decir más. La cabeza empezó a darme vueltas. Simplemente leí para Lélia la primera página de la novela.
Évreux estaba cubierto de neblina esa mañana de finales de septiembre. Una neblina fría que anunciaba el invierno. Pero el día iba a ser hermoso, el aire era puro y el cielo no tenía una sola nube.
Anne se pasaba el tiempo paseando por la ciudad, yendo a la salida del colegio de las niñas para charlar. Y luego, para ir a la universidad, pasaba por delante del cuartel y el hotel de Normandie, donde estaban alojados los oficiales ingleses.
Anne dejó su cuaderno de música y se puso a mirar los tomates, las coles y las peras. Del otro lado, una calle de casitas bajas y, en medio, cinco pares de calcetines negros tendidos, secándose.
—Parece —dice Anne escuchando el rumor de la ciudad— que los primeros convoyes de ingleses llegarán mañana. Ya se ha instalado un pequeño Estado Mayor en el Grand Cerf. Y ¿sabes qué?, son muy elegantes.
La heroína de la novela de Noémie se llamaba Anne.