11
EL SEXY DIOS GRIEGO
Me va a dar un infarto.
Puedo sentir mi pobre corazón latir desesperado en mi pecho, estoy segura de que Ares también lo siente; él sigue pegado a mí, el calor emanando de su cuerpo calienta mi espalda. Su mano está sobre mi cadera, y los nervios hacen que mis músculos se tensen y mi respiración se acelere.
Tú me debes una...
Las palabras de Ares resuenan en mi cabeza. Solo a mí se me ocurre meterme en una cama con él después de haberlo dejado mal en el club.
El aliento caliente de Ares roza un lado de mi cuello, haciendo que se me ponga la piel de gallina. Lentamente, la mano de Ares se mueve hacia arriba por encima de mi vestido hasta que llega a mis costillas. Dejo de respirar, su mano se detiene justo debajo de mi pecho izquierdo y se queda ahí.
—Se te va a salir el corazón. —Su voz es un susurro en mi oído, mojo mis labios.
—Debe ser el alcohol.
Los labios de Ares rozan mi oreja.
—No, no lo es.
Él comienza a dejar besos húmedos en mi cuello, subiendo para lamer el lóbulo de mi oreja. Siento mis piernas debilitarse ante la sensación de sus labios en esa parte tan sensible de mi cuerpo.
—¿Lo disfrutaste?
Su pregunta me confunde.
—¿Qué?
—¿Dejarme duro?
Sus crudas palabras me quitan el aliento, y como para enfatizar su punto, su mano baja de mi pecho a mi cadera de nuevo y me aprieta hacia él, y es ahí cuando siento su obvia erección a través de sus pantalones contra la parte baja de mi espalda. Sé que debería alejarme, pero su lengua lame, sus labios chupan, sus dientes muerden la piel de mi cuello volviéndome loca.
No caigas en su juego, Raquel.
—Sé que solo quieres vengarte —murmuro, pensando que tal vez eso haga que se dé por vencido.
—¿Vengarme? —Sonríe en mi piel, su mano subiendo a mis pechos una vez más, pero esta vez sí los masajea descaradamente. Tiemblo en sus brazos, es la primera vez que un chico me toca de esa forma.
—Sí sé que eso es lo que quieres —digo, mordiendo mi labio para aguantar un gemido.
—Eso no es lo que quiero.
—Entonces, ¿qué quieres?
Su mano deja mis pechos, y baja, sus dedos trazando mi estómago por encima de mi vestido, brinco cuando su mano toca mi entrepierna.
—Esto es lo que quiero.
Ok, eso me queda muy claro.
Ares toma el borde de mi vestido y lo desliza hacia arriba en una velocidad dolorosamente lenta. Mi corazón ya ha sufrido dos infartos y sobrevivido. No tengo ni idea de por qué estoy dejando que me toque de esa forma. O bueno, tal vez si lo sé, siempre me he sentido atraída a él de una forma inexplicable.
Un ligero murmullo de negación deja mis labios cuando Ares mete su mano por debajo del vestido, sus dedos se mueven arriba y abajo por encima de mi ropa interior. Su lenta tortura continúa mientras inconscientemente comienzo a mover mis caderas hacia atrás, hacia él, queriendo sentir todo de él presionado sobre mí.
Ares gruñe suavemente y es el sonido más sexy que he oído en mi vida.
—Raquel, puedo sentir lo mojada que estás a través de tus panties. —La forma en la que dice mi nombre hace que la presión en mi vientre crezca.
Estoy mordiendo mi labio inferior tan fuerte para no gemir que temo que sangre. Su tortura sigue, lenta, arriba y abajo, círculos, necesito más, quiero más.
—Ares...
—¿Sí? —Su voz ya no es esa voz automática y fría a la que estoy acostumbrada, es gutural y su respiración inconstante—. ¿Quieres que te toque ahí?
—Sí —murmuro tímidamente.
Obedientemente, Ares mueve mis panties a un lado y, en el momento en que sus dedos hacen contacto con mi piel, me estremezco, arqueando mi espalda.
—Oh, Dios, Raquel. —Él gime en mi oído—. Estás tan mojada, tan lista para mí.
Sus dedos hacen magia, haciendo que ponga los ojos en blanco. ¿Dónde carajos aprendió a hacer eso? Mi respiración es caótica, mi corazón ya ni siquiera tiene un ritmo normal, mi cuerpo está recargado de sensaciones deliciosas y adictivas. No puedo ni quiero detenerlo.
Mis caderas se mueven aún más contra él, poniéndolo más duro.
—Sigue moviéndote así, sigue provocándome y abriré esas lindas piernas y te penetraré tan duro que tendré que cubrir tu boca para callar tus gemidos.
Oh, mierda. Sus palabras son como fuego para mi cuerpo en llamas. Sus dedos siguen moviéndose en mí, su boca aún en mi cuello, su cuerpo presionado contra el mío.
Ya no puedo más.
