27

EL SEGUNDO DESPERTAR

Frío.

Los escalofríos y temblores me despiertan; gruñendo, abro mis ojos. La luz golpea mi vista con fuerza, obligándome a entrecerrar los ojos. ¿Por qué hace tanto frío? No recuerdo haber encendido el aire acondicionado. Lo primero que veo es un estante lleno de trofeos y reconocimientos deportivos.

Eso me confunde. Yo no tengo eso en mi habitación. Al aclararse el panorama frente a mí, me doy cuenta de que este no es mi cuarto.

¿Qué?

Me siento de golpe y mi cabeza palpita en protesta.

—¡Au!

Sostengo mi frente y mi estómago gruñe inestable y revuelto. ¿Dónde carajos estoy? Como si el karma quisiera responderse algo o más bien alguien se mueve un poco a mi lado.

Aterrada, giro mi cara para mirar y un chillido mudo deja mis labios mientras me ruedo hacia atrás en la cama de un golpe y caigo al suelo. Au otra vez.

Mierda, mierda.

Asomo mi cara apenas por encima de la cama y lo confirmo.

Ares Hidalgo, en toda su gloria, acostado boca arriba, con su antebrazo sobre su cara. Las sábanas cubriendo de su cintura hacia abajo, su pecho y abdomen expuestos, ya que está sin camisa.

Instintivamente, me reviso y noto que yo la tengo puesta.

Sostengo mi cara dramáticamente.

—Recontramierda.

¿Qué diablos pasó? Estaba tan decidida esta vez a no caer. ¿Qué me pasó?

A ver, piensa, Raquel.

Recuerda, piensa.

Todo está regado en mi cerebro como un rompecabezas, con partes borrosas y partes perdidas. Lo último que recuerdo es estar en la mesa con Dani, Apolo, Carlos y Yoshi. Luego Yoshi y yo subimos las escaleras. ¿Íbamos al baño?

¡Arg!

Y luego Ares... En el balcón...

Y luego nada, vacío, oscuridad.

¡Qué frustrante!

Sorprendentemente, caer en sus garras de nuevo no es lo que más me molesta, sino esta sensación tan desagradable de no recordar nada. ¿Tuvimos sexo? Honestamente, no creo que Ares me haya hecho nada si estaba tan borracha. Igual, necesito salir de aquí. Me levanto y me mareo, así que tomo una respiración profunda. Ares sigue exactamente igual, con el antebrazo sobre sus ojos, sus labios entreabiertos y su pecho descubierto.

Mis zapatos...

Mi ropa...

Tienen que estar en algún lado. ¿Qué hora es?

¡Dani debe estar tan preocupada! Fue una buena decisión decirle a mamá que me quedaría en casa de Dani ayer, si no estaría en problemas. La parte aún dormida de mi cerebro busca el celular y luego mi cerebro despierta y me da una bofetada.

Te lo robaron hace semanas, Raquel, ubícate.

Camino de cuclillas alrededor sin encontrar nada de mi ropa, pero qué... ¿Dónde está mi ropa? Se supone que, si nos desnudamos aquí, debería estar en algún lado. ¿O es que me desnudé en otro lado y luego vine aquí? Por Dios. Veo una puerta entreabierta a mi derecha de lo que parece un baño y entro. Mi ropa está en el suelo al lado de la bañera.

La sensación de alivio recorre mi cuerpo, ya no tengo que salir a la calle con solo una camisa de chico puesta. Cierro la puerta y recojo mi camiseta blanca floreada, pero un olor a vómito golpea mi nariz haciéndome poner una mueca de asco.

¿Vómito?

¿Vomité? Oh, Dios santo. ¿Qué carajos pasó anoche?

De ninguna manera me puedo poner esa camisa. La falda no está en mejores condiciones, pero me limito a lavar las pequeñas partes de vómito en el lavamanos. No puedo irme con la camisa de Ares y nada debajo. Con las partes mojadas que acabo de lavar, me pongo la falda. Eso no ayuda con el frío, tiemblo, pero me las ingenio para cepillarme los dientes con los dedos.

Yoshi, oh, no, el recuerdo de haber intentado usarlo anoche aparece por partes fragmentadas en mi mente, tengo que disculparme con él.

De vuelta en la habitación, me permito mirarlo. Su torso desnudo y blanco contrasta con el color azul de las sábanas. Me muerdo el labio inferior, luchando con las ganas de lanzarme sobre él y besar cada parte descubierta y sentirlo.

