10
LA DISCUSIÓN
¡No entres en pánico, Raquel!
¡No entres en pánico!
—¡Ah! —gruño en pánico, caminando de un lado a otro en mi habitación.
Rocky me sigue fielmente, notando mi pánico. Le echo un vistazo a Apolo, que está más allá de la tierra de los sueños. Me muerdo las uñas de los nervios. Ares está muy enojado y viene por mí. ¡Cómo te odio, tecnología! Me has causado muchos problemas últimamente.
—Ok, cálmate, Raquel. Respira, una cosa a la vez —me digo, alborotando mi cabello—. Si viene, no le abres la puerta y punto, ya no pasa nada.
Me siento a la orilla de la cama, tomando una respiración profunda. La mano de Apolo ha quedado colgando fuera de la cama. Rocky la olfatea y gruñe, mostrando sus dientes. Es un desconocido para él.
—Rocky, no, vamos. —Lo guío fuera de la habitación y cierro la puerta; lo menos que quiero es que Rocky muerda a Apolo mientras duerme, eso complicaría aún más las cosas.
No sé cuánto tiempo pasa, pero bostezo. Reviso mi teléfono y el de Apolo, pero no hay ninguna notificación, ni siquiera una llamada. ¿Será que Ares ya se quedó tranquilo? El reloj sobre mi mesa de noche me muestra la hora: 2:43 de la madrugada. Sí que es tarde, la noche se pasó volando.
Entro a mi baño y mi reflejo en el espejo me da tres cachetadas. Guao, me veo horrible. Mis ojos están rojos, mi cabello castaño desordenado, sus mechones apuntando en direcciones diferentes. El delineador de ojos se ha corrido debajo de los mismos, me parezco al Joker de la película de Batman. Podría fácilmente salir a la calle a asustar a la gente. ¿En qué momento pasé de lucir superbién a fatal?
Se llama alcohol, querida.
Me amarro mi cabello en un moño desordenado y me lavo la cara para remover el maquillaje. Descalza, salgo del baño y me dirijo a mi cama. Me siento al lado opuesto de Apolo, el sueño va ganando la batalla. Estoy exhausta, mi primera noche de fiesta ha sido demasiado caótica para mi pobre ser. Es un milagro que ya no esté en el quinto sueño. Suspiro y me sobo la cara, mis ojos van cerrándose lentamente, la brisa entrando por la ventana me da escalofríos. Mis ojos se abren como platos cuando recuerdo la vez que Ares escaló para entrar a mi cuarto por la ventana.
—¡Mierda!
Corro hacia la ventana, pero a mitad de camino me detengo abruptamente. La silueta de alguien se ve claramente a través de las cortinas. Ares salta dentro de mi cuarto, quitando las cortinas de su camino.
Oh, fuck!
Como diría Dani en sus intentos de inglés.
Ares Hidalgo está en mi habitación. Su altura, como siempre, hace que mi cuarto se sienta pequeño. Aún lleva puesta esa camisa gris con las mangas enrolladas que le queda tan bien. Sus ojos me miran con tanta frialdad que juro que me da escalofríos. Está molesto, muy muy molesto. Sus facciones parecen tensas, sus labios apretados y sus manos en puños. Todo su lenguaje corporal indica que necesito manejar esto con cuidado si no quiero terminar como comida para dios griego.
—¡¿Dónde está?! —me grita, sorprendiéndome.
Yo trago y me acerco a él lentamente.
—Ares, déjame explicarte lo que pasó.
Ares me empuja a un lado y camina hacia mi cama.
—No tienes que explicarme nada. —Sus ojos viajan a la ropa vomitada de su hermano en el suelo y el estado en el que está—. ¿Lo has emborrachado?
—Fue un accidente.
—¿Me dejaste a medias y te fuiste a emborrachar a mi hermano menor?
—Fue...
—¿Un accidente? ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? —Él sacude a su hermano, pero Apolo solo murmura algo de que quiere a su mamá y esconde su cabeza bajo la almohada—. ¡Es que míralo! —Él se endereza y me mira con rabia—. ¿Lo has hecho a propósito? ¿Tanto querías arruinarme la noche?
Él se acerca a mí y yo me mantengo en mi lugar, no voy a dejar que me intimide.
