18
LA FIESTA
No puedo creer que esté de nuevo frente a la puerta de la casa de Ares y en menos de una semana. Oh, dignidad mía, ¿dónde te has metido que no te encuentro? En mi defensa, si mamá se da cuenta de que no tengo esa cadena me cuelga, no sin antes obligarme a ver todas las telenovelas de la noche con ella. Pura tortura, lo sé.
Tomando una respiración profunda, toco el timbre.
La chica de cabello rojo abre la puerta, luciendo un poco agitada.
—Buenas noches —saluda cordialmente, acomodando la falda de su uniforme.
Yo solo le sonrío.
—¿Está Ares?
—Sí, claro. La fiesta es atrás en la piscina, pasa. —Se echa a un lado y camina dentro de la casa.
¿Fiesta?
Ella me guía a través de la casa hasta que llegamos a la piscina, que es cerrada y tiene techo, me imagino porque es climatizada.
Tan pronto pongo un pie ahí, todas las miradas caen sobre mí y me siento superincómoda. Mis ojos inquietos buscan a Ares, y lo encuentro en la piscina. Tiene a una chica subida en sus hombros mientras otro chico tiene a otra frente a él, están haciendo una batalla de agua.
No puedo evitar sentir celos de la chica encima de él. Es muy bonita y tiene una sonrisa deslumbrante. Ares se gira para ver qué es lo que todos miran y nuestros ojos se cruzan; no parece sorprendido, se le ve satisfecho. Se ve tan bien todo mojado. No, enfócate, Raquel. Él sigue en su juego como si no pasara nada.
Apolo me saluda.
—Bienvenida —me dice con una sonrisa—. Todos son compañeros de Ares, pero yo también los conozco.
Llegamos al grupo de tres chicos.
—Chicos, ella es Raquel. —Reconozco a uno de ellos como el moreno con el que me tropecé el día que espiaba a Ares en la práctica de fútbol—. Raquel, ellos son Marco, Gregory y Luis.
—¡Ah! ¡Págame! —dice Luis, el rubio—. Te dije que sí vendría alguien de la nueva escuela de Apolo.
Gregory gruñe.
—Ah, no puedo creerlo. —Se saca el dinero del bolsillo y se lo pasa a Luis.
Marco, el chico moreno de la práctica, no dice nada, solo me echa un vistazo a modo de saludo. Apolo hace una mueca de descontento.
—Sus apuestas apestan. Ya vuelvo, Raquel, siéntete cómoda.
Gregory me señala con el dedo.
—Te daría la bienvenida, pero me acabas de hacer perder dinero.
—No seas mal perdedor —añade Luis, dándome una sonrisa—. Bienvenida, Raquel, toma asiento.
No puedo negar que son chicos muy atractivos y que en mi vida me habría imaginado sentarme con chicos como ellos. No parecen ser odiosos, pero sí se nota que les gusta burlarse de las personas y de las situaciones. Mis ojos viajan a la piscina y la chica en los hombros de Ares cae al agua, hundiendo a Ares con ella. Emergen del agua, sonriéndose el uno al otro y la chica le da un beso corto en la mejilla.
¡Auch!
Casi puedo escuchar a mi corazón romperse.
Y, por una vez, me encuentro en una encrucijada.
Siempre he dicho que la vida se trata de decisiones, y, aunque he tomado algunas muy malas, también he sabido tomar algunas buenas. Frente a mí, tengo dos opciones:
1. Darme media vuelta e irme con la cabeza baja.
2. Quedarme, recuperar mi colgante y tal vez pasarla bien con los amigos de Ares, mostrarle que estoy bien y que él no me importa.
Si él puede actuar como si nada ha pasado, pues yo también. Necesito recuperar mi dignidad, necesito hacer algo para dejar de sentirme como la estúpida chica que fue usada por el chico. Así que me trago mi corazón y, con una gran sonrisa, me siento al lado de Marco, el que no ha hablado hasta ahora.
—¿Quieres una cerveza? —Luis me ofrece y yo asiento con la cabeza y le doy las gracias cuando me la pasa.
Gregory levanta la suya.
—Brindemos, porque la única amiga que ha hecho Apolo en la escuela es linda.
Luis levanta la suya.
—Sí, debo decir que estoy impresionado.
Sonrojada, choco mi cerveza con la de ellos, los dos chicos miran a Marco y este ni siquiera se inmuta. Luis gira su mirada.
—Brindemos sin él, es igual que el malhumorado de Ares.
—Con razón es su mejor amigo —acota Gregory.
Brindamos y seguimos bebiendo. Marco se levanta, es casi tan alto como Ares y está sin camisa. Mis ojos no tienen vergüenza y bajan por su pecho a su abdomen. La Virgen de los Abdominales ha sido muy generosa con estos chicos. Marco se va y se lanza a la piscina, mis ojos siguen sus movimientos.
—Está bueno, ¿no? —Luis pregunta, juguetón.
La Raquel divertida y atrevida sale a la superficie.
—Sí, es lindo.
—Oh, me cae bien. —Gregory me da cinco—. Es honesta.
