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EL REGALO

Mi primer día en la preparatoria comienza con la sorpresa de encontrarme a Apolo en el pasillo principal y me cuenta que se ha cambiado del colegio y ahora estudiará aquí. Cuando pregunto por Ares me dice que no dejaría la privada porque él ama el equipo de fútbol de la escuela. Apolo y yo estamos en medio de nuestra conversación cuando escuchamos un grito en el pasillo:

—¡Raquel! ¡Amor mío, corazón de otro!

Ese es Carlos, mi admirador de toda la vida. Todo comenzó el día que lo defendí de unos chicos que lo estaban molestando en cuarto grado; desde entonces, él me ha jurado amor eterno casi todos los días. Solo lo veo como un amigo y, a pesar de habérselo dejado claro, él no lo entiende.

—Hola, Carlos —lo saludo cordialmente porque él me cae bien. Aunque esté un poco loco, es divertido.

—Mi princesa hermosa. —Toma mi mano y la besa dramáticamente—, este ha sido el verano más largo y agonizante para mí.

Apolo nos mira en silencio con una cara de «¿qué mierda está pasando?», pero no dice nada.

Los ojos de Carlos abandonan mi cara para ver a Apolo.

—¿Y quién eres tú?

—Él es Apolo, es nuevo —le respondo soltando mi mano de la suya—. Apolo, él es Carlos, es...

—Su futuro esposo y padre de sus cuatro hijos. —Carlos dice rápidamente.

Yo le golpeo la parte de atrás de la cabeza.

—Te dije que no dijeras esas cosas, la gente a veces se lo cree.

—¿No has oído que si dices muchas veces una mentira se vuelve verdad?

Apolo se ríe un poco.

—Vaya, tienes un admirador muy dedicado.

Todos nos reímos un buen rato antes de irnos a nuestras clases.

 

***

 

El primer día de escuela termina tan rápido como empieza, no puedo creer que ya esté en mi último año; ir a la universidad es algo que me aterra pero que a la vez me emociona mucho. Después de intentar alimentar a Rocky, que no quiso comer, me quito el uniforme y lo lanzo en la ropa sucia. La costumbre hace que quiera ir a darle un vistazo a mi ventana, a esta hora Ares llega de la preparatoria. Siempre suelo mirarlo caminar por su cuarto, usando su celular.

Ya no más.

Miro mi cama y noto una pequeña caja blanca sobre ella. Me acerco y tomo la caja. Una nota cae de ella. Mis ojos se abren como platos al ver que es la caja de un iPhone del modelo más reciente, rápidamente reviso la nota.

Para que no andes por ahí sin teléfono, tómalo como consolación por todo lo que tuviste que pasar esa noche.

Ni siquiera pienses en devolvérmelo.

Ares.

Me río tan fuertemente que Rocky me mira extrañado.

—¿Estás loco, dios griego? —pregunto al aire—. ¡Estás completamente loco!

De ninguna manera puedo aceptar este celular, es muy costoso. Definitivamente para ese chico el dinero no es un problema, pero ¿cómo diablos entró a mi habitación con Rocky aquí? Miro al perro y recuerdo que no quiso comer cuando llegué, su barriga está gorda y llena.

—Oh, no... Rocky. ¡Traidor!

Rocky agacha la cabeza.

Tengo que devolverle el teléfono a ese inestable, así que me pongo unos jeans y una camiseta y salgo como loca a la calle. Tengo que dar la vuelta para poder llegar al frente de la casa de Ares, porque de ninguna forma me iré por el fondo, no quiero que me confundan con un ladrón y me disparen o qué sé yo. Frente a su casa, mi valentía vacila. La casa de Ares es una linda casa de tres pisos con ventanas victorianas y un jardín con fuente en la entrada. Recuperando mi coraje, toco el timbre.

Una chica muy bonita de cabello rojo abre la puerta. Si no es por su uniforme de servicio, habría pensado que es parte de la familia.

—Buenas noches, ¿puedo ayudarte?

—Eh... ¿Está Ares?

—Sí, ¿de parte de...?

—Raquel.

—Muy bien, Raquel, por motivos de seguridad no puedo dejarte pasar hasta que él me lo diga. ¿Me esperas un segundo mientras lo busco?

—Claro.

Ella cierra la puerta y yo juego con la caja del teléfono en mis manos. Creo que no fue una buena idea venir hasta aquí. Si Ares le dice que no quiere verme, ella me cerrará la puerta en la cara.

Unos minutos después, la pelirroja abre la puerta de nuevo.

—Bueno, ya puedes pasar. Él te espera en la sala de juegos.

¿Sala de juegos?

¿A lo Christian Grey?

Deja de leer tanto, Raquel.

La casa de Ares es estúpidamente lujosa por dentro, y no me sorprende en absoluto. La pelirroja me guía a través de la sala a un pasillo largo y se detiene.

—Es la tercera puerta a la derecha.

—Gracias.

No sé por qué de pronto me he puesto tan nerviosa. Voy a ver a Ares. Siento que ha pasado tanto tiempo, cuando tan solo han sido unos días.

