28
EL CAMBIO
Estoy perdida.
En el segundo en que sus labios encuentran los míos y una corriente de emociones electrifica todo mi cuerpo, me doy cuenta de que no tengo remedio, no tengo salvación y no sé si quiera tenerla. Ya no hay vuelta atrás.
Estoy locamente enamorada de Ares Hidalgo.
Lo que comenzó como una obsesión poco sana terminó convirtiéndose en sentimientos tan fuertes que no soy capaz de manejarlos. Él me desestabiliza, me hace perder el control, él despierta sensaciones en mí que jamás pensé sentir. Y eso me hace sentir tan expuesta, lo que siento por él me hace vulnerable, fácil de herir..., y me asusta tanto.
Sus labios se mueven suavemente sobre los míos, y ese ritmo me deja sentir con detalle cada roce de nuestros labios húmedos y ansiosos. Pongo mis manos alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia mí, su pecho desnudo choca con el mío y a pesar de que tengo puesta su camisa puedo sentir el calor emanando de su piel. Él intensifica el beso, acelerando su boca sobre la mía, dejándome sin aliento. Dios, besa tan bien.
Nuestros movimientos hacen que su toalla se desate de su cintura y yo no me quejo. Siento lo duro que está contra mi muslo desnudo ya que se me ha subido la falda hasta casi dejarme descubierta. Ares traza sus dedos por la parte posterior de mi muslo, acariciando con delicadeza y cuando llega a mi cintura la aprieta con deseo.
Él se separa por un segundo, sus ojos fijos en los míos.
—Te deseo tanto, Raquel...
Y yo te quiero.
Pero no lo digo, solo sonrío y acaricio su rostro.
Él me besa de nuevo y esta vez el ritmo es salvaje, rudo, implacable, esos besos apasionados que recuerdo tan bien y que me vuelven loca. Mis manos suben a su pelo y me aferro a él mientras mi cuerpo comienza a arder. Deja mi boca de nuevo para bajar a dejar besos y mordiscos en mi cuello. Definitivamente ese es mi punto débil. Me arqueo contra él, soltando un suspiro. Su mano se desliza dentro de mi camisa y sus ágiles dedos se mueven sobre mis pechos, apretando y acariciando, llevándome a la locura. Jadeando, dejo salir un gemido cuando su mano explora debajo de mi falda. No tengo ropa interior, así que el contacto es directo.
Ares detiene su ataque en mi cuello y levanta su cara para mirarme mientras su dedo me penetra.
—¡Oh, Dios! —Cierro mis ojos.
Lo quiero dentro de mí, ya no puedo esperar más.
Ares me agarra de los talones y me lleva hacia él hasta que mis piernas quedan colgando de la cama, pero sigo acostada. Abriéndome para él, lo observo detallarme, la lujuria vibrante en sus lindos ojos. Él roza su miembro con mi mojada entrepierna y gimo suavemente, esperando la sensación que nunca llega.
Lo miro, suplicante.
—Ares, por favor.
Él me da una sonrisa pícara.
—¿Por favor qué?
No digo nada, él se inclina sobre mí para besarme apasionadamente. Su duro miembro rozando, tentando, pero jamás llenándome como quiero que lo haga.
Detengo el beso.
—Por favor, Ares.
—¿Quieres que te penetre? —susurra en mi oído lascivamente. Asiento con mi cabeza una y otra vez, pero él no hace nada.
Decidida, lo tomo de los hombros y lo empujo a la cama hasta que cae sobre su espalda, indago en los bolsillos de sus pantalones a un lado de la cama por un condón y con una sonrisa seductora se lo pongo antes de subirme encima de él. Él me mira sorprendido, pero sé que le gusta esta nueva posición. Me quito la camisa por encima de la cabeza y sus manos van a mis pechos de inmediato. Su duro miembro se siente deliciosamente caliente contra mí. Lo necesito ya. Necesito sentirlo dentro de mí.
Me levanto un poco y lo posiciono en mi entrada, me dejo caer sobre él y lo siento llenarme por completo.
—Ah, mierda, Raquel. —Él gime y es el sonido más sexy del mundo, la sensación es tan maravillosa que por unos segundos no me muevo.