Levanto mi cerveza hacia ellos, con una sonrisa de suficiencia. Hablamos bastante y me doy cuenta de que no son chicos pretenciosos o que se creen más que nadie. Son muy sencillos y educados. Luis es el chico bromista que de todo saca algo alocado y te hace reír, mientras Gregory es más de contar historias interesantes.
Por un momento, conversando con ellos, divirtiéndome con estos chicos, olvido por completo a Ares. Ellos me hacen darme cuenta de que hay más hombres en el mundo y que sí es posible superar a Ares. Sí puede haber un chico más lindo que él y con mejor corazón. No tengo por qué estancarme con ese estúpido y sexy dios griego.
La música suena por todo el lugar, ni siquiera me he molestado en mirar dónde está Ares o qué está haciendo. Ponen una canción electrónica que me gusta mucho y me levanto de la silla, bailando. Luis y Gregory me siguen bailando desde donde están, poniendo sus manos en el aire. Gregory se resbala y casi se cae y yo me río a carcajadas. Nos reímos tan fuerte que todo el mundo nos mira, siento los ojos en mí, pero no les presto atención. Nos sentamos de nuevo, y debo admitir que el alcohol está haciendo efecto. Me siento con más confianza y libertad.
Marco vuelve a la mesa, empapado, agarra una cerveza y se toma un trago largo.
—Momento de confesiones, Raquel —comienza Luis, divertido. Marco solo se sienta al otro lado de la mesa, su pelo mojado goteando sobre su cara, Luis lo ignora y continúa—. ¿Tienes novio?
Una risita deja mis labios.
—Nope.
Gregory mueve sus cejas.
—¿Te gustaría tener uno?
—Uhhhh. —Luis bufa—. Al parecer tienes un admirador.
—¿Coqueteando tan pronto, Gregory?
Marco se aclara la garganta haciendo que todos lo miremos; cuando habla, su expresión es seria.
—No pierdan su tiempo, ella es de Ares.
Mi mandíbula cae al suelo. ¿Qué? Gregory hace un mohín.
—¡Ash! Qué injusticia.
Ofendida, miro a Marco directamente a los ojos.
—Primero que nada, no soy un objeto y, segundo, no tengo nada que ver con él.
—Claro. —Él responde, el sarcasmo evidente en su tono.
—¿Cuál es tu problema? —le pregunto, molesta. ¿Por qué me odia si ni siquiera me conoce?
—No tengo ningún problema contigo, solo estoy advirtiendo a los chicos.
—No tienes nada que advertirles, Ares y yo no tenemos nada.
Luis interviene.
—La chica ya lo dijo, Marco, y la creo.
Gregory levanta su cerveza hacia mí.
—¿Por qué no mejor se lo pruebas?
Frunciendo el ceño, pregunto:
—¿Cómo?
Gregory sostiene su mentón, pensando.
—Baila para mí.
Marco se ríe victorioso.
—Jamás lo hará.
Abro mi boca para protestar y mis ojos van a la piscina, Ares está aún dentro con la chica colgada a su espalda, paseándola por el agua, riendo. Llevo más de una hora aquí y él ni siquiera ha salido a saludarme. Y está con esa chica pegada a él.
Los chicos siguen mi mirada y Luis gime derrotado.
—No puede ser, ella se giró para verlo, Marco tiene razón.
Me levanto, decidida a probarles su error.
—No, no la tiene.
Doy unos pasos y Gregory me ve con ilusión.
—¿Bailarás para mí?
Pero su expresión cae cuando paso por su lado. Frente a Marco, mi confianza vacila, pero su mirada está llena de seguridad. Es como si me dijera con su expresión lo seguro que está de que no soy capaz de hacerlo. Ignorando las protestas de mi consciencia avergonzada, comienzo a mover mis caderas frente a él. Él se pone cómodo aceptando el reto.
Imagina que estás bailando frente al espejo, Raquel.
Dejo que la música fluya por mi cuerpo y paso mis manos por mi cuerpo hasta llegar al final de mi vestido, lo subo mostrando un poco de mis muslos. Los ojos de Marco siguen el movimiento de mis manos. Recuerdo cuando bailé para Ares y el poder que puedo tener sobre un hombre con mis movimientos y eso me da más fortaleza.
Paso las manos por mis pechos mientras me meneo al ritmo de la música. Marco toma un trago de su cerveza, sin despegar sus ojos de mí. Le doy la espalda y me siento sobre Marco, moviéndome contra él, sintiendo cómo su cuerpo mojado empapa la parte de atrás de mi vestido. La fricción se siente muy bien. Presionándome contra él, puedo sentir lo duro que está. Eso fue rápido. Me inclino hacia atrás, casi acostándome sobre él para murmurar en su oído.
—Si tuviera algo con él, no le acabaría de causar una erección a su mejor amigo, ¿no crees?
