17
EL MENSAJE
—¿Nutella?
—No.
—¿Fresas con crema?
Meneo la cabeza.
—No.
—¿Helado?
—No.
—Ya sé, ¿todo junto? ¿Helado, fresas y Nutella?
Solo meneo la cabeza de nuevo y Yoshi se acomoda sus lentes.
—Me doy por vencido.
Estamos solos en el salón, la última clase acaba de terminar y Yoshi está tratando de animarme. Lleva puesta su gorra hacia atrás y sus lentes, como de costumbre. Ya es viernes, y he pasado la semana arrastrándome por toda la preparatoria. No he tenido el valor de contarle a nadie lo que pasó, ni siquiera a Dani. Estoy muy decepcionada conmigo misma, no me creo capaz de hablar al respecto aún.
—Vamos, Rochi. Lo que sea que haya pasado, no dejes que te derrumbe, lucha —me aconseja, acariciando mi mejilla.
—No quiero.
—Vamos por helado, inténtalo, ¿sí? —Sus lindos ojos me suplican y no puedo decirle que no.
Él tiene razón, ya lo que pasó... pasó. No puedo hacer nada para devolver el tiempo. Yoshi extiende su mano hacia mí.
—¿Nos vamos?
Le sonrío y tomo su mano.
—Vamos.
Vamos por helado y nos sentamos en la plaza del pueblo, está haciendo un día precioso. A pesar de que son más de las cuatro, el sol sigue brillando como si fuera mediodía.
—¿Recuerdas cuando solíamos venir aquí todas las tardes después de la escuela en la primaria?
Sonrío ante el recuerdo.
—Sí, nos hicimos amigos de la señora que vendía dulces.
—Y nos daba dulce gratis.
Río, recordando nuestras mejillas llenas de dulce. Yoshi ríe conmigo.
—Así me gusta, sonriendo te ves más bonita.
Levanto una ceja.
—¿Estás admitiendo que soy bonita?
—Más o menos, puede que con unos tragos encima tratara de conquistarte.
—¿Solo con unos tragos encima? ¡Bah!
—¿Y Dani? No la he visto en la escuela. —Toma una cucharada de su helado.
—Eso es porque ya ha faltado dos días. Está ayudando a su madre con un proyecto en la agencia. —La mamá de Dani tiene una agencia de modelaje muy prestigiosa.
—Es la primera semana de la escuela y ella ya se está perdiendo clases, típico de Dani.
—Es bueno que sea inteligente y sepa ponerse al día superrápido.
—Sí.
Lamiendo mi helado, noto cómo Yoshi se queda mirándome como si esperara algo.
—Rochi, ¿sabes que puedes confiar en mí? —me pregunta y sé a dónde va esto—. No tienes que lidiar con las cosas sola.
Exhalo con tristeza.
—Lo sé, es solo que... estoy tan decepcionada conmigo misma que no quiero decepcionar a nadie más.
—Tú nunca me decepcionarías.
—No estés tan seguro.
Sus ojos me miran con expectativa.
—Confía en mí, tal vez hablar al respecto te ayudara a sentirte un poco mejor.
No hay manera fácil de decirlo, así que solo lo digo, sin rodeos.
—Perdí mi virginidad.
Yoshi casi escupe el helado en mi cara, el shock en su expresión es completamente visible.
—¿Qué? ¿Estás bromeando, cierto?
Tuerzo mis labios.
—No.
Una expresión indescifrable cruza su rostro.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Con quién? ¡Mierda, Raquel! —Se levanta y lanza el helado a un lado—. ¡Mierda!
Me levanto y trato de calmarlo, la gente está comenzando a mirarnos.
—Yoshi, cálmate.
—¿Con quién? —Su rostro está rojo y parece muy molesto, me toma del brazo—. Ni siquiera tienes novio. ¡Dime con quién fue!
Me suelto de su agarre.
—¡Cálmate!
Yoshi se agarra la cabeza y me da la espalda para patear un cubo de basura. Ok, esa no era la reacción que esperaba.
—Yoshi, estás exagerando. Cálmate.
Él se pasa una mano por la cara, y se gira hacia mí.
—Dime quién fue para molerlo a golpes.
—No es el momento de actuar como el hermano mayor celoso y sobreprotector.
Él se ríe con sarcasmo.
—¿Hermano mayor? ¿Crees que esta es la reacción de un hermano mayor? Estás tan jodidamente ciega.
—¿Qué diablos te pasa?
Me mira y parece que miles de cosas pasan por su mente.
—Estás ciega —dice en un susurro—. Necesito tomar aire, nos vemos.
Y se va, así como así. Me deja sin palabras en la plaza, el helado derretido rodando por el cono de barquillo, goteando al suelo. ¿Qué carajos acaba de pasar?