—Te ves tan sexy así encima de mí. —Él masajea mis senos y yo comienzo a moverme; no soy una experta, pero por lo menos lo intento y mis ligeros movimientos me hacen gemir aún más. Ares se lame los labios, apretando mis caderas, guiándome a moverme más rápido, penetrándome profundamente. Me aferro a su pecho, cerrando mis ojos. Arriba, abajo, adentro y afuera, el ritmo, el roce de piel caliente y húmeda me vuelven loca.
Siento el orgasmo venir y sé que va a ser alucinante, así que trato de aguantarlo para disfrutar de esto un poco más. Me siento poderosa encima de él, dueña de cada gruñido y gemido que dejan sus labios. Ares sostiene mis caderas y se mueve conmigo, dándome profundas estocadas que me llevan al borde del orgasmo.
—¡Ah! Ares, sí. ¡Sí! ¡Así!
Él se levanta, su pecho sobre el mío y su boca encuentra la mía, sin detener sus movimientos bruscos pero divinos, él me toma del pelo, obligándome a mirarlo a los ojos mientras se mueve dentro de mí. El brillo y la intensidad en sus ojos hacen que todo se sienta mucho más intenso, como si quisiera demostrarme lo que siente por mí justo en este momento, en esta mirada, en esta unión de nuestros cuerpos.
Me agarro de su espalda, clavando mis uñas en ella. El orgasmo me hace gritar su nombre, decirle que soy suya una y otra vez. Olas y olas de placer cruzan mi cuerpo, estremeciendo cada nervio, cada músculo. Ares gruñe y lo siento venirse.
Descanso mi cabeza sobre su hombro, nuestras aceleradas respiraciones hacen eco por todo el cuarto. No me atrevo a mirarlo, no quiero ver su expresión, no quiero verlo con cara de querer echarme a un lado porque ya obtuvo lo que quería.
Él empuja mis hombros suavemente, obligándome a enfrentarlo. Trago grueso y lo miro. Me sorprende ver la hermosa sonrisa sobre sus labios y la ternura radiando de sus ojos. Su mano toma un mechón de mi cabello y lo pone detrás de mi oreja.
—Eres hermosa.
Es la segunda vez que me lo dice, pero igual toma mi corazón por sorpresa, acelerándolo. Él abre sus labios para decir algo, pero los cierra de nuevo, indeciso.
¿Qué me quieres decir, dios griego?
Es la primera vez que me siento cerca de él, sé que suena extraño, pero las otras veces que hemos estado juntos, cuando terminamos de hacerlo, lo he sentido tan lejano, tan fuera de mi alcance. Compartir tu cuerpo con alguien no es suficiente para decir que son cercanos, eso lo he aprendido con él. Levanto mi mano y acaricio su mejilla, su piel es tan suave...; él cierra los ojos, luciendo vulnerablemente hermoso.
Te quiero...
Esas palabras se atoran en mi garganta, haciéndome bajar mi mano. Él abre los ojos, la pregunta en sus ojos es evidente. ¿Por qué dejaste de tocarme?
Porque tocarte me hace querer decir algo que te asustaría.
Y no quiero arruinar el momento.
Le sonrío y me levanto para apresurarme al baño. Tomo una ducha, y mi estómago gruñe en protesta, el sexo mañanero me ha dejado exhausta y hambrienta. Ares toca la puerta del baño.
—Te traje unos shorts y una camiseta, son de Marco, pero es mejor que salir con esa ropa vomitada.
Avergonzada, abro un poco la puerta y le arranco la ropa de sus manos. La ropa me queda grande, pero no me quejo. Cuando me miro en el espejo, un chillido deja mis labios. Un punto rosado con morado decora mi cuello.
¡Un chupón!
Enojada, abro la puerta de golpe. Ares está sentado en la cama, con la toalla alrededor de sus caderas desnudas. Apretando mis labios, le doy una mirada asesina. Él levanta una ceja y yo señalo mi cuello.
—¿Es en serio? ¿Un chupón?
Ares sonríe y está a punto de decir algo cuando tocan la puerta. La voz de Marco suena al otro lado.
—¿Están despiertos?
—Sí —le contesta Ares.
—Bajen a desayunar, hemos pedido a domicilio.
