32
EL INESTABLE
Controlar tus emociones es tan fácil cuando la persona que las causa no está frente a ti.
Te sientes fuerte, capaz de superar y seguir con tu vida sin esa persona. Es como si tu autocontrol y tu autoestima se recargaran. Toma días, semanas, tener esa sensación de fortaleza. Pero tan solo toma un segundo destruirla.
En el momento que esa persona aparece frente a ti, que tu estómago se revuelve, que tus manos sudan, que tu respiración se acelera, tu fortaleza se tambalea y es tan injusto después de que te ha costado tanto construirla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Me sorprende la frialdad de mi voz y a él también.
Él alza sus cejas.
—¿No me vas a dejar entrar?
—¿Por qué debería?
Él aparta la mirada, sonriendo.
—Yo... solo... ¿Puedo entrar, por favor?
—¿Qué estás haciendo aquí, Ares? —repito mi pregunta, con los brazos cruzados sobre mi pecho.
Sus ojos vuelven a caer sobre mí.
—Necesitaba verte.
Mi corazón se acelera pero lo ignoro.
—Bueno, ya me viste.
Él pone un pie en el mural de la puerta.
—Solo... déjame entrar un segundo.
—No, Ares. —Trato de cerrar la puerta, pero no soy lo suficientemente rápida y el entra, obligándome a dar dos pasos atrás. Él cierra la puerta y en pánico solo se me ocurre decir algo que pienso que lo espantará—. Mamá está arriba, solo tengo que llamarla para que venga y te saque.
Él se ríe, se sienta en el sofá y pone su celular sobre la mesita frente al mismo para descansar sus codos sobre sus rodillas.
—Tu mamá está de guardia.
Arrugo mis cejas.
—¿Cómo lo sabes?
Él levanta la mirada y una sonrisa pícara se forma en sus labios.
—¿Crees que eres la única acosadora aquí?
¿Qué?
Decido ignorar su respuesta y me enfoco en tratar de sacarlo de aquí antes de que a Yoshi le dé por visitarme o mamá vuelva más temprano y se arme la tercera guerra mundial. Tal vez si dice lo que vino a decir, se irá.
—Ok, ya estás dentro. ¿Qué quieres?
Ares se pasa la mano por su cara, luciendo tan desvelado y cansado.
—Quiero hablar contigo.
—Habla entonces.
Él abre su boca, pero la cierra de nuevo, como si dudara de lo que quiere decir. Estoy a punto de decirle que se vaya cuando esos labios que he besado se abren de nuevo para pronunciar dos palabras que me dejarán sin aliento: las dos palabras que menos esperaba escuchar de él, no ahora, no nunca.
—Te odio.
Su tono es serio, su expresión fría.
La afirmación me toma por sorpresa, mi corazón se hunde en mi pecho y mis ojos arden, pero actúo como si no me afectara.
—Ok, me odias, entendido. ¿Eso es todo?
Él menea la cabeza, una sonrisa triste baila en sus labios.
—Mi vida era tan jodidamente fácil antes de ti, tan manejable y ahora... —Me señala con su índice—. Tú lo has complicado todo, tú... lo has arruinado todo.
Mi corazón ya ha tocado fondo, las lágrimas nublan mi visión.
—Guao, tú sí que sabes hacer sentir mal a alguien. ¿Vienes hasta mi casa a decirme eso? Creo que es mejor que te vayas.
Él menea el mismo dedo que usó para señalarme.
—No he terminado.
No quiero llorar frente a él.
—Pero yo sí, vete.
—¿No quieres saber por qué?
—Destruí tu vida, creo que ya lo dejaste claro, ahora lárgate de mi casa.
—No.
—Ares...
—¡No me voy a ir! —Alza su voz, levantándose y eso enciende mi rabia—. Necesito esto, necesito decírtelo. Necesito que sepas por qué te odio.
Aprieto mis manos a mis costados.
—¿Por qué me odias, Ares?
—Porque me haces sentir. Tú me haces sentir y no quiero hacerlo.
Eso me deja sin palabras, pero no lo demuestro, y él sigue.
—No quiero ser débil, juré no ser como mi padre y aquí estoy, siendo débil frente a una mujer. Tú me haces ser como él, me haces ser débil y lo odio.
Dejo que mi rabia domine mis palabras.
—Si me odias tanto, ¿qué diablos haces aquí? ¿Por qué no me dejas en paz?