Mi autocontrol se fue, se desvaneció en el momento en el que él metió sus manos dentro de mi ropa interior.
Estoy tan cerca del orgasmo y él parece saberlo porque acelera el movimiento de sus dedos. Arriba, abajo, lo puedo sentir venir, mi cuerpo tiembla en anticipación.
—¡Ares! ¡Oh, Dios! —Solo soy sensaciones, deliciosas sensaciones.
—¿Te gusta?
—¡Sí! —gimo sin control, acercándome al orgasmo—. Oh, Dios. ¡Soy tuya!
—¿Toda mía?
—¡Sí! ¡Toda tuya!
Y exploto.
Todo mi cuerpo explota en miles de facetas de sensaciones que recorren cada parte de mí, electrificándome, haciéndome gemir tan fuerte que Ares usa su mano libre para cubrir mi boca. El orgasmo me desarma y me estremece, no es nada comparado con los que he logrado tocándome yo misma. Ares libera mi boca y saca su mano de mis panties.
Y entonces pasa...
Él se despega un poco de mí y lo próximo que escucho es el sonido de cómo desgarra algo plástico: ¿un condón? Y luego el ruido del cierre de su pantalón. Y entro en pánico, y me giro sobre mi cuerpo para enfrentarlo.
Pero ni cien años de vida me habrían preparado para verlo así: semidesnudo en mi cama, sonrojado con sus hermosos ojos azules llenos de deseo, mirándome con lujuria. Mis ojos inquietos bajan por sus abdominales a esa zona prohibida que ya he sentido tanto pero que no he visto y, guao, confirmo que Ares es completamente perfecto al observarlo ponerse el condón. Trago grueso.
—¿Qué pasa? —pregunta, agarrándome hacia él.
Pues que soy virgen y entré en pánico porque sentí tu gran amigo contra mí. Obvio, no le respondí eso y tampoco lo dije en voz alta, qué alivio, lo sé.
—Emm, yo... no quiero... —Trago y siento mi garganta seca.
¿A dónde diablos se fue toda mi saliva?
La perdiste gimiendo como loca en los brazos de Ares, me responde mi mente.
Ares enarca una ceja.
—¿No quieres que te folle?
Qué directo.
—Yo...
—No puedes decirme que no quieres cuando ambos sabemos lo lista que estás para mí.
—Lo siento.
Ares envuelve su mano alrededor de su intimidad y lo acaricia.
—Dejarme así va más allá de la crueldad, Raquel.
¿Debería devolverle el favor? ¿Es eso lo que insinúa?
Pero yo nunca he tocado a un chico en mi vida.
Actúo por instinto, y nerviosamente llevo mi mano hacia él. Ares me observa como un depredador, juega con el piercing en sus labios húmedos y provocativos. Tenerlo tan cerca y desnudo después de haberlo dejado darme el mejor orgasmo de mi vida me da cierta confianza, la barrera de intimidad ya ha sido cruzada entre nosotros.
En el momento en que mi mano hace contacto con su dureza, Ares cierra los ojos y se muerde el labio inferior, eso arranca cualquier duda de mi cabeza. Verlo así estremeciéndose, contrayendo los músculos de su estómago mientras muevo mi mano, es lo más sexy que he visto en mi vida.
—Mierda... —masculla, poniendo su mano sobre la mía y acelerando el movimiento—. ¿Sabes qué me estoy imaginando, Raquel?
Muevo mis piernas, el roce entre ellas me hace volver a querer sentir sus dedos ahí.
—No, ¿qué?
Abre sus ojos, llenos de crudo deseo.
—Lo rico que debe sentirse estar dentro de ti, te imagino debajo de mí con tus piernas alrededor de mis caderas, haciéndote mía mientras gritas mi nombre.
Oh, por Dios, jamás pensé que las palabras podrían excitarme tanto.
Él quita su mano y yo continúo el ritmo rápido que él me acaba de mostrar, él masajea mis senos salvajemente y después de unos segundos, cierra sus ojos murmurando profanidades. Su abdomen se contrae al igual que los músculos de sus brazos, Ares deja salir un gruñido mezclado con un gemido y se viene en mi mano.
Los dos estamos respirando aceleradamente, nuestros pechos subiendo y bajando.
—Necesito ir al baño —digo escondiendo mi mano.
Huyo por mi vida y me encierro en el baño. Me lavo las manos y miro mi reflejo en el espejo.
—¿Qué mierdas acaba de pasar? —me pregunto en un susurro.
Una parte de mí no se lo cree, Ares y yo acabamos de darnos unos muy buenos orgasmos casi al lado de su durmiente hermano. Agradezco tener una cama lo suficientemente grande para que hubiera una distancia considerable entre nosotros y Apolo mientras todo pasaba, porque ¡pobre Apolo!
Señalo al reflejo en mi espejo.
—¿Quién eres y qué hiciste con mi yo inocente?
Tal vez nunca hubo un yo inocente. Recuperando mi compostura y mi ausente moral, decido salir y enfrentar al dios griego.