Mis ojos caen sobre Ares, no quiero ser pegajosa o molestarlo, así que no sé si debería irme o qué hacer. Ares se levanta, y camina hacia mí.
—Sí, en cinco minutos bajamos. —Se detiene frente a mí y me da un beso corto para luego seguir al baño.
¿Estoy soñando? Ares está siendo tierno después de haber tenido sexo. ¿Estará drogado? ¿Se habrá golpeado la cabeza con una roca?
Después de usar el teléfono de Ares para avisarle a Dani de que estoy bien y llamar a Yoshi para asegurarme de que esté a salvo, bajamos, y no puedo evitar los nervios que me invaden. Conozco al grupo de amigos de Ares, pero aún no estoy familiarizada con ellos. La única vez que hemos compartido no fue exactamente perfecta. Recuerdo claramente cómo le bailé a Marco, los celos de Ares, las risas de Luis y Gregory.
Mi cabello está en una cola alta, y me siento un poco incómoda en la ropa de Marco, así que dudo un poco, pero Ares parece notarlo y toma mi mano, dándome una mirada por encima de su hombro que me asegura que todo estará bien.
Al llegar al final de las escaleras, al primero que veo es a Luis, sentado en el sofá masajeando su frente. Gregory está echado sobre el mueble grande, con su antebrazo sobre sus ojos, la morena que vi anoche está sentada junto a él, acariciando su brazo. Marco está de pie al lado de la chimenea, con sus manos sobre su pecho. Sus ojos encuentran los míos y una sonrisa torcida se forma en sus labios. En la mesita en medio de los muebles hay comida en envases plásticos, con humo saliendo de ella... Acaba de llegar.
—Casi se quedan sin comida. —Luis comenta, comiendo desesperado.
Gregory levanta la mirada.
—Buenos días, dormilona.
Yo lo saludo con la mano.
—Hola.
Me sorprende ver lo ordenada y limpia que está la sala. Recuerdo el desastre de anoche. ¿Cómo es que está limpia tan rápido?
Al terminar de comer, Ares y yo salimos de ahí, despidiéndonos de sus amigos, lo cual me da más alivio del que quiero admitir. Aún no me siento cómoda con ellos y, para ser honesta, tampoco por completo con Ares. A pesar de haber tenido intimidad con él aún existen esos silencios incómodos entre nosotros. Ares me guía a su camioneta para llevarme a casa. Él se monta y yo hago lo mismo, e inmediatamente su olor y algún tipo de fragancia para autos golpea mi nariz. Es una camioneta preciosa y moderna, pero no es nada comparada con el conductor.
Ares se pone sus lentes de sol y parece un modelo listo para una sesión de fotos. Lleva puesta una camisa blanca —probablemente prestada de Marco— y unos jeans. En su mano derecha, un lindo reloj negro adorna su muñeca. Él enciende la camioneta y se gira hacia mí, y yo miro hacia otro lado. Me atrapó mirándolo como una idiota.
Ares pone un poco de música y yo solo observo las casas pasar por la ventana.
Cuéntame una historia...
Entrecierro mis ojos cuando el recuerdo de estar pegada a Ares, rogándole que me cuente una historia llega a mí. ¿Eso pasó anoche? Me giro hacia él y lo observo conducir. ¿Cómo se puede ver tan sexy haciendo algo tan simple como eso? La forma en la que los músculos de su brazo se contraen cuando mueve la palanca y la confianza con la que dirige el volante hacen que se vea irresistible. Me provoca subirme encima de él y besarlo.
Ares para en una gasolinera por unos minutos y me quedo en la camioneta esperando. Su celular está pegado a un lado del volante con la pantalla expuesta. El anuncio de un nuevo mensaje llama mi atención y le echo un vistazo: es un mensaje de Samy. No puedo ver el contenido, solo su nombre ahí, el cual parpadea de nuevo con tres mensajes más. Mi estómago se aprieta ligeramente, pero disimulo al ver a Ares entrar de nuevo en la camioneta y comenzar a conducir. Él me da una sonrisa y olvido lo de Samy por unos segundos.
—Ares...
—¿Huh?
—Yo... —Te quiero, te quiero, quiero estar contigo así—. Eh..., nada.
Me dedico a mirarlo como tonta mientras conduce el resto del camino.
Mi obsesión...
Mi hermoso dios griego.