—Escúchame bien, Ares, fue un accidente, serví bebidas para mí y tu hermano pensó que eran para él. Como no está acostumbrado, pues se emborrachó con nada.
—¿Esperas que me crea eso?
Suelto una risa sarcástica.
—Si me crees o no, no me importa, solo digo la verdad.
Ares parece sorprendido, pero luego sonríe.
—La niña tierna tiene carácter.
—No soy una niña, y a menos que vayas a disculparte por gritarme y entrar así a mi habitación, no quiero hablar contigo. Vete.
—¿Disculparme?
—Sí.
Ares suspira pero no dice nada, así que hablo.
—Tu hermano no va a resucitar en las próximas horas, por lo que te sugiero que lo dejes dormir y luego vengas por él.
—¿Que lo deje dormir contigo? Sobre mi cadáver.
—Suenas como un novio celoso.
Ares sonríe, es que es un inestable.
—Ya quisieras.
Él se acerca a mí y yo lo vigilo con cautela.
—¿Qué estás haciendo?
Ares toma mi mano y la lleva a su cara, presiona sus suaves labios contra mi piel.
—Disculpándome. —Él besa la parte de adentro de mi mano, sus ojos fijos en los míos—. Lo siento, Raquel.
Quiero gritarle y decirle que una disculpa no es suficiente, pero ese tierno gesto y la honestidad en sus ojos cuando lo dijo me desarman. Mi rabia se esfuma y vuelve ese cosquilleo en mi estómago que siempre me llena cuando estoy cerca de Ares.
Libero mi mano de la suya.
—Estás loco, ¿lo sabes?
Ares se encoge de hombros.
—No, solo sé admitir mis errores.
Me alejo de él porque a mi estúpida mente le da por recordar cuando lo dejé caliente en el bar.
¡No pienses en eso ahora! Finjo revisar a Apolo y acomodar la sábana que lo cubre. Ares aparece al otro lado de la cama y lo observo quitándose los zapatos.
—¿Qué diablos estás haciendo? —No dice nada, termina con sus zapatos y comienza a desabotonar su camisa—. ¡Ares!
—¿No esperas que pueda irme en este estado? —Pone unos ojitos de corderito que me cortan la respiración—. Además, no sería bien visto que durmieras con un hombre sola.
—¿Y sí es bien visto que duerma con dos?
Ares ignora mi pregunta y se quita la camisa.
¡Madre mía, Virgen de los Abdominales!
Puedo sentir la sangre corriendo a mis mejillas, poniéndome roja como un tomate. Ares tiene otro tatuaje en su abdomen bajo y en el lado izquierdo de su pecho. Sus dedos tocan el botón de su pantalón.
—¡No! Si te quitas el pantalón, duermes en el suelo.
Ares me da una sonrisa torcida.
— ¿Te da miedo no poder controlarte?
—Claro que no.
—¿Entonces?
—Solo déjatelo puesto.
Él levanta las manos en señal de obediencia.
—Como digas. Ven, hora de ir a la cama, bruja.
Lucho para no dejar que mis ojos se posen sobre su cuerpo. Ares está sin camisa en mi cuarto. Esto es demasiado para mí.
Él se acuesta en medio y deja suficiente espacio para mí en la orilla. Agradezco tener una cama grande y que Apolo esté enrollado en una esquina; si no, no habría forma de que pudiéramos caber todos. Nerviosa, me acuesto con cuidado sobre mi espalda a un lado de Ares, quien está mirándome con diversión. Miro al techo sin mover un músculo, puedo sentir el calor corporal de Ares rozando mi brazo.
Voy a morir de tensión sexual. Tomo mi almohada y la pongo entre los dos para tener una sensación de protección.
Ares se ríe.
—¿Una almohada? ¿En serio?
Cierro los ojos.
—Buenas noches, Ares.
Pasan unos segundos cuando la almohada es arrancada de mi lado, lo siguiente que siento es el brazo de Ares empujándome hacia él hasta que mi espalda está contra su pecho. Puedo sentirlo completamente pegado a mi espalda, todo de él. Ares me presiona aún más contra él, su respiración rozando mi oído.
—¿Buenas noches? No lo creo, la noche apenas empieza, bruja. Y tú me debes una.
¡Virgen de los Abdominales, protégeme!