22
EL DESPERTAR
ARES HIDALGO
Lo primero que siento al despertar es algo caliente a mi lado, el contacto de piel contra mi brazo me toma por sorpresa, entonces me giro y la veo.
Sus ojos cerrados, sus largas pestañas descansando sobre sus pómulos, su boca cerrada mientras respira lentamente por la nariz. Se ve tan delicada y frágil. Un nudo se atraviesa en mi garganta haciéndome imposible respirar. Me levanto de un golpe de la cama, alejándome de ella, casi hiperventilando.
Necesito salir de aquí.
Necesito alejarme de ella.
¿En qué demonios estaba pensando?
Cogiendo mi ropa del suelo, me pongo mis bóxers y mis shorts rápidamente. Salgo de mi habitación con cuidado de no despertarla, no quiero enfrentarla, no puedo enfrentar sus expectativas y romperle el corazón otra vez. No puedo hacerla llorar y verla alejarse de mí, no otra vez.
Entonces vuelve ahí dentro.
La voz de mi consciencia me reprocha, pero tampoco puedo hacer eso. No soy lo que ella espera, o lo que ella necesita. No puedo jugar a tener una relación con alguien cuando no creo en esa mierda, porque tarde o temprano terminaré hiriéndola y arruinando a una linda chica que no se lo merece.
Si sé que no puedo darle lo que ella quiere, ¿por qué sigo atrayéndola a mí? ¿Por qué no puedo dejarla ir? Porque soy un maldito egoísta, ese es el porqué, porque el solo hecho de imaginarla con alguien más hace hervir mi sangre. No puedo estar con ella, pero tampoco dejo que esté con nadie más. Bajo las escaleras, corriendo, y tomo las llaves de la camioneta.
Corre, como el egoísta cobarde que eres.
Estoy a punto de tomar el pomo de la puerta cuando escucho a alguien aclararse la garganta. Me giro para ver a Artemis sentado en el mueble, con ropa deportiva, debe venir de su rutina matutina de ejercicios.
—¿A dónde vas en esas pintas?
Y es entonces que me doy cuenta de que solo llevo puestos los shorts, ni siquiera tengo zapatos.
—A ninguna parte —digo rápidamente, no quiero parecer un idiota.
—¿Huyendo?
—No, solo estoy un poco dormido aún.
Artemis me da una mirada incrédula, pero no dice nada más, y cuando Claudia me pregunta qué debe decirle a Raquel solo puedo susurrarle:
—Dile que tuve que salir y que no vuelvo hasta tarde. —Aprieto las llaves en mi mano—. Dile que se vaya a su casa.
Les doy la espalda y salgo de la casa, me monto en la camioneta, pero no la enciendo, solo apoyo mi frente sobre el volante. No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando levanto mi mirada la veo.
Raquel...
Saliendo de la casa, con su vestido arrugado y aún un poco mojado de la noche anterior, su pelo en un moño desordenado. Mi corazón cae al suelo. Ella se estremece, limpiando sus mejillas llenas de lágrimas. Está llorando.
Ah, Dios, ¿qué estás haciendo, Ares?
Mis ojos bajan a sus pies y noto que está descalza, probablemente no encontró sus sandalias y no quiso quedarse a buscarlas. No puedo dejar de mirarla mientras camina lentamente alejándose de la casa. Aprieto mis manos a los costados.
Casi salgo y voy por ella, pero cuando mi mano cae sobre la manilla de la puerta de mi camioneta me paralizo. ¿Qué voy a decirle? ¿Cómo voy a justificarme? Sé que, si la persigo, solo la heriré más con mis palabras.
Me quedo ahí, sin moverme, sin decir nada, no sé cuánto tiempo pasa hasta que finalmente me bajo de mi camioneta, con mis ojos sobre el camino vacío por donde se fue Raquel. ¿Por qué no puedo decirle nada? ¿Por qué no puedo hablar de la forma en la que ella me hace sentir? ¿Por qué todas las palabras se atoran en mi garganta? ¿Por qué estoy tan jodido?