Enfócate, Raquel.

Con todo el cuidado del mundo, tomo el pomo de la puerta, pero cuando intento girarlo no cede. ¿Qué? Lo intento más fuerte y no abre. Reviso el pomo y me doy cuenta de que no tiene un botón de esos para cerrarlo, sino el orificio donde va una llave.

Está cerrado con llave. ¿Por qué?

—¿Buscas esto?

Su voz me hace dar un brinco. Me giro y, para mi sorpresa, él está sentado en la cama con su mano en el aire, con las llaves. Odio que su cara me guste tanto que me hace estremecer. Tiene una sonrisa divertida en su rostro.

—¿Por qué está cerrado?

—Había una fiesta anoche aquí, ¿recuerdas? —Hay cierta cautela en su voz—. No quería que nadie entrara a molestarnos.

Intento tragar pero mi garganta está seca.

—Tú... Yo... Quiero decir... Ya sabes.

—¿Tuvimos sexo? —Él siempre tan directo—. ¿No recuerdas nada?

Hay cierta tristeza en su tono voz, como si él quisiera que recordara algo; avergonzada, meneo la cabeza.

—No.

Noto cierta decepción en su expresión.

—No pasó nada, vomitaste, te bañé y te acosté a dormir.

Le creo.

—Gracias.

Él se levanta. Y yo me siento pequeña frente a él de nuevo.

—Ábreme la puerta —le pido, porque estar a solas con él en una habitación, ambos con poca ropa, es demasiado.

Él se mete la llave en el bolsillo frontal de su pantalón.

—No.

Abro mi boca para protestar y él se va al baño, cerrando la puerta detrás de él. Pero ¿qué demonios? Sintiéndome frustrada, pongo mis brazos sobre mi pecho esperando que él salga. ¿Qué pretende teniéndome encerrada aquí? Escucho la ducha. ¿Se fue a bañar? ¿Es en serio? Y yo desesperada por salir de aquí.

Pasan minutos que se sienten como años y por fin sale del baño, con solo una toalla en su cintura. Gotas de agua se deslizan por su abdomen y su cabello húmedo se pega a los lados de su cara.

Supongo que él no tiene frío, y me aclaro la garganta.

—Ábreme la puerta, Ares.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero.

Suelto una risa sarcástica.

—Qué maduro. —Él se sienta en la cama y me mira, sus ojos bajando desde mi pecho hasta mis piernas. Trago grueso—. De verdad tengo que irme.

—Y te irás después de que hablemos.

—Bien. ¿Qué quieres ahora?

—A ti.

Su respuesta me sorprende y calienta mi estómago, pero trato de actuar normal.

—De verdad estás loco.

—¿Por qué? ¿Porque te digo lo que quiero? Siempre he sido honesto contigo.

—Sí, demasiado, diría yo —digo, recordando aquella vez que me dejó en claro que no quería nada serio conmigo.

—Ven aquí.

El calor sube a mis mejillas.

—Oh, no, no voy a caer en tu juego.

—¿Mi juego? Pensé que la de los juegos eras tú.

—¿De qué estás hablando?

—¿Disfrutaste al besar a otro?

La rabia en sus lindos ojos es evidente y me acobardo, sintiendo mi espalda contra la puerta, pero, aun así, levanto mi mentón.

—La verdad, sí, besa muy bien, además él...

—Cállate.

Una sonrisa de victoria llena mis labios, el hecho de que puedo afectarlo me hace sentir poderosa. Él siempre ha mantenido ese porte helado e inexpresivo conmigo, pero en este momento puedo ver claramente las emociones en su rostro, y es refrescante.

—Tú preguntaste —le digo, encogiéndome de hombros.

—Admiro tu intento de reemplazarme, pero ambos sabemos que es a mí a quien quieres.

Se acerca más a mí, el olor a jabón acaricia mi nariz mientras siento su calor corporal traspasándome. Mirándolo a los ojos, mi corazón late como loco, pero no quiero darle la satisfacción de saber que tiene razón.

—Eso es lo que tú crees, Yoshi besa tan rico que...

—Deja de hablar de él, no juegues con fuego, Raquel.

—¿Celoso, dios griego?

—Sí.

Su respuesta me toma por sorpresa y el aire deja mis pulmones. ¿Ares Hidalgo admitiendo que está celoso? ¿Acaso caí en una dimensión desconocida?

Él se pasa la mano por la cara.

—No te entiendo, te dedico un gol y vas y besas a otro. ¿A qué estás jugando?