Él alza su voz de nuevo.
—¿Crees que no lo he intentado? —Deja salir una risa sarcástica—. Lo he intentado, Raquel, pero ¡no puedo!
—¿Por qué no? —le reto, acercándome a él.
Y ahí viene su duda, él abre su boca y la cierra, apretando su mandíbula. Su respiración está acelerada, y la mía también. Me pierdo en la intensidad de sus ojos, y él me da la espalda, desordenando su cabello de nuevo.
—Ares, tienes que irte.
Él se gira lo suficiente para quedar de perfil hacia mí, con sus ojos en el suelo.
—Pensé que esta mierda nunca me iba a pasar a mí, la evité tanto e igual me pasó, y no sé si esto es lo que se siente, pero ya no puedo negarlo más... —Se gira completamente hacia mí, con sus hombros caídos, derrotado, sus ojos azules llenos de emoción—: Estoy enamorado, Raquel.
Dejo de respirar y mi boca se abre en una gran O.
Él sonríe para sí mismo como un tonto.
—Estoy tan jodidamente enamorado de ti.
Mi corazón da un vuelco, dejando una sensación electrizante en mi estómago. ¿Acaso lo oí bien? ¿Ares Hidalgo acaba de decir que está enamorado de mí? No dijo que me deseaba, no dijo que me quería en su cama, dijo que estaba enamorado de mí. No puedo decir nada, no puedo moverme, solo puedo observarlo. Solo puedo ver cómo esas paredes de frialdad se desvanecen frente a mí.
Y entonces lo recuerdo...
La historia...
Su historia...
El recuerdo es borroso, pero sus palabras son claras. Él había encontrado a su madre en la cama con un hombre que no era su padre, y su padre había perdonado la infidelidad. Ares lo vivió todo, lo vio todo. Su padre había sido su pilar, verlo débil y llorando debió ser un golpe fuerte para él.
No quiero ser débil, no quiero ser como él...
Lo entendí, sé que eso no justificaba sus acciones, pero por lo menos las explica. Mi madre siempre me ha dicho que todo lo que somos depende mucho de nuestra crianza y de lo que vivimos en nuestra infancia y primera etapa de la adolescencia. Esos son los años en los que somos como esponjas que lo absorben todo.
Y entonces lo veo...
El chico que está frente a mí no es el idiota frío y arrogante con el que hablé por primera vez a través de mi ventana, es solo un chico que tuvo un comienzo difícil. Un chico que no quiere ser como la persona que él solía admirar, que no quiere ser débil.
Un chico vulnerable.
Un chico enojado, porque no quiere ser vulnerable. ¿Y quién sí? Enamorarte de alguien es darle todo el poder a una sola persona de destruirte.
Ares se ríe, meneando la cabeza, pero la alegría no llega a sus ojos.
—Ahora no dices nada.
No sé qué decir.
Estoy demasiado sorprendida con el giro que ha tomado esta conversación. Mi corazón está al borde del colapso y mi respiración no está nada mejor.
Ares me da la espalda, murmurando.
—Mierda. —Descansa su frente sobre la pared.
Reacciono y una carcajada sale de mis labios. Me río abiertamente y Ares se gira hacia mí nuevamente, con la confusión obvia en su semblante.
—Estás... loco... —digo entre risas, ni siquiera sé por qué me estoy riendo—. Hasta tu confesión tenía que ser tan inestable.
—Deja de reírte —ordena, acercándose a mí, serio.
No puedo.
—¿Me odias porque me quieres? ¿Te estás escuchando a ti mismo?
Él no dice nada, solo se agarra el puente de la nariz, frustrado.
—No te entiendo, por fin, tengo el valor de decirte lo que siento. ¿Y te ríes?
Aclaro mi garganta.
—Lo siento, de verdad, solo...
Creo que fueron los nervios.
Su seriedad tambalea y una sonrisa torcida se forma en sus labios.
—Lo lograste.
Arrugo mis cejas.
—¿Qué?
—¿Recuerdas lo que me dijiste en el cementerio aquella vez?
—Entonces, ¿qué quieres?
—Algo simple, que te enamores de mí.
Sonrío sin poder evitarlo.
—Sí, y te reíste de mí. ¿Quién se ríe ahora, dios griego?
Él inclina la cabeza a un lado, observándome.
—Me atrapaste, pero también te enamoraste en el camino.
—¿Quién ha dicho que estoy enamorada?
