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LA PREGUNTA

ARES HIDALGO

 

El viaje en auto es más incómodo de lo que pensé y me toma desprevenido. Me aclaro la garganta antes de hablar.

—¿Quieres que te lleve a tu casa o la casa de tu amiga? —pregunto, con mis manos apretando el volante del auto al tomar una curva. Raquel está sentada en el asiento del copiloto, sus manos sobre el regazo. ¿Está nerviosa?

—Mi amiga. —Ella me da la dirección y el silencio reina entre nosotros. Siento la necesidad de llenarlo, así que enciendo la radio. Una canción en inglés comienza a sonar, su letra robándole una sonrisa a Raquel.

I hate you.

I love you.

I hate that I love you.

Comienzo a cantarla con la intención de aligerar la incomodidad entre nosotros.

I miss you when I can’t sleep.

Or right after coffee.

Or right when I can’t eat.

—Guao, Ares Hidalgo canta. —Ella me molesta a través de la música—. Debería grabarte y publicarlo, apuesto a que tendría muchos «me gusta».

Le sonrío abiertamente.

—Solo ayudarías con mi popularidad con las chicas. ¿Quieres eso?

—¿Tu popularidad con las chicas? Pssst, por favor, ni que estuvieras tan bueno.

—¿Ni que estuviera tan bueno? Eso no era lo que decías esta mañana. ¿Debería repetir las cosas que me pedías que te hiciera entre gemidos?

Le echo un vistazo y ella se pone roja, sonriendo. Bien, esto no está tan mal, parece mucho más cómoda a mi lado.

—No es necesario.

Extiendo mi mano y la descanso sobre su muslo.

—Esa fue una buena manera de empezar el día.

—Pervertido.

Aprieto su muslo con gentileza.

—Pero te gusta este pervertido, ¿o no?

—Psst, no puedo con tu ego —me dice—. Es demasiado grande.

—Creo que eso mismo me dijiste esta mañana.

Ella abofetea mi hombro.

—¡Ah! ¡Deja de pensar cosas sucias!

Me río y el alivio de que todo esté fluyendo con más suavidad entre nosotros se corta gracias al timbre de llamada de mi teléfono. Veo el nombre de Samy en la pantalla y presiono «contestar». Mi celular está sincronizado con el sistema de audio de mi camioneta para poder hablar sin tener que quitar mis manos del volante; así que la voz de Samy diciendo «Aló» resuena claramente a nuestro alrededor. No me incomoda que Raquel escuche, no tengo nada que ocultar.

—¿Aló?

—Ey, ¿qué hacen? —Samy pregunta, y suena como si estuviera comiendo algo.

—Voy camino a casa. ¿Por qué?

—Pensé que todavía estabas donde Marco, dejé unas cosas ahí el otro día. Te iba a pedir que me las trajeras.

—Ya me he ido.

Samy suspira al otro lado de la línea.

—De acuerdo, ¿sigue en pie lo del cine hoy? —Me parece ver a Raquel tensarse a mi lado, pero lo atribuyo a mi imaginación.

—Claro, paso por ti a las siete —confirmo.

—Nos vemos más tarde, lindo. —Termina antes de colgar. Ella siempre me ha llamado así con cariño.

El silencio vuelve a dominar el momento y maldigo esa llamada por arruinar la buena vibra que habíamos construido.

—¿Quién era? —La voz de Raquel se ha tornado seria.

—Samy.

–Hmmm, ya. —Ella comenta, sus manos otra vez inquietas sobre el regazo—. ¿Van a salir hoy?

Asiento, deteniéndome en un semáforo.

—Sí, vamos a ir al cine con los chicos.

Aprovecho el semáforo para mirarla, pero ella no me mira, tiene sus ojos en la ventana a su lado y aprieta sus labios. ¿Qué hago? ¿Qué digo para que vuelva a estar cómoda conmigo y no evitando mi mirada de esta forma? ¿Le ha incomodado la llamada? Mi pulgar golpea el volante ligeramente al esperar que el semáforo se ponga en verde y, cuando lo hace, le echo un último vistazo a la chica a mi lado.

Mírame, Raquel, sonríeme, muéstrame que todo está bien.

Pero ella no lo hace y eso me estresa un poco más. No quiero cagarla de nuevo, no quiero arruinar las cosas, pero al parecer eso es algo que se me da con una facilidad insultante.

—Yo también tengo planes —dice de repente, en un tono raro. ¿Le ha molestado que haya quedado con mis amigos? Ella también ha quedado. ¿Y si es con el nerd?

Raquel me mira de reojo y me doy cuenta de que llevo un rato callado y ella esperaba una réplica. Pero preguntarle con quién ha quedado me parece peor que callarme. Y tampoco sé si decirle que confío en ella sería peor.

Al estacionar frente a su casa, ella apenas me mira, sonriéndome, y se baja de la camioneta.

No, esto no está bien.

Preocupado, me bajo y la sigo.

—Raquel.

Ella no se gira hacia mí.

—Raquel. —Le paso por un lado para atravesarme en su camino—. Ey, ¿qué pasa?

—Nada.

Pero sus ojos esquivan los míos: está mintiendo.

—No te entiendo. ¿Ahora qué hice?

—Solo olvídalo, Ares. —Su tono es frío ahora y me aterra.

No entiendo, y eso me desconcierta, me inquieta y me asusta porque he pensado que todo iba bien, que anoche le mostré lo mucho que me importa. ¿No he sido claro?

—Raquel, mírame. —Ella lo hace, cruzando sus brazos sobre el pecho; está a la defensiva y no tengo ni puta idea de por qué. ¿Está celosa de Samy?—. Lo estoy intentando, ¿ok? —le digo honestamente—. Soy un desastre, pero lo estoy intentando.

—¿Qué es lo que estás intentando? Me dejas en casa y quedas con tu ex. —Abro la boca para replicar, pero me corta—: Con tus amigos, muy bien, pero sin contar conmigo para nada, ¿no? ¿Te importo o no te importo? Ya no entiendo nada. Y no quiero que me hagas más daño.

—Y no quiero hacerte daño —protesto, casi sin fuerzas. Obviamente no lo estoy consiguiendo.

—Entonces dime: ¿qué sientes por mí?

La pregunta me toma desprevenido, abro mi boca para decir algo, pero nada sale y la vuelvo a cerrar. Una sonrisa triste invade su cara.

—Cuando puedas responder esa pregunta, búscame —me dice claramente.

Y con eso me pasa por un lado, dejándome ahí, de pie, solo con las palabras atragantadas en mi garganta y el corazón ardiendo en mi pecho porque no puedo responder su pregunta aunque sepa la respuesta.