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EL CASTIGO

Grises.

Así describiría las siguientes dos semanas de mi vida. Castigada, solo salgo de la casa para ir a la escuela y debo volver tan pronto suena la campana de salida.

A pesar de que le aseguré a mamá que Ares estaba fuera de mi vida, aun así me castigó. Estoy cumpliendo mi condena obedientemente porque mi madre tiene razón. No hice las cosas de la forma correcta. Tal vez si Ares fuera mi novio oficial, yo tendría cómo defenderme y ella entendería. Pero no puedo esperar que ella entienda que acepté estar con un chico que no quiere una relación estable.

Sí, la última vez que lo vi él fue amable, pero ni siquiera pudo decirme que le gusto. Yo no espero que él me diga que me ama, solo necesito escuchar de sus labios algún tipo de palabra que verifique que sí siente algo por mí y no es solo atracción sexual.

No he sabido nada de Ares en estas dos semanas y ni siquiera me he asomado por la ventana para intentar verlo. ¿Para qué? ¿Qué ganaría con eso? ¿Torturarme más? No, gracias, ya tengo suficiente.

Una parte de mí siente que la conversación con mi mamá me devolvió la fortaleza y creencias que solía tener. Todo lo que eché a un lado por Ares o, bueno, no por él, porque él no me obligó, yo decidí hacerlo.

¿Lo más triste de esta situación?

Yoshi.

Sorprendentemente, no es la bofetada de mi mamá lo que hace que se me arrugue el corazón. Es Yoshi.

Me siento traicionada en tantos niveles. Yoshi le contó todo a mi mamá, todo, y me duele mucho. Él ha sido mi mejor amigo desde que éramos pequeños, él siempre ha estado ahí y que me haya traicionado de esa forma me deja con una herida en el corazón. No sé si lo hizo con la mentalidad de que era lo mejor para mí o simplemente por celos, pero de cualquier forma está mal. Uno le cuenta a otra persona porque confía en esa persona. Confié en él y él tomó esa confianza y la destruyó tan fácilmente.

Dani estaba furiosa cuando le conté lo que Yoshi había hecho, amenazó con golpearlo y otras cosas violentas demasiado gráficas para describir ahora. Tuve que calmarla y obligarla a prometerme que no le haría nada.

Ya no quiero más drama o más problemas.

Solo quiero que el tiempo siga pasando, que mis heridas empiecen a sanar y que estos sentimientos desaparezcan.

Sí, quiero un milagro.

Cualquiera pensaría que Yoshi me buscaría para rogarme y pedirme perdón, pero no lo ha hecho, solo me evita y baja la cabeza cada vez que me lo encuentro en el pasillo de la escuela. He querido confrontarlo, gritarle, darle una bofetada, ver qué tiene que decir al respecto, cuál es su excusa, pero simplemente no tengo la energía o ánimo para hacerlo.

Apolo y yo nos hemos vuelto un poco más cercanos, aunque cada vez que comparto con él no puedo evitar recordar a su hermano. Pero solo me aguanto porque él no tiene la culpa de lo que pasó entre Ares y yo.

Dejo salir un largo suspiro, ya es sábado y estoy limpiando la casa. Me siento como un zombi, moviéndome automáticamente. Puedo decir que estoy un poco deprimida. No sé si es por el despecho, la situación con mi mamá o la situación con Yoshi... Tal vez sea una combinación de las tres.

Rocky está sentado con su hocico sobre sus patas delanteras, mirándome como si supiera que no me siento bien. Mi perro y yo tenemos una conexión más allá de las palabras. Me arrodillo frente a él y le sobo su cabeza.

Rocky lame mis dedos.

—Tú y yo contra el mundo, Rocky.

Mamá se asoma en la puerta de mi cuarto, lleva puesto su uniforme de enfermera.

—Me voy, me toca el turno de la noche hoy.

—Ok.

—Ya sabes, no salgas y nada de visitas a menos que sea Dani.

—Sí, señora.