Solo devuélvele el teléfono y ya, Raquel. Entras, le das el teléfono y te vas. Simple, fácil de hacer.

Toco la puerta y escucho esa voz que me gusta tanto gritar «Pasa». Abro la puerta lentamente y echo un vistazo dentro, no hay látigos ni nada por el estilo, así que estoy a salvo. Es un cuarto de juegos común y corriente: una mesa de billar, un televisor inmenso con diferentes consolas debajo de él.

Ares está sentando en el sofá frente al televisor con el control de lo que parece un PlayStation 4 en sus manos, jugando a algo de muchos disparos. Está sin camisa, con tan solo los pantalones de su escuela puestos, su cabello desordenado por los auriculares que rodean su cabeza y se está mordiendo el labio mientras juega.

¿Por qué diablos tienes que estar tan bueno, Ares? ¿Por qué? Ya hasta olvidé por qué estoy aquí. Me aclaro la garganta, incómoda.

—Chicos, ya vuelvo —dice Ares al micrófono conectado a sus cascos—. Lo sé, lo sé, tengo visita.

Él sale del juego y se quita los auriculares. Sus ojos encuentran los míos, y dejo de respirar.

—Déjame adivinar... ¿Viniste a devolverme el teléfono?

Se levanta y me hace sentir pequeña, como de costumbre. ¿Por qué tiene que estar sin camisa? Así no es cómo recibes a una visita.

Encuentro mi voz.

—Sí, aprecio el gesto, pero es demasiado.

—Es un regalo, y es de mala educación rechazar un regalo.

—No es mi cumpleaños, ni Navidad, así que no hay razón para un regalo. —Estiro mi mano con la caja hacia él.

—¿Solo recibes regalos en tu cumpleaños y en Navidad?

Sí, y a veces ni siquiera en esas fechas.

—Solo tómalo.

Ares únicamente me mira y hace que quiera huir de ahí.

—Raquel, tuviste una experiencia horrible esa noche y perdiste algo que trabajaste mucho para conseguir.

—¿Cómo sabes eso?

—No soy idiota, con el salario de tu madre y las cuentas que paga jamás podrías haberte comprado el teléfono que tenías. Sé que te lo compraste tú, con tu dinero, con tu trabajo duro. Lamento no haber podido evitar que te lo quitaran, pero puedo darte otro. Déjame dártelo, no seas orgullosa.

—Eres tan... difícil de entender.

—Ya me lo han dicho.

—No, en serio. Me dices que no quieres nada conmigo y vas y haces cosas lindas como esta. ¿A qué estás jugando, Ares?

—No estoy jugando a nada, solo estoy siendo amable.

—¿Por qué? ¿Por qué estás siendo amable conmigo?

—No lo sé.

Bufo.

—Tú nunca sabes nada.

—Y tú siempre quieres saberlo todo.

Esos ojos azules me contemplan con intensidad mientras él se acerca a mí.

—Estoy empezando a pensar que te gusta confundirme.

Ares me da esa sonrisa de suficiencia que le queda tan bien.

—Tú te confundes sola, yo ya he sido claro contigo.

—Sí, muy claro, señor amabilidad.

—¿Qué tiene de malo que sea amable?

—Que no me ayuda a olvidarme de ti.

Ares se encoge de hombros.

—Eso no es mi problema.

Una ola de rabia me atraviesa.

—Y aquí viene el inestable.

Ares arruga sus cejas.

—¿Cómo me llamaste?

—Inestable, tus cambios de humor son demasiado constantes.

—Tan creativa como siempre. —El sarcasmo fluye de su tono antes de continuar hablando—. No es mi culpa que te guste darle significado a todo.

—Todo siempre es mi culpa, ¿no?

—Dios, ¿por qué eres tan dramática?

La rabia sigue creciendo dentro de mí.

—Si soy tanta molestia para ti, entonces ¿por qué no me dejas en paz?

Ares levanta su voz.

—¡Tú me llamaste! ¡Tú me buscaste!

—¡Porque no me sabía otro número! —Me parece ver desilusión en su rostro, pero estoy demasiado molesta para que me importe—. ¿Crees que te hubiera llamado a ti si hubiera tenido otra opción?

Él aprieta sus puños a los costados y, antes de que pueda decir algo, le lanzo la caja del teléfono. Él la atrapa en el aire.

—Solo toma tu estúpido teléfono y déjame en paz.

Ares lanza la caja al mueble y da pasos largos hacia mí.

— ¡Eres una desagradecida! Tu madre no te enseñó modales para nada.

Yo empujo su pecho desnudo.

—¡Y tú eres un idiota!

Ares toma mi brazo.

—¡Loca!

Abofeteo su brazo para soltarme.

—¡Inestable!

Le doy la espalda y tomo el pomo de la puerta para abrirla. Ares me coge del brazo haciéndome girar hacia él de nuevo.

—¡Suéltame! ¡Suelta! —Sus suaves labios se estampan contra los míos.

Y ahí, en su cuarto de juegos, Ares Hidalgo me besó.