Me enderezo y puedo sentir mi corazón latiendo desesperadamente dentro de mi pecho. Decir que los tres chicos están sin palabras es poco, sus caras no tienen precio. Me levanto y estoy a punto de girarme para ponerme frente a Marco cuando Ares aparece en mi campo de visión, caminando hacia mí, luciendo extremadamente enojado como aquella noche que entró a mi habitación buscando a Apolo, pero esta vez por razones muy diferentes.
Él se para justo frente a mí.
—¿Puedo hablarte un segundo? —habla entre dientes.
Me debato en decirle que no, pero no quiero hacer una escena delante de toda esta gente, así que de mala gana lo sigo dentro de la casa hasta su cuarto de juegos. Cierro la puerta detrás de mí y él se abalanza sobre mí y toma mi cara entre sus manos, estampando sus labios contra los míos.
Mi corazón se derrite ante la deliciosa sensación de sus labios, pero no cometeré el mismo error dos veces. Lo empujo con toda la fuerza que tengo, logrando despegarlo de mí.
—¡Ni siquiera lo pienses!
Ares parece muy molesto, su cara roja me recuerda a la reacción que tuvo Yoshi cuando le conté que había perdido mi virginidad. ¿Celos?
—¿Qué diablos crees que estás haciendo, Raquel?
—Lo que sea que esté haciendo no es tu maldito problema.
—¿Estás tratando de ponerme celoso? ¿A eso es a lo que estás jugando? —Se acerca de nuevo a mí y yo retrocedo.
—El mundo no gira a tu alrededor. —Me encojo de hombros—. Solo me estaba divirtiendo.
—¿Con mi mejor amigo? —Toma mi mentón entre sus dedos, sus ojos penetrando los míos—. ¿Cinco días después de lo que pasó en esta habitación?
Inevitablemente, me sonrojo.
—¿Y? Tú te estabas divirtiendo con esa chica en la piscina.
Él estampa su mano en la pared a un lado de mi cabeza.
—¿De eso se trata? ¿Yo lo hago y tú lo haces?
—No, y ni siquiera sé porque estamos teniendo esta conversación. Yo no te debo explicaciones, no te debo nada.
Ares pasa su pulgar por mi labio inferior.
—¿Eso es lo que tú crees? No te ha quedado claro, ¿huh? —Estampa su otra mano contra la pared, encerrándome entre sus brazos—. Tú eres mía, solo mía.
Sus palabras hacen que mi estúpido corazón lata al borde del infarto.
—No soy tuya.
Él me presiona contra la pared con su cuerpo, sus ojos sobre los míos.
—Sí lo eres, al único al que le puedes bailar de esa forma es a mí, solo a mí. ¿Entendido? —Meneo la cabeza desafiante—. ¿Por qué eres tan terca? Sabes bien que al único que quieres dentro de ti es a mí, a nadie más.
Luchando contra mis hormonas, lo empujo de nuevo. No le demostraré cuánto me afecta, él ya me ha hecho suficiente daño.
—Yo no soy tuya —digo con determinación—. Ni lo seré, no me gustan los idiotas como tú.
Mentiras, mentiras.
Ares me da esa sonrisa de suficiencia que me molesta tanto.
—¿Ah, sí? Eso no fue lo que dijiste ese día en este mismo lugar. ¿Lo recuerdas?
No puedo creer que él esté sacando eso a relucir de esta forma, siento la necesidad de herirlo.
—La verdad, no lo recuerdo muy bien, no fue tan bueno.
Ares toma un paso atrás, la arrogancia deja su rostro y se convierte en una expresión dolida.
—Mentirosa.
—Piensa lo que quieras —hablo con todo el desprecio que puedo fingir—. Solo vine a buscar mi cadena, de otra forma créeme que no estaría aquí. Así que dame mi cadena para que pueda irme.
Ares aprieta sus puños a los costados, sus ojos mirándome con una intensidad que me desarma, no sé cómo reúno la fuerza para no lanzarme a sus brazos. Se ve tan atractivo, su torso desnudo, todo mojado, con su cabello negro pegado a los lados de su cara.
Se ve como un ángel caído, hermoso pero capaz de hacer tanto daño.
Ares se da la vuelta y yo lucho para no mirarle el trasero, busca algo en una de las mesas detrás del sofá y vuelve a caminar hacia mí con la cadena en las manos.
—Solo respóndeme una cosa, y te la daré.
—Lo que sea, solo terminemos con esto.
Se pasa la mano por su pelo mojado.
—¿Por qué estás tan enojada conmigo? Tú sabías lo que yo quería, nunca te mentí, nunca te engañé para conseguirlo. Entonces, ¿por qué el enojo?
Bajo la mirada con el corazón en la boca.
—Porque... yo... —me río de los nervios— esperaba más, pensé que...
—¿Que, si teníamos sexo, me gustarías y te tomaría en serio?
Sus crudas palabras duelen, pero son ciertas, así que solo le doy una sonrisa de tristeza.
—Sí, soy una idiota, lo sé.
Ares no parece sorprendido por mi confesión.
—Raquel, yo...
—¿Qué está pasando? —Claudia, la chica de servicio, entra, sorprendiéndonos a los dos.
Esta noche va a ser muy larga.