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Había quedado con Georges en la Gare de Lyon, esa estación que es siempre una promesa de sol y de vacaciones de verano. Me detuve en la farmacia para comprar un test de embarazo, pero no se lo dije a Georges. En el tren me explicó el programa del fin de semana, bastante cargado. En la estación de Aviñón nos esperaba un coche de alquiler, luego teníamos que ir a dejar las cosas a un hotel en Bonnieux, antes de bajar de nuevo hasta una capilla donde una estudiante de arte nos haría una presentación sobre las obras de Louise Bourgeois, allí expuestas.  

Él había elegido Bonnieux para celebrar mis cuarenta años por, precisamente, Louise Bourgeois. Tras la visita guiada, iríamos a almorzar en lo alto del pueblo, a un restaurante con vistas panorámicas. Y de postre daríamos un paseo por las viñas con degustación de vino incluida. 

—Luego habrá sorpresas. 

—No me gustan las sorpresas..., me angustian las sorpresas. 

—Bueno, pues entonces te digo que la tarta y las velas aparecerán por sorpresa en medio de la degustación. 

Ese fin de semana de cumpleaños empezaba muy bien, me sentía dichosa junto a Georges, feliz de coger un tren hacia el sur de Francia. Tenía la certeza de que estaba embarazada, reconocía los indicios en mi propio cuerpo, pero prefería esperar al tren de vuelta a París para hacerme la prueba en los aseos. Si el test daba positivo, la noticia haría de nuestro domingo por la noche un momento muy alegre. Y en caso contrario, la decepción no estropearía el fin de semana. El coche de alquiler nos esperaba en la estación; tomamos la dirección de Bonnieux, Georges se instaló al volante y yo me puse las gafas de sol para poder disfrutar del paisaje. Por primera vez desde hacía tiempo, solo pensaba en estar ahí, con un hombre, proyectarme en una vida a su lado, imaginar qué padres seríamos. Pero una visión me llamó la atención. Pedí a Georges que parara y que diera marcha atrás. Quería volver a ver la fábrica de fruta confitada, en la carretera de Apt, por la que acabábamos de pasar. Esa fachada ocre, con sus arcos romanos, me resultaba cercana. 

—Georges, ya he pasado por delante de este lugar decenas de veces. 

Seguidamente, todo me pareció familiar. Apt, Cavaillon, L’Isle-sur-la-Sorgue, Roussillon. Esos pueblos surgían de mi pasado, todos esos nombres eran los de mis vacaciones de pequeña, en casa de mi abuela. Entonces recordé que Bonnieux, donde Georges había reservado el hotel, era un pueblo al que también iba con Myriam. 

—¡Claro que conozco Bonnieux! Mi abuela tenía una amiga que vivía ahí, y su nieto era de mi edad. 

De repente me acordé de todo: el nieto se llamaba Mathieu, tenía una piscina y sabía nadar. Pero yo no. 

—Me sentía avergonzada porque tenía que llevar manguitos para flotar. Después de aquello dije a mis padres que quería aprender a nadar... 

Iba mirando por la ventanilla del coche y escrutaba cada casa, cada fachada de cada tienda, como se intenta encontrar en los rasgos de un anciano los del joven que fue en otro tiempo. Todo aquello era muy extraño. Saqué el móvil para consultar el mapa de la región. 

—¿Qué miras? —me preguntó Georges. 

—Estamos a treinta kilómetros de Céreste, el pueblo de mi abuela. 

El pueblo donde Myriam dejó a Lélia en manos de una cuidadora, donde se instaló después de la guerra para casarse con Yves Bouveris. Céreste, el pueblo de mis vacaciones de niña. 

—No he vuelto desde que murió mi abuela. Hace veinticinco años. 

Al llegar ante el hotel miré a Georges con una sonrisa: 

—¿Sabes qué me gustaría?, que fuéramos a dar una vuelta por Céreste, me gustaría ver la cabaña donde vivió mi abuela. 

Georges se echó a reír, porque había pasado mucho tiempo preparando ese día especial. Pero aceptó gustoso y yo rebusqué en el bolso para encontrar mi libreta, que me acompañaba a todas partes. 

—¿Qué es eso? —preguntó Georges. 

—Es la libreta donde apunto todos los detalles de mi investigación. Hay gente en el pueblo que conoció a Myriam, podría hablar con ellos... 

—¡Vamos, pues! —dijo él, entusiasmado. 

Nos pusimos enseguida en camino. Georges me pidió entonces que le hablara de Myriam, de su vida, de mis recuerdos con ella.