Su dura expresión se suaviza.

—Te llamaré de vez en cuando al teléfono de la casa.

Eso me saca de mi estado adormecido.

—¿Estás bromeando?

—No, te di mucha confianza, hija, y la usaste para irte de fiesta y traer chicos a la casa.

—Mamá, no cometí un delito, solo...

—Silencio, se me hace tarde. Espero que te comportes.

Una sonrisa forzada se forma en mis labios mientras aprieto mis puños a los costados. No puedo creer que esto esté pasando. La relación con mi madre se ha fracturado y todo por culpa de Yoshi.

¿Quién se creía él para contarle mis secretos a mi madre de esa forma?

La noche cae, envolviendo en oscuridad mi habitación, no me quiero ni mover a encender las luces. Me sorprende escuchar el timbre de la casa. Miro por el pequeño ojo de la puerta y veo que es mi ex mejor amigo, esperando impaciente. Lleva puesto su suéter favorito y un gorro de lana. Sus gafas están levemente empañadas... Debe estar un poco frío afuera. El otoño ya ha descendido sobre nosotros, dejando atrás el caluroso verano.

Pienso en no abrirle, pero tampoco puedo dejarlo en el frío.

—Sé que estás ahí, Raquel. Ábreme.

De mala gana, abro la puerta y le doy la espalda para dirigirme a las escaleras. Escucho la puerta cerrarse detrás de mí.

—Raquel, espera.

Lo ignoro y sigo caminando, subo el primer escalón y me toma del brazo, girándome hacia él.

—¡Espera!

Le doy una bofetada a su mano, obligándolo a soltarme.

—¡No me toques!

Él levanta las manos.

—Ok, solo escúchame, dame unos minutos.

—No quiero hablar contigo.

—Es toda una vida de amistad, me merezco unos minutos. —Le di una mirada fría—. Dame cinco minutos y después te dejaré en paz.

Cruzo mis brazos sobre el pecho.

—Habla.

—Tenía que hacerlo, Raquel. Estás embobada con ese tipo. ¿Tienes idea de cuánto me dolió ver cómo te usaba una y otra vez y que tú te dejaras? Crecí contigo, me dueles. —Se toca el pecho—. Independientemente de lo que siento por ti, eres mi mejor amiga, quiero lo mejor para ti.

—¿Y decirle a mi mamá era la solución? ¿Me estás jodiendo?

—Lamentablemente lo era; si yo hubiera hablado contigo, tú no me habrías escuchado.

—Claro que sí.

—Sé honesta, Raquel. No lo habrías hecho, hubieras pensado que eran celos y me habrías ignorado porque estás tan jodidamente ciega de amor que no ves más allá de tu nariz.

—Te quedan dos minutos.

—¿Recuerdas lo que me dijiste la Navidad pasada? ¿Cuando me regañaste y me dijiste que ya era hora de perdonar a mi padre?

Tuerzo mis labios porque sí lo recuerdo.

—No, no recuerdo.

Él me da una sonrisa triste.

—Yo estaba furioso contigo y te grité: «¿Como puedes ponerte de su lado, qué clase de amiga eres?». Y tú me dijiste: «Un verdadero amigo es el que te dice la verdad en tu cara, aunque arda y duela».

No me gusta que me lance mis palabras en mi cara.

—Eso fue diferente, yo hablé contigo, no fui de chismosa a entrometerme con tu padre.

—Sí, tú hablaste conmigo y yo te escuché. Tú no me hubieras escuchado, Raquel. Yo lo sé, y tú también lo sabes. —Hay un momento de silencio.

—Se te acabó el tiempo.

Le digo y le doy la espalda, lo escucho murmurar derrotado.

—Rochi...

—Mi nombre es Raquel. —Mi voz sale más fría de lo que esperaba—. Gracias por explicarte; independientemente de tus razones, destruiste años de confianza en tan solo unos momentos y no sé si es algo que se pueda recuperar. Buenas noches, Joshua.