Suspirando, me voy a casa.
***
Es sábado y me toca hacer limpieza.
Gruñendo, sigo la lista de tareas que me puso mi madre. Ya casi he hecho todo, solo me falta mi cuarto, así que enciendo mi computadora y pongo música para ordenar, eso me motiva. Abro mi Facebook y lo dejo abierto porque, ahora que estoy sin teléfono, el Facebook se ha vuelto mi único medio de comunicación.
Estoy escuchando The heart wants what it wants, de Selena Gómez, mientras recojo mi desorden, tomo el control de mi aire acondicionado y lo uso como micrófono para cantar.
—The heart wants what it wants, ah, ah, ah.
Rocky gira su cabeza a un lado y yo me arrodillo frente a él, cantándole. Un zapato se estrella con la parte de atrás de mi cabeza.
—¡Loca! —Mi madre grita desde la puerta.
—¡Au! ¡Mamá!
—Por eso tardas tanto en limpiar, tienes al pobre perro traumatizado.
—Siempre me cortas la inspiración —gruño, levantándome—. Rocky está deleitado con mi voz.
Mamá desvía la mirada.
—Apúrate, saca tu ropa sucia y me la traes, voy a lavar hoy —ordena y se va.
Haciendo un mohín, miro a Rocky.
—Ella todavía no reconoce mi talento.
—¡Raquel, aún me queda un zapato! —Mamá me grita desde la escalera.
—¡Voy!
Después de llevarle la ropa y terminar con mi cuarto, me siento frente a la computadora. Entro a mis mensajes de Facebook y me sorprende encontrar dos de dos personas diferentes. Uno es de Dani y el otro es de Ares Hidalgo.
Parpadeo, revisando el nombre una y otra vez. Él y yo no somos amigos en Facebook, pero sé que aun así él me puede enviar mensajes. Mi estúpido corazón se acelera y mi estómago se llena de mariposas. No puedo creer que él todavía tenga ese efecto en mí a pesar de lo que pasó.
Abro su mensaje, nerviosa:
Bruja.
¿En serio? ¿Quién saluda de esa forma? Solo él. Curiosa por saber qué tiene que decir, respondo cortante:
¿Qué?
Él se tarda un poco y yo me pongo cada vez más ansiosa.
Cuando puedas pasa por mi casa.
¿Para que puedas usarme de nuevo? No, gracias. Quiero escribirle eso, pero no quiero darle el gusto de saber lo mal que me hizo sentir.
Yo: Estás loco. ¿Por qué haría eso?
Él: Te dejaste algo aquí.
Yo: Ya te dije que no quiero el teléfono.
Ares ha enviado una imagen.
Cuando la abro, es una foto de su mano y en ella tiene la cadena de plata que me regaló mi mamá cuando tenía nueve años, tiene el colgante con mi nombre. Instintivamente, mi mano sube a mi cuello para confirmar que no la tengo, nunca me la he quitado. ¿Cómo no me di cuenta de que no la tenía? Tal vez estaba muy ocupada con mi despecho posdesfloramiento.
La idea de ver a Ares me llena de rabia y a la vez de emoción. Ese idiota me ha pegado su inestabilidad. Recuperando un poco de mi dignidad (solo una pizca), tecleo una respuesta.
Yo: Puedes enviármela con Apolo a la escuela el lunes.
Él: ¿Te da miedo verme?
Yo: No quiero verte.
Él: Mentirosa.
Yo: Piensa lo que quieras.
Él: ¿Por qué estás enojada?
Yo: ¿Y te atreves a preguntarlo?, solo envíamela con Apolo y déjame tranquila.
Él: No entiendo tu enojo, ambos sabemos lo mucho que te gustó. Puedo recordar tus gemidos claramente.
Me sonrojo y miro hacia otro lado. Me siento estúpida porque él no puede verme.
Yo: Ares, ya, no quiero hablar contigo.
Él: Tú vas a volver a ser mía, bruja.
Un escalofrío pecaminoso me recorre. No, no, Raquel, no caigas. No le respondo y lo dejo en visto. Él vuelve a escribir.
Él: Si quieres tu cadena, ven por ella, no la voy a enviar con nadie. Aquí te espero, adiós.
¡Ese idiota!
Gruño en frustración. Si mamá se da cuenta de que perdí esa cadena, me mata. Lo de tirarme un zapato quedaría pequeño en comparación con lo que me haría. Después de bañarme y ponerme un vestido casual de verano con estampado de flores, voy al rescate de mi cadena. Tengo mis estrategias claras para no caer en sus juegos, ni siquiera voy a entrar a su casa, esperaré que me traiga la cadena afuera.
¡Proyecto Rescate de cadena sin perder mi dignidad en el camino, activado!