—Yo no estoy jugando a nada, yo soy la que no te entiende.

Él sonríe, y menea la cabeza.

—Parece que nosotros no nos entendemos. —Su mano toma mis muñecas y las sube encima de mi cabeza sosteniéndolas contra la puerta con gentileza, usa su mano libre para pasar su dedo por la curva de mi cuello y por el borde de mis pechos, y un escalofrío de placer me recorre—. Pero nuestros cuerpos sí lo hacen.

Y estoy a punto de caer, pero recuerdo lo frío que fue después de tomar mi virginidad, y luego cómo mandó a su sirvienta a echarme de su cuarto la segunda vez que estuvimos juntos. Lo deseo con toda mi alma, pero mi corazón no podrá soportar otro desplante, sé que no. No quiero esa sensación tan fea que viene después de que el me hace suya y me echa a un lado como un objeto.

No puedo.

No quiero.

Ya no voy a caer.

Sé que él no espera ningún movimiento brusco, así que aprovecho y con mi cuerpo lo empujo y uso toda mi fuerza para liberar mis muñecas. Ares parece sorprendido, sus labios rojos, su respiración agitada. Él intenta acercarse a mí de nuevo y yo levanto mi mano.

—No.

Sus cejas se unen, es la primera vez que lo rechazo y el desconcierto es obvio en su expresión.

—¿Por qué no?

—No quiero, no voy a caer, no esta vez.

Él se pasa la mano por el pelo.

—Piensas demasiado, hablas demasiado, ven aquí.

Él estira su mano hacia mí, pero yo la abofeteo antes de que pueda tocarme.

—No, si crees que siempre voy a estar disponible para ti cuando tienes ganas, estás equivocado. No voy a ser tu juguete del momento.

Su cara se estrecha como si de verdad lo hirieran mis palabras.

—¿Por qué siempre piensas tan mal de mí?

—Porque eso es todo lo que me demuestras. —Dejo salir un suspiro de frustración—. Ya te saqué de mi vida, Ares. Así que déjame en paz.

Duele... Cómo me duele decirle eso.

Él me da su estúpida sonrisa de suficiencia.

—¿Sacarme de tu vida? Eso no es algo que haces en unas semanas, Raquel.

—Pero estoy comenzando a hacerlo y lo lograré.

—No voy a dejarte hacer eso.

Gruño en frustración.

—¡Esto es lo que odio de ti! No me tomas en serio, pero tampoco me dejas ir. ¿Por qué? ¿Te divierte jugar con mis sentimientos?

—Claro que no.

—¿Entonces?

—No entiendo por qué me culpas a mí de todo, tú sabías en lo que te metías, fui claro contigo.

—¡No desvíes el tema! Sí, yo sabía en lo que me metía, pero ya no quiero más de esto. Te quiero fuera de mi vida y tú no me dejas seguir adelante. —Mi pecho baja y sube con mi respiración acelerada—. ¿Por qué, Ares? ¿Por qué no me dejas en paz?

—No puedo.

—¿Por qué?

Lo observo dudar de qué decir, tuerce sus labios vacilando. Yo dejo salir una risa triste.

—No lo dices porque no tienes ningún motivo significativo, simplemente no quieres perder a tu diversión del mes.

—¡Deja de decir eso! ¡Yo no te veo de esa forma!

—Entonces, ¿de qué forma?

Silencio de nuevo, expresión dudosa.

—Sabes que esta conversación no nos lleva a ningún lado, ábreme la puerta. —Él no se mueve—. ¡Abre la maldita puerta, Ares!

Él no se mueve, así que furiosa miro la ventana.

—Bien, saltaré por la ventana.

Cuando paso a su lado, su voz es apenas un susurro.

—Te necesito. —Me detengo en seco de espaldas a él. Esas dos palabras son suficientes para paralizarme.

Ares toma mi mano, girándome hacia él. Sus ojos buscan los míos.

—Solo escúchame. Yo no soy bueno con las palabras, no sé decir... No puedo decirlo o explicarlo, pero puedo mostrarte lo que siento por ti. —Él aprieta mi mano—. Déjame mostrártelo, no estoy tratando de usarte, lo juro, solo quiero mostrarte. —Él pone mi mano sobre su pecho, su corazón late tan rápido como el mío.

Él acerca su cara hacia la mía dándome suficiente tiempo de rechazarlo, pero cuando no lo hago sus cálidos labios encuentran los míos.