Él se acerca obligándome a retroceder, mi espalda encuentra la puerta y, sin escapatoria, él se inclina sobre mí, poniendo sus manos contra la puerta, enjaulándome entre sus antebrazos. Él huele a esa deliciosa mezcla de perfume caro y su propio olor. Yo trago, teniendo esa cara tan perfecta frente a mí.
—Si no estás enamorada, ¿entonces por qué dejaste de respirar?
Suelto la respiración que no me había dado cuenta de que estaba sosteniendo. No tengo respuesta a su pregunta y él lo sabe.
—¿Entonces por qué tu corazón late tan rápido cuando ni siquiera te he tocado?
—¿Cómo sabes que mi corazón está acelerado?
Él toma mi mano y la pone sobre su pecho.
—Porque el mío lo está. —Sentir sus acelerados latidos en mi mano hace que mi corazón se estremezca—. Esto era lo que estaba intentando mostrarte la última vez que estuvimos juntos, lo que siento por ti.
Él descansa su frente sobre la mía y cierro mis ojos sintiendo sus latidos, teniéndolo tan cerca. Cuando habla de nuevo, su voz es suave.
—Lo siento.
Abro mis ojos para encontrarme con ese mar infinito de sus ojos.
—¿Por qué?
—Por demorarme tanto en decirte lo que siento.
La mano que tengo sobre su pecho la toma con la suya y la besa.
—Lo siento de verdad.
Él se acerca aún más, su respiración se mezcla con la mía y sé que está esperando mi aprobación; cuando no protesto, sus dulces labios se encuentran con los míos. El beso es suave, delicado, pero tan lleno de sentimientos y emociones que siento las famosas mariposas en mi estómago. Él toma mi cara con ambas manos, y profundiza el beso inclinando su cabeza a un lado. Nuestros labios se mueven en perfecta sincronía, rozándose mojados. Dios, amo a este chico. Estoy tan jodida.
Él se detiene, pero mantiene su frente sobre la mía, yo respiro y hablo.
—Primera vez.
Él separa su cara un poco de mí para mirarme.
—¿De qué?
—Es la primera vez que me besas y no es sexual.
Él me muestra sus dientes en esa ridícula sonrisa tan de él.
—¿Quién dijo que no es sexual?
Le doy una mirada asesina, y él deja de sonreír mientras una expresión sombría aparece en su rostro.
—No tengo ni idea de qué estoy haciendo, pero solo sé que quiero estar contigo. ¿Quieres estar conmigo? —Él observa con detalle mi rostro, pareciendo asustado de mi respuesta. Y eso de alguna forma me hace sentir poderosa.
Él ha venido aquí y se ha expuesto a mí, puedo hacerlo feliz o destruirlo con mis palabras. Abro mi boca para responder, pero el sonido del timbre me interrumpe.
Y no sé cómo lo sé, pero sé que es Yoshi.
¡Mierda!
Ares me mira, extrañado.
—¿Esperas a alguien?
—¡Shhhh! —Cubro su boca con mi mano y lo obligo a retroceder, alejándonos de la puerta.
El timbre suena de nuevo y es seguido por la voz de Yoshi. Lo sabía.
—¡Raquel!
¡Mierda, mierda, recontramierda!
—Tienes que esconderte —le susurro, liberando su boca y agarrándolo del brazo hacia la escalera.
Ares se suelta.
—¿Por qué? ¿Quién es él?
Su tono acusatorio no pasa desapercibido.
—No es momento para celos. Vamos, camina.
¿Alguna vez han intentado mover a alguien más alto y más fuerte que ustedes? Es como empujar una roca inmensa.
—Ares, por favor —le suplico, antes de que Yoshi llame a mi mamá y ella me llame a mí y se forme el desastre—. Te lo explicaré luego, por favor, ve arriba y no hagas ruido.
—Me siento como un amante cuando llega el esposo —bromea, pero comienza a moverse y es un alivio.
Cuando ha desaparecido al final de las escaleras, no sé por qué me arreglo el pelo y me dirijo a abrir la puerta.
Espero que todo salga bien, pero Yoshi me conoce demasiado, y sabe cuándo miento o estoy nerviosa. Y muy tarde me doy cuenta de que el celular de Ares está en la mesita frente al sofá. Cruzo los dedos para que Yoshi no lo vea.
¡Virgen de los Abdominales, ayúdame, por favor!