Como si la vida quisiera responder mis preguntas, una camioneta negra y blindada aparece a mi lado, bajan el vidrio de atrás y el olor a perfume caro golpea mi nariz.
—¿Qué haces aquí afuera, cariño? —Mi madre pregunta, y una falsa sonrisa se forma en mis labios.
—Solo salí a correr.
—Tan atlético como siempre, ven a la casa, los extrañé.
—Por supuesto que nos extrañaste. —Ella decide ignorar mi sarcasmo.
—Vamos.
Sube el vidrio y la camioneta sigue al estacionamiento. Con el corazón apretado, le doy un último vistazo a la calle por donde se fue Raquel y regreso a la casa.
Es lo mejor, me repito una y otra vez dentro de mi cabeza.
Tengo que saludar a mis padres, a los seres que me hicieron ser como soy, a los culpables de que no pueda decirle a la chica que acabo de perder lo que siento por ella y que es la primera vez que me siento de esta forma.
—¡Ah! ¡Mierda! —Lanzo un golpe al aire en frustración, y camino dentro de la casa.
***
RAQUEL
Recuerdo claramente cuando desperté y lo busqué, pensando que había ido por desayuno. Estaba a punto de bajar las escaleras y lo escuché hablar con Claudia.
—Dile que tuve que salir y que no vuelvo hasta tarde —dijo con una mueca de molestia—. Dile que se vaya a su casa.
Duele...
Hago una mueca, sintiendo el ardiente pavimento en mis pies descalzos, pero ese pequeño dolor no tiene comparación con el que siento dentro de mí.
Fui tan idiota.
No puedo dejar de llorar, no puedo detener las lágrimas, y eso solo me hace sentir aún más patética. Creí que esta vez sería diferente, de verdad me lo creí. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Él diría lo que fuera para meterse dentro de mis pantalones, eso era todo lo que él quería, usarme y darme una patada al día siguiente. ¿Cómo es que lo dejé hacerme esto otra vez?
Su sonrisa genuina invade mi mente, cómo conversamos y reímos ayer en su cama jugando a ese estúpido juego, lo que hicimos después. Confié en él. Y él tomó esa confianza y la destrozó frente a mis ojos, junto con mi corazón. De verdad él es un experto en hacerme daño.
Él ni siquiera tuvo la decencia de enfrentarme y decírmelo en mi cara, yo no era tan importante. Solo mandó a su servicio a deshacerse de la chica que usó la noche anterior. Ares tiene la habilidad de hacerme sentir especial y como la chica más afortunada del mundo, pero también puede bajar mi autoestima y pisotear mi dignidad con tanta facilidad.
Él puede hacerme daño como nadie, pero es mi culpa por darle ese poder sobre mí. Ares sabe que estoy loca por él y lo usa para aprovecharse como el idiota que es. Pero ya no más, todo este tiempo no he querido sacarlo de mi vida en serio, le he dado oportunidades creyendo en sus ojos y teniendo la esperanza de que haya algo bueno detrás de su fachada. Ya no más.
Al llegar a la puerta de mi casa, me sorprende ver a Dani en la entrada tocando el timbre. Lleva puesto un vestido holgado de verano, con su largo cabello negro en una cola y lentes de sol, se ve impaciente, sé que odia el calor. Trato de hablar y de llamarla, pero no puedo, siento un nudo de la garganta y aún más ganas de llorar. Mis labios tiemblan cuando se gira y me ve.
Se quita los lentes y su cara se aprieta en preocupación. Ella se apura en llegar hasta a mí y me toma por los hombros.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Solo me las arreglo para asentir.
—Dios, vamos dentro.
En mi cuarto, no me molesto en contener mis lágrimas, ya no más. Ruedo hasta estar sentada en el suelo contra la pared, y lloro. Dani se sienta a mi lado, sin decir nada, solo se queda ahí y eso es todo lo que necesito. No necesito palabras de aliento, solo necesito que esté ahí, a mi lado.