Y ahí lo deje, al final de las escaleras, como un caballero esperando a que su dama descienda por esos escalones. Con la excepción de que él se había encargado de destruir toda posibilidad con dicha dama. Cuando llego a mi cuarto lo escucho salir y cerrar la puerta. Dejo salir un gran suspiro y camino hacia mi ventana.

La ventana que lo empezó todo.

—¿Estás utilizando mi wifi?

—¿Sí?

—¿Sin mi permiso?

—Sí.

Idiota.

Una sonrisa triste inunda mis labios. Me siento frente a mi computadora y el recuerdo de Ares arrodillado frente a mí, arreglando el router, viene a mi mente. Le doy un vistazo a la ventana y casi puedo verlo saltando dentro, entrando sin permiso. Sacudo mi cabeza.

¿Qué me pasa?

Deja de verlo en todos lados, no es sano.

Sin nada que hacer, me meto en el Facebook. Bueno, no en mi Facebook personal, sino en uno ficticio que creé para acosar a Ares hace tiempo. Lo sé, soy un caso perdido. En mi defensa, ese Facebook lo creé hace mucho tiempo y no lo he vuelto a usar. Pero, como tengo a Ares bloqueado de mi Facebook personal, me toca usar el ficticio de nuevo.

No me hará daño curiosear su Facebook, ¿no?

No pierdo nada.

Su perfil no tiene publicaciones nuevas, solo fotos donde otras personas lo etiquetan.

La más reciente es de Samy, como es de esperarse. En la foto están en el cine, ella riendo con la boca llena de palomitas y él con palomitas en la mano levantada como si la estuviera alimentando. En el post ella escribió: «Cine con este loco que alegra mis días».

Auch.

Punzada en el corazón, sigo bajando y solo veo posts de gente etiquetándolo con fotos del juego de fútbol de hace dos semanas y felicitándolo, diciéndole lo grandioso que es. Muevo los ojos, sigan alimentando su ego. Como si él ya no fuera lo suficientemente arrogante.

Echándole un último vistazo a su foto con Samy, porque obviamente soy masoquista, cierro el Facebook y me voy a dormir.

Ya no quiero pensar más.

 

***

 

El ruido de mi celular me despierta, medio abro un ojo y mis pupilas tiemblan tratando de abrirse. Aún está un poco oscuro, ¿qué hora es?

El teléfono sigue repicando y estiro mi mano sobre mi mesa de noche, tumbando todo en el proceso.

Contesto sin tan siquiera mirar la pantalla.

—¿Aló?

—Buenos días —me contesta la voz de mi madre—. Levántate.

—Mamá, es domingo o es que... ¿Ahora tampoco tengo derecho a dormir?

—Hoy no salgo de guardia hasta después del mediodía, por favor, limpia la casa y saca la ropa sucia para lavar en la tarde.

—Entendido.

Al colgar, termino de cepillarme los dientes y comienzo a bajar las escaleras. El timbre suena sorprendiéndome de nuevo. ¿Acaso Joshua ha vuelto? Si cree que venir todos los días a verme le llevará a algún lado, está equivocado.

El timbre suena de nuevo y, gruñendo, grito.

—¡Voy!

¿No puede esperarse un poco? ¿Ya he mencionado que despertarme temprano no es lo mío? Y de verdad no tengo energía para lidiar con Yoshi en estos momentos. El timbre suena de nuevo y me apuro a abrir la puerta. Dejo de respirar.

Lo que me golpea primero es el frío de otoño y luego la sorpresa de la persona frente a mí, que es la última persona que esperaba ver en la puerta.

Ares Hidalgo.

Mi corazón da un salto y se desata a palpitar como loco. Ares está parado frente a mí, luciendo como si no hubiera dormido un segundo la noche anterior. Su cabello está desordenado, hay unas grandes ojeras debajo de sus lindos ojos. Tiene puesta una camisa blanca, que luce arrugada y los primeros botones están sueltos.

Una sonrisa tonta se forma en sus labios.

—Hola, bruja.