Necesito dejarlo todo salir, necesito arrancarme este dolor del pecho y siento que llorando puedo exteriorizarlo, puedo sacarlo para que nunca más me vuelva a doler de esta manera. Hay algo terapéutico en llorar con todas las ganas, hay cierta paz que invade luego de llorar tanto.
Dani pasa su brazo por detrás de mí y me agarra para que apoye mi cabeza en su hombro.
—Déjalo salir, eso, ya estoy aquí.
Lloro hasta que llega la paz, hasta que ya no tengo más lágrimas y mi nariz está tan tapada que me cuesta respirar. Dani besa mi cabeza.
—¿Quieres hablar al respecto?
Me despego de ella, enderezándome, presionando mi espalda contra la pared. Me limpio las lágrimas y me sueno la nariz. Con mi voz saliendo débil, le cuento todo. La cara de Dani se pone roja de rabia.
—¡Maldito perro hijo de puta! ¡Arg!
No digo nada.
Ella gruñe, soplando un cabello rebelde de su cara.
—Quiero golpearlo en su estúpida cara. ¿Puedo? Solo un golpe y correré, él ni siquiera se dará cuenta.
—Dani...
—Aprendí un supergolpe en mi clase de defensa personal, sé que le dolerá y, si no siempre está el típico golpe en las bolas. Oh, sí, creo que prefiero ese.
Su locura me roba una sonrisa triste.
—Aprecio el esfuerzo, pero...
—O le puedo contar a Daniel, ellos están juntos en el equipo de fútbol. Le diré que le dé un toque que parezca accidental.
—Dani, no puedes enviar a tu hermano a golpearlo. Daniel es muy pacífico.
—Pero también excesivamente sobreprotector, solo tengo que decirle que te hizo algo y ¡bam! Ares recibiendo su merecido.
Daniel es el hermano mayor de Dani, asiste a la misma escuela privada que Ares, solo por estar en el equipo de fútbol.
—No me gusta la violencia y lo sabes.
—¡Bien! —bufa, levantándose—. Iré por helado, tú busca la película más romántica que consigas en línea.
—No creo que...
—¡Silencio! Vamos a lidiar con este despecho como debe ser, hoy llorarás y le gritarás insultos a la pantalla de la película y hablarás de lo injusta que es la vida porque esas cosas no nos pasan. —Se pone las manos en la cintura—. Dormiremos juntas, y mañana te levantarás como una persona nueva, dejándolo todo atrás.
Trato de sonreír.
—No creo que pueda hacer eso de la noche a la mañana.
—Por lo menos, inténtalo, y luego nos iremos de fiesta con unos chicos. Te distraerás y te darás cuenta de que ese idiota no es el único chico en este planeta. ¿Estamos claras?
—Sí, señora.
—No te escuché.
— ¡Sí, señora!
—Bien, ahora busca esa película, ya vuelvo.
La veo salir y sonrío como una tonta, agradecida de tenerla a ella a mi lado, si no estaría derrumbándome. Creo que lo que más me duele es que, aun sabiendo lo que mi madre tuvo que pasar con mi padre, aun así, caí en las redes de ese idiota, como una chica más, una descerebrada del montón, ciega de amor. Estoy decepcionada de mí misma como mujer, eso es lo que más me duele.
Enciendo mi computadora y abro el explorador para buscar una película. Mi Facebook se abre automáticamente mientras busco en Google. Escucho el timbre de un mensaje nuevo y mi corazón se arruga en mi pecho cuando veo su nombre.
Ares Hidalgo
Lo siento.
Una sonrisa triste invade mis labios, lo dejo en leído y simplemente sigo mi búsqueda. Vuelve a timbrar y abro su mensaje:
De verdad, lo siento.
Muevo el ratón hacia la barra de opciones y lo bloqueo para que no pueda enviarme más.
Adiós, dios griego.